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Reconociendo a tu ex en un vídeo porno

El sexo es, probablemente, el más íntimo acto físico. Ver a una mujer a la que una vez amé hundiendo de lleno las manos en otra mujer invertía esa intimidad, convirtiéndola en algo alienante y público.

Foto de Blair Hopkins Según la revista Cosmopolitan, ver porno juntos puede ser una gran forma de ponerle salsa a vuestra vida sexual. Yo he encontrado que ver pornografía con chicas es, en el mejor de los casos, una experiencia agridulce. Un campo de minas emocional, aunque la idea partiese de ella. Encuentro que lo mejor es dejar que ella elija el vídeo, porque sé que cuando sea mi turno de seleccionar un clip en internet seré juzgado en base a mi elección. En primer y más importante lugar, la actriz que aparezca no debe ser de una etnia diferente o tener los pechos más grandes o diferente color de pelo que la amiga en cuestión. De hecho, parece que debería ser exactamente como ella. De verdad, debería tratarse de un vídeo de algún otro teniendo sexo con ella. De lo contrario corro el riesgo de provocar un: “Oh, ¿así que eso es lo que de verdad quieres ver? ¿Una asiática con las tetas grandes? Que es, por supuesto, exactamente lo que yo quería ver. No hace mucho estuve liado con una mujer que se ganaba la vida practicando sexo. Yo, sin embargo, no pagaba, aunque admito que he pagado por sexo anteriormente; no con dinero y nunca por adelantado, pero vaya si he pagado. Mi relación con Jolene fue corta, bastante casual y emocionalmente intensa. Nos citamos por primera vez para tomarnos unas copas en un desvencijado bar gay de Oakland, California. Nos habíamos conocido a través de OKCupid. Sabía qué hacía Jolene para ganarse la vida antes de conocernos en persona, ya que ella había escrito en su perfil, “Soy trabajadora sexual, es decir, prostituta”. Hablamos y bebimos durante varias horas y acabamos montándonoslo en su coche, un final muy típico en las citas por OKCupid.

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Jolene no es lo que se suele tener en mente cuando te imaginas a una chica de compañía. Quiero decir que no es una rubia con implantes mamarios y una expresión vacía. Es una rotunda pelirroja de metro ochenta de estatura, provocadora, inteligente y con la clase de corte de pelo transgresor que ves en los artistas y los agitadores profesionales. Resulta tan fácil imaginársela siendo esposada por la policía por protestar contra la globalización como siendo esposada a las barras de una cama. Quedamos siete veces, pasando normalmente cinco o más horas juntos, sobre todo hablando, fumando y bebiendo. Existen, por supuesto, ciertas inquietudes a la hora de dormir con una trabajadora sexual. No importa lo poco que uno tienda a emitir juicios morales; existen hechos estadísticos acerca de la prevalencia de enfermedades de transmisión sexual entre las personas que se ganan la vida en esta industria. Pero entonces te pones un condón, tienes sexo y no sucede nada terrible (al menos en nuestro caso). Sospecho que yo, por una serie de razones, lo habría pasado mal de haber sido prostituto. Una de ellas es que creo que implica tener que dormir con un montón de clientes poco atractivos, y así se lo dije a Jolene. “Simplemente has de encontrar una cosa en ellos que sea atractiva y concentrarte en ella. Aunque a veces es difícil encontrar en ellos algo físico que te guste”. Me dijo que muchos de sus clientes eran torpones y tenían problemas relacionándose con mujeres, y que a menudo querían a alguien que riera con sus chistes tanto como a alguien que les chupara la polla. “Yo, más que muchas chicas que conozco, les doy la experiencia de tener una novia”, y esta es quizá una de las descripciones más descorazonadoramente humanas que yo haya oído de lo que ofrece una chica de compañía.

