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Así es crecer en

Así es crecer en... Ibiza

Para mucha gente Ibiza es solo sinónimo de fiesta, verano, hippies o drogas sintéticas. Los que tuvimos la suerte de nacer allí sabemos que esconde mucho más.

"¿Ah, pero hay gente que vive ahí todo el año?" Sí, es una pregunta que me han llegado a hacer medio en serio, medio en broma. Puede que incluso tú te lo estés preguntando ahora mismo. Para mucha gente Ibiza es solo sinónimo de fiesta, verano, hippies o drogas sintéticas. Los que tuvimos la suerte de nacer allí sabemos que esconde mucho más, y nos esforzamos en hacerlo saber en todas las conversaciones con tópicos a las que nos enfrentamos (que no son pocas).

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Pero, ¿de dónde proviene el "homo ibicencus"? Una gran parte de los niños que pululábamos por la isla durante los 90 éramos hijos de andaluces, murcianos o extremeños que emigraron a la isla para trabajar a principios de los años 70, cuando los turistas empezaron a llegar en masa y nació el boom hotelero. De hecho, por aquél entonces los nativos llamaban mursianus a nuestros padres y a todo aquél que no tuviera raíces isleñas.

De niño, no era muy consciente de que vivía en una isla hasta que mis compañeros de clase empezaron a relatar sus primeros viajes a la península. Viajes exprés de fin de semana a Madrid o Barcelona nos parecían auténticas aventuras. Palabras como zoo, parque de atracciones o centro comercial hacían volar nuestra imaginación más que cualquier película de Disney. Allí no teníamos nada de eso. Por no hablar del que iba a Andorra a esquiar en Navidad. Ese era el rey absoluto durante el resto del curso.

Y es que los chavales ibicencos no van a veranear a ningún sitio. Parece obvio, pero explícaselo a un niño… El verano era precisamente cuando más trabajaban tus padres. Recuerdo que algún verano me pareció incluso "algo aburrido". Qué paradoja si lo pienso ahora… ¡Tres meses en Ibiza y sin ninguna obligación! Casi todo lo que hacíamos era bajar a jugar al barrio con el balón o la bici o hacer castillos de arena los fines de semana.

Empezabas a sospechar algo raro cuando veías esos gigantescos carteles de las discotecas copando un lado y otro de las carreteras, con chicas semidesnudas o extrañas ilustraciones multicolor con efectos psicodélicos. Eran los tiempos en los que Pachá aún no era una marca global. O del mítico Ku (ahora Privilege). Nuestra familia tenía una pequeña casa de campo cerca de allí y recuerdo que por la noche mis primos y yo nos quedábamos mirando aquella hipnótica cúpula multicolor de la que salía todo tipo de música y flipábamos pensando cómo sería estar allí dentro. Decían que en su piscina al aire libre se hacía hasta el amor.

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A medida que fuimos creciendo los veranos fueron, como no podía ser de otra forma, mucho más interesantes. Vas creciendo y entendiendo el entorno, adquieres un vínculo especial con los turistas, los consideras parte del paisaje. En mi caso, empecé a darme cuenta en los autobuses de línea. Durante el verano, en aquellos buses viajaban básicamente turistas y adolescentes de 13 o 14 años. Era la única forma de ir a las playas "buenas" cuando aún casi nadie tenía moto. ¿Quién no ha apurado para volverse en el último bus de las Salinas, haciendo cola apretujado entre las tetas operadas de una italiana y el sobaco de un alemán? Ahí aprendimos nuestros primeros piropos e insultos en varias lenguas. Adaptarse o morir.

En la playa era donde estábamos en nuestra salsa. Disfrutábamos de libertad absoluta y teníamos un radar infalible para cazar famosos, que venían de la mano del gran Labi Champion. ¿Quién no ha abordado a Cañizares, Guti o Camacho en el Malibú para pedirles un autógrafo? Yo hasta recuerdo hacerme una foto con Sonia Monroy o Bustamante. Qué cosas… Actividades inocentes como jugar a palas (obligatorio tener una Luis Calle) o ir nadando hasta la boya, se mezclaban con otras más picantonas, como ir a dar putivueltas playeras, que básicamente consistían en ir a mirar tías tomando el sol en tetas. Y es que el culto al cuerpo y la naturalidad con la que veíamos a gente haciendo topless (o desnuda) es algo a lo que te tienes que acostumbrar si creces en Ibiza. Con los años es algo que también termina pasando desapercibido.

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Labi Champion con Gonzalo Miró, José Antonio Camacho, David Bustamante, Fernando Hierro y Pepe Reina. Imagen vía.

A medida que fuimos creciendo, sabíamos que se acercaba nuestro gran momento, experimentar nuestras primeras noches de juventud. Entrar a las grandes discotecas."Las mejores del mundo", decían. Recuerdo que sería sobre los 15 años, colándonos en fiestas fuera de temporada. Me alucinaba lo grandes que eran algunas salas, los ritmos techno-trance, los millones de luces del techo, los espectáculos de color y los contorsionismos de las gogós.

Probablemente éramos los chavales más prevenidos del mundo sobre los peligros de las drogas. Nuestras madres ya se encargaron de meternos el miedo en el cuerpo. Tengo que reconocer que fuimos un grupo de adolescentes bastante responsables, aunque nada nos impidió ser asiduos a unos botellones épicos en los que mezclábamos cualquier cosa con vodka rojo Ursus… Sinceramente, creo que habíamos visto tanta gente tirada por ahí a lo largo de nuestra juventud que le teníamos bastante respeto a cualquier droga más dura.

Recuerdo con especial cariño las fiestas de la espuma en Amnesia, donde tenías que entrar antes de las dos y aguantar hasta pasadas las seis para que aquellos cañones empezasen a echar borbotones de agua y jabón. Aunque reconozco que merecía la pena. Era la ocasión perfecta para bailar sin control y restregar tus hormonas en ebullición contra cualquiera. Mucho peor era el frío polar que pasabas al salir y cómo quedaba el taxi que te traía a casa.

A la hora de ligar, todo ibicenco de entre 14 y 18 años tiene un limitado pero efectivo glosario del flirteo en varios idiomas. "You have beautiful eyes", "Ma che bella ragazza". Hasta el típico "Voulez vous coucher avec moi". Cualquier cosa valía para iniciar el palique. Pueden parecer métodos rudimentarios pero tenían un porcentaje de acierto asombroso en Playa d'en Bossa con cualquier guiri desinhibida. O no. La memoria a veces me traiciona.

Lo cierto es que muchas veces, cuando estás allí todo se te queda pequeño, necesitas salir para no sentirte ahogado. Pero cuando estás fuera hay una especie de magnetismo que te obliga a volver cada poco. Será el síndrome de la isla. No cambiaría por nada mi infancia en el paraíso.