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No hay derecho

Si celebró que el impuesto a las bebidas azucaradas no pasó, esto es para usted

OPINIÓN | El ciudadano debe ser libre de decidir si toma esas bebidas o no, pero debería contar también con la información completa para hacerlo.

El año pasado Dejusticia, junto con otras organizaciones, defendió un impuesto a las bebidas azucaradas que la Organización Mundial de la Salud recomienda. Desafortunadamente, el impuesto no entró en la reforma tributaria y, para mi sorpresa, muchas personas celebraron esto. Y no hacían parte de la industria precisamente.

Las redes sociales se inundaron de comentarios caricaturescos. "Habría que poner impuestos a las salsas, hamburguesas, perros calientes y a las sillas, porque son causa de sedentarismo", decían algunos. Había otro grupo que aplaudía el no tener un Estado que limitara nuestras libertades. Clamaban cosas como "el que quiera tomar una gaseosa, que se la tome", "las personas deberían ser libres de elegir lo que se les dé la gana" y "cada quien escoge el veneno con el que se mata".

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La cantidad de opiniones que celebraban la libertad y el laissez faire (o en otras palabras, dejar que el mercado actúe solo) me impresionó. Soy economista y creo que el Estado debe intervenir cada vez que el mercado falla. A raíz de tantos comentarios de celebración me quedó la duda de si la regulación por parte del Estado era o no necesaria. Después de investigar, estoy segura de que sí lo es y espero convencerlo con esta columna.

Para comenzar, es probable que se esté preguntando por qué la pelea contra las bebidas azucaradas y no las empanadas o la morcilla. Voy a tomar el ejemplo de una bandeja paisa, que permite responder a esa duda. De acuerdo al Ministerio de Salud, una bandeja paisa tiene 1.089 calorías. Por su parte, un litro de Coca Cola tiene 420 calorías, uno de jugo de lulo marca del Valle contiene 436, uno de Fuze Tea limón tiene 328 y uno de Pony Malta, 460. Si usted se toma un tercio de litro de este jugo en el desayuno, luego almuerza con una lata de 330 mls de Coca Cola, por la tarde se toma 200 mls de Pony Malta y acompaña la comida con 330 mls de Fuze Tea, estará consumiendo a nivel calórico un poco menos de media bandeja paisa.

Pero seguramente en la vida real usted no sería capaz de almorzar una bandeja paisa y repetir. Ese es el lío de las bebidas azucaradas: están hechas de calorías vacías, que no generan un sentimiento de saciedad. Entonces usted no sólo estaría consumiendo las mismas calorías de casi media bandeja paisa, sino que no se va a sentir satisfecho (o lleno) y va a seguir comiendo.

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Ahora, el otro argumento repetido miles de veces se relaciona con qué tan paternalista debería ser el Estado. Si la gente se quiere matar tomando gaseosa ¿debería ser libre de hacerlo?

Claro que usted debe ser libre de decidir si se toma esa bebida o no, pero debería contar con la información completa para hacerlo. Lo primero que usted tiene que saber es que el azúcar estimula los mismos lugares del cerebro que las drogas, por lo que nos generan un placer bastante similar al de, por ejemplo, la cocaína.

Segundo, es necesario que sepa que el azúcar crea dependencia. Un estudio de la Universidad de Princeton, en el que se le dejó de dar azúcar a ratas, encontró que después de 24 horas los animales comenzaron a mostrar síntomas de abstinencia como el bruxismo (cuando uno mueve la mandíbula continuamente). Además, la adicción por el sabor dulce puede sobrepasar a la de la cocaína. Investigadores de la Universidad de Bordeaux hicieron un experimento con ratas en el que les permitían escoger entre agua endulzada con sacarina (un endulzante sin calorías) y cocaína intravenosa. El 94% de los roedores prefirió el sabor dulce de la sacarina. Y más alarmante: cuando cambiaron la sacarina por fructosa (que sí tiene calorías), encontraron que la tendencia no cambió. Es decir, que las ratas lo que preferían era el sabor dulce independientemente de que tuviera o no calorías.

Después se dedicaron a aumentar la dosis de cocaína, pero no lograron cambiar el comportamiento de las ratas. Los científicos también analizaron la cantidad de dosis que tomaban: mientras las ratas consumían cocaína tres veces al día, tomaban dulce treinta veces (¡diez veces más!).

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Seguramente la mayoría no conoce los efectos de las bebidas azucaradas enunciados anteriormente. Este hecho hace que exista una falla del mercado, pues las personas están tomando sus decisiones basadas en información imperfecta (como se dice en economía). Además, el problema con estas bebidas no es sólo la falta de información. Hay que tener en cuenta que las empresas invierten miles de millones de pesos en marketing. Postobón, gastó en el 2015 $123.812 millones de pesos en publicidad (mucho más de los $7.830 millones que el Agua Oasis ha entregado para educación desde el 2009 y el 84% de lo que la empresa le invirtió al deporte de 2009 a 2015).

Foto 1. Gastos de distribución y ventas año 2015 (cifras en millones)

Foto 2. Modelo de sostenibilidad

Aunque no le tengo el dato del gasto de publicidad de FEMSA, basta entrar a su página para ver la descripción de los productos. Coca Cola: "Bien fría, hace disfrutar cada instante de la vida ya que añade magia a cada momento." Del Valle: "hechos con las mejores frutas, y cosechados con un cuidado y cariño que solo Del Valle sabe. Son una excelente opción de nutrición y vitalidad." Pero, ¿dónde nos previenen sobre los efectos que tienen las bebidas en el cerebro? ¿Quién nos cuenta sobre los experimentos con ratas y cocaína?

Usted no cuenta con la información suficiente para decidir si se toma o no esta bebida azucarada (fundamentalmente calorías vacías). Además, cuando una organización intenta compartirle esta información la Superintendencia de Industria y Comercio, que debería velar por los derechos de los consumidores, ordena retirar el comercial. ¿Qué tal si en el etiquetado hubiera un letrero que le informara sobre los perjudicial que resulta el exceso de azúcar para la salud?

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Digamos que las empresas dejaran de gastar millonadas en publicidad y que el Estado legislara para que el etiquetado tuviera información completa sobre el producto, pero usted decide que quiere seguir envenenándose con estos líquidos. Usted entonces le estaría costando millonadas al sistema de salud del país, que según el Ministerio de Salud para el 2013 tuvo que hacer un gasto de $740.000 millones por la diabetes atribuible al consumo de bebidas azucaradas.

Personalmente, no tendría ningún problema con que usted se envenene, pero tampoco estaría de acuerdo con que de mis impuestos salga el dinero para tratarlo. Por eso la idea del impuesto del año pasado es clave. Porque si usted va a seguir consumiendo esas bebidas debería asumir todos los costos de hacerlo.

En caso de que esté dudando de si el impuesto funciona o no, y piense que las personas van a seguir tomándose ese veneno sin importar el dinero que invierten en él, tenga presente que en Berkeley, California, el impuesto redujo las compras de bebidas azucaradas en un 9.6% tan solo un año después de su inclusión, y los tenderos no perdieron dinero (otro de los argumentos de la industria) pues las compras de agua embotellada, jugos de fruta y té sin azúcar aumentaron.


* Valentina Rozo es investigadora de Dejusticia

** Este es un espacio de opinión. No representa la posición de Vice Media Inc.