Me pasé un día haciendo el guiri en el bus turístico de Barcelona

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Me pasé un día haciendo el guiri en el bus turístico de Barcelona

Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.

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Lo peor que puede hacer un turista o cualquier persona que se precie de ser persona, es coger un bus turístico. Y mira que el día pintaba bien cuando empezó. Era soleado, punto básico. El invierno, que ya moría sin que nadie se aventurase a practicarle el boca a boca, olía a primavera. La Sagrada Familia lucía como siempre –es difícil lucir en un mar de grúas y andamios- ante las bocas abiertas de los turistas, que aunque eran menos que en verano, eran. Alguno de ellos hasta se atrevía a llevar pantalón tejano corto y camiseta también corta. Sus rasgos, que por contraste convertían a Andrés Iniesta (que se asomaba por ahí anunciando helados) en un cubano, denotaban su procedencia del norte de Europa.

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Acepté la invitación de un guía y subí al bus, sin hacer el mínimo esfuerzo de activar las neuronas que se encargan de llevar los temas relacionados con mi buen juicio. Mi cabeza y mi cuerpo se disponían a hacer algo supuestamente divertido, ya que me apetecía jugar a ser turista en mi ciudad de toda la vida. Pero David Foster Wallace también se dispuso a hacer algo supuestamente divertido y le salió mal, aunque mientras nos dejó varias de las mejores crónicas de la América de los 90.

Una chica muy joven y simpática me indicó al entrar en el bus que el juego –el viaje- me costaría 27 euros. Y que los tenía que pagar ya, que el bus en nada continuaría su andadura. Eso sí, para calmar el golpe, la entrada venía acompañada de un librito rojo con infinidad de descuentos en otras actividades turísticas para hacer en Barcelona. Me pareció un atraco y me repetí la cifra. 27 euros.

Subí al piso de arriba, descapotado. Con el desconcierto del precio de la entrada no me había dado cuenta de que aparte del librito también tenía en la mano unos auriculares rojos que me servirían para que escuchase lo que un señor me iría relatando de las glorias y fracasos de Barcelona durante el viaje. El audio estaba disponible en catalán, castellano, inglés, francés, alemán, holandés, italiano, japonés, chino, portugués, ruso e indio. Por el momento preferí escuchar el rum rum de la ciudad, y sobre todo el del motor del bus.

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En el piso descapotado había unas diez personas. Dos de ellas eran hombres mayores con unos objetivos fotográficos dignos de un profesional que trabaja para National Geographic. Sus cebras eran las torres de la Sagrada Familia y durante un buen rato –que duró decenas de minutos- lo presenciaron todo desde el visor de su cámara. Más tarde se dieron cuenta que también existía la realidad. El bus aún no había arrancado. Dos adolescentes, con sus cámaras digitales modestas, lo aprovecharon para hacerse selfies que seguramente más tarde, o en ese mismo instante, compartirían en las redes sociales con sus amigos. Me sorprendió que tres individuos –los tres debían bordear los treinta años- fueran solos, sin acompañante. Por lo menos podrían permitirse el lujo en el futuro de hacer ver que nunca habían subido a ese bus turístico.

Desde allí arriba se observaban las largas colas que hacían los turistas para entrar en el edificio ideado por Antoni Gaudí. El tenue sol era suficiente para que gotas de sudor resbalasen por sus frentes y manchas de sudor apareciesen en los sobacos de sus camisetas. Pero como si todo lo demás no importase, permanecían embobados mientras miraban hacia el edificio al que muchos barceloneses –muchos más de los que pensamos- no han puesto un pie en su vida –ni tienen pensado ponerlo-.

Finalmente el bus arrancó y con ello acabó la parte placentera del viaje para que el viento empezase a despeinar las cabezas pacientemente peinadas antes de salir de los hoteles. Es imposible dar una imagen decente en el piso descapotado de un bus turístico en marcha. Este bus hizo la ruta verde, la cual te muestra la parte este de Barcelona. El tramo que va de Sagrada Familia al Tibidabo, pasando por el hospital de Sant Pau y el Park Güell, es un infierno. El sol prácticamente no llega, la sombra se apodera de los asientos y el aire helado te hace dudar de todo, hasta de si Barcelona es una ciudad tan apetecible como vendemos al mundo. Las caras de los turistas indicaban que se encontraban a punto de mandarlo todo a la mierda y coger un avión de regreso a su tierra natal, tan fría pero tan llena de buenos bares con buen alcohol.

