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El número de la resistencia a evolucionar

El apasionante mundo de los corredores de apuestas

Como ocurre con cualquier empresa que promete dinero fácil, no faltan los jugadores ávidos de ganar unos cuantos dólares.

Ilustraciones de Skip Sterling

Las apuestas deportivas solo son legales en cuatro estados de los EUA: Delaware, Montana, Nevada y Oregón. En el resto del país se celebran de forma ilegal, por mediación de los corredores de apuestas.

Como ocurre con cualquier empresa que promete dinero fácil, no faltan los jugadores ávidos de ganar unos cuantos dólares.

Hace unos años, cuando trabajaba de camarero en Nueva York, conocí a un montón de corredores de apuestas que me pedían que les guardara unos sobres llenos de billetes y boletos hasta que unos misteriosos clientes vinieran a buscarlos más tarde. Pronto supe que los que viven de ese negocio son hombres de toda condición. Algunos tenían vínculos con la delincuencia organizada, mientras que otros actuaban de forma independiente y solo gestionaban unas pocas apuestas de amigos y compañeros de trabajo. Sus clientes también eran de lo más variopinto y a todos les unía, por la razón que fuera, su afición por las apuestas deportivas: universitarios, atletas, gestores de residuos, bomberos, polis, médicos, abogados y exdelincuentes. Tuve oportunidad de conocer mejor a algunos de estos corredores y a sus clientes, por lo que acabé familiarizándome con los aspectos menos atractivos del negocio, empezando por cómo funciona realmente este trabajo.

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Los corredores ilegales basan sus líneas (money lines) y sus márgenes de puntos (point spreads) en cálculos elaborados por actuarios de casinos de Las Vegas. Estas líneas y esos márgenes representan la preferencia de los corredores de apuestas hacia un equipo u otro como posibles ganadores. Durante los días y las horas previos a la celebración de un partido, los corredores ajustan estos factores en función de las apuestas que tienen, las fluctuaciones en las cifras de Las Vegas y cualquier otro acontecimiento inesperado que pudiera afectar al resultado, como las lesiones de los jugadores.

Existen muchas formas de beneficiarse de los servicios de un corredor, si bien la mayoría de los clientes se limitan a unas cuantas apuestas básicas. Si tomamos el ejemplo de la Super Bowl de este año, en la que los Broncos eran los claros favoritos, la línea de dinero era Seattle +110, Denver -130. Es decir, si apostaras 100 dólares por Seattle y ganaban, recuperarías tus 100 dólares y obtendrías una ganancia de 110 dólares (menos la comisión del corredor, que suele ser un 5-10 por ciento). Si, por el contrario, te decantaras por Denver, una apuesta de 130 dólares te reportaría solo 100 dólares de beneficio, además de los 130 que pusiste (menos la comisión). Pero también hay que tener en cuenta el margen de puntos, que se había establecido en 2,5 para la Super Bowl de este año. Si apostaras por Denver, tendrían que ganar al Seattle por más de dos puntos y medio para que contara como una victoria. Por otro lado, si apoyaras a Seattle respecto a la diferencia de puntos, para que tu apuesta resultara ganadora estos deberían perder por menos de dos puntos y medio. Finalmente, en una “apuesta sobre el total”, los jugadores apuestan por la puntuación total combinada de ambos equipos. En la Super Bowl de este año, el límite superior e inferior de la apuesta es 47,5, lo que significa que una apuesta por el límite inferior sería ganadora si el total de puntos de ambos equipos fuera inferior a 47,5. Este año, la apuesta ganadora ha sido la de límite superior, ya que la puntuación total de ambos equipos era 51.

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Los corredores de éxito aprenden los hábitos y las tendencias de cada uno de sus apostantes, basando sus observaciones en una especie de arquetipos: los “sharps” o “tíos listos” suelen hacer sus averiguaciones y las cantidades de sus apuestas son mayores que las de la mayoría de apostantes. Asimismo, suelen esperar hasta el último minuto para realizar las apuestas. Suelen ser muy experimentados y cerebrales en la toma de decisiones. Por otro lado están los “degenerados”, jugadores más impulsivos que hacen apuestas que no pueden permitirse, tienen dificultad para pagar puntualmente y aún así continúan apostando, hundiéndose más en su miseria. Los “schnooks” son apostantes novatos, más propensos que otros usuarios a ser víctimas de estafas y raramente obtienen beneficios con sus corredores. Este último tipo de apostante, junto con los degenerados, son los más propensos a aceptar las líneas y los márgenes menos atractivos y a realizar apuestas con demasiada anticipación, en lugar de esperar a que se estabilicen las líneas y los márgenes.

En ocasiones, las decisiones sobre apuestas pueden verse poderosamente influenciadas por el sentimentalismo, especialmente en la Super Bowl, donde esta intromisión emocional alcanza cotas insospechadas. Este año, los corredores de Nueva York y Nueva Jersey afirmaron haber detectado un número considerable de apuestas “sentimentales” en Denver por parte de jugadores que tenían la esperanza de ver a Manning ganar otra Super Bowl. Cuando se abrieron las líneas inicialmente, Seattle era el favorito. En cuestión de 20 minutos, las apuestas tomaron un giro inesperado, colocando a Denver en cabeza. No obstante, los corredores informaron de que serían las impredecibles condiciones meteorológicas las que decidirían el resultado del partido y de las apuestas: Seattle podría ganar con frío o nieve, y lo haría Denver si las temperaturas eran más moderadas.

