Hablé con Diomedes desde el más allá
Todas las fotos por Santiago Mesa

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Música

Hablé con Diomedes desde el más allá

Y me dijo que siempre soñó mezclar vallenato con reggaetón.

Todas las fotos por: Santiago Mesa

Hace dos semanas estuve sentado al lado de Diomedes Díaz. Sí. Justo ahí, al ladito del Cacique de la junta, el papá de los pollitos, el monstruo del vallenato. El mayor de 10 hermanos y padre de 28 hijos reconocidos. El del diente de oro y la voz aturdida. El dueño de una poética que atraviesa los oídos y se inyecta en la sangre cual veneno. El mejor acompañante para tusas bravas. El de las canciones que escuchamos en medio de la ebriedad y el que nos saca todos los demonios invitándonos a gritar con el alma cada una de sus estrofas. El ídolo de un pueblo, aún o quizás precisamente porque su vida se debatía entre ángeles y demonios. Ese mismo personaje que un 22 de diciembre de 2013 abandonó su cuerpo para ir a parar en espíritu, quién sabe, a otra dimensión.

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Estaba a mi derecha en la sala de un apartamento ubicado en un quinto piso en pleno Nicolás de Federmán, un típico barrio residencial de Bogotá. Un lugar en cuyas paredes colgaban por lo menos seis cerámicas, una pintura, una estatua y un cuadro en relieve con marco dorado, todos de ángeles. Y una "oración por la familia". Un lugar llenado por el sonido de una emisora religiosa en la que se hablaba de un encuentro para abrir el corazón y recibir a Dios, a celebrarse el fin de semana. Sin duda, un espacio bastante saturado de religión para una persona que dejó de ir a misa desde hace ya varios años.


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Contrario al conducto regular que se tiene que seguir para contactar a un héroe musical de este  talante en el mundo terrenal, aquí afortunadamente no había manager ni jefe de prensa ni disquera. La intermediaria de este encuentro es Diana Zambrano, de profesión "angeóloga" hace más de 15 años, quien confiesa que empezó a sentir manifestaciones divinas desde los ocho y que, a juzgar por su apariencia, ya debe estar entrando al quinto piso, más o menos. "Pónganse cómodos, varones de Dios", nos dijo a mí y al fotógrafo después de recibirnos en su casa y antes de retirarse al segundo piso para cambiar su pantalón negro y saco de lana amarillo por un vestido blanco que le llegaba a los tobillos y dejaba al descubierto sus brazos. No hubo ningún tipo de invocación o ritual. Al volver Diana simplemente cambió la emisora por música ambiente y prendió un incienso que nunca vi, pero que sin duda comenzó a invadir el ambiente con su olor a mata quemada. En la mesa de centro que estaba en la sala reposaban más de una decena de libros sobre ángeles, uno que otro adorno y una vela naranja. No hubo cartas, habanos o cunchos de chocolate.

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"¿Y qué quieres saber de Diomedes?"

Mitad escéptico, mitad curioso, le respondí que por el momento quería saber dónde estaba, que qué pasaba por su cabeza, lo que extrañaba de este mundo y que cualquier cosa que quisiera decir, básicamente. A continuación y durante diez minutos ella me hizo una recapitulación de la vida del Cacique: su infancia, la muerte de Doris Adriana, sus excesos y el hecho de que su familia poco convencional hubiera afectado su decisión de no quedarse nunca con una sola mujer. "De ahí que él se enamorara de la que encontrara", aseguró ella, y entonces me fue inevitable no pensar en el fragmento de su canción "El Cóndor Herido" que dice:

" Tiene razón ella, tiene razón
en ciertas cosas
porque de veras yo reconozco de que sí soy mujeriego
pero ella sabe y a mi me consta
que cuando los dos nos conocimos sabía que era parrandero".

