FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Volver al mundo real (después de girar con tu grupo)

Cuando vuelves a tu vida normal después de un período de libertad, locura y desenfreno.

Imagen vía

Si a veces vivir ya es deprimente, aún lo es más cuando vuelves de girar unos días con tu grupo de mierda. Bueno, esto no es algo que suceda únicamente en esta situación concreta, lo puede experimentar cualquier persona que haya vivido una pausa momentánea de la cotidianidad. Estamos hablando de un período vacacional, unos días de descanso hogareño por un problema de salud no excesivamente desagradable (romperse las piernas o quedarse preñada) o un fin de semana más feliz de lo normal debido a haber estado 48 horas en la cama con alguien a quien crees que amas un poco. Pero claro, la diferencia es que en estas situaciones no te dedicas a reventarte la cabeza cada día a base de "Jackie's" (así es como al final le llamabais al Jack Daniel's con cola), horarios extremadamente irregulares y un aislamiento extremo del mundo real.

El tema es que mientras estás de gira existes en un mundo de "fantasía" en el que el centro de todo es tu banda. Todo gira alrededor de eso, no eres ni siquiera un individuo. Ahora eres parte de un todo, de un grupo —pongamos— llamado "KONDONES", que lleva ocho años haciendo descargas de rock and roll cantado en español con un toque político, por eso lo de la letra "K" para encabezar el nombre del grupo (en el logo queda de pelotas y por eso las camisetas se venden tan bien). El caso es que ya no tienes nada personal, la intimidad y tu cerebro no existen. Ya no te encantan las tostadas de queso Philadelphia con un poco de aceite y orégano por encima, ahora te gusta algo nuevo, una mezcla de preferencias no siempre elegidas democráticamente surgidas de un conjunto de opiniones mezcladas y tergiversadas. No eres tú, eres KONDONES y la gente se refiere a ti como "el que toca la guitarra en KONDONES" o el "más feo de KONDONES". Es así y lo asumes y te gusta. Formas parte de una comunidad, te sientes liberado del peso de la conciencia, eres como un árbol o un pájaro.

Porque durante ese período todo desaparece, como absorbido por un agujero negro de lujuria. Todo lo que pasa en el mundo (pese a disponer de smartphones, pese a que hay teles en los putos bares y pese a que existen, incluso, unas cosas que se llama periódicos y que se publican cada mañana y en todo el mundo con información global) no existe y no te enteras de nada. De repente ves algo relacionado con un terremoto y un tsunami en Japón o una extraña matanza en una isla en Noruega y no terminas de entenderlo, es como una ficción, no lo puedes llegar a procesar. Solamente entiendes las cosas relacionadas con tu grupo: los horarios de los conciertos, las ciudades donde tocáis y la cantidad de consumiciones que os darán en la sala. Si alguien te habla de cualquier otra cosa te girarás y te largarás.

El problema surge cuando llegas a casa e impactas con la realidad. Te encuentras la nevera vacía y el cerebro destruido. Descubres heridas en tu cuerpo que ignoraste durante la gira por un tema de euforia y que ahora no tienen demasiada buena pinta y te generan cierto horror. Buscas dentro de esa bolsa del Mercadona (la grande) que utilizaste como maleta y ves que has perdido la mitad de la ropa que te llevaste (que era bastante más de la mitad de la ropa que tienes). Hablando de perder, es probable que hayas perdido el móvil, las llaves, la cartera o lo que sea pero lo que seguro que has perdido del todo es, por supuesto, tu dignidad. Y es que empiezan a salir fotos por internet de los conciertos o de las fiestas posteriores en las que sales haciendo cosas denigrantes (¿recuerdas eso de beber vino con ARENA?) y que hacen que se invoquen recuerdos en tu cerebro que te golpean como un torrente descontrolado. Te viene a la cabeza eso que hiciste de escribir tu nombre y número de teléfono en una calle de un pueblo extraño —desde hace días que estás recibiendo mensajes de Whatsapp realmente extraños— o lo de decirle a esa chica que le comprarías un coche enorme y un poni si te comía la polla después (o antes) del concierto. Este tipo de cosas. Cosas que, ahora, en esta nueva realidad en la que te encuentras, son totalmente irreverentes.

Ahora te encuentras sometido de nuevo a horarios fijos que tienes que seguir. Ya no puedes dormir hasta las 12 del mediodía, no puedes decirle a tu jefe que llegarás tres horas tarde a trabajar del mismo modo que le decías al promotor del concierto de esa misma noche que no llegaríais a tiempo para hacer las pruebas de sonido porque había surgido un "problema" (AKA estar en un bar hasta las 10 de la mañana y levantarse a las cuatro de la tarde). De nuevo tienes que ser una pieza del gran engranaje social, dependes de gente y hay gente que depende de ti. Tienes que pagar cosas y tienes que vender tu tiempo para poder hacerlo. Las semanas pasan y el tiempo no te ofrece nada relevante. Piensas en esto y te pones triste. De gira la gente te venía a hablar e incluso las tías se te acercaban y te decían que les encantaba lo que hacías. Había gente que te pagaba la comida y te invitaba a "Jackie's". Ahora ya nadie va a hacer estas cosas por ti, al menos hasta que vuelvas a coger la maldita carretera y vuelvas a ser parte de eso llamado KONDONES.