Contraté a una coach de vida millennial

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El número de la corona y el cetro

Contraté a una coach de vida millennial

Quería saber qué motivaba a tantas personas en sus veintes a entrar a esta industria multimillonaria, abstractamente definida como coaching de vida.

Esta historia hace parte de la edición de diciembre de VICE.

Mi coach de vida se llama Hailey Jordan Yatros. Tiene 21 años y yo, 28. Yatros es una motivadora innata, lo sé porque me lo dijo la primera vez que hablamos. Le encanta romper las reglas y es amante de los crucigramas. Su película favorita es Patch Adams; la llena de energía.

Contraté a Yatros porque quería saber qué motivaba a tantas personas en sus veintes a entrar a esta industria multimillonaria, abstractamente definida como coaching de vida.

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"El rostro de la profesión se está volviendo cada vez más fresco", leí en el New York Times, "algunos clientes reciben orientación motivacional de coaches lo suficientemente jóvenes como para ser sus hijos".

Hace tres años, 47 500 personas ejercían como coaches de vida en el mundo. El 9 % de ellos tenía menos de 35 años. Lo anterior, según la International Coaching Federation, una organización profesional para coaches de vida. En 2015, 14 % de los nuevos miembros está entre los 25 y 35 años de edad.

"Cada vez son más jóvenes", dice Johan Premfors, CEO del Coaches Training Institute, una de las escuelas de coaching más grandes y antiguas del mundo. "Antes veíamos a muchas personas que estaban en la mitad de su carrera laboral, ahora vemos personas de veinte años e incluso menores".

Desde mi experiencia, puedo decir que el coaching de vida es como una terapia light. Había tenido un par de terapeutas a lo largo de los años y me fueron útiles, pero me parecían agotadoras. Todas habían sido mujeres de una edad similar a la de mi madre (estoy segura de que detrás de eso hay una razón freudiana), así que quería saber cómo alguien como Yatros podría enseñarme acerca de mí misma.

Los coaches de vida m_illennial_ dicen que su juventud es una ventaja. "Las mujeres llegan a sus cuarenta, tienen hijos y se dan cuenta de que nunca han vivido sus vidas, pero no necesariamente quieren aprender de alguien mayor", dice Jessica Nazarali, una coach de 27 años de Sídney, Australia. "Las mujeres mayores están menos dispuestas a tomar riesgos. Nuestra generación no pide disculpas por ir en busca de lo que desea".

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Cuando escribí en Google " coaches de vida m_illennials_", Yatros apareció en la primera página. Ella, de 21 años, fue una de las _coaches_ más jóvenes que encontré. Sin embargo, tenía una página web que se veía profesional y tenía comentarios positivos, y había publicado un libro. Yo soy escritora, estoy cerca a los treinta y no tengo nada de eso. Pero lo que realmente me enganchó fue su foto de bienvenida: un primer plano de un rostro juvenil con una expresión de felicidad tan intensa que limitaba con la demencia. Yo quería esa expresión (y el color de colorete que ella usaba).

También buscaba un consejo. Recientemente me había mudado otra vez a Nueva York después de tres años de vivir por fuera. Era escritora freelance y estaba subempleada, pero tenía sobrecarga de trabajo. Tenía una relación que necesitaba ser alimentada y mis amigos existían únicamente como puntos verdes en GTalk. El manejo del tiempo parecía una ecuación que yo nunca podría resolver. Me comencé a sentir ansiosa sin importar lo que estuviera haciendo. Sólo no me sentía así cuando estaba bebiendo, consumiendo drogas recreativas o teniendo un orgasmo (todo lo que ocurría antes del orgasmo era estresante). Me quedaba acostada despierta en la noche, incapaz de dejar de pensar que estaba haciendo todo mal.

Las sesiones en línea son comunes para la mayoría de coaches de vida, así que no importaba que yo viviera en Brooklyn y Yatros viviera en un suburbio de Detroit. La contraté por un mes a 75 dólares la sesión (su tarifa es variable). Fueron cuatro sesiones una vez a la semana vía Google Hangouts, su medio preferido. Antes de nuestra primera sesión, me pidió llenar un cuestionario acerca de mis metas a corto y largo plazo, mis niveles generales de felicidad y estrés y las personas importantes en mi vida. Eran preguntas que yo no me había hecho en mucho tiempo, eso ya era un avance.

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Si buscas en Google la frase "cómo curar la ansiedad" encontrarás 39 millones de resultados. Existen 343 000 libros de autoayuda en amazon.com. Barnes & Noble tiene una sección considerable llamada "Viviendo tu mejor vida". Es suficiente para hacer que una persona entre en pánico al pensar en la vida poco óptima que ha vivido.

