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Cultură

La ansiedad me está matando lentamente

Los trastornos de ansiedad en México afectan al 14.3 por ciento de la población, es decir, alrededor de 17 millones de personas.

Me duele el pecho. Me ha dolido durante más de una semana. En todo ese tiempo me he ido acostumbrado a esta sensación. Mi corazón palpita sin cesar como si fuera un pájaro carpintero intentando escapar de mi caja torácica. Cada ciertos minutos jadeo para recuperar el aire. Ahora debo recordarme a mí misma que respire, ya que mi cuerpo parece ser incapaz de realizar por sí mismo las tareas más simples de la vida. Desarrollé un desorden de ansiedad en mi tercera década en el planeta porque al parecer la vida no era ya lo suficientemente difícil.

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Todo empezó cuando organicé una noche de comedia con micrófono abierto; estaba sentada en el bar cuidando una tibia cerveza sin alcohol mientras medio escuchaba un eterno fluir de payasos, y de repente todo fue demasiado. Empecé a preocuparme y se me hacía difícil respirar; mi piel estaba demasiado fría. Había tenido (e ignorado) una sensación similar unos días antes, así que no parecía ser gran cosa. Ahorita se me pasa, pensé, como la otra vez, y entonces todo volvería a estar normal. Pero no fue así.


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Murmuré: "Creo que voy a vomitar" y corrí al baño. Allí tomé el lavabo con fuerza y respiré profundamente —inhala, exhala, inhala, exhala— mientras veía mi pálido reflejo en el empañado espejo. No podía sacármelo. Salí a caminar bajo la noche, pues pensaba que el aire fresco sería la cura. Pero no lo fue.

Corrí de regreso al bar. "¿Alguien podría llevarme a casa?" No se lo pedí a nadie en particular. "No puedo respirar". La mirada de horror y preocupación en la cara de la gente reforzó el hecho de que simplemente me veía muy mal.

Solo había tenido esa sensación una vez, cuando estaba a punto de hacer algo que no debía (para quienes les interese: iba llenar una aplicación para hacer a mi esposo de ese entonces un ciudadano estadunidense). Estábamos en la carretera a plena noche cuando de repente un increíble e inescapable peso cayó sobre mi pecho. Respirar era algo imposible. Me estacioné en un mirador e hiperventilé. Le rogué a mi esposo que manejara durante el resto del camino —era un camino directo y sin tráfico, uno que yo ya había hecho muchísimas veces casi con los ojos cerrados. Evidentemente se negó, ya que nunca aprendió a manejar bien, el muy gallina. Nos sentamos en silencio mientras yo me recargaba en el asiento y luchaba para recuperar el aire. Después de más o menos 20 minutos tratando de recuperar mi aspecto y desarrollando más desprecio por mi pareja, seguimos adelante. Yo seguí adelante.

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Sentir que ya no tienes el control de tu propio cuerpo es desgarradoramente difícil.

Sin embargo, en este momento no podía seguir adelante. Dos buenos cristianos me ofrecieron un aventón, pero una vez que nos acercamos a mi casa, sabía que estaba demasiado aterrada como para entrar sola. No tenía idea de qué estaba pasando dentro de mí, o si podría matarme. "Madres", dije, "creo que tengo que ir al hospital". Mi amigo Chris cambió la ruta. Recliné el asiento y agarré la mano de Kevin, quien estaba sentado detrás de mí. Respiré profundamente como me dijo que lo hiciera. No ayudó en nada.

"A la mierda", dije jadeando mientras entrábamos al estacionamiento del hospital. "Aunque me envíen la factura, no voy a pagar". El hospital se llamaba Centro Médico Silver Lake. "Todos los doctores tienen que tener bigote de Dalí, ¿o qué?" dije sarcásticamente."Claro", dijo Chris. "Yo iba a Emergencias antes de que fuera cool".

Demasiado débil como para caminar, esperé a que Kevin me trajera una silla de ruedas. "¿No traes una cobija?", le pregunté a Chris, ya que moría de frío. Corrió hacia la cajuela y regresó riendo. "No", dijo, "pero tengo algunas playeras de los Lakers que puedes usar como cobija". Las apilé sobre mis piernas.

"¿Puedo agarrarte la mano?", le pregunté a Kevin cuando al fin me pusieron en una camilla. "Tengo miedo". Me dio su mano. La apreté a más no poder. "He estado bebiendo sola y no se lo había dicho a nadie", le confesé.

