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Cuando la culpa de todo la tienen los Roms

Con la crisis del empleo y la cercanía de las elecciones municipales de 2014 en Francia, algunos alcaldes, diputados y hasta el ministro del interior de izquierda, multiplicaron las declaraciones denigrantes contra los Roms, población oriunda en su...

Spleen Journal! es una revista bimestral que publica crónicas latinoamericanas, un proyecto sin fin de lucro que admiramos y respetamos. Cada lunes, VICE México comparte un artículo publicado originalmente en spleenjournal.com.

Con la crisis del empleo y la cercanía de las elecciones municipales de 2014 en Francia, algunos alcaldes, diputados y hasta el ministro del interior de izquierda, multiplicaron las declaraciones denigrantes contra los Roms, que viven en algunas de las 400 zonas de habitación informal de las periferias francesas. Esta población es oriunda en su mayoría de Bulgaria y Rumanía, y pertenece a la gran familia de los pueblos romaníes que incluye a los Gitanos de España.

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Iulian y Simona están felices. Hace 15 días, esta pareja de Roms treintañeros obtuvo un permiso de residencia en el territorio francés por 5 años; un documento que abre para ellos y sus seis hijos la puerta para acabar con una vida de vagabundeo que empezó en 2003, cuando dejaron Girla Mare, una aldea ubicada a las orillas del río Danubio en el sur de Rumania.

De su país de origen, Iulian recuerda “el racismo, los sueldos de 300 euros y la gasolina cara”. La situación de su familia se degradó a partir del fin de la época soviética en 1989. “Mi padre era albañil. Luego de la caída de Ceaucescu, se acabó el trabajo”, comenta Iulian, sentado en un camper en el campamento de Triel-sur-Seine.

Bajo el régimen de inspiración comunista, el Estado daba una casa a los miembros de la minoría Rom, en virtud de la política de sedentarización y de “rumanización forzada”. A los Roms se les asignaba también un empleo obligatorio, muchas veces en la agricultura, y se les garantizaba el acceso a la educación básica. Pero al caer el régimen autoritario de Nicolae Ceaucescu en 1989, el país pasó de la economía planificada al capitalismo sin reglas. A la miseria se sumó la explosión del racismo contra los Roms.

Al llegar a Francia en 2003, Iulian, Simona y sus primeros dos hijos se instalaron en el norte de la región de París, en un campamento que fue desmantelado por la policía en 2007. Fue entonces que se tuvieron que trasladar a Triel-sur-Seine, también ubicada en la zona capitalina, entre dos curvas del río Sena. Con otras 45 familias, viven en un campamento de caravanas vetustas, agrupadas en medio de en un terreno abandonado y rodeado de basura.

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El año 2007 fue clave para los Roms de Bulgaria y Rumania: desde esta fecha son ciudadanos de la Unión Europea con la posibilidad de circular libremente para buscar trabajo. Fue así que muchos eligieron el camino del exilio hacia Italia y Francia.

Pero ante el aumento de la población Rom y las condiciones precarias en las que vivían en Francia, el ex Presidente Sarkozy hizo de la expulsión de los Roms la prioridad de su política migratoria.

En 2008, Iulian y su familia, instalados en Francia cinco años atrás, fueron expulsados. “Nos mandaron a Rumanía con un apoyo económico de 300 euros por persona, pero volvimos inmediatamente a Francia con este dinero”, cuenta sonriendo.

Tras su regreso a Francia, Iulian y su familia se volvieron a instalar en este campamento de Triel-sur-Seine. Pero las restricciones de acceso al mercado laboral que Francia impuso a los ciudadanos búlgaros y rumanos, en medio de un elevado aumento del desempleo, no le permitieron encontrar un trabajo sino hasta el verano pasado, cuando la suerte lo sorprendió pidiendo limosna.

Se encontraba a la salida de la mezquita de Chanteloup-les-Vignes, el pequeño municipio que colinda con el campamento y que alberga una importante comunidad magrebí, cuando un hombre le propuso trabajar en lugar de pedir limosna. Iulian aceptó y laboró tres meses de limpiador en una empresa subcontratista de Renault, obteniendo el salario mínimo francés, de mil 120 euros mensuales.

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Ahora, el objetivo de la familia es dejar la caravana y vivir en un “verdadero alojamiento”, dice Iulian antes de concluir su relato, pues tiene que llevar a su esposa al dentista. Sube en un auto color vino, estacionado en frente de la caravana más grande del campamento. “Es la iglesia”, explica Jean-Pierre Bercovici, vecino del municipio cercano de Chanteloup-les-Vignes y quien coordina la ayuda humanitaria al campamento. “En 2008 llegó un pastor pentecostista a hacer proselitismo y convirtió a casi todo el campamento”. Salvo a Iulian que sigue siendo un cristiano ortodoxo.

