La destrucción de ahuehuetes en Texcoco, Estado de México

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La destrucción de ahuehuetes en Texcoco, Estado de México

Miles de estos árboles solían rodear el jardín del rey Nezahualcóyotl; hoy muchos están muertos o crecen entre banquetas, zaguanes y asfalto.

Nuestra memoria colectiva está llena de referencias a nuestro legado prehispánico. Al evocarlo, nos vienen imágenes sobre pirámides escalonadas, canchas de juego de pelota y serpientes emplumadas. Sin embargo, pocos se han puesto a pensar que elementos como un árbol sean capaces de hablar sobre las sociedades que nos antecedieron. Para ser más específico, me refiero al ahuehuete, palabra en náhuatl con la que en México se conoce al sabino. Su significado es "viejo de agua", y ello hace referencia a que solo crece donde la hay en abundancia, como manantiales y arroyos.

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En este caso no se trata de un solo ejemplar, sino de varios que se encuentran en el municipio de Texcoco, al oriente de la Ciudad de México. Con una edad aproximada de quinientos años, estos árboles son el único vestigio en pie del jardín del rey Nezahualcóyotl, una de las figuras más reconocidas del México precolombino, quien ejerció un destacado desarrollo en las artes, la arquitectura y la poesía de la civilización nahua. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, cronista texcocano y descendiente del monarca, describió que alrededor de dos mil ahuehuetes fueron plantados a manera de cerco para delimitar un área anexa a un palacio que contenía fuentes, estanques y animales.

Hasta hace muy poco Texcoco apenas era lo suficientemente grande para ser considerado un núcleo urbano relevante. Pero a la llegada de los conquistadores hispanos en el siglo 16, el área constituía la capital cultural del imperio mexica y la segunda ciudad más importante después de Tenochtitlán. No obstante, en el último sexenio se ha enfrentado un fenómeno de urbanización cuyo hilo conductor ha sido la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México. Las zonas aledañas que contaban con un uso de suelo agrícola han incrementado su valor para ser vendidos como predios y así satisfacer la demanda habitacional y comercial que se ha presentado en la zona.

Conocí los ahuehuetes en compañía de Marisol Coronel y Carlos Alberto Padilla, miembros de la red ciudadana Nodo 56, a quienes contacté después de leer sobre los esfuerzos que han realizado para que sean reconocidos como un patrimonio ecológico en la región. El primer lugar a donde me llevaron fue un terreno que se encuentra a pocas cuadras de la cabecera municipal, conocido como "Los Ahuehuetes". De los trece ejemplares que ahí se localizan, cinco están muertos: desde la distancia pueden verse sus troncos negros y sin hojas. El resto crece entre banquetas, zaguanes y asfalto, ejerciendo una resistencia ante la mancha urbana que se despliega frente a ellos.

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Un recorrido en automóvil de quince minutos nos llevó más tarde a un ejido llamado Boyeros, a un costado de la carretera federal México-Texcoco. Ahí la cosa fue un poco distinta: plantados en fila india y formando una esquina en uno de sus extremos, cerca de sesenta ahuehuetes corren a lo largo de un camino viejo de terracería. La disposición de los árboles, siguiendo un antiguo canal construido para su riego y hoy contaminado, evidencian la función periférica que tuvieron durante el apogeo azteca. Por otro lado, las copas de los árboles y su altura han cubierto al entorno a tal grado que se ha forjado un microclima en el área. Incluso es posible escuchar el canto de las aves.

Durante las últimas semanas, Nodo 56 ha presionado a las autoridades municipales junto con otros jóvenes universitarios para obtener una resolución ante la construcción de una calle que atraviesa a "Los Ahuehuetes", que hoy en día es una propiedad particular. Los nuevos proyectos de infraestructura han cortado de manera parcial algunos de los árboles y no contemplan su integración al entorno construido, aún cuando se tiene la conciencia de que el área tiene una relevancia arqueológica significativa.

Para Marisol y Carlos, rescatar a los ahuehuetes de Nezahualcóyotl no solo contribuye a la valorización de la memoria histórica de Texcoco, sino que también representa un acto político que cuestiona los valores sobre los que hemos cimentado al progreso en el país: "Conforme pasa el tiempo, la ciudad crece y parece inevitable la forma en la que la sociedad se adapta. Sin embargo, una especie como el ahuehuete puede vivir varias generaciones y también puede definir si queremos continuar devastando, mutilando y talando, construyendo calles y caminos, o vestir nuestra historia con dignidad desde su raíz".

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Mientras conversaba con Jesús Trejo, estudiante de cine y miembro del equipo de Nodo 56, su respuesta ante por qué han invertido tanto tiempo y dinero en acciones de concientización de los ahuehuetes me dejó reflexionando desde entonces. Para él, la defensa comunitaria de los ahuehuetes ante la voracidad de nuestro tiempo es un símbolo de la resistencia que históricamente han tenido los habitantes de la zona, en el pasado hacia el expansionismo mexica, después hacia la homogeneización española y hoy hacia los proyectos de nación que atentan contra su identidad. El fenómeno de asimilación y destrucción que aquí se presenta ha sido, paradójicamente, un incentivo para definir qué es lo que los distingue del resto de los mexicanos. Trejo me compartió una frase que alguna vez le dijo un habitante de la zona de la montaña texcocana: "nos tuvimos que olvidar para recordar quiénes éramos".

Organismos con ciclos milenarios como los sabinos de Texcoco funcionan como documentos que arrojan información sobre las impresiones sobre la naturaleza tanto en el México antiguo como en el contemporáneo. Expanden al concepto de arqueología al tiempo que colocan a la historia como un ente vivo, alejado de las apreciaciones monolíticas que existían en el pasado. Su conservación o destrucción hablará más de nosotros que cualquier salvamento o reporte oficial que pueda redactarse al respecto.

Para conocer más sobre los eventos y esfuerzos que Nodo 56 lleva a cabo: http://www.nodo56.org