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¿Realmente son útiles las armas químicas en una guerra?

La gente morirá, y los que sobrevivan volverán a ese lugar.

Un soldado sirio con máscara de protección química apuntando un AK-47. (Foto vía).

El armamento químico es algo bastante inusual. Cuando las fuerzas del gobierno sirio supuestamente atacaron a los rebeldes con agentes nerviosos en mes pasado en Ghouta, fue la primera utilización de armamento químico de la que se tiene constancia en un cuarto de siglo. La vez anterior fue el bombardeo de Halabja, Irak, perpetrado por Saddam Hussein en 1988, que acabó con la vida de 5.000 personas, aproximadamente. Antes de eso, las armas químicas sólo vieron realmente la luz durante la guerra entre Irán e Irak, la guerra civil yemení y las dos guerras mundiales.

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Sin embargo, por poco que hayan sido utilizadas en el gran esquema de las cosas, su despliegue en Siria no supuso una gran sorpresa. Hasta hace dos días, literalmente, este país devastado por la guerra civil era una de las siete naciones en todo el planeta que seguía negándose firmar la Convención de Armas Químicas, que prohíbe la producción, almacenamiento y uso de armamento químico. Y mientras todo el mundo se deshacía de sus reservas, estableciendo su utilización como una “línea roja para el mundo”, Assad y su régimen se mantuvieron ocupados haciendo acopio de precursores químicos y construyendo uno de los mayores arsenales de armas químicas del mundo.

Uno de los problemas más graves de las armas químicas es que, en términos relativos, son increíblemente fáciles de fabricar. Es probable que los estudiantes más atentos de Walter White pudieran batir gas mostaza y de cloro en sus cocinitas, e incluso los ingredientes del gas sarín no son demasiado difíciles de obtener, aunque fabricar el potingue resulta un poco más complicado. Prácticamente cualquier país con un laboratorio y un químico competente pueden hacerse con todos los gases tóxicos y agentes nerviosos que desee. Así pues, considerando el número de gente abyecta, inmoral, malvada y sin ley que hay en el mundo, ¿por qué no se han utilizado más?

La respuesta es que, hoy por hoy, son una forma especialmente efectiva de matar gente. El armamento químico llegó a su mayoría de edad durante la 1ª Guerra Mundial, en muchos aspectos el entorno ideal para que prosperaran: los soldados, en esos tiempos, eran como patos de un tiro al blanco, apiñados juntos en trincheras, objetivos estáticos durante semanas o meses. La tecnología de la muerte también estaba evolucionando con rapidez; el gas de cloro era en poco tiempo superado por el fosgeno y, más tarde, por el gas mostaza, todos ellos horribles de formas distintas. El cloro reaccionaba con el agua en los pulmones para formar ácido hidroclorídico, mientras que el gas mostaza dañaba las membranas e infligía terribles quemaduras químicas en la piel. Los adelantos en el campo de la química eran igualados por los avances en el vuelo y la balística, permitiendo por primera vez desplegar y marcar objetivos para las municiones químicas. Las armas químicas tenían potencial para remodelar el campo de batalla.

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Eso era al menos en teoría, y los ingleses lo llevaron a la práctica por vez primera en la batalla de Loos, en septiembre de 1915. Siguiendo órdenes del general Sir Douglas Haig, se desplegaron delante de la línea del frente 5.500 cilindros conteniendo 150 toneladas de gas de cloro. Se produjeron nubes de gas venenoso… para volverse contra el flanco izquierdo inglés cuando el viento cambió de dirección. A pesar del fiasco, desde la perspectiva inglesa el ataque tuvo un impacto en su mayor parte positivo; los alemanes no tenían experiencia real defendiéndose de un ataque con gas y aquello les supuso una sacudida. Si los ingleses hubieran dispuesta suficientes hombres en retaguardia, podrían haber ganado una significativa cantidad de terreno, asumiendo que no se encontraran entre los soldados inadvertidamente gaseados. Se consideró un éxito, o algo así.

La batalla de Loos puso de manifiesto una serie de problemas que todavía existen hoy, como me explicó Omar Lamrani, del grupo de ideas de Stratfor. “Las armas químicas son muy difíciles de usar de manera efectiva”, dijo. “Son necesarias unas condiciones ideales y una manipulación perfecta para que estas armas inflijan el máximo daño del que potencialmente son capaces". Incluso el más ligero cambio de dirección del viento, la humedad o la luz solar pueden afectar enormemente a su potencia. Algunas formas de gas mostaza se congelan a 58 grados Farenheit (14,4 grados Celsius), y no sé yo si aplicarles a tus enemigos una capa de escarcha decorativa te llevaría muy lejos en una guerra.

