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Cultură

El momento en el que una cita se va a la mierda

Hay citas que se quedan grabadas en la memoria porque la otra persona hizo algo extraño, horrible o inesperado que, en un momento de iluminación divina, te hizo darte cuenta de que nunca más volverías a verla.

Ay, pero qué bonito. Foto por Ian Keating vía

Este artículo se publicó originalmente en VICE UK.

Las mayoría de las citas, al igual que las personas, suelen ser insustanciales. El 95 por ciento de esos cócteles de 15 euros y de esos besos en románticas terrazas de restaurante se perderán inevitablemente en nuestro recuerdo, junto con las reminiscencias de una juventud que se nos escapa mientras nos abrimos paso hacia una vida marcada por las relaciones estables, el matrimonio, los hijos y la muerte misma.

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Sin embargo, hay citas que se quedan grabadas en la memoria. Quizá fuera porque la otra persona hizo algo extraño, horrible o inesperado que, en un momento de iluminación divina, te hizo darte cuenta de que nunca más volverías a verla. Hablamos con varias personas sobre esos momentos para conmemorar el final oficial de la temporada de los romances de verano.

"Quizá tenía diarrea"

La noche antes de vernos, un chico me envió un poema muyyyyyy largo y sexualmente explícito. Trece estrofas de contenido subido de tono pero un poco raro que giraba en torno a "lamer mi dulce perla".

Mi cita me esperaba en el rincón más oscuro del precioso bar en que habíamos quedado; llevaba un jersey con la capucha puesta y unos auriculares, y en general su aspecto era lamentable. Ni siquiera se levantó para saludarme y me dio la sensación de que realmente no le apetecía estar ahí.

Pero el momento decisivo se produjo después de las diez llamadas telefónicas y sus respectivos viajes al lavabo que hizo en un periodo de una hora. Era todo muy surrealista, y un señor que estaba presenciando toda la escena desde otra mesa se estaba partiendo de risa. A mí me dio la sensación de que el chico tenía un problema serio con la coca. ¿O sería diarrea? En cualquier caso, cuando se levantó por enésima vez, aproveché para salir a la luz del sol y llamar por teléfono a mi madre.

— Caroline, 23 años

"Toda la expectación desapareció de golpe y porrazo"

No es que llegara un momento en que decidiera que no quería volver a verla, sino más bien al contrario. Decidimos encontrarnos en un entorno sin presiones, así que me invitó a una fiesta privada y yo me llevé a un amigo para que me brindara apoyo moral. Después de pasarnos una eternidad dando vueltas buscando la casa, cuando llegamos nos recibió la amiga de mi cita, que nos miró de arriba abajo y dijo con un tono de voz fulminante, "Me temo que Stephanie está destrozada de tanta fiesta".

Por la ventana pude ver que la fiesta no se había acabado, así que insistí, pero la chica se limitó a sacudir la cabeza y nos cerró la puerta en las narices. Toda la expectación desapareció de golpe y porrazo. Volvimos a mi casa y pasamos el rato jugando al Fifa. Nunca llegué a conocer a Stephanie.

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— Rob, 25 años

"Se quedó a cuadros cuando vio a las drag queens"

Lo encontré en Tinder. Me pareció un tío fuera de lo común; estaba bueno y tenía un halo de misterio. A ambos resultó gustarnos mucho la comida. Al principio parecía muy interesado en conocerme y en que le enseñara Londres, porque era de fuera. Decidí llevarlo al Orgullo, que se celebraba en Trafalgar Square. ¡Jamás se me habría ocurrido pensar que el tipo era un homófobo redomado!

Al principio se quedó un poco confundido y pensaba que era un festival cualquiera, pero cuando vio las banderas del arcoíris y a las drag queens, se quedó a cuadros. Le expliqué en qué consistía el día del Orgullo mientras él miraba constantemente a su alrededor, como diciendo, ¿Dónde cojones me ha traído esta chica? Cuando vio a mi hermano, sin saber que lo era, se dio la vuelta hacia mí y me preguntó, "¿Quién es este marica?". Yo también soy bisexual, así que en cuanto pronunció esas palabras ya lo tuve claro, porque me hizo sentir que no estaba bien celebrar algo tan increíble.

