La opulencia culinaria de Millesime México aún está vigente

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La opulencia culinaria de Millesime México aún está vigente

No sé si la fórmula de Millesime México funcione igual cada año, pero sé que la opulencia culinaria aún está vigente, tal vez más fuerte que nunca.

Cuando terminé de comer el último bocado de la tarta emperatriz de chocolate que el chef francés Jean-Marie Gautier había cocinado para mí —y otras decenas de afortunados—, me convencí de que ya había valido la pena ir a la quinta edición de Millesime México, quizás el evento gastronómico más lujoso del año en el país.

Aún me sorprendo pensando en esa tarta chocolatosa, en su perfección, en su contraste de texturas, en su amargor sutil, en lo feliz que me hizo comerla. Aunque, claro, no es la única tarta de chocolate suprema que he comido, pero pocas veces se me presenta la oportunidad de acompañarla con uno de los rones añejos más exquisitos (con ese sabor dulce y especiado tan característico), además de champagne, vinos mexicanos de los buenos y sobre todo: como final de un menú irrepetible.

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Tarta emperatriz de chocolate. Foto de Margot Castañeda.

Menús irrepetibles todos los días. Desde los de la fonda en la que como diario, hasta las cenas-degustación que me aviento al menos cada quincena. Sin embargo, hay algo atractivo en comer lo que no se tiene cerca siempre, como el aguachile de callo riñón, manzana verde y brotes marinos del chef Jonatán Gómez Luna, probablemente uno de los mejores cocineros de México (según me han dicho, pues aún tengo pendiente visitar su restaurante Le Chique en la Riviera Maya), hasta el sea bass con especias dulces y coliflor de la francesa Stéphanie Le Quellec, del restaurante La Scéne.

Y eso sólamente fue durante la comida.

Antes de sentarme en una mesa del restaurante "Metate", montado temporalmente dentro del Centro Banamex para complacer a la élite mexicana con los menús colectivos que armaron entre chefs mexicanos, españoles y franceses, me di un paseíto por los pasillos del evento, ambientado con su tema del año: Circus.

En un par de vueltas por los pasillos me comí unas cuantas tostadas de Nico Mejía, chef de Cortéz. Repetí la de pozole seco de mariscos y la de de erizo con chicharrón porque ¡dioses!, qué rico invento jaliciense. También me di un par de calditos de carne seca del chef norestense Alfredo Villanueva, una dobladita de sesos con erizo del tabasqueño Aquiles Chávez, varios taquitos de tripa de Pablo Salas, el borrego en adobo con macadamias del tapatío Francisco Ruano y un montón de sus postrecitos de higo con chicozapote y crema batida (no los conté, soy propensa a la adicción, discúlpenme).

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Lonche de pancita con salsa verde y salsa de frijol, del chef Fabián Delgado.

Comí rico. Muy rico. Y punto. Eso es todo lo que uno espera cuando va a eventos gastronómicos, ¿no? Ah, sí. También bebí rico. Muy rico.

Acompañé todo con un sinfín de Mariatintos (bueno, es uno de los mejores vinos mexicanos, y si el enólogo, Humberto Falcón, te sirve más, lo bebes sin quejarte), aunque también había champagne, ginebra, whiskys, tequilas y rones sin límite. ¿Qué quieres? Sí hay, por allá.

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Vinos mexicanos. Chef Francisco Ruano.

Mientras comía y bebía, platiqué con algunos de los personajes que están haciendo de México un gran destino gastronómico. Nada demasiado profundo. En realidad todo es superficial —nadie dijo que lo somero sea forzosamente malo, eh—: se trata de comer, beber y conversar sabroso. Nada más. Un ratito para olvidarse del mundo y disfrutar desinteresadamente. ¿Alguien se queja de eso? Bueno, tal vez los chefs, quienes se llevan una buena joda cocinando todo el día y repitiendo una y otra vez el menú que ofrecen a los golosos curiosos que no dejan de llegar. Aún así, hasta ellos se la pasan bien. Ese es el chiste de los eventos gastronómicos pomposos: pasarla bien, sin buscarle contenido demasiado reflexivo.

Confieso que llegué con la promesa de probar lo que los "jóvenes talentos" están haciendo. Gaby Ruiz, Paco Molina, Fabián Delgado, y Jesús Cárdenas son los cuatro cocineros impulsados este año por Millesime. No pude llegar a conocer mucho de ellos ni de su cocina, no más allá de que el sopecito de pulpo y chicharrón prensado de Gaby Ruiz, el lonche de pancita de cerdo con salsa de frijol de Fabián Delgado, el guajolote ahumado con pipián de pistache y polvo de quelite de Paco Molina, y la chalupa de cachete de cerdo con mousse de mole blanco de Jesús Cárdenas, estaban interesantes, bien hechos. No hubo espacio para más, porque todo aquí es momentáneo, por encimita, pero al menos sé qué restaurantes visitar si decido ir pronto a Tabasco, Tlaxcala, Guadalajara y Guanajuato. Y sé que vale la pena conocerlos más a ellos, después.

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Sopecito de pulpo y chicharrón prensado de la chef Gaby Ruiz.

De forma paralela, hubo catas y clases magistrales corriendo todo el tiempo, aunque sinceramente yo veía a la gente más entretenida comiendo y bebiendo que tomando nota de algo. Aquí es cuando recuerdo por qué la cara lujosa de la comida nunca será opacada: a (casi) todo el mundo le gusta comer y beber bien. Millesime es un gran espectáculo, no sé si su fórmula funcione igual si se repite cada año, pero sé que la opulencia culinaria aún está vigente, tal vez más fuerte que nunca.

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Y cuando lo dude, recordaré las caras felices con mejillas sonrojadas de las tantas personas que vi danzando, con copa en mano, en los pasillos de Millesime México 2015. Inversionistas, socios de las marcas, empresarios, emprendedores y socialités que están dispuestos a pagar por un rato del mundano y hermoso placer de comer y beber hasta que el cuerpo aguante —o reviente—.

Al final, aprendí que sólo hay una manera de acercarse a los eventos gastronómicos de lujo: con estómago dispuesto, sonrisas bien puestas, actitud un poquito esnob y un uber programado para que me lleve, sana y salva, de regreso a casa.

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Todas las fotos son de Sandra Blow, con postproducción de Thania Millán.