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Cultură

El lado oscuro de las adopciones internacionales

Son muchos los padres que, ante la desesperación de no saber qué hacer, piensan en tirar la toalla y se arrepienten de su decisión.

Katia. Fotografía por Pedro J. Saavedra

Katia sonríe a pesar de todo. Tiene 21 años y sufre un retraso mental leve sumado a problemas de autocontrol e impulsividad. Si no fuera por esa mirada perdida, incomprensible y su discurso desestructurado y desconcertante, podríamos pensar que es una chica como las demás. Sin embargo, la historia de su vida es desgarradora y difícil de olvidar para quienes la hemos escuchado. Afortunadamente, ella no recuerda nada de su pasado. Tal vez su mente, esa mente empeñada en alejarnos de los malos recuerdos, se niega categóricamente a retroceder a su infancia.

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Ella nació, como tantos otros niños, en una región de Ucrania devastada por la catástrofe de Chernóbil. La miseria y el alcoholismo se cebaron con miles de familias que, ante la desesperación de encontrarse en un callejón sin salida, se abandonaron a su suerte dejando a su prole en la más terrible de las soledades, la de no contar con el cariño y la protección de unos padres.

Posiblemente esa falta de amor explicaría por qué hoy Katia no puede desarrollarse como cualquier otra joven de su edad.

Álvaro, su padre adoptivo, en ese anhelo de ayudar a los demás, se animó a adoptar a Katia, después de acogerla en su casa durante varios veranos.

"Mi entonces esposa y yo nos apuntamos a un programa para acoger temporalmente niños huérfanos procedentes de Ucrania. Y así llegó Katia a nuestra casa. Ya teníamos dos hijos, pero pasar los veranos con ella nos parecía una oportunidad para mejorar su vida. No os podéis imaginar las condiciones de los orfanatos ucranianos, la frialdad con la que trataban a esos niños. Al final, después de conocer el tema en profundidad, decidimos adoptarla. Entonces tenía 7 años".

Pero pronto surgieron los primeros problemas en el hogar de Álvaro.

"Al principio creíamos que era un tema de adaptación. Un nuevo lugar, el idioma… Le dimos tiempo. Pero el tiempo iba pasando y sentíamos que a pesar de nuestros esfuerzos algo iba mal", explica.

Después de visitar a multitud de especialistas y recorrerse media España en busca de una respuesta, a Katia le diagnosticaron TDAH relacionado con problemas de adaptación a los 9 años.

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Álvaro. Fotografía por Pedro J. Saavedra

"Fue un palo terrible. No sabíamos qué hacer con ella. Era una niña incontrolable, totalmente impredecible. La convivencia se tornó imposible con mi mujer y entonces llegó el divorcio. Lo peor de todo es que ella me pidió la custodia de mis hijos mayores pero quiso desentenderse de Katia, con lo cual ella sufrió un nuevo abandono. Afortunadamente hoy en día tengo custodia total de mis tres hijos".

La infertilidad aumenta cada año en los países desarrollados. Cuando se agotan todas las vías de tener un hijo propio, se piensa en la adopción. Sin embargo, las infinitas listas de espera, el amargo camino y el dispendio económico, frena en muchas ocasiones esta decisión. Por otra parte, existe ese miedo latente y comprensible a lo desconocido. Entre los padres que se plantean adoptar son frecuentes preguntas como: ¿quiénes eran sus padres? ¿Eran alcohólicos o drogadictos? ¿Estaban enfermos? ¿Será mi hijo como ellos?

El psiquiatra José Cabrera nos habla de la herencia genética, de los factores ambientales y sobre hasta qué punto podrían influir en el desarrollo de un niño:

"Respecto a la genética hay muchas opiniones dispares, y la mía es que puede doblegarse el patrimonio hereditario con voluntad, esfuerzo, constancia y cariño, pero siempre estaremos al albur de los elementos biológicos más primitivos y ahí el azar lo es todo".

"Lo que sí se sabe desde hace muchísimos años es que los niños que carecen de caricias y arraigo emocional en los primeros meses de la infancia manifiestan en la edad adulta elementos afectivos complejos, hasta el punto de definirse un Síndrome denominado del Asilo o del Orfanato".

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"Este cuadro marca a la persona de por vida, en especial en la esfera de los sentimientos y la afectividad, siéndoles mas dificultoso confiar en los demás, transmitir y aceptar el calor del 'nuevo padre/madre' y, en general, manifiestan una cierta desconfianza cuando no clara aversión al nuevo sistema social".

