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¿Por qué estamos tan obsesionados con editar nuestra realidad?

Es fascinante pensar en el hecho de que, en algún momento, la imagen fue considerada como proveedora de la verdad, testimonio de la coartada, cápsula de la memoria y preservadora del tiempo. Ahora, con los computadores e internet, cada uno tiene el...

Kiss 001 (2014). Imágenes cortecía de Paul Hertz.

La fotografía está destinada a respaldar nuestra memoria, no a suplantarla, pero parece que estamos convencidos de la idea de usarla como herramienta para reeditarla. Históricamente hemos estado mintiendo a través de las imágenes, por lo menos desde el discurso de Lincoln en Gettysburg: la foto más icónica del presidente Lincon es en realidad un montaje de la cabeza del presidente y del cuerpo del político John Calhoun. ¿Y la épica foto de Ulysses S. Grant en un campo militar? Una mezcla de tres imágenes diferentes. Benito Mussolini hizo quitar a su conductor de caballo de una fotografía para lucir más napoleónico.

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Aunque algunos son más extremistas que otros, editar la verdad de nuestras imágenes es una práctica común. Lo hacemos cada vez que las vestimos con filtros de Instagram, por ejemplo: cada filtro está destinado a imbuir nuevas emociones a la imagen, al modificar su espectro de color o su foco mutamos la impresión sobre la imagen original.

Paul Hertz, profesor del Instituto de Artes de Chicago, se está divirtiendo con este paradigma. Sus exploraciones con la manipulación de imágenes son un paralelo de nuestra cultura cibernética enamorada de la edición, en un sentido que puede ser visto tanto desde la empatía como desde la crítica.

Una de sus series fotográficas toma imágenes de dominios públicos, como algunas cuentas públicas de Flickr y Wikimedia Commons, y las adereza con mucho maquillaje digital, de manera que luzcan absurdas en todo el sentido de la palabra. Su proyecto probablemente no se aleja del trabajo del selecto grupo de fanáticos del selfie/Photoshop que ya conoces.

“Cuando decidimos hacer caso omiso de la capacidad de los algoritmos para ‘mejorar’ imágenes y en vez de dejarlas producir sus propias cualidades como herramienta, imitamos lo que ya hacen las estrategias de marca de los medios tradicionales”, explica la descripción de uno de los más recientes proyectos de Hertz, Glitch Bodies. “Cuando en vez de avanzar hacia los sentidos, la imagen se desvanece bajo la marca de la herramienta […]”

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En cierto sentido, esta práctica resuena en la misma clave que el poeta Kenneth Goldsmith explora la “escritura poco creativa” y el lenguaje de la era digital. Mientras Goldsmith piensa que los procesos creativos son estimulados por las nuevas tecnologías, que los procesadores de texto y la programación están reinventando la escritura; Hertz observa los algoritmos de la manipulación de imágenes y las técnicas de edición generalizadas, como una transformación de los parámetros de la imagen en el siglo XXI.

Estas imágenes no le pertenecen a Hertz, pero cuando escaba en el pozo de los bytes, los pixeles y las dimensiones fuera de sus manifestaciones digitales, las despoja de sus cimientos mientras conserva su contexto, y finalmente las convierte en un archivo diferente. Todo por fuera de la marca de las aplicaciones. Es claramente arte, uno que apunta a tener un dominio sobre el universo personalizable del leguaje visual al que estamos acostumbrados gracias a internet y Photoshop.

O quizá su trabajo pueda ser visto como una crítica a ese universo: sus fotografías también parecen girar sobre la idea de que el proceso de edición, de ser verdaderamente necesario, debería apuntar a iluminar los aspectos más particulares de la imagen, a fin de encontrar un enfoque sobre las cualidades más vivas de la imagen. Usarla como una especie de evasión de las redes sociales, una herramienta para borrar los aspectos “negativos” de una imagen en la búsqueda de un ideal irreal, se opone a la práctica más popular de la manipulación que espera obtener una respuesta positiva del público.

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En cualquier caso, Hertz ha ofrecido mucho en qué pensar. Sus imágenes anómalas comprenden una serie continua, cada una toma parte en el análisis de los imaginarios de la nueva cultura. También comparten el fundamento técnico de haber sido creadas en Glitch Short, una aplicación que Hertz diseñó con Processing, que se basa en una interrupción de la clasificación de los pixeles para producir el efecto de sus imágenes.

 “[Estas imágenes] participan de la energía nerviosa de la cultura online”, dice Hertz. “Metafóricamente hablando, [el proceso de edición] apunta a la inestabilidad de nuestros sentidos y nuestra memoria en la lucha por reconstruir la imagen a partir de sus artificios”. Esa lucha puede ser tomada de forma literal, al igual que con las nuevas técnicas de manipulación de imagen y video, que permiten a los usuarios enfocarse en lugares específicos –lo borroso, lo inestable o lo ruidoso– y anular particularidades aplicadas por el creador original, o como algo con mayores implicaciones morales, incluyendo el miedo innato al déficit de conocimiento, el cual alienta a los gobiernos a usar nuestras imágenes como documentos para contrarrestar la inestabilidad.

En cualquier caso, es fascinante pensar en el hecho de que, en un momento, la imagen fue considerada como proveedora de la verdad, testimonio de la coartada, cápsula de la memoria y preservadora del tiempo. Ahora, con los computadores e internet, cada uno tiene el potencial de ser un espejismo. En el futuro, quizá, vamos a reconsiderar la digitalización y a abandonar todas esas viejas cajas llenas de álbumes familiares.

Sigue a Johnny Magdaleno en Twitter: @johnny_mgdlno