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A medida que se acercaba el día del partido y las probabilidades de que nevara aumentaban, la tendencia volvió a favorecer al Seattle. El único tema del que hablaban los corredores que conocía durante las dos semanas previas al partido era el tiempo, obviamente. Haber malinterpretado el pronóstico de los resultados del partido más importante del año podría costarle muy caro a alguien que lleve un negocio de apuestas.

Algunos de los corredores que conocí se metieron en el negocio después de hacer una apuesta para unos amigos, luego a los amigos de esos amigos, hasta que al final acabó convirtiéndose en una profesión de facto. La mayoría de ellos ya tenían un trabajo legal, por lo que el negocio de las apuestas era algo complementario. Muchos perdieron su trabajo durante la crisis financiera, pasando a depender únicamente de sus ingresos como corredores de apuestas.

Dom fue el primer corredor de Nueva jersey al que llegué a conocer bien y se correspondía con el estereotipo: un tipo italiano de 1,93m, con músculos forjados en el patio de una prisión y una voluminosa barriga cervecera al que habrían dado sin dudar algún papel en una peli de Scorsese. Incluso el apodo le iba que ni pintado: “el gorila de dos toneladas”. Tenía unas manos enormes, una cara cuadrada surcada por numerosas cicatrices, la nariz achatada y rota, una voz potente y un carácter muy irascible. Dom se había criado entre corredores de apuestas y prestamistas usureros, y de joven solía enzarzarse en muchas peleas. Esta vida le llevó a montar su propia casa de apuestas, varios años después de pasar una temporada en prisión por otros delitos. Contrató a un equipo de personas para que gestionaran las apuestas de sus clientes. Este trabajo estaba muy bien considerado: tenía un buen horario y los mejor preparados tenían la posibilidad de acabar regentando una casa de apuestas. La mano derecha de Dom y el jefe no oficial del equipo era un veterano llamado Sammy. Mientras Dom establecía las líneas de dinero y se reunía con unos pocos clientes semanalmente, Sammy y el resto de los empleados trataban con los clientes a diario.

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Para hacer una apuesta, el cliente debía llamar a uno de los empleados, a la casa de apuestas o al teléfono de Dom. La mayoría de las apuestas se hacían el mismo día del partido porque, al igual que los corredores, los clientes saben que podrían perder dinero por causas imprevistas como que un jugador se lesionara. Después del partido, el equipo de Dom hacía un escrutinio de las apuestas —si bien sabían perfectamente en qué punto estaban cada minuto de partido— y Dom hacía lo propio con las apuestas de todo el negocio. Una vez se hubieran registrado los totales de cada empleado y cliente, celebraban una reunión para cambiar dinero y planificar la línea de acción para el siguiente partido.

Me encontraba en un bar de mala muerte de un barrio de Brooklyn que había experimentado cierto aburguesamiento recientemente. Mientras esperaba a Dom, veía a la gente pasar, pedir bebidas y preguntar al camarero si Dom había llegado ya. Hablaban entusiasmados de cómo las había ido la semana anterior y sobre cómo pensaban escoger a los ganadores de los siguientes partidos. Dom irrumpió en el bar y les soltó una palmada en la espalda con su manaza. Su voz atronadora acallaba incluso la música del local. Se dirigió al camarero, “¡Una Coors Light y lo que sea que estén tomando estos señores! ¿Todo bien? ¿Qué tal la familia?”. Una vez me presentó a un par de clientes diciendo, “este es Rach, mi amigo rarito”.

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Se cambió dinero, se tomaron notas y la conversación pasó de los deportes al tiempo, a la política, las mujeres, los niños, el trabajo, los empleados y de nuevo, cómo no, a los deportes. Durante ese tiempo, el teléfono de Dom no dejó de vibrar anunciando la entrada de llamadas, mensajes y correos electrónicos. Contestaba al teléfono sin decir hola, simplemente soltaba “Sí, estoy de camino”, o “Diez minutos, ¿vale, colega?”. Las llamadas de la gente con la que no se tenía que ver ese día las desviaba directamente al buzón de voz para atenderlas al siguiente.

Luego fuimos a los siguientes puntos de encuentro, en los que Dom repetía el mismo ritual con los clientes. Al anochecer, los lugares de reunión pasaban a ser clubes de striptease. La historia se repetía todos los jueves, desde las 5 de la tarde hasta la madrugada, tiempo en el que Dom convencía a sus clientes para que apostaran una semana más.

De vez en cuando se metía coca, lo que lo ponía muy nervioso, y también solía beber mucho. Una tarde de verano, hace unos años, mientras paseábamos por el centro de Manhattan, le pregunté a Dom si había disfrutado del fin de semana del Día de los Caídos. “Ha sido horrible, Rach”, me contestó. “El viernes tuve que ir a Jersey, Brooklyn y a la isla después del trabajo. Luego a Queens y a casa. Estuve con un tío al que conozco de hace años, un buen amigo. Nos debía 30.000 dólares. El capullo se presenta a la cena y me entrega un sobre con solo diez mil. Diez. Hostia. ¿Qué se supone que tengo que hacer?”. Me encogí de hombros.