Repentinamente, un viento helado despeja el cielo de las nubes que descargaron una lluvia torrencial durante la noche pasada. “Tuve la sensación de que se iba a romper el techo de la caravana”, dice María, una mujer que lleva un chaleco azul cielo, del mismo color que sus ojos. Nos regala un café en la puerta del vehículo donde vive con su esposo y sus tres hijos Diego, Ionut y María. El campamento está casi desierto a esta hora de la tarde pues “muchos salieron a pedir limosna”, dice Jean-Pierre Bercovici.

Los que permanecen aquí se dedican a desarmar computadoras, hornos, máquinas de lavar o autos para recuperar piezas de metal y venderlas. Así se gana la vida Enea Cristi, de 24 años, quien nos saluda con el brazo pues tiene las manos sucias. Nos lleva a la caravana de segunda mano que compró por 100 euros en Internet. En este pequeño espacio pintado de azul, acomodó una televisión que difunde programación de la tv rumana, un espejo borroso, un barril que sirve de calefacción de madera, unos peluches, y una cama donde duerme con su esposa y su hija.

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Pedir limosna, vender periódicos asociativos o trabajar en la economía informal son en la mayoría de los casos las únicas fuentes de ingresos de los Roms, que con dificultad acceden a uno de los 291 empleos que autoriza el Estado francés a los búlgaros y a los rumanos en el sector de la construcción, del comercio, y profesiones en el sector médico y agrícola.

“Pero las autoridades exigen tantas garantías a los empresarios que quieren contratar a extranjeros, que muchos no hacen el esfuerzo, sobre todo cuando se trata de profesiones con poca cualificación profesional”, observa Claire Sabah, especialista de la ayuda a los migrantes en la fundación Cáritas Francia.

Además, Sabath explica que “la urgencia permanente, la amenaza de las expulsiones y el bajo nivel educativo les impide el acceso al mercado laboral”.

“Favelas inmundas”, llenas de “ratas” y “basura”…

Al privilegiar las políticas de expulsión y de marginación educativa y laboral, el estado francés ha mantenido a los Roms en una exclusión social permanente: el 90% de ellos viven bajo el umbral de la pobreza. “Cuando llegan a Francia, los municipios rechazan su presencia. Son expulsados de un campamento a otro y no consiguen trabajo”, denuncia Claire Sabah, y alerta también sobre una minoría de niños rumanos víctimas de redes de prostitución y de robo en el centro de París.

La población Rom en Francia está estable desde la primera ola de migración en 2002, cuando los búlgaros y rumanos fueron autorizados a viajar a Francia sin visas. No obstante, algunos políticos han centrado su discurso en denunciar que constituyen una amenaza para el país.

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Tanto el Consejo Europeo como Amnistía Internacional, (la ley francesa prohíbe las estadísticas étnicas) consideran que entre 15 mil y 20 mil de ellos, en su mayoría originarios de Bulgaria y Rumania, viven en este territorio, a menudo reconocido como “el país de los derechos humanos”. Desde 2011, Francia ha expulsado a cerca de 9 mil Roms anualmente.

Ante las próximas elecciones municipales de marzo de 2014, numerosos políticos, alcaldes o diputados, han convertido a los Roms en chivos expiatorios de la crisis; arremeten contra ellos acusándolos de todos los males. En los últimos meses, la serie de declaraciones de corte xenófobas constituyeron un verdadero catálogo de prejuicios contra los migrantes.

Todo empezó con las palabras del fundador del ultraderechista Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen -condenado cerca de 20 veces por insultos o declaraciones antisemitas- quien calificó de “urticante y olorosa” la presencia de asentamientos de Roms en la región de la ciudad sureña de Niza, antes de predecir una “invasión” de Roms a Francia en los próximos meses.

A su vez, el diputado centrista Gilles Bourdouleix arremetió contra la instalación de un grupo de gitanos franceses en el territorio de su municipio, en el oeste de Francia. En su ira, declaró que “quizás Hitler no había matado suficiente”, aludiendo al genocidio del cual fueron víctimas también los pueblos gitanos de Europa por ser considerados “racialmente inferiores” por los nazis. Se estima que durante la Segunda guerra mundial entre 200 mil y 500 mil gitanos fueron víctimas del Holocausto nazi.

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Pese a la indignación que suscitaron estas declaraciones, la ola anti Roms no paró. Unas semanas después, el semanario de derecha Valeurs Actuelles dedicó una edición especial al supuesto “hartazgo” de los franceses contra los Roms, basándose en una encuesta según la cual el 70 por ciento de los franceses se decían “preocupados” por la presencia de esta población en el territorio. En esta edición, un artículo denunciaba la supuesta molestia de los vecinos en contra los campamentos Roms que se instalan “salvajemente” en zonas privadas, convirtiéndose en “favelas inmundas” llenas de “ratas” y de “basura”.