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El porno es mejor cuando te la pelas mirando a alguien a quien no conoces. Jolene tiene algo de relación con la escena avant-porno experimental de San Francisco, y ha aparecido en varios títulos. En cierto momento sugirió que sería divertido que viéramos uno de sus vídeos XXX, y a mí me pareció una gran idea. Era imposible que se sintiera celosa y todo lo que había hecho era una escena lésbica, así que tampoco la vería siendo taladrada por otro tío, pero me hizo la propuesta cuando yo me estaba yendo para ocuparme de otras cosas. Un par de días después sentí curiosidad y me puse a buscar el prono de Jolene por mi propia cuenta. Pensé que aquello era un poco avieso, pero tampoco lo pensé mucho ya que buscar porno siempre tiene algo de avieso. Encontré un clip suyo con bastante rapidez y, para mi sorpresa, descubrí que su compañera de escena era una antigua novia mía. Esta ex, Zoey, me había dejado emocionalmente hundido cinco años atrás y mi reacción al ver el vídeo fue compleja. Ahí va una lista incompleta de las emociones que sentí en ese momento: shock, celos, excitación y culpa, y el resultado final de todo ello fue una abrumadora sensación de náusea. El sexo es, probablemente, el más íntimo acto físico. Ver a una mujer a la que una vez amé hundiendo de lleno las manos en otra mujer invertía esa intimidad, convirtiéndola en algo alienante y público. Cuando estoy teniendo sexo con alguien tengo la sensación de que sé algo de esa persona que nadie más sabe, aunque solo sea el modo en que grita o la expresión de su cara mientras está follando. Una vez el acto sexual se encuentra disponible en internet, ese secreto compartido se evapora. Además, ver a mi ex practicando sexo sáfico me provocó una sensación de ineptitud respecto a mi propio sexo y sus aparentes preferencias; p.e., "Bueno, supongo que lo que de verdad le satisface es azotar el culo de otra mujer hasta dejárselo rosa y después insertarle bien fuerte un consolador”. También me sentí ajeno como espectador, sabiendo que este porno en particular no se había hecho para la satisfacción masculina. Debería aclarar que nunca aceché a Zoey después de nuestra ruptura, si bien mis pensamientos tendieron a lo obsesivo, siempre con el ojo atento por si la veía por la ciudad y manteniendo con ella no resueltas discusiones imaginarias. Ver ese vídeo de las dos juntas me hizo sentir como si me hubiera escondido en el armario de Jolene para espiar su vida sexual, sólo para descubrir que se iba a follar a un trauma personal mío.

Retrato del autor después de la ruptura. No me sentía traicionado por Jolene ni le guardaba resentimiento. Esos sentimientos habrían sido injustos, pero las reacciones de uno no son enteramente voluntarias y mucho menos justas. La siguiente vez que estuvimos juntos ella volvió a sugerir que viéramos uno de sus vídeos, y yo respondí, “Bueno, en realidad sentí curiosidad y encontré por mi cuenta un vídeo de los que haces”. “Oh, ¿eso hiciste?”, dijo ella con tono sensual. “Sí, y en el que encontré te lo estabas montando con una ex mía”. “¡Oh!” “Está bien. Solo fue un poco incómodo”. “¿Quién era ella?” “Su nombre en el porno es Zoey”. “Ah, sí. En realidad no la conozco mucho. Pero parecía buena tía”. “Sí, lo es. Pero no quiero veros a las dos teniendo sexo”. El episodio significó prácticamente el fin de mis ambiciones de ver porno con una mujer. Mi queja inicial era que se sienten celosas e inseguras acerca de lo que yo “realmente quiero”. Pensé que había encontrado una especie de mágica escapatoria a ese dilema, solo para descubrir que la escapatoria se estrechaba y que el dilema acababa aprisionándome a mí las pelotas. Finalmente Jolene y yo seguimos caminos separados, y con Zoey no he hablado en más de cinco años. Aún miro porno de vez en cuando, pero estoy tratando de alejarme de él del mismo modo que lo hice de mis otras adicciones y obsesiones. Pero es difícil, porque tener un ordenador portátil significa llevar en la mochila la colección de porno más grande del mundo.

@NotMilesK