“Pues cogí el tenedor y se lo clavé en el puto ojo, eso hice. ¿Sabes lo difícil que es sacarle un ojo a alguien?”.

Le dije que no tenía ni idea. “Yo tampoco lo sabía, pero es difícil.” Antes de conocer a Dom, pensaba que el mundo de las apuestas eraviolento. Pero no lo es, en general. La violencia física es muy poco común y el día a día normalmente consiste en ver quién la tiene más grande. Controlar a los trabajadores, ganar más dinero que nadie, evitar que los “degenerados” y los “sharps” te arruinen el negocio y dejar a tus rivales a la altura del betún son algunas de las tareas que describen este trabajo. A veces, cuando Dom cometía errores al ajustar las líneas de dinero, Sammy se regocijaba anunciando durante el partido las pérdidas que eseerror iba a suponer para el negocio: “¿Veis ese gol de campo? Pues nos va a costar 50.000 dólares, ¡y estamos solo en el primer periodo!”. A pesar de sus disputas ocasionales, Sammy y Dom mantuvieron una estrecha amistad hasta que Sammy se marchó a México para jubilarse. Incluso ahora, ya jubilado, Sammy regresa a Nueva York de vez en cuando para ayudar a Dom.

Cada año, con la llegada de la Super Bowl, las autoridades intensifican las operaciones encubiertas, en las que muchos corredores acaban en prisión y ven desvanecerse sus esperanzas de sacar tajada de la semana más lucrativa del año. La Super Bowl de este año se celebraba en Nueva Jersey, por lo que los corredores de la zona estaban en alerta máxima. Ante el anuncio del gobernador Chris Christie de su intención de legalizar las apuestas en los casinos de su estado, los corredores locales temieron que se tratara de una operación para desmantelar el negocio de las apuestas y demostrar la necesidad de regular un mercado negro tan lucrativo y extendido. Con estas medidas, me aseguraban los corredores, Christie y su cohorte dispondrían de más herramientas para encaminar sus pasos hacia la legalización de las apuestas deportivas con la esperanza de reflotar la maltrecha economía del estado.

En la lucha por la legalización y la regulación de las apuestas deportivas, ambos bandos malinterpretan la verdadera naturaleza de esta actividad ilegal. Como sabe todo el que conoce bien a un corredor, la propia apuesta solo es una parte del atractivo. Además de las cantidades ganadas o perdidas, existen otros conceptos implicados en estas transacciones. El “vigorish” no es otra cosa que una especie de tarifa que los corredores de apuestas cobran por la experiencia social que ofrecen. El componente social inherente a las apuestas con un corredor local jamás podría reproducirse en una actividad regulada por el estado en un casino o en las carreras, lugares en los que los clientes son atendidos por empleados desganados a través de un panel antibalas en un rincón estratégicamente ubicado entre los lavabos y el cajero automático. Lo que el estado de Nueva Jersey propone carecería por completo de personalidad o emoción. Naturalmente, la erosión de la cultura de los corredores no constituye un argumento legal sólido. Es más, independientemente de quién saliera venciendo —bien el gobernador de Nueva Jersey, bien las ligas deportivas, que se oponen categóricamente a que el estado se inmiscuya en las apuestasdeportivas—, los corredores probablemente no notarían la diferencia. Esta vez, las cosas salieron bien para Dom. No fue la Super Bowl más lucrativa de su vida, pero teniendo en cuenta las dificultades que salpicaron este partido, está satisfecho de haber quedado por encima. Las probabilidades de que la primera puntuación fuera un safety de Seattle, eran de +4.000 (o de 40/1), lo que significa que el beneficio por una apuesta de 100 dólares sería de 4.000. A pesar de lo poco probable del resultado, no dejaba de ser tentador, y algunos de los clientes de Dom realizaron la apuesta. Segundos después del kickoff, la primera ofensiva del Denver acabó en un safety de Seattle y un marcador de 2-0 a favor de los Seahawks. En ese momento,el gorila de dos toneladas me envió un mensaje: “eso nos ha matado”. Pero esto es la Super Bowl, señores, y al final Dom acabó regando con champán a los parroquianos del bar, como si el premio se lo hubieran dado a él. Dos días más tarde se fue a Costa Rica, donde regenta dos empresas de apuestas en línea, dejando el negocio en manos de Sammy hasta su regreso. Cada año realiza ese viaje al sur, principalmente para controlar las operaciones en una época en la que hay menos actividad cara a cara con los clientes, aunque confiesa en secreto que también es una forma dehuir del invierno de Nueva York. “¿Por qué coño tengo que aguantar el frío sin necesidad?”, dijo. Yla respuesta es muy sencilla: si eres un corredor que ha pasado la Super Bowl sin arruinarse ni arruinar a nadie, puedes hacer lo que te dé la gana, básicamente.