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El número de las estafas

Showgirls

Dos cineastas se ponen gonzo en el club “donde las strippers van a morir”

Todo el mundo sabe el encanto que pueden tener los m clubes de strip, pero puede que no haya un club M con tanto encanto como uno que hay en Moriarty, Nuevo México: una parada de camiones con animales disecados y los sujetadores de antiguas strippers en las paredes, unas cuantas barras de baile, mogollón de luces negras y tetitas a mansalva. Da igual que The Ultimate Strip Club List lo describa como el lugar “donde las strippers van a morir”. Natalia Leite y Alexandra Roxo estaban convencidas de que era la solución para los escollos financieros que se encontraron tratando de ganarse la vida como cineastas, así que se largaron de Brooklyn para hacer de su “trabajo soñado” un pro­yecto de película.

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Por lo general, este tipo de historia de colegas incluye un motel decrépito, mucha metanfetamina y, al final, cuerpos abandonados en contenedores, pero esta es la excepción, más o menos. Sí, las dos se quedaron en un motel infes­tado de moscas y sí, el hijo del antiguo propietario había cocinado metanfetamina en una de las habitaciones. Pero las dos siguen conservando todas sus extremidades y las han utilizado para filmar su experiencia explorando cómo sería intercambiar vidas con mujeres que se contonean sobre las rodillas de los camioneros de la autopista 40.

Pensad en una performance de Marina Abramovic cru­zada con un bizarro episodio de Wife Swap dirigido por las hijas de David Lynch, ambientado en la clase de lugar en el que un tío tuerto que se disparó en la cabeza dispensa consejos sobre meditación a dos mujeres desnudas. Después de 13 días bailando juntas y durmiendo en la misma cama cada noche, las dos siguen teniendo mucho de qué hablar, así que dejamos que ellas mismas se entrevistaran acerca de su experiencia. Podréis revivirla con ellas gracias a las maravillas del vídeo en internet muy pronto en VICE.com.

Natalia Leite: Espero el día en que les pueda contar a mis nie­tos historias acerca de aquella vez en que decidimos hacernos bailarinas en un club de destape en medio del desierto. Ahora parece un poco surrealista pensar que esa era nuestra vida hace un par de meses, viviendo del dinero que ganábamos bailando con las tetas al aire para camioneros solitarios y durmiendo con extensiones de cabello que la noche antes se habían estado agitando sobre un mugriento escenario.

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Alexandra Roxo: Solo tú estarías contenta de contarles eso a tus nietos.

¿Qué crees que fue lo más difícil de toda la experiencia?

La idea daba miedo desde el principio, desde el momento en que hablamos de quedarnos en un club de strip al lado de la autopista. En el motel cercano solo había un cuarto habitable, y estaba rodeado de tíos durmiendo en sus camiones. Cuando dijimos, “Vale, nos quedaremos en una sola habitación” empecé a despertarme por la noche debido a la ansiedad y a perder los nervios, porque, como mujer, ya tienes que enfrentarte a mucha mierda durante tu vida. Solo por ser mujer.

¿Ser acosada por los hombres y todo eso?

Sí, ser acosada o atacada, o lo que sea. De modo que ponerte intencionadamente en una situación en la que sabes que hay un alto riesgo de peligro, estar en medio de ninguna parte en ese minúsculo motel rodeadas de camioneros por la noche y trabajando en ese club… Parecía peligroso. La otra parte que daba miedo era la vulnerabilidad de estar desnuda en frente de todos esos camioneros enormes.

Sin duda. Sentí que había, para mí, miedo de que alguien dijera o hiciera algo, incluso dentro del club, que verdaderamente me ofendiera.

Aprendí mucho sobre los camioneros. Estando siempre en la carretera, tienen una vida muy aislada. Algunos nunca han estado enamorados o nunca han tenido una experiencia íntima con una mujer. Algunos no saben cómo interactuar con las mujeres. Creo que mi perspectiva cambió hacia el final de la experiencia, de estar más a la defensiva y en guardia a sentir más empatía y comprensión.