El propio ministro del Interior francés, Manuel Valls, se sumó a este florilegio de prejuicios. Valls suscitó la consternación en las filas del propio gobierno de izquierda al declarar que los Roms “tienen costumbres extremadamente diferentes de las nuestras y que se oponen” con las poblaciones locales. “Los Roms tienen vocación de volver a Rumania o a Bulgaria”, concluyó.

Nómadas, delincuentes, sucios, víctimas de mafias de la prostitución, además de reticentes a enviar a sus hijos a la escuela… Las raíces de los clichés remontan a siglos pasados. En su imaginación, los franceses asocian a los Roms con “la figura de Esmeralda, la Gitana de la novela Notre-Dame de Paris”, lamenta Claire Sabah. Explica que los Roms que vienen de Europa del Este son parte del gran pueblo Zíngaro. “En Francia durante muchos años, los Zíngaros, también llamados Gitanos en el sur de Francia, se desplazaban en función de su profesión como obreros agrícolas, en las vendimias, chatarreros o feriales.”

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Hoy, equivocadamente la gente confunde a los Gitanos, presentes en Francia desde hace años, con los Roms, que empezaron a llegar con la caída (en 1989) del comunismo en Europa del Este. “Los Roms que llegan a Francia actualmente vienen de zonas rurales y tienen un nivel educacional bajo por haber sido muy discriminados en su país de origen”, observa la ONG.

Solidaridad “romeuropea”

Un sector de la sociedad francesa se opone a las expulsiones de Roms. Un conjunto de asociaciones tanto nacionales (Liga de Derechos Humanos, Comité contra el hambre CCFD, Cáritas Francia) como locales, se agruparon en el Comité Romeurope para brindar ayuda básica a las poblaciones marginadas. Además de llevar comida y de prestar asesoría legal, esta red de asociaciones lucha para la escolarización de los niños, como en el campamento de Triel-sur-Seine.

Jean-Pierre Bercovici, ex director financiero hoy jubilado, coordina la ayuda a los Roms en el campamento. Recuerda cómo su asociación levantó una queja contra las autoridades municipales de Triel-sur-Seine para que aplicaran el principio de educación universal y obligatoria a los menores de 16 años.

Joël Mancel, el alcalde del municipio de Triel-sur-Seine – donde está asentado el campamento- reconoce que inicialmente rechazó la presencia de los niños Roms en la escuela. “No veía por qué Triel-sur-Seine tenía que hacerse cargo de estos niños cuyas familias estaban instaladas ilegalmente en terrenos privados. Al principio pensaba que no iban a quedarse mucho tiempo. Pero la Defensoría de los derechos (Halde, en francés) nos obligó a mandar a los niños a la escuela. Hoy son 18, y tenemos un maestro especializado para niños no francófonos”, cuenta el alcalde.

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-¿Cómo reaccionan los habitantes de Triel-sur-Seine? Se le pregunta.

-Algunos aceptan, otros están en contra de cualquier presencia extranjera. Pero los Roms son muy discretos y el terreno está alejado del centro del municipio así que nadie los ve,- responde Joël Mancel.

Y comparte sus “sentimientos”: “Yo deploro las condiciones de vida de esta gente. Viven aislados, tienen que robar la luz y el agua la van a buscar al cementerio. Además, el 40% de los adultos del campamento tiene problemas de salud. Es inaceptable en el siglo XXI. Pero el alcalde no puede resolver todo”.

Mancel apoya el desmantelamiento del campamento, lo que debería ocurrir dentro de 18 meses según la prefectura. Contrariamente al discurso de mano dura de su partido, la derechista UMP, Joël Mancel considera que mientras tanto, hay que integrar a los Roms por medio del empleo. “Queremos que vivan como nosotros, pero no lo pueden porque hay restricciones laborales”, observa Mancel. Estas restricciones serán levantadas a partir de 2014, lo que suscita la esperanza de una mejor inserción en la sociedad.

Hasta ahora, el presidente socialista François Hollande ha seguido la misma línea de su antecesor Nicolás Sarkozy. Incluso, desde la llegada de Hollande a la cabeza del Estado en mayo de 2012, las expulsiones de Roms búlgaros y rumanos aumentaron. El único cambio consistió en pedir a las autoridades locales examinar las posibilidades de reinserción social antes de las expulsiones.

Sin embargo, el primero de enero de 2014 suscita la esperanza entre los jóvenes del campamento de Triel-sur-Seine. “A partir de esta fecha pienso buscar un trabajo, aunque sea de limpiador”, aseguró Kennedy, un joven de 20 años, quien por el momento recupera piezas de metal para venderlas en una ciudad cercana.

Ve más en Spleen! Journal y visita su columna en VICE.com.