Un coach de vida es una muestra de humanidad dentro de esta era de tanta información. Contratar a uno no es como pedir un Uber, recibir una solicitud de TaskRabbit o escuchar un podcast de autoayuda. Es un salto de fe al estilo vieja escuela, que requiere bloquear la estridencia de la era digital y mirar a alguien a, bueno, al ojo de la cámara de un MacBook.

Nuestra primera sesión tuvo un comienzo accidentado. Mi conexión a Internet apestaba, nuestras voces no estaban sincronizadas y ella parecía más un monstruo con problemas técnicos que una clarividente radiante comunicadora de la verdad. "¿Cómo está el clima por allá?", preguntó de forma genuina y emocionada. Ninguna de nosotras se había acordado de que era el final del horario de verano, porque todos nuestros dispositivos se reconfiguran solos.

Duramos quizá tres minutos hablando acerca de mi familia. "Simplemente quiero saber un poco", dijo, un comienzo alentador de todos los terapeutas que he tenido. Hablé de la cercanía con mi madre y del distanciamiento de mi padre, y ella asintió con entusiasmo.

"Entiendo completamente todo lo que acabaste de decir, 100 %, entonces creo que podremos ayudarnos la una a la otra con eso".

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Seguimos con mi cuestionario. Le conté que tendía a involucrarme en relaciones serias rápidamente y luego a dejarlas porque me sentía atrapada.

Me preguntó cómo cuidaba de mí misma. Le conté que iba al gimnasio o hacía una caminata en la mañana antes de comenzar a trabajar, pero que en general me costaba mucho relajarme.

"Todos los m_illennials_ se sienten así", dijo Yatros. Según ella, Internet tiene la culpa. "Amo la tecnología, pero es la que nos ha llevado a querer las cosas de inmediato. Queremos ser el CEO, pero no sabemos cómo ser el portero primero".

Me sugirió que tratara de meditar como una forma de practicar el "vivir el momento presente". Ella acababa de terminar El reto de meditación de 21 días de Oprah Winfrey y Deepak Chopra , un programa de audio descargable que cree le cambió la vida. "Yo medito cada día sobre el amor y todas las cosas hermosas", dijo.

Mi tarea era tratar de meditar 20 minutos cada día hasta nuestra próxima sesión y programar recordatorios en el celular que me preguntaran cómo me estaba sintiendo. "Tu cuerpo nunca te va a guiar por mal camino", dijo Yatros. Utilizar el iPhone para sintonizarme con mi cuerpo no parecía de gran ayuda para aprender a vivir el momento presente, aunque tal vez todos aquellos que utilizan dispositivos Apple Watch y Fitbit estarían en desacuerdo. Me dijo que hiciera un test en línea, que costaba diez dólares y tomaba media hora, para descubrir cinco cosas grandiosas acerca de mí. Me mandó a leer un libro llamado Wait: The Art and Science of Delay (Espera: el arte y la ciencia de posponer) y, con éxito, he postergado su lectura hasta hoy.

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Tras la primera sesión, sentí que había conocido tanto de Yatros como ella de mí. Vive en el centro en Michigan, donde creció. Su hoja de vida antes de ser coach incluye actividades de niñera, servicio de alimentación y recaudación de fondos para una organización sin ánimo de lucro. A sus 15 años tuvo un terapeuta que le daba textos de gurús como Tony Robbins y Wayne Dyer, y ha devorado libros de autoayuda desde entonces.

Pensó en convertirse en terapeuta, pero el camino se veía largo, entonces tomó un curso sobre comunicación y relaciones humanas a través de Dale Carnegie, una compañía de capacitación corporativa, y desde ahí ha estado haciendo coaching. Su trayectoria profesional parece contradecir su perla de sabiduría según la cual uno debe ser portero antes de convertirse en el CEO. Pero tal vez ella sólo subió la escalera mucho más rápido que la mayoría de nosotros. "Quería ser capaz de ayudar a las personas más rápido", me contó. "Quería comenzar de inmediato".

Antes de nuestra segunda sesión me tomé algunos tragos, que me hicieron sentir menos incómoda y más locuaz. Yatros también parecía estar más relajada. Yo había hecho el test en línea al principio de la semana y le había mandado los resultados. Había puesto una alerta en mi celular para que me recordara preguntarme cómo me estaba sintiendo. Normalmente me sentía irritada porque mi celular no dejaba de sonar.

No había meditado una sola vez, aunque había pensado en eso todos los días. Cuando le conté a Yatros, no le pareció nada grave. "¡Yo celebro todo! Incluso si contestas la llamada y me dices 'No hice ni mierda', te diré que muy bien".

