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Cultură

Nazis y fascistas que me dan risa (vol. I)

Primera entrega de nuestra colección de soldaditos friquis malignos (pero ridículos). Millán-Astray, Hermann Göring, Ernesto Giménez Caballero, Himmler y sus 'himmleradas'...

Lee la segunda parte aquí: Nazis y fascistas que me dan risa (vol. II)

Dejando de lado las incontables atrocidades que cometieron, tenemos que admitir que hay algo asaz risible en los dogmas totalitarios. Se trata de la solemnidad, esa seriedad escoba-en-culo tan proclive a la befa. También la masculinidad exacerbada, el fervor patriótico, la propensión al eslogan hiperbólico, los uniformes grotescos, los desfiles churriguerescos… Sí, amigos, el nazismo y el fascismo (y sus hijos lerdos, como el neonazismo) son para morirse de pura risa. Yo, como venerable nerd desde la infancia (mis juegos de guerra Nike & Cooper así lo atestiguan), siempre he leído sobre nazis, y siempre lo he pasado de fábula (no con la atrocidad, insisto; con todo lo otro). Aquí les ofrezco una panoplia de los nazis y fascistas que se me antojan más (inconscientemente) cómicos. Heil myself.

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Otto Skorzeny

El SS-Standartenführer (coronel) de las Waffen-SS encargado de operaciones especiales y otras matonadas encubiertas. Skorzeny me hace una gracia tremenda porque, aunque no era especialmente ridículo (no más que los demás fascios que pueblan este artículo), sí parece ser el típico farolero que todo el rato realiza bravatas de elevado potencial suicida para impresionar al resto de gañanes de la compañía. Ahí va el Skorzeny corriendo con tijeras, ahí que se lanza al agua sin haber esperado las dos horas de digestión, pues no se va a meter en la boca ese escarabajo, el muy bestia… Todo en la vida de Otto está compuesto de baladronadas flamencas de cariz testosteronado, empezando por el pedazo-de-cicatriz (schmiss) de duelista que le cruzaba toda la mejilla izquierda -y daba a su boca una muy particular mueca de repugnancia perenne, como si siempre estuviese olisqueando un mejillón putrefacto-, y acabando por aquel loco rescate de Mussolini en 1943 (Operación Roble), cuando Skorzeny le arrancó de los Apeninos a bordo de un avión, casi en solitario, posiblemente curda y en pelotas. La biografía de Skorzeny hace carcajear de tan convulsa y repleta de alardes-de-testículos austríacos (escapó de la prisión aliada de Darmstadt en 1948, y luego siguió erre que erre con sus machadas) pero déjenme que incluya mis dos favoritas:

a) En plena Operación Barbarroja (invasión de la URSS), en 1941, cayó herido. De un puto tiro a la cabeza, ni más ni menos. ¿Qué hizo entonces nuestro chulapón predilecto? Lo que haría cualquier otro cenutrio vienés en su lugar: se negó a tomar nada más que una aspirina y un vaso de Schnapps (no bromeo), se aplicó una tirita de Minnie Mouse en el colodrillo y prosiguió con su escabechina antieslava particular. Al volver al destacamento posiblemente retó a media división a un campeonato de flexiones, o procedió a alumbrar sus propias flatulencias o qué se yo.

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b) Ésta me hace gracia por tonto del bote, no por osado: en 1957, y con medio mundo persiguiéndole para juzgarle por cosas (y el otro medio tratando de ponerle en nómina, CIA inclusive), Skorzeny decidió ocultarse en una diminuta aldea de Irlanda y pasar un tiempo cultivando patatas o, considerando su talante, masticando alacranes vivos. No importa: lo que me fascina es su candidez: es incomprensible cómo rayos esperaba pasar desapercibido allí un boche de 1'93m, con un costurón de palmo que le sesgaba un carrillo y hablando con fuerrrte assento ausztrrrriaco. Seguro que nadie en el pub del villorrio reparó en su presencia, vamos.

Ernesto Giménez Caballero

Los fascistas españoles no tenían término medio: o eran borricos de acequia a quien la naturaleza había dotado con el más vistoso de los signos de sagacidad (la ceja única), o eran intelectuales al borde de la histeria que no podían contener sus versos floripondiosos. El autobautizado "Gecé" era así. "Uno de los más excéntricos ideólogos del fascismo español" (como lo llama Paul Preston), más histriónico que una tía solterona a la hora de los villancicos, luciendo el reglamentario bigotillo Saza y con una constante tendencia al homoeroticismo apolíneo-castrense. Gecé había sido futurista y filosurrealista (las vanguardias del siglo XX están más llenas de futuros fachas que el putsch de la cervecería), fan de la máquina (no la valenciana) y el deporte, exaltado tiralevitas de cualquier "gobierno de las minorías" y majara fascinado por la Roma imperial (llegó a casarse con una mamma italiana).

