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Cultură

Hemos leído la biografía de José María García y era un gran follador

"En la Vuelta aseguraban que con las azafatas era un escándalo".

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Es difícil imaginarse a José María García, ese hombre de metro y medio escaso, voz de pito y formas rechonchas, convirtiéndose en un empalador a la altura de los mayores titanes del porno. Pero resulta que el dios de la radio deportiva en las décadas de nuestra juventud, supuestamente, fue también un depredador de alcobas, un conquistador de señoras y un consumado devorador de hímenes. En la reciente y exitosa biografía del Butano que ha publicado la editorial Córner, Buenas noches y saludos cordiales, escrita por Vicente Ferrer Molina, hay un pasaje, ya hacia el final del libro, en el que el periodista Raúl del Pozo toma la palabra y con él, parafraseando a García, cae la booooomba informativa: "Era muy follador, muy golfo… ¡hasta que encontró a Montse!". Opinión que corrobora otro mito de la España freak, Carlos Pumares: "A García, como a mí, nos gustan las señoras, sólo que él tiene más éxito que yo. Yo le he visto en Santander, en el palacio de Magdalena, fijarse en la tía más guapa y dar la conferencia mirándola a ella la hora entera. Yo no puedo decir que lo haya visto nunca con una señorita; sí que es verdad que era lo que se comentaba: '¡Jo, García, cómo se pone las botas!' Ahora bien, ver a García, jamás. En la Vuelta aseguraban que con las azafatas era un escándalo".

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¡Para la cinta! Recapitulemos. Del Pozo, que de vida crápula sabe un huevo -se recorrió las timbas de juego en su juventud, alternó con los gitanos, fumó más porros que nadie, su afición al póker derivó en ludopatía severa-, afirma que García era un follador, y si él lo dice es que es verdad. Hace pocos días, en su columna diaria en la última página de El Mundo del 25 de febrero, volvía sobre el tema y se reafirmaba: "Yo por García -católico, golfo, insolente, generoso, arrollador-, lo mismo que el doctor Antonio Gómez Moreno, mato". Lo de Pumares se sustenta en el rumor, que circuló durante un tiempo, de que el Butano tuvo un affaire con Leticia Sabater cuando Leticia Sabater aún no era la protagonista del musical Fronze y una votante recauchutada de Ciudadanos dispuesta a reconstruirse el virgo para que se lo deshiciera Albert Rivera, sino una azafata de la Vuelta a España, rubicunda y rubensiana -lo que en vulgar llamaríamos jamona teñida de platino-, buscando marcha por las noches.

Todo el mundo le atribuye un carisma sexual magnético e irresistible, y muchas conquistas de las que se han callado los detalles

Pero el rumor, ya se sabe, es la antesala de la noticia. García, que fue el rey de la noche, aparentemente no tenía horas para dormir, así que mucho menos para follar. Pero todo el mundo le atribuye un carisma sexual magnético e irresistible, y muchas conquistas de las que se han callado los detalles, pero ha trascendido el aura. Ahora, con 72 años ya cumplidos, García se ha separado de su esposa de toda la vida, Montserrat Fraile, "su santa", la persona que, gracias a su nombre virginal, hacía afirmar a García en la radio, cuando hablaba mal del Barça, que pese a todo él amaba a Cataluña. El alejamiento amistoso está en trámites de divorcio: él lo niega y ella lo afirma. La vida golfa acaba de pasar factura incluso años después de consumado.

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García dejó de ser carne mortal para convertirse en héroe, y ahora ha devenido en mito

En este affaire, los que somos ultras de García, pensamos con él lo haría de sus amigos en el caso de que estos atropellaran a una vieja: "Lo primero que hago es preguntar qué malo ha hecho la vieja". Este es uno de los latiguillos de García, uno de los muchísimos que han calado en el habla popular -la riqueza léxica del Butano, y su invención de neologismos, sólo es comparable a la de Chiquito de la Calzada: donde uno te ponía un abrazafarolas, el otro acuñaba un fistro; si García decía "ínclito", don Gregorio se sacaba "la caidita de Roma", y así todo el rato-. Y es una expresión perfecta, la de la vieja, para demostrar que uno es "amigo de sus amigos", o en este caso, fan a muerte de quien siempre fue una extraña adicción en aquella España que se modernizaba en los ochenta, y que estaba todas las noches sentando cátedra desde los micrófonos de Antena 3, más tarde en la Cope y finalmente en Onda Cero, cagándose en la puta madre de los directivos del Real Madrid, los "chupópteros" y "chiquilicuatres" de la Federación, destapando tejemanejes, pagos sotamanga y untando árbitros; en definitiva, como un Don Quijote con micrófono en vez de lanza, él solo contra el mundo de corruptos, incompetentes y necios, desfaciendo entuertos. Un hombre solitario embarcado en una cruzada contra la injusticia; podía haber sido Michael Knight conduciendo a KIT, el Coche Fantástico, pero no, era el Butano dejando como chupa de dómine a Florentino Pérez.

