Nota 1: De todo, excepto de sí misma, o del reflejo de sí misma.
Nota 2: Hablo de mi cabello. Que no haya confusiones.
Nota 3: No imaginen una bruja envuelta en una tela negra y sombrero de pico. Era una anciana, con la piel llena de costras, sucia y con olor desagradable. Se apoyaba en un bordón de madera, una rama de árbol bastante tétrica, dice recordar mi viejo.
Nota 4: No por arte de magia, sino que llegó repentinamente.
Nota 5: Normalmente, caminando, sin humo ni nada de eso.
Nota 6: Es decir, aunque era seguro que en el hospital yo iba a morir, mis padres serían acusados de homicidio imprudencial por buscar una alternativa y por no caer derrotados frente a la inminencia del desconocimiento médico. Recordemos que es Hermosillo en los ochenta. Los médicos perdían la batalla contra la famosa Dispepsia Transitoria del Lactante a la que acreditaban de enfermedad incurable y misteriosa. Tiempos oscuros en el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Nota 7: Madre no puede recordar qué puntos exactamente.
Nota 8: No como un automóvil en las películas de acción. Sólo es una forma de decirlo.
Nota 9: Es decir, mi culo. Mi culo de bebé.
Nota 10: Sin contar la cantidad de muecas y groserías, los gestos de desaprobación de la gente en el camioncito urbano, que lo acusaban de haberse cagado extrañamente, tremendo viejo incontinente, por la parte delantera de sus piernas.
Nota 11: Me salvó de una enfermedad mítica: El Empacho. Al parecer esta condición pediátrica ha sido rechazada por la Medicina durante siglos. Es considerada una enfermedad popular que tiene registros desde el siglo XVI y que, si uno lee en foros de Internet, los médicos, a la fecha, siguen rechazándola e incluso negándose a curarla. Excepto, claro, que se tope uno con un Doogie Houser. O que, cientos de miles de madres estén mintiendo frente a la computadora. No podemos meter las manos al fuego. Como sea, la bruja que a mí me tocó dijo que estaba empachado y me sacó la mierda a cucharazos.
Nota 12: Esa misma bruja, después de que mis padres llevaran la buena noticia a su familia, hizo que uno de mis tíos en silla de ruedas, se pusiera en pie y caminara. Se recuperó hasta la fecha. El tratamiento fue el mismo, una cuchara, presionando puntos secretos en las piernas. No hubo excremento porque él tenía otra enfermedad.
En una de esas tiendas, Madre compró mi primer diario, a principios de los noventa. Lo conservo. Reproduzco acá algunos fragmentos para ustedes:28 de marzo de 1992Querido Bartolomeo (nota 17). Hoy es jueves. Mi cumpleaños caerá en domingo y como siempre Judith (nota 18) no me abrazará. Ni nadie en la escuela (nota 19). Madre vendrá otra vez con un pastel barato del supermercado y todos bailarán excepto yo, en mi fiesta. Papá terminará borracho en el piso de la sala. Gritará y lanzará patadas a demonios imaginarios (nota 20), mientras Madre concluirá el día con los cajones de su chiffonnier en el pecho, en un inútil intento por ponerse la pijama para dormir. Cumpliré once años. ¿Cuántos tienes tú, Simpson?Nota 13: Sin duda, quienes crecimos en Hermosillo conocemos esos juguetitos, pero no eran, realmente, los que tenían los vecinos. Sólo hace falta echar un vistazo al pasado y la melancolía que producen es mínima. Nosotros, en Hermosillo, amábamos los monitos que venían en la Cajita Feliz.
Nota 14: Los niños de la televisión hablaban demasiado extraño. Su acento era cómico para nosotros, los pequeños salvajes del norte.
Nota 15: Además de haber nacido en el sitio incorrecto y en el tiempo incorrecto.
Nota 16: Las traducciones son muy importantes. Para los chicos de nuestra generación, estos doblajes aportaban un conocimiento empírico del inglés que no tenía nada que ver con la interpretación literal de los títulos, sino con el conocimiento generado a través de conceptos entre nombre y contenido. Para más información sobre esto, véase el libro Jaws de Xitlálitl Rodríguez.
1 de abril de 1992Querido Bartolomeo. Soy un hombre nuevo. De aquí en adelante llegaré a los 18 en un parpadeo. Mi fiesta salió casi perfecta. Padre logró subirse al sillón y Madre alcanzó a ponerse el pantaloncito rayado. Alguien vomitó en el baño (nota 21).Nota 17: La portada tenía un Bart Simpson.
Nota 18: Mi amor platónico de la primaria.
Nota 19: Es decir, porque nadie va a clases en domingo, según entiendo.
Nota 20: Padre tiene episodios psicóticos porque fue boxeador. Recibió bastantes derechazos.
Nota 21: Las mejores fiestas son las de mis padres en los noventa. Nadie salía ileso. Todos bebían a morir y la seguridad pública era distinta, porque siempre estaban las puertas abiertas de par en par, como ese día que me levanté temprano por la mañana a comer cereal y revisé los fiambres de la borrachera anterior. Fue un 12 de diciembre. Salí al patio a ver a la virgen a la que le habían rezado, un par de horas antes de beber sin control como dicta la norma y la liturgia mexicana. Me tropecé con el tronquito sobrante de un árbol de guayaba que habían cortado días atrás. Me fui de boca y caí sobre la virgen haciéndola pedazos. Era una virgen bendecida, supuestamente, por Juan Pablo II. Limpié los rastros de leche y Corn Pops y volví a ocultarme entre las cobijas. Madre descubrió el asunto un par de horas más tarde. Culpó a los gatos. Es decir, a los felinos callejeros. Desde entonces, los odia a muerte y piensa que son emisarios del Oscuro. Los caza cuando puede tratando de vengar a Guadalupe, la virgen destrozada de la que guarda, todavía, un ojito que siento, me sigue mirando, cuando descubro sus restos en uno de los cajones del mismo chiffonnier. Un ojo acusador. Volveré a la matriz un día y seré castigado. Ya se verá.