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De entre las muchas fascistadas expansivas que puso en práctica Gecé merece la pena destacar su celestinesco (y desesperado) intento de casar a Pilar Primo de Rivera con Adolf Hitler, canciller y líder de las Alemanias. Se ignora qué cara puso Adolfo cuando le comunicaron si deseaba desposarse con semejante pánfila (Pilar tenía cara de tortuguita hipnotizada ante una hoja de col), pero estoy seguro de que allí el Führer decidió inaugurar la campaña rusa. A Gimenez Caballero, a la sazón, los legionarios y falangistas tradicionales le negaban el saludo y le dirigían gestos abusivos con movimiento de muñeca flácida a sus espaldas, pues el hombre hablaba como un diccionario y no cesaba de pergeñar sonetos fifí de exaltación patriótica. De entre todo su demente ideario solo podemos coincidir con él en una cosa: tanto él como Dionisio Ridruejo consideraban que Ramón J. Sender era un cursi "vomitivo". Lo cual, por supuesto, es una verdad como un templo.

Heinrich Himmler

Ustedes ya conocen a Reichsheini (como lo llamaban afectuosamente sus hombres), auténtica celebrity del III Reich y ceporro mayor del nazismo vieja escuela (después de Hess, que era el tocho #1), pero quizás anden algo confusos respecto a su intelecto, espíritu y visión. Les conmino a que dejen de pensar en él como esa abstracción sádica e implacable del nacionalsocialismo, uno de sus peores y más inhumanos ogros sedientos de sangre, y empiecen a verle como el niño medio retrasadito que le está pegando fuego a un pequinés porque no tiene ni la menor idea de que eso no se hace. Hugh Trevor-Roper, el hombre que mejor (y de forma más hiriente) ha escrito sobre él, decía en Los últimos días de Hitler que Himmler era "extraordinariamente ignorante e ingenuo". Un fulano que, después de una carrera como la suya, trufada de abyectos crímenes de guerra y que, encima, culminaba en DERROTA TOTAL, cree aún que es el tipo adecuado para pactar con los aliados y continuar en su puesto con el beneplácito de los vencedores "no puede haber sido un hombre de inteligencia diabólica" [aduce Trevor-Roper]. En efecto, todo apunta a que Himmler era TONTO.

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Un pasmao "insignificante y vulgar, pedante y despreciable (…) incapaz de pensar". Al contrario que Hitler o Goebbels, que solo usaron la parte más majadera de la doctrina nazi por motivos tácticos, Himmler se creyó todo aquel disparate a pies juntillas, como un mocoso corto de entendederas que se deja enredar por los líderes de la pandilla y, creyéndose invisible de verdad, enseña la pichurra a las niñas. Himmler era un "creyente elemental", el mamacallos embobado que se tragó todo el embolao de majaderías teutónicas, raza "aria", runas nórdicas, vikingos-robot y alienígenas con múltiples senos. Fue él el único pazguato de todo el Estado Mayor que creyó crucial investigar el rosacrucianismo, la francmasonería, "el simbolismo de la supresión del arpa en el Ulster y el oculto significado de los pináculos góticos y de los sombreros de copa de Eton" (no hago broma aquí: un departamento a su cargo, el RSHA, se encargaba de estudiar a fondo esas paridas).

Podría seguir enumerando Himmleradas y echaríamos la tarde, pero carezco del espacio. Digamos solo a modo de ejemplo que cuando el Reich se desmoronaba en abril de 1945, "Himmler estaba proyectando la colonización de Ucrania por una nueva secta religiosa [los Testigos de Jehová] recomendada por su masajista" (rían aquí, por favor). En efecto, "la duda no podía herir la infantil serenidad de su credulidad cósmica", como señala mi amado Trevor-Roper. Himmler era un zoquete redomado, y no hay más que hablar.

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Hermann Göring

Otro que tal mea, aunque por motivos distintos. Göring, fundador de la Gestapo y comandante en jefe de la Luttwaffe, era el individuo más PERVERTIDO y CHIFLADO del Reich, y solo por eso merece su inclusión aquí. Su primera nimia lesión en el frente ya fue excusa para despertar en él un voraz apetito por la morfina, y a lo largo del mandato del NSDAP en Alemania se fue comprobando de forma creciente que estaba como una maldita chota. En 1941 ya había enloquecido por completo, y sus compinches nazis fueron apartándole (con palabras lisonjeras, como se haría con un demente que estuviese blandiendo un machete) de cualquier tipo de cargo oficial con posibilidades operativas reales.