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Instalar 5.500 cilindros de gas delante de la primera línea de tus fuerzas tampoco es que sea pan comido. “Un perfecto método de despliegue es difícil de realizar”, me contó Lamrani, “dado que los métodos habituales de despliegue –artillería, cohetes, bombas, misiles– a menudo destruyen un significativo tanto por ciento del agente químico". Y si tus tropas están en el mismo campo de batalla, existe también un riesgo real de que queden expuestas a los gases.

Cuando Saddam Hussein arrojó armas químicas sobre Halabja en 1988, tenía la ventaja de una fuerza aérea, pero incluso así se necesitaron horas de bombardeos para lograr una concentración de gases suficientemente grande sobre el terreno. Esto puede ser factible cuando estás bombardeando a tu propia población civil, pero no es una buena estrategia contra cualquiera que disponga de armas antiaéreas medio decentes.

Y, por supuesto, luego están las contramedidas. Las máscaras antigás civiles carecen en realidad de utilidad, pero los ejércitos modernos están relativamente bien equipados para enfrentarse a ataques químicos, y lo han estado desde la 1ª Guerra Mundial. El principal problema en la engorrosa protección que se requiere –tanto por aquellos que son el objetivo de las armas como por quienes las disparan–, que puede restringir enormemente la movilidad y la vigilancia sobre el terreno. En palabras de la historia oficial inglesa de la 1ª Guerra Mundial, "el gas alcanzó éxito a nivel local, pero nada decisivo; añadió incomodidad a la guerra sin ningún propósito".

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Así pues, ¿por qué algunos gobiernos siguen interesados en estos productos? “Los arsenales de armas químicas, como el de Siria, se construyen sobre todo para ejercer un efecto disuasorio sobre las fuerzas exteriores”, dijo Lamrani. "A menudo son el equivalente de ‘la bomba atómica de los pobres’. Dados los enormes daños colaterales potenciales, a menudo los regímenes recurren a ellas en situaciones desesperadas o en casos en que el territorio ya haya sido capturado por una fuerza enemiga”.

En otras palabras, que las armas químicas son instrumentos para infundir miedo. Cuando Hussein bombardeó Halabja, su intención no era capturar el poblado, sino erradicarlo. Una vez los residentes hubieron muerto o huido, el terreno quedó arrasado y la tierra y el agua subterránea contaminados durante años. De forma similar, el ataque de Assad en Ghouta no fue un golpe decisivo contra las fuerzas rebeldes, sino un acto de terror indiscriminado en un lugar controlado por los rebeldes por parte de un gobernante cobarde y desesperado que nota su propia condición mortal.

“Las armas químicas son, ante todo, armas psicológicas”, explicó Lamrani. “Algunos de los agentes nerviosos no son visibles y carecen de olor; como puede imaginar, uno puede sentirse indefenso ante un arma así". Con todo, los actos de terror siempre estarán limitados a ser una herramienta para controlar al pueblo. “Ninguna población civil ha sido nunca completamente pacificada mediante el uso único de las armas químicas”.

La ciudad de Halabja fue completamente destruida por las fuerzas de Saddam, pero al cabo de un año habían aparecido concentraciones de barracas; “cobertizos con techos de lona”, escribió el New York Times. Pronto, las chabolas fueron reemplazadas por estructuras más permanentes, y ahora, varios cientos de hogares se yerguen en Halabja Taza; es decir, Nueva Halabja. La ciudad vive, mientras que Saddam está muerto y enterrado. Es probable que también Ghouta sobreviva a Assad: otro testimonio de la resistencia del pueblo y la definitiva inutilidad del armamento químico.

Sigue a Martin en Twitter: @mjrobbins

Martin Robbins es escritor y conferenciante, y participa como bloguero para el Guardiany el New Statesmanescribiendo sobre cosas extrañas y maravillosas. Here Be Dragonses una columna que explora las negaciones, los conflictos y los misterios en los márgenes de la ciencia y la comprensión humana. Le puede encontrar en Twitter @mjrobbins, o hacerle llegar observaciones y sugerencias a través de la dirección martin@mjrobbins.net.