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Tecnología

Hago mi propia birra en casa

Hervir la malta, rehidratar la levadura, dejar que el brebaje fermente una semana, trasvasarlo a un cubo y embotellarlo. Fabricar cerveza casera parece pan comido, pero no tanto.

La cerveza me hace feliz. Está, sin lugar a dudas, entre las cinco cosas que más me gustan del mundo. Hago un ejercicio de sinceridad y me doy cuenta de que la cerveza se encuentra detrás del 90% de los actos sociales en los que participo. Si salgo, bebo cerveza. Si he tenido un día de mierda, abrirme una al llegar a casa contribuye a arreglarlo, al menos un poco. Si quedo para ver el fútbol, al que algunos amigos son muy aficionados, me la trae floja quién juegue y el resultado: lo que me importa es compartir con ellos unas cervezas. Hay quien dirá que lo mío se llama alcoholismo, pero la realidad es que emborracharme no es, casi nunca, el leit motiv del ritual. Ni siquiera consumo ninguna otra bebida alcohólica. Simplemente amo la cerveza.

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En esta particular historia de amor que tiene ya más de veinte años, el último capítulo ha sido probar a hacer mi propia cerveza en casa. Este paso en la relación cerveza-cervecero es algo muy habitual en otros países: las familias alemanas acostumbran a agasajar a las visitas con cerveza de su propia cosecha, e incluso cada pequeño pueblo tiene su propia manera de hacerla y su secreto ancestral. En este rincón del sur de Europa aún somos cuatro frikis con barriga los que optamos por elaborarla artesanalmente. La mayoría se conforma con la marca que le pongan en su bar de siempre y se beben de buena gana la yonkilata del Lidl. Lo cierto es que yo también lo hago -me encantan las yonkilatas del Lidl-, pero cuando surgió la posibilidad de hacerla en casa con un grupo de amigos, me pareció una idea brillante. Vamos a hacer cerveza.

Démosle vueltas a ese brebaje nauseabundo. Que su aspecto no haga que desistas en tu intento por beber tu propia birra.

Echar la levadura. Si lo haces a un poco de altura contribuirás a que se oxigene y a que parezca que sabes lo que tienes entre manos.

Metes el densímetro en la probeta y mides la densidad del asunto. Como si estuvieras jugando al Quimicefa pero con un horizonte etílico más interesante.

"Llévate esta IPA: vas a flipar", me cuenta David, de la tienda madrileña Cervezorama, mientras me muestra dos botes de malta Brupaks, una de las más célebres del Reino Unido. En los últimos tiempos, David se ha convertido en mi gurú particular. Conoce todas y cada una de las variedades y habla de ellas con pasión. Y yo me dejo guiar: aún resuenan los aplausos de quienes probaron la última que me llevé, una bitter de la misma marca.

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Además de ser minucioso con los tiempos, conviene tener una palabra en mente durante todo el proceso: higiene. Máxima higiene.

La pregunta es evidente: ¿cualquiera puede hacer cerveza en casa? Y la respuesta es SÍ. Al menos, si se adquiere uno de los kits de iniciación que venden tiendas como Cervezas del Mundo, Fabricarcerveza.es, tucervezacasera.com o la propia Cervezorama y se siguen paso a paso las instrucciones. A grandes rasgos, el proceso consiste en hervir la malta, rehidratar la levadura, dejar que fermente el brebaje durante una semana, trasvasarlo a otro cubo y embotellarlo cuidadosamente, siempre en botellas de vidrio retornable para soportar la presión, a no ser que quieras montar una fiesta de la espuma y tu particular versión de la noche de los cristales rotos.

Además de ser minucioso con los tiempos, conviene tener una palabra en mente durante todo el proceso: higiene. Máxima higiene. La esterilización de todas las herramientas es básica para que la mezcla no se contamine. Y a pesar de ello, siempre ocurre algo: en nuestra primera intentona se cayó alguna que otra mosca al cubo. A su salud.

Por mucho que intentes evitarlo, la cerveza casera tiene posos. Véndelo como la garantía de algo natural y bueno, aunque masticar sólidos al beber te parezca repugnante.

Uno de estos kits, perfectos para cenutrios como yo, cuesta algo menos de 100 euros. Una vez se hace ese desembolso inicial, cada nueva cosecha conlleva otros 30 euros en malta, ya que los utensilios del kit se pueden reutilizar, y da como resultado 25 litros de cerveza excelsa. Bastante más complejo es elaborarla desde cero -en el proceso conocido como 'a todo grano'-, que implica moler la malta, macerarla, etc. Solo para los muy valientes. O al menos, para aquellos que estén dispuestos a obtener un líquido repugnante hasta perfeccionar la técnica. No es mi caso.

Pero el mundo es para los intrépidos. Abel, un simpático joven madrileño, empezó como yo pero ha terminado convirtiéndose en una especie de Walter White de la cerveza casera, hasta el punto de que ha decidido ser completamente autosuficiente: se acabaron las litronas de Mahou. En su pequeño ático de Vallecas tiene un espacio importante dedicado a la cerveza artesana: cubos, probetas, válvulas, botellas, termómetros… "Para mí es fundamental saber exactamente qué es lo que estoy bebiendo", me cuenta. "Si a eso le añades la satisfacción de obtener algo por tus propios medios, las ventajas son claras".

Ese momento mágico en el que trasvasas la cerveza a la botella por un tubito. La sensación de que, por una vez en tu vida, has hecho algo verdaderamente útil.

Ahí están: tus primeras cervezas caseras, aunque tendrás que esperar un mes para bebértelas. Mientras, piensa en un nombre molón, encarga a tu cuñado que diseñe en Photoshop una etiqueta y sueña que te harás rico vendiéndola. No va ocurrir.

¿Y si todo el mundo se pusiera a hacer cerveza en casa? ¿Correría peligro la todopoderosa industria cervecera? ¿Patrocinarían las marcas de malta los festivales veraniegos? Obviamente no. "Es como pensar que los restaurantes salen perjudicados porque la gente sepa cocinar", opina David. A lo sumo, conseguiríamos valorar un poco más la calidad de una bebida de la que en España consumimos, de media, 83 litros al año, lejos de los 116 de la citada Alemania o los 156 de la República Checa, líder absoluto a nivel mundial. Así que, puestos a beber, ¿por qué no beber mejor?