Los hombres que se transforman en “negras” para bailarle a San Jerónimo

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Los hombres que se transforman en “negras” para bailarle a San Jerónimo

Una tradición exclusiva de varones, que se visten de mujeres, perdura desde el siglo XVI.
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fotografías de Diana Ulloa

En una pequeña sala, cuatros jóvenes se apresuran para dar los últimos detalles a los trajes llenos de piedras, plumas y encajes. Han dormido apenas tres horas. La madrugada la dedicaron a confeccionar los pomposos vestidos de “negras”.

Los vestidos son muy conceptuales, ambientados en las épocas de 1700 y 1800, que recrean la moda de la monarquía española, francesa, austriaca e inglesa. Cada pareja está conformada por dos hombres, la “negra” y el “viejo”, que ceñidos en los majestuosos trajes recorren, bajo el sol, las calles de su pueblo.

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No es muy común ver en una celebración religiosa a dos hombres bailando como pareja. Una excepción a esta regla se encuentra en Masaya, Nicaragua. La ciudad está ubicada a 28 kilómetros al suroeste de Managua, y durante las fiestas dedicadas a San Jerónimo, es tradición ver a grupos de varones que salen a bailar en honor al Santo Patrono.

Este baile nace en tiempos de la Colonia, cuenta el tradicionalista Carlos Gutiérrez. En la tradición oral existen varias hipótesis sobre el “Baile de Negras”; una de ellas es que los esclavos negros, traídos a América por los colonizadores, usaban prendas de los españoles para disfrazarse y burlarse de sus verdugos. El baile fue una forma de resistencia y protesta que los esclavos negros utilizaron durante la época.

Carlos René Cruz es diseñador de modas y originario de Masaya. Hace diez años conformó con sus amigos el grupo “Reseñas y Costumbres”. A Carlos siempre le ha gustado bailar, recuerda que desde pequeño su mamá lo llevaba a los bailes del colegio.

El grupo se ha preparado desde junio, cinco meses antes del baile, para lograr coordinar toda la logística que se necesita: el financiamiento de los trajes, las casas que reciben el baile y practicar las coreografías.

“Han sido diez años muy duros, pero que nos llenan de satisfacción”, comenta Carlos René. Su grupo es uno de los más populares de Masaya. La gente los aplaude, gritan, silban y esa algarabía los ha hecho no perder el ánimo para repetir este ritual cada año.

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Carlos René sale de su cuarto con tacones que combinan con su traje, bañado en sudor y con unas medias que le ajustan la entrepierna y las nalgas. Su silueta debe ser lo más parecido a una doncella cortesana, rígida, con la enagua bien puesta y el abdomen plano.

Cada detalle ha sido confeccionado a mano. Además de bailar, Carlos es el encargado de diseñar cada traje que usan los miembros del grupo. Con ayuda de una costurera y un sastre, cada atuendo va tomando forma para ajustarse al cuerpo de cada integrante.

“Hemos pasado toda la madrugada pegando piedras y encajes a los vestidos; apenas dormí dos horas”, cuenta Kevin Cucalón, que corre de la cocina hasta la sala para terminar de adornar la capa que lleva. Kevin prestó el fustán que tiene puesto; debía sentirse completo con el atuendo. Su pareja está retrasada, aún no llega.

Al otro extremo de la sala, Carlos René sigue apurado. Mete pedazos de esponja a un sostén, que le dan forma a los pechos. Pone cinta adhesiva en su cabeza para aplacar el cabello y que la peluca, con un peinado extravagante, se pueda ver bien. La pareja de Carlos, Martín, ya lo espera listo.

El proceso de transformación para los “viejos” es más sencillo. Pantalones, medias, chaqueta esmoquin y cascabeles en los zapatos. Todo debe coincidir con el vestido de las “negras”. Martín solo espera a su cortesana. Mientras Carlos René sigue apresurado, una botella de ron se destapa para iniciar el ritual. Sin un buen trago, nada puede dar inicio.

