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Yo robaba libros en la Feria del Libro de Bogotá

Para mí era liberar la información, liberar productos atados al sistema, pues los libros son muy caros y la circulación es floja.
Ilustración por Daniel Senior.

Robar en la Feria del Libro era, para mí, una acción política. Y no solo robar en la feria, no era exclusivo de ella: robar a las grandes marcas era una manera de hacer contrapeso y vengarme de sus excesos. Yo trabajaba como empacador con una cooperativa en el Éxito y el trato hacía los empleados era pésimo. Además, siempre encontré desagradable el alza de precios, que se convertía en un abuso absoluto con la gente, siendo una de las empresas más lucrativas del país. Esa misma crítica la apliqué a las grandes editoriales.

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Todo estaba muy marcado por la imposibilidad de acceso de las clases bajas. Claramente, no le robaba a amigos, ni tenderos, ni pequeñas empresas, o cosas que yo veía que tenían un comercio justo. Que no explotaban a la gente. Además en el caso de la Feria, no era simplemente robar libros por robar. Para mí era liberar la información, liberar productos atados al sistema, pues los libros son muy caros y la circulación es floja. Eran mis primeros semestres de la universidad y seguía un discurso anarquista: pensar una sociedad fuera de leyes, de represión, de imposiciones económicas para poder acceder a algo. Y a algo como el conocimiento. Sentía que eran instituciones, las grandes editoriales con sus altos precios, que también oprimían a la gente.

Yo me quedaba con algunos libros, pero la mayoría los regalaba. O los leía y luego los regalaba. No me acuerdo muy bien de todos los títulos. De la Lerner saqué una edición de cuentos de Cortázar que me encanta. Fue ya en mi casa que me di cuenta de que costaba más de 200 mil pesos. Me lo han intentado negociar y todo. También liberé El Capital de Marx. Y me acuerdo de uno de Renán Vega y otro de Fernando Vallejo, pero esos ya no los tengo. Lo que digo, la mayoría de veces leía y regalaba. A veces sacaba libros porque me conocía los gustos de amigos cercanos y se los daba.

Siempre iba acompañado de gente. Mis amigos siempre se daban cuenta de lo que hacía. Me conocen y lo entendían, o eso creo. Algunos no estaban de acuerdo, otros que tampoco igual me ayudaban a distraer a alguien que me estuviera echando el ojo. Pero en general para mí era muy fácil: cargaba una mochila amarrada que me quedara muy pegada arriba, a la altura del pecho, agarraba el libro y lo metía muy rápido. Era difícil que me vieran. O que sospecharan, porque por decirlo de alguna manera no cumplía con esas características con las que suelen catalogar a los ladrones.

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Sí me agarraron una vez, por acelerado. Yo solía liberar de tres a cinco libros por feria, pero esa vez ya llevaba como once, ya había coronado. Me vi con mi hermano y con una amiga y fuimos al pabellón de Brasil, que era el país invitado para esa feria. Ahí mi amiga agarró un libro y me dijo que le encantaba. Tenía la adrenalina y le pregunté si lo quería, y por dármelas del machito lo agarré y lo guardé en la mochila. De una ella me dijo que me habían visto. Se pararon en la puerta a esperarme, sin que se dieran cuenta alcancé a sacarlo y dejarlo por ahí. Le dije a ella que se fuera, pues sabía la que se venía. En la requisa con mi hermano no lo encontraron, pero me hicieron ir a los stands de los otros libros para confirmar que los hubiera pagado.

Paila. Los vendedores obvio dijeron que no me habían visto pagar nada y no tenía facturas.

Terminé pagando UPJ con mi hermano, que en realidad no hizo nada. Además, fuera de los que había robado, había comprado dos: uno de Simone de Beauvoir, para dárselo a una amiga feminista, y otro para mí de cuentos de Borges, los perdí también.

Cuando me agarró la UPJ fue la última vez que lo hice. No tanto por el miedo a la UPJ, la verdad ya había estado ahí por liberar unas cervezas de Carulla. Aunque en teoría tenían fotos mías y estaba vetado de la Feria. Lo que pasa es que al año ya estaba con la cabeza en otro lado y no actuaba así. Luego, dentro de los procesos sociales y culturales en los que participo con unos amigos, creamos una editorial independiente, pequeña. El cambio fue brusco porque terminé en la Feria de Libro vendiendo y cuidando que nadie se los llevara. Además a una editorial como esta no la hubiera atacado en esa época por la manera de hacer las cosas.

Eso sí, sigo parado en mis posiciones políticas, pero ya no le veo sentido a esas acciones. Fue juventud. En la Feria cogí una vez a tres personas robando, pero no los denuncié. Solo les dije que no lo hicieran. Igual al final al hacer cuentas estas no cuadran, siempre se sacan algo. Eso sí, me parece que la Feria es paila como sistema económico, cobran alrededor de 14 millones por el stand, que son recuperables, pero es un absurdo. Por eso editoriales pequeñas a veces le suben en lugar de bajarle a los libros, para llegar a la meta.

*El nombre fue modificado.

**Este texto es producto de una entrevista hecha a Rodolfo Ortega. El texto ha sido editado para VICE por Juan Pablo Conto, editor de Noisey.