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Corte y Confección

'Su pasatiempo favorito', una reseña del libro de William Gaddis

Una novela sobre cómo el arte, la justicia y la ley no parecen encontrarse en el mismo ámbito.

Este artículo forma parte de la edición de junio/julio de la revista VICE.

¿Es mi imaginación? Tal vez. De pronto parece que la estrategia de Gaddis, a la que primero fue sometido y que después adoptó astutamente, de hacerle creer a la posteridad que no había existido, comienza a tambalearse. Una vez más, por ejemplo, vuelve a circular en nuestra lengua su cuarta novela, Su pasatiempo favorito (1994), en la traducción de Flora Casas (entonces, en 1995, a través de Debate; ahora gracias a Sexto Piso, culpables de hacer rodar la obra de Gaddis una vez más en España y ahora en México, y con ello hacer un esfuerzo por dar a conocer a un autor que se enfrentó a una civilización empeñada en celebrar lo sencillo y lo idiota).

No quiero decir que la obra fuera desconocida, ni que pareciera serlo (Gaddis, contra marea, fue bien leído y apreciado por quienes debían leerlo y apreciarlo, desde el inicio) sino que el autor, su persona, era desconocido; permaneció durante mucho tiempo a salvo de esa cultura extraña y extendida que busca lamer, como un océano a una isla, a cualquier personalidad. De pronto, pues, Gaddis, y no sus libros, vuelve como un escritor de escritores, poco amistoso con los lectores (a quienes les exige demasiado, en opinión de algunos críticos), que fue capital para comprender a la literatura norteamericana contemporánea; un personaje excéntrico, neurótico, con ocasionales cameos en filmes de blacksploitation (Ganja & Hess, de 1973) y quien escribía mejor, satírico y menipeo al fin, cuando le motivaban el odio y el enojo (como lo pone su hija Sarah Gaddis, en el epílogo a la colección de cartas de Gaddis, editadas por Steven Moore). Pero, de nuevo, tal vez sólo sea una impresión. Porque, es verdad, además de las cartas ahora leemos de forma distinta a, digamos, David Markson, por haber sido su protegido; o a Jonathan Franzen, por haberlo denostado; también circulan biografías sobre Gaddis (el año pasado aparecieron dos: Nobody Grew but the Business, de Joseph Tabbi; y William Gaddis: Expanded Edition, de Steven Moore). Se sabe, pues, "quién fue Gaddis", un autor del que aún debemos decir que fue injustamente ignorado (una errata sobrevivió varios años en su lápida) pero a la vez, hay algo triste, ¿no es cierto? A pesar de ello seguimos sin leer los libros de William Gaddis.

¿Por qué? Porque sus libros son irritantes, difíciles, incluso podría concederse que son aburridos (como puede serlo el leer legajos burocráticos y leguleyos, aunque deba hacerse: como puede ser tedioso participar en la solución de un problema); aún más, sería difícil conceder que tienen una trama o personajes con los que uno se supone debe identificarse. O peor: se identifica el lector a pesar de que son desagradables y mezquinos. La obra de Gaddis, por su mayor parte, carece de héroes: sólo víctimas y victimarios, a menudo en la misma persona, habitan sus páginas. Oscar Crease, por ejemplo, quien detona la historia de Su pasatiempo favorito, es una especie de intelectual, un hombre letrado, tal vez el último hombre civilizado. ¿No suena antipático? Es aún peor cuando lo escuchamos hablar animado por la desesperación (cree que es dueño de sus ideas y quiere defender su propiedad ante la ley), sumido en un parloteo superficial y desinformado (uno que, creo, nosotros conocemos muy bien). Como ocurre en algunos pasajes de Los reconocimientos (1955), pero con mayor ahínco en Jota Erre (1975) y Gótico carpintero (1985), esta novela está compuesta casi enteramente por diálogos in medias res, por pasajes sufridamente precisos de deposiciones legales, cartas, el cacareo invasor de los medios de comunicación, una compleja sátira inspirada en el triste destino del Arco inclinado (1981) de Richard Serra, y el ruido eterno de las ocupaciones sin sentido. Oscar Crease podrá ser un intelectual, un dramaturgo o un artista, pero ésta no es una novela sobre el arte de escribir, sino una obra sobre la dificultad de escribir cuando estamos más interesados en figurar o ganar algo de dinero (esa es la única ocupación de Crease durante el tiempo en que lo conocemos: su pasatiempo favorito; mandar cartas y enfrentarse al mundo de los caza ambulancias y las demandas).

¿Una novela sobre cómo el arte, la justicia y la ley no parecen encontrarse en el mismo ámbito? Tal vez, sí, podríamos decir eso: una ficción que se opone a, por ejemplo, las posiciones humanistas que se desprenden de Literatura y derecho: ante la ley (2008), la breve pero intensa conferencia de Claudio Magris (que en nuestra lengua también distribuye Sexto Piso). Aunque, insistamos, Su pasatiempo favorito no es una novela sólo sobre eso. Olvidémonos aquí sobre el tema (o los temas que vuelven, continuamente, en las novelas de Gaddis: los pactos fáusticos, el arte derivativo, las imposturas, la cuestión del dinero, los dioses falsos, etcétera) y evitemos así la tentación, siempre presente, de interpretar este libro, como si fuéramos un padre bondadoso que le lee y explica fábulas a sus hijos. Subrayemos, mejor, que a pesar del aura (¿pero es sólo mi imaginación?) que comienza a adoptar Gaddis, lo que debe hacerse, lo que usted, lector, si escucha bien, debe hacer a continuación, es retirarse un momento y buscar y leer, durante varias noches si es necesario, Su pasatiempo favorito. En palabras de Gaddis: "¿Por qué inventamos la imprenta? ¿Por qué somos literatos? Porque el placer de estar completamente a solas, con un libro, es uno de los más grandes placeres".