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Mike Tyson: las altas y bajas de un campeón

Hace 30 años, Mike Tyson se convirtió en el campeón de peso completo más joven en la historia del boxeo, y para honrarlo decidimos recordarlo.

Taciturno, lento, apagado, decadente. La genialidad de Muhammad Alí se apagaba en una esperpéntica función en Las Vegas que tuvo como antagonista a Larry Holmes. Los recuerdos de jornadas de gloria y grandeza sólo servían para agudizar el horror de la pesadilla. Aquel humillante final que era también un sufrimiento colectivo, un padecimiento común para aquellos seguidores del box que tuvieron revelaciones profundas inspirados por su mito. Entre ellos podemos situar a Cus D'Amato, que en los días posteriores a la pelea se le hacía imposible mantener la concentración ya sea en una conversación trivial o en el gimnasio con sus jóvenes boxeadores. La impotencia de ver al más grande aplastado y desvalido le era insoportable, y sólo se calmó cuando un día mientras manejaba, este le llamó personalmente para prometer una revancha digna. En el mismo vehículo a su lado escuchaba esa conversación con extrema curiosidad el joven Mike Tyson, que no pudo nunca olvidar que fue ese tal Larry Holmes el culpable de aquellos días de angustia de su maestro.

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Mientras el fuego legendario de Ali se extinguía, una pesadísima niebla nicotinosa se colaba por los pulmones de los peleadores en el Holyoke Boys Club. Entre los alaridos disfónicos de los presentes, dos poderosísimos brazos cortaban el aire y derrumbaban múltiples enemigos. Cada uno de los puños que Mike conectaba eran empujados por 96 kilos de peso y una rabia profunda que se había acumulado en su tránsito por los suburbios de Brooklyn, en cada noche de frío y hambre en Brownsville con sus hermanos y madre, en cada burla por su tamaño y seseo al hablar, y cada vez que se dio cuenta cuando niño que la única forma de frenar a las bestias de un mundo miserable y gris era golpeándolos hasta la inconsciencia. Cada una de esas numerosas noches en un calabozo que fueron recurrente escenario de su infancia, algún día en un futuro no muy lejano serían la leña que haría arder su fuerza a intensidades nunca antes vistas.

Pero la más profunda experiencia con el dolor del espíritu parece haber ocurrido a once combates de iniciado en el profesionalismo, cuando el maestro Cus D'Amato murió al padecer una neumonía que no pudo resistir. Es posible que haya sido este el momento en que la furia se desencadenó en caudales incontrolables, quizás delimitado en un primer momento por la obsesión de llegar a la cima, que tocó por primera vez cuando se hizo del cinturón de la WBC concretando una primera gran venganza ante Trevor Berbick. El mismo que había salido hace unos años triunfante en Bahamas de la última y definitiva humillación de Alí, ahora terminaba su contacto con la gloria tras ser blanco de una ráfaga de brutales impactos que en el segundo round le quitaron el equilibrio y el título definitivamente. Algunos años más tarde, la venganza sería completada con el hasta entonces invencible Larry Holmes, aquel que se había atrevido a dañar a Alí y con ello al profesor Cus, y que cayó tras cinco rounds de incesante castigo.

Pero esa desmesurada fuerza de Tyson movida por el odio rebasaría los límites del cuadrilátero, y los demonios ya no sólo se transfiguraban en esos hombres de pantalones de colores y guantes rojos acolchados. Ya no había respuesta posible que no fuese la violencia ante el desconcierto y el miedo. Así había aprendido a sobrevivir, y así reaccionaría ante cada cosa que le fuese negada, y así comenzaron también a caer todos los que osaran desafiar sus deseos, y cayeron también esos que se sentían con el derecho a decirle cuando salir, que comer y otras reglas que no tenía por qué aceptar, y cayó finalmente aquel campeón llamado Mike Tyson, ese guerrero invencible que sabotearía su propio y legado y terminaría perdiendo su racha imbatible un hasta entonces desconocido Buster Douglas.

Tras una temporada en el infierno, condenado por la justicia al encierro, una vez más intentó Tyson empezar de cero y recuperar la gloria perdida. Pero ni la cárcel había logrado aplacar esa rabia incombustible, ese odio que lo conducía irremediablemente hacia el abismo final. Evander Holyfield mostró a un campeón frágil con el espíritu perturbado por fuerzas oscuras que ya no había cómo exorcizar, y que fueron como nunca antes evidentes en la patética mordida que destrozó una de sus orejas. Aquel gladiador invencible, impotente, traicionaba los códigos sagrados del deporte que lo había hecho capaz de todo, menos de encontrar la cura a ese odio que así como le dio vida lo terminó destruyendo.