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La última película de Wolverine es (casi) una obra maestra

RESEÑA // Es la película que habíamos estado esperando desde que Wolverine hizo su primera aparición en la pantalla grande hace 17 años. Hugh Jackman se despide con gloria del personaje.

Desde mi niñez y hasta el día de hoy, los X-Men han sido mis héroes favoritos del universo Marvel. Wolverine, en específico, siempre me llamó la atención: un personaje de pocos amigos, de pocas palabras, y de poca estatura (por fin un superhéroe con el que tenía algo en común); y claro, con garras de adamantium que le salían entre los nudillos. Wolverine —o Guepardo, como lo conocí en la serie animada de los noventa—, era el tipo rudo, el rebelde sin causa, el Vegeta de los X-Men (siempre creí que existían muchas similitudes entre los Hombres X y los Guerreros Z), y en el año 2000 por fin pude verlo en carne y hueso, personificado por el actor australiano Hugh Jackman.

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Diecisiete años y 135 minutos después, salí de una sala de cine en la que Jackman se despedía del personaje que le había abierto todas las puertas, y cuesta no entristecerse con su partida. Sin lugar a dudas, el australiano (que personificaba a un mutante canadiense que, a su vez, fingía ser estadounidense) era la joya de la corona de la franquicia de los X-Men, haciendo apariciones en todas y cada una de las películas, desde los breves cameos de First Class, hasta las entregas dedicadas enteramente a él (Wolverine: Origins, The Wolverine), que eran pésimas.

Afortunadamente, Logan, dirigida por James Mangold, resultó ser una carta de despedida digna y más que sobresaliente para Wolverine. Desde sus elementos técnicos, la película acierta y se entiende con las motivaciones y acciones de los personajes. La paleta de colores, por ejemplo, comienza siendo tan árida como el mismo Logan, pero a medida que avanza la cinta —y con ella, el arco del personaje— los colores se vuelven más cálidos, más familiares y menos secos. Se siente que la producción es pensada desde todos sus elementos y nada es aleatorio.

Todas las fotos cortesía de 20th Century Fox.

En cuanto a la acción, Logan es la película que habíamos estado esperando desde Wolverine hizo su primera aparición en la pantalla grande. Las coreografías de las peleas tienen gracia y ritmo, pero nunca se sienten impostadas. Adicionalmente, gracias a que la producción es para mayores de edad, finalmente podemos ver al verdadero Weapon-X, a la bestia que vive dentro de Logan, sin censura ni mesura. La calificación R permite mostrar cabezas y miembros volando por todas partes, haciendo que personajes como Daredevil y The Punisher, de Netflix (que alcanzaron a ser muy criticados por lo violentos), parezcan boyscouts que no hieren ni a una mosca.

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Hablando de la trama, el film empieza en 2029 con un Logan cínico y casi desesperanzado, que trabaja como chofer de limusina para poder mantener con vida al Profesor X, quien por supuesto ha envejecido y se encuentra en un estado de salud delicado. Los mutantes (menos ellos dos) se extinguieron desde hace 20 años y las épocas de heroísmo han quedado atrás, relegadas, literalmente a las páginas de historietas. De repente, una niña llamada Laura, quien parece ser la primera mutante que ven en décadas, llega a las vidas de los dos X-Men, cambiando sus planes de una vida de retiro.

En ese sentido, más que un derroche de escenas de acción sin sentido, la última cinta de Wolverine es una película de viajes, e incluso un emotivo western en el que el Logan, el Profesor X y Laura interactúan como pocas veces se ha visto en las películas de superhéroes. Las actuaciones por parte de Hugh Jackman, Patrick Stewart y Dafne Keen son matizadas pero certeras, y en ningún momento el espectador deja de creer que los actores sean, en efecto, los personajes que están representando.

La actuación de Stewart, quien también se despide de la saga de X-Men con esta entrega, es especialmente conmovedora. El Profesor X, con quien personalmente nunca simpaticé como personaje ni en películas como en cómics, se encuentra en esta ocasión en un estado de vulnerabilidad que por fin lo humaniza y le permite mostrar una faceta diferente a la del todopoderoso Charles Xavier. Sus diálogos son sabios, como lo han sido siempre, pero esta vez van acompañados de la ternura y el afecto de un abuelo, de un padre, y no del acartonamiento de un profesor.

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Por su parte, Dafne Keen supera todas las expectativas en su interpretación de Laura. Su actuación, que consiste mayoritariamente en miradas y expresiones faciales y corporales (cuando no está acabando con toda una tropa de militares) es lo suficientemente sutil como para enternecernos por su inocencia, y al mismo tiempo para hacernos mantener una distancia. Sus momentos de silencio son destacados en la película y las miradas que comparte con Jackman y Stewart, le brindan al film un tono mucho más reflexivo que el de películas como Avengers o Suicide Squad, en las que difícilmente hay ese tipo de situaciones contemplativas.

Pero aunque Laura es el hilo conductor de la película, es la relación de Charles y Logan la que se destaca, la que termina con broche de oro una conversación de 17 años. Hay un evidente lazo de padre e hijo entre los dos, que, en vez de idílico, se muestra realista. Charles se encuentra en sus 90 años y Logan, quien lo cuida, debe encargarse de todo lo que eso implica. Y aunque lo hace con mucho amor por su mentor, también lo hace con un increíble sacrificio. La vejez de Xavier y los sentimientos de agradecimiento, deber y compromiso de Logan, simplemente añaden aún más capas a los personajes que, en sí mismos, ya cargan con una complejidad intensa (que no revelaré para evitar spoilers).

Lamentablemente, la película poco a poco va perdiendo el rumbo; sin duda pudo haberse beneficiado de un recorte en la duración. El tercer acto se distancia del tono de los dos primeros y, aunque no es malo, no alcanza a hacerle justicia al excelente desarrollo que se le dio a la película en los momentos anteriores. Los personajes no generan empatía y la historia da vuelta innecesarias para facilitar, tal vez muy convenientemente, una parte de la conclusión. Sin embargo, la toma final del film redime las decisiones desafortunadas de esta sección, dejando a los fanáticos de los X-Men en una situación emocional que uno no esperaría encontrar en un film de Wolverine (especialmente con los antecedentes de las entregas anteriores).

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Es claro que esta es una película de superhéroes diferente a todas a las que estamos acostumbrados. Consequence of Sound incluso se atrevió a decir en su reseña que la cinta de Mangold no solo era un punto de inflexión, sino una obra maestra dentro del género. Es una declaración atrevida, pero sí es refrescante, por un lado, ver algo diferente a Marvel y su ligereza y, por el otro, a lo que sea que esté haciendo DC (digo esto con mucho dolor).

Logan, sin duda, es para Marvel y 20th Century Fox, lo que para Warner y DC fue Batman: The Dark Knight. En este caso, las apuestas son altas, y los riesgos son reales. Los cabos sueltos se atan de formas sorpresivas, evitando los clichés y los lugares comunes. Las emociones son complejas, pero puras. Y las puñaladas, desde las literales hasta las simbólicas…duelen.

(Sergio se quedó hasta el final para ver si había escena post-créditos. No la hay. Es el final-final. Agradézcale aquí).

Si todavía no se ha decidido, vea el trailer de la película.