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Referencia de primera mano: lesiones en el MMA

Paloma Fabrykant sabe que las lesiones en el MMA son parte de los retos reales del deporte.

Hablar de MMA y no hablar de lesiones es como hablar de elefantes sin decir trompa. Todo deporte profesional conlleva una posibilidad de lesión, ya que el alto rendimiento exige al cuerpo por encima de su ritmo normal. Y si bien, deportes de menor contacto, como el futbol, presentan historiales de lesiones bastante voluminosos (para no mencionar atletas de MMA que se han roto la rodilla jugando al futbol, como José Aldo) no podemos ignorar una diferencia conceptual: en otros deportes las lesiones son accidentales, en MMA son consecuencia directa del acontecer en la jaula.

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Al hablar de lesiones en MMA, seguramente, lo primero que nos venga a la cabeza será la fractura de tibia y peroné que provocó a Anderson Silva el bloqueo de la patada baja de Chris Weidman. Pero muchas de las peores lesiones de este deporte no se dan en la jaula sino en los entrenamientos, y es una de las mayores causas de stress tanto para deportistas como para matchmakers. Se me vienen a la cabeza (para seguir con la temática rodillas) la dura lesión que le quitó a Cat Zingano la merecida oportunidad de enfrentar a Ronda Rousey tras vencer a Miesha Tate y, más recientemente, la operación de meniscos que volvió a dilatar el regreso de mi compatriota Santiago Ponzinibbio.

En mi caso, la lesión que sufrí durante mi última pelea (fractura y desplazamiento del segundo y tercer metacarpiano de la mano derecha) me tuvo mas de un mes virtualmente manca. Mi pelea fue en Tucuman, una provincia del norte argentino, bastante alejada de la capital. En cuanto terminó el evento, me llevaron a dos hospitales, pero ninguno tenia una maquina de rayos X, así que me regresé de urgencia a Buenos Aires donde me hicieron placas de inmediato. Al verlas, el traumatólogo no dudó: si no me operaba perdería totalmente la funcionalidad de la mano. Cinco días después estaba en el quirófano. Me introdujeron dos clavijas de acero dentro de los huesos, que funcionan como tutores para que estos recobren su forma original y suelden adecuadamente, y sobresalen un centímetro por fuera de los nudillos para poder retirarlas sin necesidad de una segunda cirugía.

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El día siguiente de la operación fue el más doloroso de mi vida. Ningún golpe ni torcedura ni la fractura misma se compara con el dolor de un metal insertado dentro del hueso. Me sentí como Wolverine de los X-Men. Pero todo pasa y esto también pasó. El siguiente rival a vencer fue la ansiedad. Un yeso en la mano hábil te cambia completamente el estilo de vida. Para mí, que acostumbro vivir apurada, entrenando, trabajando y haciendo mil cosas a la vez, fue un shock. Debí aprender a escribir, comer, cepillarme los dientes, todo con la izquierda. Uno no se da cuenta de lo que es eso hasta que lo invitan a una cena y es incapaz de agarrar los cubiertos, o se le desatan los cordones por la calle y tiene que pedir a los transeúntes que se los aten.

Pero un artista marcial usa cualquier experiencia como aprendizaje. En este mes de reposo aprendí a ser paciente y a tragarme el orgullo. Aproveché para llamar a parientes y amigos y dedicar más tiempo a mi pareja. Y finalmente, llegó el día tan esperado: a cinco semanas de la lesión, el cirujano decidió sacarme los clavos. Hoy, vuelvo a ver y tocar mi mano, y aunque aun no puedo mover mucho los dedos, y me espera una larga rehabilitación, haberme librado del pesado yeso es un alivio inexplicable. Como el descanso después de una dura sesión de entrenamiento, hay que haber sufrido para poder disfrutarlo.

Este artículo fue publicado originalmente en FIGHTLAND, nuestra plataforma sobre la cultura de la pelea.  

Sigue a Paloma, colaboradora de FIGHTLAND, en Twitter.