Le dije que tenía que irme. Nunca volví a enviarle mensajes y él me eliminó de todos sus perfiles en redes sociales.

— Katie, 23 años

"Ah, que has… traído la guitarra. No, guay. Sí, genial". Foto por Neil Odhia vía

"Me metió la mano en el paquete en pleno bar"

Las alarmas sonaron a eso de las siete de la tarde cuando mi cita llegó al bar en el que le esperaba completamente borracha y pidió dos tequilas para cada uno. A los cinco minutos, me preguntó si me apetecía ir a pillar algo de coca e irnos de "aventura". Le dije que no, que era martes, a lo que respondió encogiéndose de hombros y llamándome aburrido. Acto seguido, me metió mano en el paquete en pleno bar, que estaba abarrotado de gente. Le aparté la mano de ahí y se me ocurrió la idea descabellada de comentarle que quizá estaría bien que nos conociéramos un poco antes.

Desde luego, no habíamos empezado con buen pie, pero el colofón llegó cuando de repente dio un pisotón a un tipo que tenía detrás y empezó a gritarle que a ver si miraba por dónde iba. Si hay algo que soporto menos que el consumo excesivo de sustancias es la mala educación, así que no me callé y le dije que la culpa había sido suya. Ella me miró, dijo, "Me gusta tu rollo" y a continuación me mordió el labio tan fuerte que me hizo sangre.

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Al cabo de diez minutos, decidí inventarme una excusa para largarme. De camino al metro, la chica empezó a gritar, "¡Tengo hambre!", y se fue corriendo a buscar algo de comer. Salió con un perrito caliente enorme que no tardó ni dos segundos en tirar al suelo.

"Joder, qué pena", le dije.

"¿Pena por qué?", me preguntó mientras recogía la salchicha, con salsa incluida, del suelo, para engullirla en dos bocados un segundo después. Huí corriendo al metro.

— Cooper, 25 años

"La conversación derivó en temas más profundos, como la religión y la raza"

Era mi segunda cita con una chica que estaba buenísima pero que tenía un conejo como mascota. Estuvimos un buen rato hablando y la conversación derivó en temas más profundos, como la religión y la raza. "Pues yo creo que nunca podría salir con un negro por todo el rollo del choque cultural y eso. Sería demasiado difícil para nuestras familias", me dijo.

Lo que acababa de oír me pareció tan increíble que decidí que ahí se acababa todo. Terminamos de cenar y nos despedimos con un beso un poco raro.

— Michael, 21 años

"No paraba de levantarse para ir al lavabo"

Nos conocimos en un bar. Era un chico muy mono y en nuestra primera y única cita cenamos en un restaurante con una estrella Michelin. Nos sentamos y él pidió la bebida y los platos por mí, sin preguntarme siquiera qué me apetecía.

Intenté olvidarme de ese detalle y disfrutar de la cena, pero pronto me di cuenta de que, por lo visto, el chico no había venido para hablar, porque no dejaba de levantarse de repente para ir al lavabo. La enésima vez que lo hizo, até cabos: en cada visita al servicio aprovechaba para esnifar cocaína, no para orinar, porque siempre que volvía a la mesa, no paraba de sorber por la nariz y hablaba a mil por hora. Fue todo muy raro. Además, ni siquiera se dignó ofrecerme un poco. Después de lo que me pareció la cena más larga de mi vida, por fina salimos del restaurante.

Puesto hasta arriba de marisco y farlopa, el chico paró un tuk tuk. Yo fingí estar impresionada y me subí. Nos dirigimos a un club de jazz donde nos esperaban unas cuantas visitas más al lavabo. El peor momento de todos fue cuando, ya en el club, el tipo dijo con muy malas pulgas que el saxofonista no tenía ni idea de música. Acto seguido, se inclinó para darme un beso horrible y egocéntrico. Me aparté, un poco mareada, y me di cuenta de que aquello no iba a funcionar. Poco después, le solté alguna excusa, le rompí su corazón encocado y me fui a casa.

— Daisy, 25 años

Traducción por Mario Abad.