"Naturalmente esto tiene grados, pues no es lo mismo adoptar a un niño que solo lleva ocho meses en un orfanato, que a otro que lleva tres años. A más tiempo desarraigado, más profundo el abismo emocional".

Parece entonces claro que, estudiado que el establecimiento del vínculo emocional de un bebé empieza hacia los 8 meses de edad (ya que antes sus necesidades son más vegetativas y de supervivencia), sería aconsejable acelerar los trámites de acogida para evitar que queden marcados por la ausencia de los mismos.

Este sería el caso de Elena, adoptada con 11 años de edad:

"Sin duda estoy marcada por mi infancia, por eso no me gusta recordarla. Hay muchas cosas que se me han olvidado, aunque sé que están ahí. Me vienen a la mente imágenes de una casa con muchos niños, donde había suciedad y colchones en el suelo. Solo nos cuidaba mi madre. A mi me decían en la calle que yo era hija de otro padre, que mi madre era prostituta. Sé que un día hicimos fuego jugando y nos llevaron a un centro de acogida, pero al tiempo nos separaron. Yo era muy pequeña. No he vuelto a saber nada de mi madre biológica ni de mis hermanos. Tampoco he querido buscarlos. Sé que no es lo más frecuente, pero yo no quiero saber nada, quiero romper con todo eso. Solo me interesa el presente".

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Elena. Fotografía por la autora

Ya tiene 36 años. Es muy bella, la piel fina salpicada por miles de pecas, pero posee unos ojos grandes y tristes, que esconden algo que ella se empeña una y otra vez en ocultar:

"Siempre estaré agradecida a mis padres adoptivos. Ellos me dieron seguridad, una casa y una formación. Pero al tiempo se divorciaron. Yo me casé muy pronto, con 19 años, y he formado una familia. Ya tengo tres niñas preciosas. Todos ellos son mi razón de vivir. Nos va muy bien, hemos vivido en varios países por trabajo y mis padres me han apoyado en todo. A veces me sabe mal haberme ido tan pronto de casa, por ellos, pero hice lo que me pidió el cuerpo".

Sin embargo, tras un largo rato de charla nos confiesa:

"Puede que en algún momento de mi vida necesite terapia. No lo sé. Nunca he ido a un psicólogo por mi cuenta, tampoco me ha costado encajar, pero no puedo explicarlo… A veces siento un vacío terrible dentro, me retraigo… En ocasiones tengo pesadillas que me remontan a una vida que no quiero revivir. Pero entonces me despierto y veo a mi marido, a mis hijas… Y se me pasa todo. Yo creo que ellos son mi terapia".

Por su parte, el padre de Katia sigue luchando por su hija. Lo tiene claro:

"Yo lo voy a dar todo por ella hasta el final. Ahora ya sabemos que tiene un retraso mental y siempre va a necesitar un tutor. Me casé de nuevo y en su educación me ayuda mi segunda mujer, que es un ángel caído del cielo. Me siento afortunado".

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Álvaro insiste en que muchos de los problemas de su hija provienen del abandono:

"Estoy convencido de que Katia ha sufrido mucho siendo niña. Y después de visitar algunos de los orfanatos que se encargan de estos niños en Ucrania, no es de extrañar que cualquier problema que tengan estos pequeños se agrave considerablemente. No los cogen, no les acarician, es su carácter tal vez… Yo he visto a muchos niños sentados, agarrando sus rodillas y metiendo su cabeza entre las piernas mientras se mecen a ellos mismos. Con el tiempo he entendido que eso es por la falta de contacto físico. Es terrible".

"Pero entonces, ¿recomiendas la adopción?" le preguntamos.

"Por supuesto. Eso siempre. Esto es una lotería, como todo en la vida. Algunos padres tenemos que luchar más que otros. Eso es todo. Pero hay un desconocimiento total de lo que desencadena en un hogar una adopción. Es como un tsunami de sentimientos y emociones para el que nadie está preparado. Se pierde mucho tiempo en papeleo, pero se olvida la problemática real, cultural y social de los niños adoptados. Casi todos pueden tener problemas de adaptación y hay que estar alerta. Pero especialmente los huérfanos procedentes de países del Este como mi hija vienen más tocados. No sé si por el alcoholismo de los padres, por el clima, ese frío, porque apenas salen al exterior… Aunque parece que ya se está actuando para reparar ese daño queda mucho por hacer".