Incluso 14 años después de que José María García abandonara la radio para ya no volver más, sigue siendo una figura de altísima estatura moral. Aunque su palabra ya no fluya por las ondas, el eco de las viejas denuncias todavía resuena -aquí vamos a soltar algo de psicología, algo de Carl Gustav Jung- en el inconsciente colectivo. Lo que significa que García dejó de ser carne mortal para convertirse en héroe, y ahora ha devenido en mito. A él seguramente no le gustarán estas palabras, porque el halago debilita -una de las grandes enseñanzas zen del maestro García, su koan más perfecto-, pero si en vez de decirlo un servidor, que no es nadie, lo dice Pedro J. Ramírez, entonces la cosa cambia.

No regresará a la radio, pero con este libro ha vuelto a solidificar su presencia en el imaginario español, tan necesitado de titanes en un momento en el que campan por sus respetos los chiquilicuatres, los soplagaitas y los que chupan del bote

En el prólogo de Buenas noches y saludos cordiales, que es un libro de lectura imprescindible para cualquier admirador de García que se precie -plagado de anécdotas, de revelaciones jugosas, de léxico butanil, de cameos espectaculares entre los que sólo ha faltado el de Gaspar Rosety (DEP)-, Pedro J. se pregunta qué hubiera pasado en este país si García algún día hubiera hecho la transición del periodismo deportivo al generalista. Combativo como es, paladín de la denuncia y látigo de corruptos, seguramente García se habría puesto las botas en un tiempo como éste en el que los altos cargos roban a manos llenas, la monarquía utiliza vocabulario escatológico en Whatsapp y se ha convertido la vida pública en un circo de tres pistas, con payasos, trapecistas y domadores de fieras. Quizá con García, en plena efervescencia de neuronas y la sangre hirviéndole por la corrupción, hubieran rodado cabezas -la suya, por enemigo público número uno, o las de los mandamases, que en léxico caló, tal como nos ha enseñado Raúl del Pozo, se dice barandas, del mismo modo en que la policía es la pestañí.

García sigue siendo una droga altamente adictiva. Cada vez que le entrevistan -en tele, radio o prensa, sea Jordi Basté o el patrocinado por Carhartt (o sea, Évole)-, consumimos sus declaraciones como si fueran la farlopa más pura del mercado. No regresará a la radio, pero con este libro ha vuelto a solidificar su presencia en el imaginario español, tan necesitado de titanes en un momento en el que campan por sus respetos los chiquilicuatres, los soplagaitas y los que chupan del bote. Y si encima aprendemos que era un follador, la mitad exacta de Nacho Vidal, entonces no queda más remedio que jalearle como un dios. Hay un momento del libro que es espectacular: en 1968, mientras García se preparaba para cubrir los Juegos Olímpicos de México para el diario Pueblo, intuye que va a haber una masacre estudiantil en la plaza de las Tres Culturas. Y dice: "Cuando llegue lo que tiene que llegar, aquí va a haber dificultades con las comunicaciones. Estudié las opciones y me fui hacia la telefonista. Tendría cuarenta años. Para mí, entonces, eso era mayor. Fea, para perro de cortijo, pero con ganas de batalla. Yo tampoco era Brad Pitt que digamos. Estaba gordito. Por la tarde le regalé unos bombones y me invitó a cenar. Yo creía que iríamos a un restaurante típico, pero me llevó a su casa. Cumplimos como buenamente se pudo. Y, claro, cuando estalla la revuelta: exclusiva telefónica. Hubo que hacer algún esfuerzo, pero exclusiva telefónica. A partir de entonces, la primera línea con España siempre era la mía". Uno, enano y follador: nunca habrá otro como el Butano.