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Los rostros de las “negras” y los “viejos” no van maquillados. Una característica del “Baile de Negras” son las máscaras que usan sus bailarines. En sus inicios las máscaras eran de barro, luego se hicieron de madera y ahora utilizan máscaras de cedazo, una malla de metal muy fina, cuenta Gutiérrez.

Las facciones del rostro van pintadas sobre el cedazo; su interior se recubre con una esponja. Estas máscaras fueron populares durante la Revolución Sandinista y se convirtieron en símbolo de la insurrección de Monimbó, en Masaya.

Al sur de la ciudad encontramos a Dierick Blas Ñurinda, pertenece al grupo “Diriega”, una facción más tradicionalista de esta danza. Él y su pareja, Pedro, han decidido este año ir de españoles. Dierick con un traje de matador y Pedro de sevillana. Sin tanto lujo, pero con el mismo fervor que cada “negra” y “viejo” siente por su Santo.

Pedro es de talla grande. El vestido le ha quedado perfecto y sus caderas le van bien al vestido andaluz. Una amiga de Pedro le ayuda a formar el pecho. Pedazos de tela y un sostén ajustado van formando lo necesario para lucir el traje. Dierick no encuentra una corbata que vaya con su atuendo, corre del cuarto a la sala y le pregunta a su esposa si el vecino tendrá una corbata negra que le sirva.

El licor nunca debe faltar. Dierick abre una botella de ron y sirve tres tragos. Antes del desayuno el estómago ya está recibiendo su buena dosis de alcohol. Prepara una nevera portátil, la llena de hielo, pone dos botellas de whisky, una de ron y una botella de refresco. Después de cada baile, un trago es necesario para ir recuperando energías.

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En la casa de Carlos René siguen los preparativos. La hora de salida se ha retrasado un poco; no todas las doncellas están listas. Es mejor esperar con un trago. Martín se sirve otro, mientras Carlos ajusta su sombrero lleno de plumas y flores. Kevin se pone su corona, el toque final de su indumentaria.

Cada local tiene una hora programada para recibir a los bailarines. Inician en la casa del Mayordomo; es el primero en recibir a todos los miembros del grupo. Ahí cada pareja baila una pieza, ejecutada por un trío: marimba, guitarra y guitarrilla. Existen más de cien piezas musicales, así que es casi imposible repetirlas durante el recorrido.

Luego, el atrio de la Iglesia San Jerónimo recibe a todos los grupos de “negras” que ofrecen sus pasos de danza en homenaje a las fiestas del pueblo, que se extienden desde octubre hasta diciembre. Masaya se caracteriza por ser una de las ciudades con la fiesta patronal más extensa de Nicaragua.

En cada estación los bailarines son recibidos con aplausos y al finalizar son agasajados con comida y bebidas. Platos tradicionales, cervezas, ron, chicha fermentada de maíz y postres. Todo un festín real que comparten con algunos de los que acompañan el recorrido.

Carlos René sale apresurado de su sala. Hay que estar lo antes posible en la casa del Mayordomo, pues este tiene que recibir a otro baile de negras. Martín deja el trago a un lado, se pone su máscara, la chaqueta de esmoquin y el sombrero de copa. La primera pareja está lista.

Antes de ofrecer el primer baile, Carlos René ya se detuvo un par de veces para aceptar fotos. La gente se desborda para ver a los bailarines y para sacarse una “selfie” con las “negras” y los “viejos”. Se reparten volantes con el recorrido del grupo. La gente necesita saber a qué hora y en qué casa buscarlos.

Kevin aún no sale. Apresurado se pone sus guantes y fija su capa al vestido. Solo falta Oswaldo, su pareja, que se pone las medias y la chaqueta adornada con perlas. Corren para alcanzar a Carlos René. Veinticinco casas recibirán a las cortesanas, que esta vez no han pasado desapercibidas, como lo han hecho durante diez años.