Dos vodkas y un café helado con Salman Rushdie

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El número para creer o no creer

Dos vodkas y un café helado con Salman Rushdie

Hablamos con el polémico autor indio acerca de mitología islámica, Charlie Hebdo y la razón para preferir el anonimato

Salman Rushdie. Retrato por: Michael Marcelle

Este artículo hace parte de la edición de octubre de VICE.

En las novelas de Salman Rushdie los emperadores mogoles hacen que sus esposas imaginarias cobren vida y hombres que sobreviven después de haber caído a la Tierra desde un avión sueñan con biografías alternativas y escandalosas de Mahoma. Este último sueño, del libro Los versos satánicos, cruzó las fronteras de la ficción y entró en el reino de la realidad en 1989, cortesía del Ayatolá Komeini, quien lo declaró "contra el Islam, el Profeta y el Corán", y emitió la famosa fetua pidiendo la muerte del autor.

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Los sueños de Rushdie no tienen ese poder. Mientras se tomaba un café helado en el Russian Tea Room, en Nueva York, aseguró que eran "muy aburridos". "Siento que ya he utilizado tanto ese recurso de los sueños, que los míos ya son como: me levanto en la mañana y leo el Times, o me despierto, me levanto y salgo a caminar". Luego añadió: "Siempre duermo muy bien".

Eran alrededor de las 5:30 p.m. de un día de julio. Rushdie venía de pasar los últimos meses en ese limbo entre terminar un libro y publicarlo. Me había dado dos horas para hablar y las estábamos gastando entre bebidas y aperitivos en una de las icónicas bancas de cuero rojo del restaurante. The Russian Tea Room, conocido desde hace mucho como un sitio donde se junta la élite intelectual y donde los grandes se reúnen para ver y ser vistos, estaba prácticamente vacío el día que fuimos. Rushdie recuerda la vez que su agente, Andre Wylie, lo abordó ahí en la década de los años ochenta. El antiguo café adornado con samovares parecía un mausoleo decadente y ostentoso: candelabros con ornamentos navideños colgaban del techo, de donde se desprendían también cornisas con fénix dorados.

El novelista indio de 68 años tenía una postura contraída, el tipo de escudo que usaría cualquier figura pública para pasar desapercibida. Pero también parecía poseer cierta delicadeza, de la cual sus manos —pequeñas y frágiles— eran emblemáticas. Dudé si debía darle un apretón. El hombre ha escrito algunas de mis novelas preferidas. También es de esa gente de la que escuchas hablar mucho. Tres personas diferentes —en realidad ninguna de ellas lo conocía— me habían advertido que era un imbécil. Alguien más afirmó que un conocido había tenido un incidente con él vía e-mail, o quizá a través de mensajes, que podría o no haber involucrado emoticones demasiado indecentes para un Caballero Comendador de la Orden del Imperio Británico, ganador del Booker.

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Cuando Rushdie terminó su café helado, le pregunté qué se sentía ser el protagonista de historias, a menudo chismes, contadas por otras personas. "La verdad me importa un carajo", respondió. "Tengo suerte de haber tenido una buena carrera como escritor. La gente ha respondido muy bien a mi trabajo, y me ha dado una buena vida".

Aun cuando no le importan los relatos que cuenta la gente sobre él, a Rushdie —que fue de todo menos un imbécil en el tiempo que pasamos juntos— le inquieta la necesidad permanente e instintiva que tiene la humanidad de contar cuentos. "Siempre me ha impactado", dijo, "que las historias sean lo que los niños piden tan pronto como se sienten amados y alimentados. Si están bajo techo, una de sus primeras necesidades es 'cuéntame una historia'. No quieren que tú les digas 'déjame contarte sobre tu abuela cuando era joven'. Lo que quieren escuchar es: 'Érase una vez'".

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La manera en que contamos historias y por qué las necesitamos tan profundamente son preguntas que están en el corazón de Dos años, ocho meses y veintiocho noches, el libro más reciente de Rushdie. La novela, que es su décimo segunda, traza un conflicto apocalíptico que ocurre en nuestro tiempo entre la humanidad y los genios, criaturas míticas que según el Corán están hechas de "fuego sin humo" y que viven en un mundo que está —escribe Rushdie— "separado del nuestro por un velo". Dos años, como le dice el autor, está inspirado en los maravillosos relatos de India y el Medio Oriente: el Kathá-saritságara, el Panchatantra, Las mil y una noches. Su fascinación con estos libros, en los que abunda la sabiduría oral de la mitología islámica, ha persistido desde la infancia y saturado su escritura desde Hijos de la medianoche, que fue publicado en 1981. Está inscrita de manera aún más evidenteen el ADN de Dos años, empezando con el título, que hace referencia a Las mil y una noches.

Rushdie comenzó la novela en 2012, después de publicar Joseph Anton, su memoria escrita en tercera persona. "Realmente tuve una respuesta emocional al haber terminado eso", dijo. Eso le permitió "volver a la ficcionalidad de la ficción".