Corrupto y arribista como pocos (drogadicto también), al final Göring era considerado por todos (Trevor-Roper al rescate) "como un hombre entregado a la voluptuosidad, como un perfumado Nerón tocando la cítara mientras Roma ardía". Les ruego que no desdeñen lo de Nerón como una imagen fabricada solo por su potencial descriptivo. Al final, según escriben numerosas fuentes, Göring ya vestía como Nerón. En serio. Organizaba cacerías en su palacio de Karinhall y aparecía ante sus huéspedes ataviado como un maharajá oriental, o con un bastón de oro puro y marfil, o envuelto en seda blanca "como un Dux veneciano" y a menudo "portando en su cabeza las astas simbólicas del ciervo de San Huberto, y una cruz esvástica de relucientes perlas entre las puntas de los cuernos" (arrea). Supongo que justo ahí -cuando lo de las astas decorativas- decidió Hitler que aquel Elton John morfinómano no era la imagen de impavidez germánica que debía proyectar su Reich. Pero a Göring todo eso le daba igual. Siguió empapuzándose de manduca exótica, saqueando de retablos y tapices todos los museos de Europa, vestido de libidinoso dragón chino en la segunda etapa de Funkadelic e insuflando opiáceos como si no existiese un mañana. Himmler le dijo a Folke Bernadotte en abril de 1945 que el viejo mariscal ya solo empleaba su tiempo "tomando cocaína, envuelto en una toga y pintándose las uñas de rojo". Cuando le tocó la engorrosa última prueba de suicidarse antes de Nuremberg, Goering descartó la opción sangriento-tiroteante y se decantó por lo que le pedía el cuerpo: una cápsula de cianida letal. ¡Una última pasti, Herm!

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José Millán Astray

José de Millán-Astray y Terreros, fundador de la Legión Española, aunque pueden llamarle "Pepe". Pepito es a Giménez Caballero lo que un doberman con un chili jalapeño en el anus es a un chihuahua latoso. Astray estaba desequilibrado mentalmente, lo que parece haber sido tan indispensable para militar en el fascismo patrio como el bigotín de marras o el atuendo de pisaverde emplumado. Si la pérdida de papeles y el gran numerito de guilladura en público es una cosa indiscutiblemente fascista (y, a decir verdad, lo es), entonces el bueno de Pepe era su campeón imbatible. Millán Astray se asemeja a Otto Skorzeny, con algo más de oligofrenia explosiva a lo Diablo de Tasmania y una miaja de ciclotimia gallega para aderezar el potaje (la lió parda tantas veces que al final tuvieron que llamarle al orden).

Paul Preston, en su indispensable Franco, habla también de su "bravura maníaca" en combate, cuando el jaleo aquel de Marruecos. Por descontado, podría aducirse que su arrojo insensato se debía mayormente a que el enemigo era una caterva de árabes en taparrabos armados solo de hojas de palmera, y a quienes la Legión masacró de forma impía. Pero no seamos injustos: "Pepe" estaba genuinamente chalupa, y su sed de sangre era tal que se habría lanzado de un bombardero abrazado a un proyectil, como el Mayor Kong de Teléfono rojo… Era un hombre genuinamente "obsesionado con la muerte" que no desperdiciaba oportunidad de comportarse como un jodido primer bailarín en el debut off-Broadway. En septiembre de 1921, durante la ofensiva de Nador (Marruecos), fue alcanzado en el pecho y se desplomó entre berridos de "¡Me han matado! ¡Me han matado!", como hace mi hijo de 5 años cuando juega a Bola de Drac. Viendo que el público no le ovacionaba, no dudó en incorporarse y, todavía fuera de sí, seguir aullando "¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Viva la Legión!".

No paró hasta que llegaron los camilleros, el muy pelmazo. En las tres siguientes ocasiones en que cayó en combate perdió un ojo, luego un brazo, y luego fue herido de gravedad en una pierna. Lo poco que quedaba entero de él continuó dando la brasa de forma fóbica y exaltada a lo largo de los "años de paz", culminando en el abochornante incidente de la universidad de Salamanca en 1936, cuando un Millán Astray "cercano a la apoplejía" y aproximándose al "delirio homicida" (según Preston) interrumpió el discurso de Miguel de Unamuno dando chillidos hebefrénicos de "¡Viva la muerte!" y "¡Muerte a los intelectuales!" (que no "Muerte a la inteligencia", como a veces se escucha por ahí). Vaya locaza.