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Cultură

¿Es Taller Capuchoc una mierda o no?

Fuimos a ver "Taller Capuchoc" de Carlo Padial y pese a ser cojonuda nos pareció una auténtica mierda.

Muchos ámbitos de lo artístico albergan esa necesaria idea de la relatividad de la belleza. Pongamos por ejemplo a los recientes Psychedelic Horseshit, un grupo de música de Columbus que se dedica a desmembrar perfectas canciones de pop desgarrando su forma y convirtiendo la producción de las piezas en un auténtico vertedero inhabitable. La belleza, por así decirlo, se encuentra en lo grotesco, en la subversión, en lo temible y lo peligroso, llegando a alcanzar ese estado de lo sublime que describía Immanuel Kant. La belleza se encuentra en lo superficial, lo sublime es esa incomodidad que genera una propuesta y todas esas ideas que emanan de ella.

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Taller Capuchoc de Carlo Padial (y de tota la troupe de los Pioneros del Siglo XXI), funciona de la misma forma, derivando de este juego sus mejores y peores momentos. La cinta trata con lo estrictamente incómodo, con lo feo y lo mal facturado para así poder hacernos llegar a otro ámbito de interpretación. La película en sí es una colmena de personajes mal caracterizados sujetos a situaciones que más que querérsenos mostrar de forma inteligible se nos ocultan en un montaje que oscurece toda comprensión. El objeto fílmico en sí es indecente y, hasta cierto punto, ofensivo para el espectador pero como ya sabemos, el cine es mucho más de lo que vemos en pantalla y tenemos que descubrir qué mensaje se deriva de toda la propuesta. ¿Existe una coherencia entre forma y contenido?

Se puede trazar perfectamente una línea que une el mensaje que quiere transmitir Padial con ese personaje de un escritor que se ve obligado a trabajar en un taller literario para subsistir. Hundiéndose en batallas internas y deshumanizándose, enfrentándose a una crisis existencial terrible. La industria como enemigo, el capitalismo como ese mal eterno contra la cultura. De aquí podemos saltar fácilmente a esa otra capa de interpretación metacinematográfica. Escudándose en la teoría, Taller Capuchoc se justifica y se alza majestuosamente como crítica a una forma de entender la cultura que se encuentra patéticamente manchada por los latigazos de lo puramente económico. Negar el cine como simple instrumento de mercantilización, como producto, como marca o como contenedor de publicidad. A la par también quiere desmitificar la idea de ese cine de la gran industria americana de los años cuarenta o setenta que tanto se ha querido emular en todo el mundo y que tantos fracasos ha generado.A nosotros, a España, tampoco nos pertenece este tipo de cine y actualmente es algo que queda absolutamente alejado de nuestra realidad. Taller Capuchoc se podría comparar con propuestas que ya hemos visto anteriormente, como las películas de Paul Morrissey, los ensayos fílmicos de Jean-Luc Godard, los diarios filmados de Jonas Mekas, Stan Brakhage, el manifiesto Dogma 95 o el aún más reciente movimiento Mumblecore, todos ellos con razonamientos parecidos a los que propone Padial. Y es que ahora, más que nunca, se pueden hacer otro tipo de películas gracias a que existen nuevos medios técnicos que nos permiten financiar, realizar, distribuir, exhibir y entender el cine de una forma que se encuentra a las antípodas de ese cine norteamericano antes mencionado.

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Una de las estrategias que propone el film es negarse a ser partícipe de esas tendencias más propias de la industria: rechazar su dependencia a un financiamiento, huir de lo puramente estético o ignorar ciertas inercias promocionales, como por ejemplo ofrecer un estreno oficial. Según Padial, la película está en constante evolución, existiendo días de rodaje posteriores a la primera proyección. No existe un producto final y en estos tiempos de la inmediatez y del Tweet rápido es agradable ver como alguien se toma las cosas con calma y el resultado crece con lentitud, se piensa y se moldea durante un largo período de tiempo.

A nivel estético, todo el horror visual que propone Taller Capuchoc se convierte en un collage de pura belleza. Todas esas actuaciones horrendas, el montaje epiléptico, la dirección de arte absolutamente desfasada, las actuaciones esperpénticas y caricaturescas propias de Cruz y Raya en los peores momentos de RTVE, las cortinillas con imágenes de Google, el pésimo sonido y todos esos trucos de audio sacados de bibliotecas de sonido y repetidos a lo largo de la película son grotescos pero bellos a la misma vez cuando se ponen en paralelo con la idea que tiene Padial sobre el cine.

Aun así, y este es uno de los grandes fallos de Taller Capuchoc, la cinta cae en algunos de los peores tics del cine que critica. Pese a no tener un estreno puntual, utiliza los medios tradicionales de exhibición (salas de cine, televisión,…) y cae de lleno en la utilización de ese “sistema de estrellas” tan típico del cine clásico norteamericano, incluyendo entre los actores y participantes de la película a “grandes” nombres de este mundo que algunos llaman “post-humor”. En ella aparecen Miguel Noguera, Xavi y Esteban de Venga Monjas (el primero actuando y el segundo encargándose de la banda sonora), Manuel Bartual diseñando los créditos, Joan Cornellà encargándose del póster, etc. Todo un elenco de “famosos” (joder, ya me entienden ustedes) que, no lo vamos a negar, forman parte de uno de los puntos fuertes de la promoción y del interés de Taller Capuchoc. Si Padial tiene el mensaje tan claro y dirige una película cuya estética es tan brutalmente amateur -digna de una práctica de un taller de cine de un instituto durante unas jornadas culturales de Sant Jordi-, ¿por qué no se ajusta completamente a esta radicalidad a todos los niveles? Lo lógico sería que repudiara ese modelo de cine tan diabólico que critica y presentara la película únicamente en salas alternativas, ateneos, centros sociales, casas ocupadas (joder, ya me entienden ustedes) y dejara de utilizar caras conocidas como gancho publicitario. En este sentido creo que Padial –dada la radicalidad de su propuesta- se queda a medio camino, de tal forma que incluso puede parecer que toda esta tesis que defiende sea solamente una excusa para justificar un producto audiovisual más bien pésimo.

Vinculándolo con Psychedelic Horseshit, el grupo que he citado antes, ambos proyectos son dolorosos a nivel formal y ambos tienen una tesis interesante pero cuando barres toda la basura, en el primer caso nos queda una preciosa canción de pop y en el caso de Taller Capuchoc apenas nos quedan 5 minutos decentes de cine.