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Es un sitio interesante de verdad. Es como mirar a una pequeña placa de petri y ver cómo gente con diferentes vidas e historias interactúan entre sí en un entorno cerrado.

Más que cualquier otra cosa, ansían intimidad. El baile es lo que conduce a la conversación, y eso llena algo para esa gente que no tiene a nadie con quién hablar en la carretera. Más que otra cosa, estás dando tu tiempo y energía. Es por eso por lo que pagan, más que para que muevas el culo delante de ellos.

Y por no juzgarles. Recuerdo que una de las bailarinas con las que nos tratábamos, Daisy, decía que sentía que su propósito en la vida era ayudar a la gente. Puede que, a su modo, bailar fuera su forma de conseguirlo.

Las chicas eran increíbles. Y, hasta cierto punto, nos aceptaron.

Totalmente. La otra parte interesante es la relación entre las mujeres del club y cómo pone bajo una lupa la historia de las relaciones femeninas. Ahí están esas mujeres compitiendo por los hombres, por su atención y su dinero. Algunas nos aceptaron, otras estaban siempre de uñas con nosotras y con las demás. El dueño, Ryan, nos contó historias de chicas husmeando en los bolsos ajenos en el camerino, toda clase de cosas chifladas. A una de las chicas estaba claro que yo no le gustaba, por ninguna razón en especial. Pero bueno, es probable que tomara drogas. Hablaba de cómo a veces bailaba con su hija, que es adicta a la metanfetamina y se fugó con un enano.

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La gente, los clientes y las bailarinas, estaba muy abierta a contar sus historias. Te ven, y es como, “Hey, una vez intenté suicidarme cortándome medio brazo”, y tú, “Vaya, mejor si lo dejamos aquí”. Había un montón de veteranos de guerra y de ex drogadictos. Todo el mundo estaba abierto a hablar de lo que fuera.

Lo que me he llevado de la experiencia es que ir a un club de destape es como una sesión de terapia.

Bailar no solo va de quitarte el sujetador. Adoptas un rol al completo y eres una terapeuta, una amiga, alguien que escucha. Ahora siento un gran respeto por estas mujeres. Lo del bailar es secundario y cuando ves el baile no es tan distinto de ser animadora de los Dallas Cowboys. Tiene adosado un gran estigma social, pero en el fondo no es tan diferente.

Sí, ¿qué diferencia hay entre saltar de un lado a otro con las tetas metidas en un sujetador diminuto y hacerlo con las tetas al aire? Es una ilusión de sexo. Creo que cuanto más tiempo pasábamos allí, más normal nos parecía la desnudez.

Cuando estábamos bailando en el escenario, a mí no me parecía nada sexual. Intenté bailar de un modo un poco sexy, porque soy de Atlanta y así era el baile con el que crecí. Más tarde, cuando vi las filmaciones, me di cuenta de que una de las bailarinas estaba hablando con el DJ y le decía, “¿Pero qué coño es eso? ¿Dirty Dancing?” Y me di cuenta de que no es así como bailan esas chicas.

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Hay algo de animalidad en toda la experiencia.

Pero a veces es horrible estar en el escenario. Había tíos al borde mirándote fijamente, sin sonreír, sin darte dinero, y por unos momentos te hacían sentir como una mierda.

Eso me ponía los pelos de punta. Hubo una noche en que un tipo no me quitó el ojo de encima, y yo pensé, “Oh, no, este tío podría ser un psicópata de verdad”

Sí, y también había gente que decía cosas muy groseras cuando estabas en el escenario. Primero pensaba que para subir allí antes tendría que beber algo, y las primeras veces me resultó muy duro. Me parecía raro de narices lo de, “Voy a quitarme la ropa delante de todos estos tíos sudados”. Pero cuando ya lo has hecho unas cuantas veces se vuelve más fácil.

Pain

Daisy

Mocha

La calle más famosa de Moriarty, México