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Me dijo que, con base en los resultados del test, tenía una "personalidad perfecta", que este había revelado que trabajaba bien sola pero también con otras personas, que era buena recopilando información pero también ejecutando y que yo era siempre la favorita del profesor.

"Creo que son asombrosas", dijo Yatros refiriéndose a mis fortalezas centrales, como las llamó. "Me encantan, me emociono mucho porque son el equilibrio perfecto".

Mi problema, según ella, era que me estaba esforzando mucho en utilizar todas mis fortalezas al mismo tiempo. La culpa y la vergüenza eran las anclas que me mantenían con baja energía. El universo me abriría las puertas si permanecía fiel a lo que era en cada momento. Debía dar lo mejor de mí y dejar ir el resto. En otras palabras, si quería ser una adicta al trabajo solitaria podría simplemente hacerlo y confiar en que, tarde o temprano, querría tener sexo con mi novio de nuevo. Esta reflexión de hecho me hizo sentir tranquila.

La siguiente semana me dijo que hiciera una lista de todo lo que me llenara de energía y me hiciera sentir que estaba cumpliendo mi propósito, con el fin de recordarme que era una persona con muchas pasiones.

"Tú y yo somos muy parecidas", afirmó. "En serio tenemos mucho en común". Me dijo que me quería y que le escribiera un mensaje en cualquier momento.

Entre nuestras sesiones recibí correos electrónicos llenos de elogios y apoyo.

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"Tienes un espíritu hermoso".

"Te he pensado mucho y estoy emocionada de hablar contigo otra vez".

"Eres encantadora, querida. Me emociono mucho cuando conversamos".

"¡Me estoy acostumbrando tanto a nuestras sesiones que no quiero que se acaben nunca! LOL".

"¡Ánimo para una semana grandiosa!".

"Con todo mi amor…".

"Con entusiasmo, Hailey".

Tal vez yo sea sólo otra m_illennial_ que quiere un trofeo por ser yo, pero fue increíble tener una porrista personal de turno. Su optimismo nunca flaqueó; tenía consejos para cada asunto que le mencionaba. Sobre el trato con personas difíciles: "Trata a todas las personas como si tuvieran el corazón roto". Sobre mi preocupación de ser muy vieja o muy joven: "Olvida tu edad y vive". Acerca de cómo funciona el coaching: "No hay nada que yo te pueda enseñar que tú no sepas ya". Sobre la paciencia: "¿Cómo te comes un elefante? Un mordisco a la vez". Los clichés abundan, pero al escucharlos tan seriamente en el tono suave y el acento regional de Yatros adquirieron una resonancia sorprendente.

Unos días antes de nuestra tercera sesión tuve una pelea con mi novio. Me dijo que era poco fiable porque cancelé nuestros planes por trabajo. Me sentí agobiada por sus expectativas, pero también entendía que tenía derecho a ponerse bravo. No era la primera vez que le quedaba mal. Cuando le conté a Yatros me dijo que estaba bien haberlo puesto en su sitio.

"No eres tú la que tiene que cambiar", dijo. "La otra persona tiene que entender quién eres". Tuve dificultades para procesar esta teoría, según la cual yo nunca debía arreglar las cosas. "La persona correcta vendrá y se ajustará a ti como una pieza de rompecabezas", explicó. Parecía un cuento de hadas de m_illennials_ y una receta para la soltería de por vida. "Las relaciones se tratan de compromiso", insistí.

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Yatros me dijo que leyera Los cuatro acuerdos, que cambiaría mi mentalidad. Es un libro de autoayuda escrito por don Miguel Ruiz, un sujeto que se describe a sí mismo como neochamán. Fue el número uno de la lista de superventas del New York Times a comienzos de 2000 y de nuevo en 2013, después de que Oprah lo invitara a su programa. Lo descargué en un vuelo hacia California y lo terminé antes de aterrizar. El resumen del libro es: cuando estás siendo fiel a ti mismo (acuerdo no. 1) las personas pueden pensar que eres egoísta, pero no te tomes nada de manera personal (acuerdo no. 2) y no asumas que sabes lo que otras personas están pensando (acuerdo no. 3). Y también da lo mejor de ti (acuerdo no. 4).

Ruiz puede sonar como un yogui en su último día de Burning Man ("Cuando te sientes bien, todo lo que te rodea está bien. Cuando todo lo que te rodea es magnífico, todo te hace feliz. Amas todo lo que te rodea porque te amas a ti mismo, porque te gusta como eres, porque estás contento contigo mismo, porque te sientes feliz con tu vida"). Pero a veces lo que dice tiene sentido. Me hizo pensar sobre qué tan seguido asumía que otras personas estaban bravas conmigo. Como en el caso de mis amigos, que simplemente estaban tan ocupados como yo, o en el de mi novio, que probablemente me perdonaría por trabajar hasta tarde todas las noches durante un mes si le contara que así era como iba a ser. Gran parte de mi ansiedad del día a día provenía de una necesidad compulsiva de superar obstáculos creados por mí. Quedar mal no es decepcionar a las personas, dice Ruiz, es fracasar en el momento de entender y comunicar tus necesidades.

