MIRA:
Los seres humanos tenemos los cachorros más dependientes de todos; necesitamos muchos más años que cualquier otro animal para que nuestro cerebro termine de desarrollarse. El útero de nuestra madre no es suficiente; necesitamos además un útero social. Ese útero social suele ser la familia. Y como nuestra supervivencia depende al completo de los padres o cuidadores tendemos a convertirlos en una especie de superhéroes y de negar absolutamente la existencia de todas sus mierdas. Para nuestra tranquilidad nos afanamos en creer que esas dos personas pueden resolver con rapidez y ligereza absolutamente todos los problemas que la vida nos traiga.
De alguna forma la madurez es ir dándole la vuelta a esto; ir asomándonos a la verdad detrás de las cortinas del salón: de que nuestros padres son fantásticos y despreciables según el día, que nos dan todo el amor que pueden pero que también vuelcan sobre nosotros sus anhelos y decepciones con la vida y con sus propios padres, algo que quizá, a su vez, estemos haciendo nosotros con nuestras crías.Rachel Cusk en su novela Tránsito lo narra cristalino: “Tiene gracia, que cuando los padres les hacen cosas a sus hijos es como si creyeran que nadie puede verlos. Es como si el hijo fuera una extensión de ellos mismos; cuando hablan con el hijo, se hablan a ellos mismos; cuando lo quieren, se quieren a ellos mismos; cuando lo odian, es su ser mismo al que odian”."En pleno trabajo terapeútico con mi psicóloga me di cuenta de que mi madre me demandaba un amor incondicional como el que no le habían dado sus padres, vamos, que en vez de una hija quería una madre"
Es curioso cómo cuando hacemos el trabajo de poner a nuestros padres en un lugar real, cuando los bajamos del altar, entendemos mejor sus circunstancias de vida, lo que en muchos casos nos permite hacer las paces con todo lo que nos dieron o no nos dieron. Cuando digo hacer las paces no hablo necesariamente de perdonar sino aceptar. Bajo mi punto de vista, esta es una buena manera de mejorar las versiones de las generaciones que vienen y no quedarnos estancados en el fango de nuestros progenitores.“Quizá porque lo que ella quería era tener una madre en lugar de una hija no me dejó crecer libremente, no me alentó a independizarme, ni económica ni emocionalmente. Tengo que decir que tampoco lo impidió, pero desde luego no lo promovía. Me pedía continuamente que pasara tiempo con ella y me llamaba llorando o con la voz quebrada diciéndome que se sentía sola”, sigue Candela. Descubrir las debilidades y miserias de nuestros adorados padres es una de las cositas que más coraje nos dan a los hijos, sobre todo a los que nos resistimos a dejar de verlos como los Mcgivers de la crianza."Me pedía continuamente que pasara tiempo con ella y me llamaba llorando o con la voz quebrada diciéndome que se sentía sola”
"No tener una imagen realista de quienes son ellos, una vez nosotros nos hacemos adultos, genera muchas grietas en el vínculo, porque nos estamos relacionando con la fantasía de quien queremos tener delante en lugar de con la realidad de quien está frente a nosotros"
La culpa hace que sintamos que la cagamos sin parar, lo que nos lleva a aceptar la relación tal y como lo plantea la persona que tenemos enfrente, con sus límites y condiciones sin tener en cuenta lo que nosotros queremos. No vemos su mierda porque sentimos que la nuestra lo inunda todo. Sobrepasar el cargo de conciencia que genera crecer no es tan fácil como parece, cuando superamos la culpa la realidad del otro te golpea en la frente con toda su crudeza, por eso este es un proceso tan duro como liberador.“Después de muchos quebraderos de cabeza entendí que la vida de mis padres no era como a mí me gustaría que fuera, que ellos eran adultos y que tendrían que encontrar la manera de solucionar su papeleta"