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Cultură

Yo, Atlante - El lomo del cuchillo

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, súbete a mi polla y rema.

Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, súbete a mi polla y rema.

Y espulgado de pamemas, vamos al amor. Demos buen uso a esta tribuna aunque escribir para internet me siga siendo como leerle a tu madre unas notas por teléfono, a ver si le gustan. Tu madre tal vez quedó sorda de un aire en 1988, pero eso no es óbice para leerle unas notas y contarle que te has acercado a la playa, donde el yodo en la brisa quita el mal café, el clima es propicio para la vida y escribir, por tanto, se descubre junto al mar como lo que ha sido siempre, un asunto de pusilánimes. Un escarpado asunto de mariconas.

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Es una vergüenza ganarse la vida así, con tan poco esfuerzo.

El caso es que hay mucho bobo con el cacharrito también aquí, comunicándose, queriendo estar en otro sitio o en todas partes mientras yace en la playa. Se retratan, se historian, se buscan el perfil y hacen sus planes en red, supongo, tejen su yo colaborativo en las redes. Recuerdo que en internet los amantes del culebrón miran la prensa y luego emiten valoraciones políticas. Pretenden contrastar la verdad de los medios, estos comentadores pelmazos, con la verdad suya, la que les mandan. Los más pasionales aúllan de deseo, fantaseando con descuartizar al cacique, aunque sólo los ingenuos, los corazones más blancos y fibrados de entre ellos, estarán creyendo y confiando en las palabras de la tribu, sin prever que su entusiasmo será abatido cuando comprueben que el resto, inoperante, nunca hará nada más que esos planes, nada más nunca que poner el grito en el cielo y no llevar nada a cabo, porque todo el mundo es mucho más cobarde de lo que estaría dispuesto a admitir.

Internet amansa las fieras. Las atrofia, incluso, ilusoria como es la vida ajena a la vida que hacemos aquí. La fabulosa violencia que era combustible de gran parte de nuestros procesos ha sido sustituida por extraños hábitos dictados por la tecnología y asumidos sin cuestión. Somos viejos decrépitos arrastrados por la última ola mientras creemos cabalgarla.

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Sentada en su toalla, una chavala colmadita, armónica y enervada de pechos lame la pantalla de su dispositivo con alguna intención que desconozco. Lo hace dos veces. Las cosas que toco, ¿para qué necesito verlas?, dijo Max Estrella, que también sentenció que la barbarie ibérica es unánime.

Desconectado, pisando fuerte y bien, camino la orilla y me lanzo un palo al agua y me lo traigo servil como un policeman. Pienso qué haré a continuación. Divago, me aburro gratamente y vivo sin pena. No todo el tiempo alegremente, de acuerdo, pero en general sin pena. Y tras el abandono me pongo en mi lugar y me abochorno al comprobar que aquí en el verano, estos días, estoy calzando chanclas como un hombre sin pene, pero sobre todo me avergüenza pensar que es tarde y que debería escribir por dinero una vez más, escribir esto cuando lo útil sería estar rompiendo protocolos para siempre, haber conseguido hacerlo. Vivir de la caza mayor y no de esta porquería.

Sin querer, accedo a los papeles del día. Ojeo la materia política y se me ocurre sacarle partido al último tabú: allanar el círculo de la mierda. Todos tenéis aparato digestivo. Algunos acostumbráis a vejarlo acudiendo a restaurantes griegos o mexicanos y luego cagáis desnacionalizados, pero la mayoría, clase media como sois ya toda, contempláis la gula, coméis mejor que un francés, defecáis duro y español. Vamos a ello.

Mi propuesta es regresar a la infancia cantando, cogidos todos de una cuerda, recobrar la alegría, hacer emerger la metáfora e inundar de mierda el Parlamento, anegar las Cortes, depositar nuestro legado diario en el lugar donde se refugian los perros, abonarles el zaguán. Acuclillaos frente al templo, pensad vuestro ano un clavel revolucionario, descargad el intestino, liberad a willy y reunamos allí toneladas de nuestra miel para sofocar a esos miserables. Al fin y al cabo es lo que estamos haciendo todo el tiempo en internet. Hacedlo a plena luz del día o en la oscuridad fecunda de la noche. Si la liturgia os es íntima y cara podéis llevar el recado en una tartera o arrojar la palangana, pero darse prisa que vamos con hora.

Recordad que de la vida nadie sale vivo y que su mejor uso es bailar hasta que cese la música; que lo que está ocurriendo es intolerable, que no podemos seguir hibernados mil años más, que hay salir de aquí o volar esto por los aires.