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Ciertamente, actualmente en Ucrania se ayuda económicamente a las madres y familias de acogida. En Rusia, Putin aprobó conceder un subsidio de 100.000 rublos (unos 3.120 dólares) por niño a cada familia que acoja huérfanos inválidos o mayores de 7 años. Y en China se han puesto en marcha recientemente planes para acabar con los orfanatos a través de la figura de las 'Familias acogedoras'. Todo ello, con el fin de evitar al máximo el desarraigo de los niños, ahorrar dinero en instituciones obsoletas y de paso, evitar 'la vergüenza nacional' que proyecta un país incapaz de cubrir las necesidades de los niños.

Sin embargo, muchas ONG denuncian que las familias de acogida que reciben a cambio una subvención no son siempre la mejor solución.

Rafa Moreno, director de la Organización Coopera ONGD Catalunya, trabaja en el Proyecto SOS Ucrania y advierte, "Muchas de esas familias van 'al negocio'. Y si el cariño y el esfuerzo no existen, esos niños están perdidos".

"Nosotros hemos sido intermediarios en algunos procesos de adopción y yo aconsejaría adoptar a niños de entre 0 y 3 años. Cuando el niño es más mayor, el idioma y la cultura tienen más arraigo y todo se vuelve más complicado para ellos y los padres adoptivos. En estos casos recomendamos las acogidas temporales o por estudios. De esta forma, los niños pasan la mayor parte del tiempo en un entorno más adecuado sin perder sus orígenes. En definitiva, se trata de ayudar. No importa si en un papel pone que nosotros somos sus padres. Lo que importa es quererlos".

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No parece que el papel que juega ese cariño en el futuro de un niño se haya tenido muy en cuenta en el pasado.

Fotografía de Domingo Gamonoso

Nadina vive en España desde hace 20 años, pero trabajó durante un tiempo en un antiguo orfanato de Rusia ya desmantelado: "Siempre se ha creído que esos niños abandonados tenían 'mala herencia'. La mayoría provenían de familias desestructuradas. Allí se decía que no se podía hacer mucho por ellos, que tenían los 'genes rotos'. Yo creo que no se les cuidó como se debería. Lo pienso ahora… Qué barbaridad…".

Parece claro que para ser padre adoptivo no solo hay que querer serlo, también hay que valer. Así lo confirma la psicóloga Cristina Aguilar, experta en adopción y que conoce a la perfección la problemática a la que se enfrentan las familias con niños adoptados:

"Yo siempre digo que no solo porque quieras tener hijos eres apto para adoptar. Creo que el centro del proceso de adopción no es deseo de los padres. Habría que centrarse en esos niños. Todos ellos han sufrido un trauma que desencadena unas consecuencias. Al no haber consolidado un vínculo de apego seguro, los huérfanos viven continuamente una situación de pérdida. Tienen que recuperarse de ello y necesitan tiempo, el mismo que todos precisamos cuando terminamos una relación sentimental o perdemos a un ser querido. Pero es que ellos, además, tienen que vivir con la sensación de no saber quiénes son en realidad. Es muy complejo. Para cualquier niño adoptado, venga de donde venga".

A la consulta de la doctora Aguilar han acudido muchas familias adoptantes con problemas relacionados con la ansiedad, la depresión, la agresividad o el TDAH y, en menor medida, trastornos como la esquizofrenia o el retraso mental.

"Es duro. Estos niños requieren un mayor esfuerzo, compromiso y paciencia por nuestra parte. Hay niños que parecen muy sociables, muy alegres, y después de un tiempo en casa empiezan a tener actitudes agresivas, rompen cosas… Se diagnostican incluso falsos TDAH, se recurre a la medicación… Y en muchos casos simplemente es un proceso natural que no puede ser interpretado de manera negativa. Están sacando lo que llevan dentro. Cuando les explicas a esos padres la verdad, les haces tomar conciencia del sufrimiento de esos niños y les enseñas a no culpabilizarse, la actitud cambia completamente para bien".

No es difícil imaginar la situación de unos padres que, ante la desesperación de no saber qué hacer, piensan en tirar la toalla y se arrepienten de su decisión.

"Ocurre a veces —nos cuenta la doctora Aguilar— pero para eso estamos los profesionales. Tengo que decir que después de entender la problemática, ganan siempre las ganas de avanzar. Y si los padres se relajan, los niños se calman y se puede empezar a construir, a reparar. La terapia y, cómo no, el amor con mayúsculas, obran verdaderos milagros".