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Viajé a Ucrania para conocer mis raíces familiares y me quedé para documentar la guerra

El fotógrafo Chris Nunn nos cuenta cómo su abuela lo animó a investigar sobre el pasado más remoto de la historia de su familia.

En colaboración con Ford.

En febrero de 2013, el fotógrafo Chris Nunn viajó a Ucrania con la intención de investigar sobre las raíces de su abuela. Sin conocer a nadie ni una palabra de ruso o ucraniano, Chris emprendió un viaje sin saber bien qué encontraría. Sin embargo, la pequeña ciudad de Kalush —y pronto también el país entero y sus gentes— cautivaron su imaginación y, durante los tres años siguientes, hizo frecuentes viajes entre Yorkshire y Ucrania.

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Un año después, estalló la guerra en Ucrania y Chris, sin quererlo, se vio obligado a asumir el papel de fotógrafo de guerra. Sin embargo, en lugar de acudir al corazón del conflicto, Chris optó por documentar la cara doméstica y menos visible de la guerra. El resultado son una serie de retratos e imágenes que revelan otro aspecto de la vida en un país que se ha visto abocado a la guerra.

Mi abuela llevaba mucho tiempo librando su batalla personal contra el alzhéimer. Hacia el final de su vida, decidí viajar al oeste de Ucrania, lugar donde se había criado y del que huyó al principio de la Segunda Guerra Mundial, cuando tenía catorce años. Se marchó a Alemania, donde trabajó en varias granjas antes de regresar a Inglaterra como desplazada en 1945. Allí se casó con un hombre de Yorkshire y nunca volvió a Ucrania.

Mi abuela siempre ha parecido tener una relación difícil con su tierra natal. A veces parecía que la odiara y, en cambio, otras veces daba la sensación de que echaba de menos su "hogar". La etapa de su vida que pasó allí ha estado siempre rodeada de un halo de misterio: existen varias versiones sobre las razones que la llevaron a marcharse y la incógnita de por qué no tenía los mismos apellidos que el resto de la familia. Suponemos que era porque su nacimiento había sido fruto de alguna aventura o se había producido fuera del matrimonio.

Cuando decidí viajar a Ucrania por primera vez, mi abuela empezaba a empeorar rápidamente y cada vez recordaba menos cosas, razón por la que no quise postergar más el viaje. No sabría decir hasta qué punto estaba lúcida, pero recuerdo que en un determinado momento estaba muy enfadada. No había tenido una vida fácil en Ucrania.

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En febrero de 2013 viajé a Kalush, una pequeña ciudad del oeste de Ucrania, desde donde fui al pueblo natal de mi abuela. Me había hablado de aquel lugar en varias ocasiones. Una vez allí, hice unas cuantas fotos y se las enseñé a mi abuela, pero no fue capaz de reconocer los sitios que había fotografiado. Ya era demasiado tarde.

Llegué a Kalush sin un plan definido. Contacté por internet con Andy, otro fotógrafo que vivía cerca, y quedamos un par de días. También aproveché para visitar unas cuantas zonas industriales abandonadas — fábricas soviéticas antiguas y cosas así— en las que estaba interesado por aquel entonces.

Después pasé el resto del tiempo viajando solo, pero antes de que Andy se fuera, me escribió una nota en ucraniano en la que explicaba quién era yo, de forma que podía enseñársela a las personas que quisiera fotografiar. Muchas de las gentes de la zona nunca habían hablado con un extranjero y aquel tampoco era un lugar de mucho turismo, así que mi presencia sorprendió y suscitó mucho interés entre los lugareños, que se acercaban a hablar conmigo. Me alojaba en el único hotel que pude encontrar en las inmediaciones, con un personal muy amable.

Poco a poco hice unos cuantos amigos y empecé a sentirme a gusto, lo cual me animaba a querer volver. Y así es como empezó todo.

Durante mi tercer viaje, conocí a varias personas emparentadas con el hermano de mi abuela, que murió en Siberia durante el gobierno de Stalin. Desde entonces los he visto con bastante frecuencia. Tienen un hijo unos años menor que yo, y cuando nos reunimos todos, intentamos averiguar cuál es nuestra relación de parentesco, pero es muy complicado.

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Seis meses después de mi primer viaje, se produjo la primera protesta de Euromaidán [la primera de las varias manifestaciones que se produjeron en Kiev y que culminarían en la revolución ucraniana de 2014 y la destitución del presidente Viktor Yanukóvich]. Recuerdo que había oído hablar del tema, pero todavía no había ocurrido nada, mucho menos en Kalush.

En enero del siguiente año, pasé un tiempo en Donetsk, hoy el principal baluarte de las fuerzas rebeldes. A principios de febrero, regresé a Kalush y poco después la situación empeoró rápidamente. Al cabo de solo un par de semanas, los conflictos se recrudecieron en Kiev y las protestas se extendieron a Kalush.

Fue en aquella época cuando hice varias fotos en el funeral de un hombre de Kalush al que había matado un francotirador en Kiev. En el contexto de una pequeña ciudad, viví aquel suceso como un episodio muy real. Todo era superdeprimente: el ambiente, la rabia y el dolor e incluso el tiempo. A principios de marzo, volví a Donetsk para pasar un par de semanas, época en la que comenzó la oposición contra el movimiento nacido en Euromaidán.

Empezaron a celebrarse protestas en favor de la unión con Rusia y las últimas grandes manifestaciones pro Ucrania y UE. Después de aquello, resultó muy complicado coordinar las protestas progubernamentales y Donetsk pasó a estar bajo el control de los separatistas prorrusos.

En los 18 meses que siguieron, los conflictos se intensificaban en las zonas en las que me quedaba, algo que traté de reflejar en mi trabajo. Generalmente, la iconografía de la guerra se representa mediante imágenes de soldados, edificios abandonados y medio derruidos, destrucción y caos. Es muy importante enseñar esas cosas, pero no lo es todo en una guerra.

Como fotógrafo, podría haber viajado a Ucrania, visitar las zonas de conflicto, fotografiarlas y regresar con un reportaje de guerra. Pero estando allí, viviendo el día a día con la gente del lugar, supongo que mi percepción era distinta, y en seguida me di cuenta de que lo único que podía hacer era ignorar el revuelo mediático en torno a la guerra y centrarme en mi forma de verla, lejos casi siempre de la primera línea. Siempre me han interesado las pequeñas historias que forman parte del todo y que suelen quedar en la periferia.

Mis amigos ucranianos quizá no entiendan del todo lo que intento hacer, pero creo que lo respetan. Saben que lo hago de corazón y con la mejor de las intenciones. Espero que, a la larga, mi trabajo tenga cierta importancia y sea capaz de contar una historia de un periodo determinado de nuestra historia. Mi abuela fue el punto de partida, el catalizador de mi viaje, pero nunca me había planteado hacer un reportaje exclusivamente sobre mi familia, como tampoco estoy creando la obra fotográfica definitiva sobre ucrania, porque es un trabajo muy personal y subjetivo. Habla de los lugares que he visitado, del rinconcito que he ocupado.