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Todos somos el tipo que transporta una furgoneta encima de su coche

De como la mente desquiciada de un pobre zamorano puede llegar a generar el artefacto más bello del mundo.

Existe algo más bello que el éxito; el éxito a través del fracaso. Supongo que sabéis a lo que me refiero porque espero no haber sido el único que ha recurrido a técnicas paleolíticas para solucionar problemas cuotidianos. Cosas como limpiar el caldo de pollo —que has estado haciendo durante 2 horas y que te acaba de caer al suelo— únicamente a base de trozos de papel de cocina, incapaz de hacer el esfuerzo de coger una fregona porque te da una pereza infinita poner agua y friegasuelos en ese cubo. El resultado es más o menos satisfactorio, y pese a ser estéticamente repulsivo estás completamente seguro de que la próxima vez que te pase algo parecido —líquidos en el suelo— harás exactamente lo mismo. Hay cientos de ejemplos en los que la mente humana toma decisiones aparentemente incorrectas pero si los objetivos se cumplen, ¿qué importa? A ver, no me malinterpretéis, estoy hablando de situaciones costumbristas, no de marcos bélicos en los que ciertos tipos tienen que decidir si embisten un par de edificios de oficinas con un par de aviones y sacrifican a miles de sus camaradas para justificar una intervención militar en oriente medio.

Bueno, ¿cuál es la situación? Un tipo se encuentra con el percal de tener que transportar una furgoneta que no arranca —esto es algo que suponemos, puede ser que la llevara encima sin querer o por puro goce— y es interceptado por unos tipos que escuchan una música terrible y que deciden grabar la situación para echarse unas risas. Sin más.

Pero ese tipo que transporta una furgoneta en el capó de su coche somos todos. Estoy completamente seguro de que hay un camino lógico que nos lleva directamente hacia la resolución tomada por la psique del transportista de vehículos zamorano. Todo depende del contexto y de las situaciones particulares —sometidas evidentemente a ciertas presiones, necesidades y falta de opciones— por lo que todos, absolutamente todos, de habernos encontrado con un problema similar y unos obstáculos similares, habríamos llegado a la conclusión de que la mejor forma de transportar una furgoneta que no arranca era colocándola encima de nuestro coche y cargarla en el capó durante unos pocos kilómetros hasta el taller de reparación. Pero esta es la parte del iceberg que atisbamos desde la proa de nuestro barco, lo más interesante se encuentra fuera de campo. ¿Cómo coño puso ese tipo un vehículo de motor sobre otro vehículo de motor? ¿Cómo logró este perfecto acoplamiento, esta simbiosis? Esta puede ser quizás la gran hazaña. Qué mente humana puede llegar a postular esta colocación quirúrgica y precisa que falca la furgoneta con el coche, convirtiéndolos en un solo ente, en una sola pieza firme que campa con seguridad y rebeldía las grandes carreteras castilla-leonesas.

Si no fuera por la mente desquiciada de un pobre zamorano no habríamos presenciado nunca toda esta belleza.

Saludamos desde aquí todas estas pequeñas victorias que normalmente pasan desapercibidas, que se escapan del conocimiento colectivo y cuyos individuos involucrados, por bien o por mal, son librados de ser juzgados; de ser tratados como héroes o como tarados. De todos modos, piensa que, la próxima vez que alguien suba un vídeo con unos tipos haciendo una filigrana similar, puede que el protagonista, esta vez, seas tú.