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Además de las malas condiciones meteorológicas que se esforzaban en soportar, el único lugar de los anteriormente mencionados que vieron en condiciones es el hospital de Sant Pau. En condiciones quiere decir durante cinco segundos. Pasar por el Park Güell, por ejemplo, solo es una invitación a bajar del bus para verlo de verdad, y no como un espejismo al fondo del paisaje.

El Park Güell es el lugar de Barcelona más fotografiado según el portal Sighsmap, el cual también informa que Barcelona es la tercera ciudad más capturada fotográficamente del mundo, por detrás de Nueva York y Roma. Según esta misma fuente, al Park Güell le siguen la casa Batlló y la Casa Milà como los más fotografiados de la ciudad condal. Curiosamente, La Sagrada Familia se encuentra en sexto lugar. Y eso que mientras que uno hace la interminable cola veraniega para entrar el templo, tiene tiempo de sobras para hacerle fotos. El cuarto lugar es para la Catedral de Santa María del Mar y el quinto puesto para el Parc de Collserola.

No aguanté más y después de intuir el Tibidabo en la lejanía decidí bajar al piso inferior buscando el calor de la calefacción. No fui el único. Las dos adolescentes y un matrimonio, todos con semblante mustio, decidieron hacer lo mismo. En ese momento afrontábamos de bajada la calle Muntaner. Estando arriba me había sorprendido el silencio que reinaba y abajo la situación era la misma. Me puse los auriculares rojos, a ver si así el viaje mejoraba. No. Era imposible. Una música monótona, aburrida y hasta ridícula inundaba la sintonía. Entramos en La Diagonal bordeando el Círculo Ecuestre, al cual los turistas lo único que le prestaron fue indiferencia. Una de las adolescentes dormía -recuerden los 27 euros-, la otra miraba al infinito, tan gris. El narrador omnisciente de los auriculares empezó a hablar para explicar el Plan Cerdà y más tarde las maravillas de La Pedrera y la casa Batlló. El Passeig de Gràcia nos llevó hasta Plaça de Catalunya, donde la mayoría decidieron bajar y finalizar con su propio calvario.

Entonces subieron otros turistas –sobre todo parejas- con una alegría inocente que fue sustituida con el paso de los minutos por un rostro de sopor. Poco más hay que contar, ya que se repitió el silencio triste, el frío, el viento, la indiferencia y el señor de los auriculares seguía explicando sus historias. Continuamos el trayecto por Via Laietana para intuir el barrio Gótico, bordeamos el Port Vell, el Museu d'Història de Catalunya y la Barceloneta para después recorrer la costa hasta el Port Olímpic y después subir por la Ciutadella hasta la torre Agbar, pasando por el Teatre Nacional de Catalunya. Finalmente se llegó a la Sagrada Familia y yo di por finalizado el viacrucis.

Así funciona el tema en invierno. En verano la ruta por la costa te pasea por la playa del Bogatell, la Nova Mar Bella y el Fòrum para después dirigirse hacia la torre Agbar, saltándose así la Ciutadella y el Teatre Nacional de Catalunya. Alfin y al cabo, ¿qué importancia tiene el Parc de la Ciutadella al lado de ver multitud de bañistas tomando el sol?

Por si a alguien le interesa, existe también la ruta naranja, que te enseña la parte oeste de Barcelona. El itinerario es Plaça Catalunya, Catedral, estatua de Colón, World Trade Center, Jardins de Miramar, Fundació Miró, Anillo olímpico, MNAC, Poble Espanyol, CaixaFòrum / Pabellón Mies van der Rohe, Plaça Espanya, estación de Sants (será para ver su fealdad), Camp Nou, plaza de Pius XII, la Illa Diagonal (¿desde cuándo es algo relevante para ver en Barcelona?), avinguda Diagonal, La Pedrera y Casa Batlló.

Ésta es la ciudad que queremos enseñar a los turistas. O que por lo menos los que mandan quieren enseñar a los turistas. Una mezcla de arte, compras, historia y playa. Todo ello en un bus a toda caña. Suerte que algunos nunca han cogido el bus turístico y siguen regresando.