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Llegó nuestro mesero y ordenamos la comida: borsch fría para mí y crepes rellenos de carne para Rushdie. Pedí, además, un vodka seco y frío. La combinación no era nada que Príncipe Vladimir, como decía en el recibo que se llamaba nuestro mesero, pudiera recomendar. Rushdie siguió el ejemplo, abandonó el café y se tomó un vodka con tónica.

"La mayoría de estas historias no fueron escritas para niños", continuó, "de la misma manera en que la mayoría de los cuentos de los Grimm no fueron escritos para niños". En Joseph Anton recuerda a su padre leyéndole las historias durante su infancia en Bombay (ahora Mumbai), donde nació en 1947, ocho semanas antes de la independencia de India.

"No los leía exactamente", aclaró Rushdie. Príncipe Vladimir regresó con copas de Jewel of Russia, "la bebida de los zares". Brindamos. "Mi padre los contaba de su propia manera". Rushdie dijo que se imaginaba cómo podía readaptar las historias a una "novela para adultos", algo que no estuviera compuesto en "la Antigua Bagdad con Harun al-Rashid". La intrusión de un pasado mítico y folclórico al presente mostró ser ideal, y los genios fueron perfectos para lograrlo. Las criaturas mitológicas del Islam —mejor conocidas en Occidente como genios— son "amorales", dijo Rushdie, "una tribu de personas cuya ética carece de significados, y que son completamente caprichosas y enigmáticas".

Rushdie elogió todos los cuentos indios y del Medio Oriente por su nivel de amoralidad y secularismo. Son sobre "la naturaleza humana, sobre personas astutas, maquiavélicas, mentirosas, codiciosas, y a veces bien portadas y valientes. No están llenas de santos y ángeles. Hay duendes y dragones, que es mucho mejor".

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Sobre el tema de los dragones, Rushdie dijo que se metió mucho en Games of Thrones, pero admitió haber perdido el interés durante la última temporada. "Me gusta Peter Dinklage. Me gusta la niña con los dragones. De alguna manera, quiero que ganen ellos. Quiero que se casen y tengan dragones", dijo mientras picaba una lechuga. "Porque tienen una fuerza aérea que no tiene nadie. Quiero que la fuerza aérea llegue y le haga cosas terribles a la gente mala".

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En lo que va de 2015 la imagen pública de Rushdie no ha sido la de un gran novelista, sino la de un cascarrabias extremista. Eso comenzó en abril, cuando seis escritores anunciaron que no iban a ser anfitriones de una mesaen la gala PEN, en protesta a la decisión de la organización literaria de darle su premio Coraje de Libertad de Expresión a Charlie Hebdo, la revista satírica francesa cuya oficina fue atacada por terroristas en enero por sus caricaturas de Mahoma. Rushdie, disgustado, le llamó a los manifestantes "gallinas" y "seis autores en busca de un poco de papel".

Yo sugerí que la experiencia de haber vivido bajo una fetua, pudo haber contribuido a su rencor. "Lo que me hizo sentir", respondió, "fue que la gente no aprendió un soberano culo. O peor aún, que las personas aprendieron la lección incorrecta. Aprendieron la lección del apaciguamiento en vez de entender que la libertad de expresión es realmente una pregunta de sí o no: '¿Crees en ella?' En el momento en que dices 'pero', dejaste de creer en ella".

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Haber llamado así a los escritores "creó grietas muy profundas". De los seis —Peter Carey, Teju Cole, Rachel Kushner, Michael Ondaatje, Francine Prose y Taiye Selasi—, algunos eran viejos amigos. Ahora, dijo Rushdie, "no quieren volver a hablar conmigo".

Rushdie, que fue presidente de PEN de 2004 a 2006, dijo que cuando le preguntó a Cole "a qué estaba jugando", Cole alegó que la diferencia entre lo ocurrido con Rushdie y el caso de los artistas del Hebdo, era que ellos habían sido asesinados por que eran racistas percibidos. Rushdie difiere categóricamente: "Fueron ejecutados por blasfemia percibida. Y eso me hizo sentir que —y a esto me refiero cuando hablo de la lección incorrecta— si el ataque contra Los versos satánicos hubiera ocurrido ahora, toda esta gente hubiera estado del otro lado".

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Puedes verlo como un tipo amargo, un tesoro de la literatura mundial o un literato brillante casado con Padma Lakshmi. El caso es que Rushdie sigue enfocado en su trabajo. Mientras se tomaba un segundo vodka con tónica, habló de posibles proyectos para televisión y de tener "algo de tela por cortar" para su próxima novela. "Pero no sé por dónde empezar".

El narrador de Dos años, ocho meses y veintiocho noches dice que las historias no son creación de una sola mente, son "experiencias recontadas por muchas lenguas, a las cuales a veces les damos un sólo nombre". Dos años, ocho meses y veintiocho noches, por ejemplo, —que no tiene un sólo autor— lo recordamos no por ninguna persona que lo haya hecho en particular, sino por los cuentos que tiene adentro.

Le pregunté a Rushdie si esa clase de acto de desaparición le gustaba. "Bueno", dijo, "si mis obras y las de mis contemporáneos perduran unos cuantos milenios, también se podrían convertir en textos sin autor. Y eso no estaría mal. Me gusta la idea que los libros sean famosos y los autores permanezcan anónimos".