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La autoayuda es una industria de miles de millones de dólares que vende promesas de reivindicación rápida. Nadie se hace rico con la idea de que el cambio es lento y requiere de una lucha fuerte. Más de una vez Yatros me dijo que "la transformación es sólo un cambio en la percepción". La idea de que mi vida pudiera cambiar gracias a algunos pensamientos que tuve en un vuelo era sin duda seductora. ¿Qué pasaría si pudiera tener momentos transformadores todo el tiempo ?

Luego me di cuenta de que simplemente así es la vida cuando eres joven. Cuando no has tenido muchas experiencias, sientes que cada experiencia es transformadora. Cuando escuché por primera vez a John Mayer a los 15 años supe que él era el mejor músico en la Tierra. Durante dos meses a principios de mis 20 años, pensé que el veganismo era el camino para la felicidad eterna y los abdominales tonificados.

Tuve mi última sesión con Yatros en Healdsburg, California. Mi novio y yo nos estábamos hospedando en una cabaña con vista a un viñedo de sauvignon blanc. Visitábamos cavas, y comíamos y bebíamos de manera decadente. Todo era supremamente romántico y maravilloso, a excepción de la ansiedad que tenía atascada en la garganta. Incluso estando en el paraíso, me despertaba en la noche convencida de que algo estaba profundamente mal.

Hablé con Yatros de eso mientras estaba sentada en la cabaña, en un sillón cerca de la chimenea de gas con el computador sobre mis rodillas. Acabábamos de regresar de un día completo de cata de vinos. Mi novio estaba afuera, en la terraza, con ese plato de queso que regalan, mirando opciones para la cena en su celular.

"Es como si cualquier cosa por la que posiblemente pueda estar preocupada o molesta simplemente apareciera", le expliqué. "Y todo es desesperanzador".

Si hubiera tenido un terapeuta probablemente hubiéramos hablado de mis desórdenes alimenticios en la adolescencia, mi trastorno obsesivo compulsivo de la niñez o mi miedo a la intimidad causado por la separación de mis padres. Pero con Yatros no teníamos que hablar de eso.

"Yo definitivamente tengo esos momentos y esas noches", dijo con alegría. "Normalmente prendo la televisión y comienzo a ver una película, porque si no termino absorbida por los problemas de alguien más". Me recomendó leer un artículo en línea o tomar una taza de té. O beber un trago de whisky. Me preguntó si le había dado otra oportunidad a la meditación.

Me sentí inundada por una tristeza que no podía explicar. Sabía que alguna de esas cosas me habría podido ayudar, pero estaba buscando algo más o, tal vez, algo menos: cierto reconocimiento de que mi pánico existencial era inevitable y no todo se podía arreglar.

A diferencia de algunos coaches de vida con los que he hablado, el deseo de Yatros de ayudar a las personas es 100 % sincero. Pero lo que sucede con la empatía es que entre más digas entender a alguien, menos genuino parece. La empatía verdadera requiere la comprensión de que hay cosas de la otra persona que nunca sabremos.

Y esta puede ser la ironía central del fenómeno coach de vida m illennial: el argumento de venta más grande de estos sabios jóvenes es que no tienen un "equipaje", como dice Johan Premfors, del Coaches Training Institute. Pero el equipaje no siempre es algo negativo. Las experiencias de la vida son las que te enseñan que no lo sabes todo, que la mayoría de nosotros no sabe casi nada en lo absoluto.

Meses después de que terminé mis sesiones con Yatros, cumplí un año de estar de vuelta en Nueva York. Mi carrera se ha estabilizado (según los estándares del trabajo freelance), estoy sacando tiempo para ver a mis amigos y me voy a ir a vivir con mi novio. Estoy más tranquila y feliz que siempre. Probablemente lo único que pasa es que me estoy volviendo más vieja; finalmente estoy viendo tierra firme pasados los campos minados de mis veintes. Pero también estoy meditando. Lo hago por las mañanas antes de salir de la cama. No lo hago todos los días y nunca por más de diez minutos. Algunos días lo hago más para postergar mi despertada, pero no importa. Esos diez minutos son lo opuesto a la ansiedad que me apretaba la garganta y me provocaba paranoia, por eso lo sigo haciendo.

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