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El enfermero preguntó si había bebido esa noche. "No", le contesté con toda honestidad (nadie en su sano juicio diría que una cerveza sin alcohol cuenta como estar bebiendo). "¿Y ayer?", preguntó. "Sí", contesté. "Mucho". Lo dije mientras, cómicamente, una enorme lágrima bajaba por mi mejilla. Qué tan perfectamente patético, ¿no?

Kevin y Chris visitaron mi lecho de muerte de uno en uno. También le dije a Chris que había vuelto a beber. "La vida es dura", me ofreció como respuesta. "Yo intenté dejar de fumar diez veces. Simplemente no puedo". La vida es, de hecho, increíblemente dura.

Le pedí que buscara con su celular los efectos secundarios de los antidepresivos que había estado tomando. Entre todos estaban muy bien escondidas las alucinaciones. El día anterior me había sacado de onda algo que ahora estoy convencida de que no pasó. Mientras le contaba los detalles del evento, vi una mezcla de confusión y preocupación en sus ojos.

Una vez que volví a casa, dejé que esa basura pedante que son las noticias de internet me arrastrara como una ola de agua tibia. Me le quedé viendo a la imagen de una actriz joven y me di cuenta de que se estaba moviendo, aunque muy lento. Seguro es un GIF, pensé. ¿Pero por qué? Vi la información de la imagen. Era JPEG. Mierda. Estaba valiendo madre.

Siempre he sido de la idea de que el lenguaje moderno abusa de la frase "ataque de pánico". Sentirte abrumado por tu propia popularidad en un evento social no hace que te dé un ataque de pánico. Los verdaderos ataques de pánico te hacen quedar desvalido. Te paralizan.

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Y ése es el problema: que te dejan desvalido. Sentir que ya no tienes el control de tu propio cuerpo es desgarradoramente difícil. Ahora veo al mío con desprecio. Cuando me veo en el espejo siento como que no soy parte de él. Cuando no tienes discapacidad alguna, no hay nada más incómodo que sentir que no tienes control de los sistemas que funcionan dentro de ti. Cuando te sientas, cuando suspiras… siempre estás luchando para recuperar el control que alguna vez diste por sentado. Sabes que no hay ninguna razón lógica para sentirte así. Y aún así, a pesar de todo, te sientes así. Es como si fuera la caricatura de un violador que te acosa y te toma por el pescuezo. Estás indefenso.


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No hay sentimiento más aislador que estar en medio de un ataque de pánico. Te sientes completamente solo e inmerso dentro de un mar de pesadilla que tu propia mente creó. Sin embargo, no estás solo. Según la Asociación de Ansiedad y Depresión de Estados Unidos, los trastornos de ansiedad son la enfermedad mental más común en Estados Unidos y afecta al 18 por ciento de la población (alrededor de 40 millones de personas), mientras que en México afecta al 14.3 por ciento (alrededor de 17 millones de personas).

Un ataque de pánico puede ocurrir en cualquier momento y al parecer sin razón alguna. Cuando usas la lógica sabes que es algo irracional; sin embargo, la lógica no te ayuda en estos momentos. La definición de ataque de pánico de la Mayo Clinic resuena verdad: "Un ataque de pánico es un episodio súbito de miedo intenso que desencadena severas reacciones físicas, cuando en realidad no hay ningún daño o causa aparente".

Mi recién descubierto trastorno de ansiedad, me dicen, es resultado de un excesivo aumento en la dosis de mis antidepresivos. Al parecer hay una gran cantidad de "felicidad" circulando por mis venas. Nunca había tenido una reacción adversa a algún medicamento; siempre había tenido mucha suerte como para contestar que no cuando me preguntaban si era alérgica a algo. Ahora no puedo decir lo mismo.

Me dijeron que el Xanax ayuda, pero mi psiquiatra se niega a recetármelo debido a mi "historial de abuso de sustancias". La terapia conductivo-coductual es una manera sin medicamentos de lidiar con problemas de ansiedad. Sin embargo, no gano el suficiente dinero como para pagarla. Pero sí para hiperventilar dentro del clóset.

Ahora me muevo extremadamente lento (lento tipo Klaus Kinski en Nosferatu), ya que cualquier clase de esfuerzo extremo resulta en angustia. Siempre que salgo de mi departamento, me arrepiento. Manejar se ha vuelto casi imposible. Condenada a estar siempre en casa, las únicas alegrías que tengo en la vida son comer mayonesa vegana directo del frasco con y echar el coto por teléfono mientras estoy acostada en la cama, la cual está dentro de mi clóset.

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