Nota 22: En sólo tres meses había logrado una confianza con el diario y me tomaba la libertad de llamar a Bart como Barto. Ya éramos íntimos amigos.
Nota 23: De la selección argentina. Un pantaloncillo deportivo bastante corto, a decir verdad. A principios de los noventa, los futbolistas usaban uniformes muy pequeños. No sé si para ahorrar gastos o porque los deportistas eran mucho más exhibicionistas por aquellos años.
Nota 24: Aunque en realidad me arrepentía de haber escrito que había salido de ese testículo. Aunque bien pudo haber sido del otro, del izquierdo. No lo sabremos nunca.
Recuerdo esta fiesta. Mi hermano tenía cerca de cinco años y yo diez. Estábamos en la orilla de la piscina. El agua era cristalina y se podía ver el fondo sin problema. Mi hermano y yo estábamos asombrados porque en el centro de la alberca estaba una rana (nota 27) inmóvil. No podíamos creer que pudiera resistir tanto debajo del agua. Por lo que había tres opciones: a) su capacidad para aguantar la respiración era olímpica, b) estaba muerta y c) sólo era una piedra.Nota 25: No había tantas opciones. Tecate Roja o Nada. O jugo. O morir.
Nota 26: Esta señora cantaba y participaba en las fiestas municipales del 15 de septiembre en la Plaza Zaragoza, antes de que dieran las 12 y el gobernador pegara el grito independentista. Fuegos artificiales y canciones rancheras. El pasado se vierte sobre nosotros. Esta misma señora, a veces se aparecía en el techo de la casa de mis padres (no místicamente, ni el mismo día de celebración independentista, sino en otras ocasiones). Decía estar persiguiendo un fantasma, por lo que hacía un recorrido total de la manzana habitacional, de azotea en azotea, dando pequeños brincos para no caer por las separaciones entre las casas, y así dar con el bribón fantasma que, decía ella, la espiaba mientras lavaba la ropa y le recomendaba cambiar de detergente.
Había otros niños que tampoco sabían nadar como nosotros y nos dedicábamos, desde la orilla segura, a tratar de descifrar la existencia de aquel objeto en el centro de la alberca. "Es una rana. No. Es una piedra. Una rana. Una piedra". Todavía no oscurecía. Padre se acercó a preguntar qué hacíamos y le señalamos el objeto de la discordia. Recuerdo que ya tenía varias cervezas encima por la sonrisa monumental que le desdibujaba el bigote. Sin pensarlo. Sin decir nada, se lanzó de cabeza. Mi hermano se puso a llorar y a gritar. Yo estaba congelado (nota 28). Madre pegó una carrera (nota 29) hacia nosotros. Y sin pensarlo, se echó de cabeza también en la alberca. Padre no emergía. Y en el fondo, Madre dio con él. Y juntos miraban la rana como dos científicos submarinos. Como dos tritones. Como dos malditos seres míticos con branquias y un amor infinito. El agua, ondeando todavía, permitía ver lo que ocurría debajo. Se dieron un beso y salieron a la superficie. Padre tenía el objeto en las manos. Sacó el puño y lo sostuvo en el aire: "¡Es una rana!" El bigote estaba más despeinado que nunca. Madre daba piruetas y se sumergía como una campeona de nado sincronizado. Llevaba un vestido rojo con motivos negros. Flotaba.Nota 27: Una rana que también podía ser como un bestia salvaje y venenosa. Un peligro real, orgánico, vivo, del reino animal y que estaba ahí, por primera vez, frente a mí. Era una rana pero también era un agente extraño a mi vida y, por lo tanto, perverso. Una representación legítima de los anfibios y que no tenía nada que ver con Las Ranas del Barrio. Era una animal como la muerte.
Aquello había sido lo más portentoso que hubiera visto en mi primera década de vida. Los viejos, mis viejos, se divertían y disfrutaban el agua como dos mamíferos alegres y envueltos en un halo de seguridad psíquica, de arrobamiento naturalista y, de paso, surrealista. Madre arrastró a mi hermano y lo rodeó con sus brazos y poco a poco fue ganando confianza. Y yo di un salto de bombita en el agua. Padre me atrapó y me sostuvo con el brazo derecho, evitando que me hundiera de nuevo, y con el izquierdo acercó el animal para que lo tomara. Lo sujeté unos segundos antes de perderlo de nuevo. La rana, al liberarse, nadó hacia una de las orillas en el fondo. Me sentí demasiado feliz. Como nunca. Recuerdo esto de mi infancia en Hermosillo como una fotografía. Una escena familiar que no volví a experimentar y que he conservado en el archivo de mi memoria y al que acudo constantemente cuando el futuro parece una pileta peligrosa. Un episodio extraño que me enseñó dos cosas: Mis padres no son androides y siempre hay que saltar al vacío, una y otra vez, sin miedo, al hogar de las bestias y los demonios, antes de que la bruja venga por nosotros.Nota 28: Tres miedos. ¿Papá sabe nadar? ¿Papá no va explotar si es un robot? ¿Las ranas muerden?
Nota 29: Pensé que venía a ver a su hijo menor, el gran llamado de la civilización, el código primigenio entre una madre y sus hijos. El auxilio primitivo. Pero no era eso.