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El puente

Los espías de la DEA en Ciudad Juárez son ruteros, homeless y lectores del tarot

Sonia, un hombre de cincuenta y tantos años, quien cambió su verdadero nombre por uno de mujer, fue traficante de cocaína para luego convertirse en un espía de la DEA.

Cuando trabajas para los cárteles en Ciudad Juárez y después para la DEA (Agencia Antidrogas de Estados unidos) en El Paso, texas hay que ser así: un camaleón, un maestro del disfraz, un mutante.

Sonia, un hombre de cincuenta y tantos años, quien cambió su verdadero nombre por uno de mujer, fue traficante de cocaína para luego convertirse en un espía de la DEA. Y para esto último ha tenido que ser chofer de ruta (camión de transporte urbano en el norte de México), lector del tarot, indigente, albañil y dueño de una tienda de abarrotes. Bajo estos disfraces ha obtenido información sobre las actividades de los capos de los principales cárteles que operan en Ciudad Juárez. Fotografías, videos, llamadas telefónicas, nombres, lugares y cuentas bancarias, todo lo ha entregado a la DEA.

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Una mañana aburrida en el verano de 2010, mientras yo trabajaba en El Diario de El Paso como reportero, recibí una llamada. Era la voz de un hombre que se identificaba como Sonia y tenía información “sensible” sobre los cárteles que operan al otro lado de la frontera. Me dio algunas pistas sobre un caso de tráfico de armas, un par de nombres y un teléfono celular para corroborar la información. Pero ¿cómo confiar en una voz sin rostro y con nombre de mujer?

Me tomó cerca de dos años rastrear su historia. Encontré su ficha de ingreso a la cárcel del condado de El Paso por tráfico de cocaína, descubrí que salió a los pocos meses, que hubo un acuerdo con la DEA y que en efecto era un infiltrado. Finalmente, hace unos meses, accedió a que lo visitara a su “oficina secreta”, sus “headcuarters”. Ahí descubrí que tiene un perro asesino, que mantiene cerca a sus enemigos y que su verdadero nombre es más común de lo que pensé.

¿Por qué comenzó a trabajar como informante de la DEA?
Yo trabajaba solo. Encontré quién me surtiera la cocaína y empecé a traficar. Pero un cártel que opera en Ciudad Juárez me descubrió y prácticamente me hizo trabajar con ellos. Cuando ya no les funcionaba me pusieron un cuatro. Me encerraron en Estados unidos y me quise vengar.

¿Cuáles son sus principales tareas como informante?
Infiltrar a los narcos pesados en Juárez. Los he encontrado a todos y he trazado toda la ruta que sigue la droga desde Guatemala hasta El Paso, texas. Toda esa información la he proporcionado a la DEA.

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¿Me puede contar su encuentro con algún narco pesado?
En una ocasión me dieron las coordenadas de dónde había chocado Juan Pablo Ledesma, el JL, líder de La Línea (que a su vez es el brazo armado del Cártel de Juárez). Para eso me hice pasar por un indigente. Me reportaron que el JL había chocado su Cherokee contra un camión de transporte público. Llegué al lugar vestido en harapos y confirmé que era él el que iba todo malherido. Di la confirmación pero los agentes no actuaron.

¿Y por qué decidió hablar conmigo, como periodista?
Por la sencilla razón de que me da tristeza ver cómo nuestro pobre ejército mexicano está haciendo las cosas todas mal. No saben ni lo que andan haciendo y los gringos nomás quieren lana. Yo fui miembro de las GAFE, el Grupo Aeromóvil de Fuerzas Armadas Especiales del Ejército y por eso sé lo que se necesita para mejorar este pobre país que está tan lastimado.

¿Cuántos como usted hay en México?
¡En México somos miles! Si tan solo aquí en Juárez somos cientos. No sé el número exacto, porque no podemos conocernos, nadie sabe quiénes somos informantes y quiénes no. Pero le puedo decir que somos miles en México, no se imagina.

¿Cómo inició en el mundo del narco?
Cuando yo empezaba mi carrera militar, muy jovencito, me encargaron cuidar a Rafael Aguilar Guajardo, quien era miembro de la Dirección Federal de Seguridad y el principal capo de un cártel que operaba en todo México. Mi trabajo era darle seguridad, yo era el jefe de su escolta. De ahí me fui relacionando hasta que pensé que podía traficar por mi propia cuenta, muchos años después.

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¿Cuánto lleva colaborando con la DEA?
Tengo cinco años dándoles información. Pero ya está terminado mi tiempo. Me dieron una asignación más que será lo último que haga para ellos, puesto que mi condena, como parte del arreglo, ya la cumplí.

¿Y ahora a qué se va a dedicar?
Eso sí no le puedo decir. Voy a escribir un libro, pero estoy seguro que me van a dar piso antes.

Desde esta última entrevista he perdido contacto con Sonia, pero el director de una célula operativa de la DEA en El Paso, texas, me dice cuál pudo haber sido su destino: “A muchos de ellos los matan muy pronto, por sus obvios nexos con el narco, ni siquiera por ofrecer información, porque casi nunca se enteran de que están vendiendo información. Pero aquí en la agencia muchos dicen ‘pues ni modo, era un narco cualquiera, ¿a quién le importa?’. Los que piensan así están enfermos. Deshumanizados”, me cuenta el agente que me ha pedido borrar su nombre de la grabación.

Lee más de Luis Chaparro en nuestra columna Paso del Norte.