Y sin embargo, hasta ese punto, ningún comentario me parecía tan fuerte como para sentir que en realidad tenía a Diomedes al lado. Ni siquiera cuando Diana dijo que aunque él tenía una conexión tan fuerte con la Virgen del Cármen, siempre le reprochó el hecho de haber tenido que pagar cárcel por un crimen que no cometió. Según él mismo, la santa se le manifestó en un sueño diciéndole "Tú vas a la cárcel porque necesito que hagas una tarea con esa gente, y como tú eres alguien famoso, te necesito allá". O cuando él mismo confesó -a través de ella- estar arrepentido por la muerte de la joven porque sabía que había sido uno de sus escoltas y sin embargo aseguró que ya se había visto con ella en el plano espiritual y que estaban en paz. Tampoco sentí la presencia de nadie extraño cuando él, a través de esta mujer de cabellos rubios, se refirió a su dura niñez en la que varias veces le tocó acostarse apenas con un vaso de agua de panela y un pedacito de pan por culpa de su padre, quien, "se jartaba la plata".

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Los datos, aunque demasiado específicos, no me parecían reveladores. Después de todo mi encuentro con Zambrano se dio cinco días después de una primera charla en la que le manifesté mis intenciones, tiempo suficiente para repasar la vida del ídolo guajiro.

Pero, ¿qué intenciones puede tener alguien que no cobra por este tipo de consultas? Tal vez pensar en eso durante nuestra charla me hizo abrirme un poco más y sentir que existía la posibilidad de que estuviera sentado al lado del ídolo.

Fue entonces cuando sentí que podía hacerle preguntas concretas y aproveché para saber si le había quedado algo pendiente en la tierra. Ella miro hacia el techo, asintió con la cabeza en señal de gracias y me dijo "Sí, él tenía muchos proyectos de crear fundaciones y hacer crecer los sitios que estaba ayudando, pero ese ya es un legado que le dejó a sus hijos. Ya habló con ellos a ver qué tantos van a tomar la tarea que papá les dejó".

"¿Habló con ellos en vida?", pregunté.

"Tenemos la figura de él aquí, a tu lado. Está vestido de blanco, con su vestido de vallenato. Le encanta, dice que se siente agradecido de que tú estés preguntando por él", me dijo, antes de confirmarme que, en efecto, él se había comunicado con algunos de ellos a través de sueños.

Así y todo yo seguía sin sentir nada raro… aparte de este encuentro, claro.

Aproveché entonces para saber si se arrepentía de algo. Volvió el tema de Doris Adriana, pero también dijo arrepentirse de no poder dejar sus vicios. La responsabilidad de iniciarlo en la  fumada se la atribuyó a otro artista de quien prefirió reservarse el nombre. Lo del traguito, dijo ella, o mejor él, es porque se pasmaba ante su público: "Apenas me asomaba a la tribuna y veía ese montón de gente, empezaba a decir: 'Compadre, ¿quién tiene algo? Compadre, ¡un trago, un ron, algo!'". Diana hablaba como costeño. Y el acento se sentía medio forzado. Pero eso no era todo, Diomedes se arrepentía de hacerle daño a tantas mujeres y aseguraba que quizás la mujer que hubiera sido ideal para él debía haber tenido una mente abierta y confianza plena, porque aunque se acostara con todas, su esencia estaba con la persona que tenía en ese momento como pareja. Interesante…

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En su tema "Así me hizo Dios" El Cacique decía algo semejante:

" Yo sé que no te gustó la vida que yo he llevado
pero así me hizo Dios: contento y enamorado
Si me vas a dejar, déjame
así te puedes quedar tranquila".

De repente, la música ambiente que tenía a la flauta andina como instrumento protagónico cambió abruptamente y de la nada empezó a sonar el himno existencial vallenato por excelencia: "Los caminos de la vida" de Los Diablitos, además, en una versión instrumental bastante más trascendental. "Maldita sea", pensé. "Esto no puede ser real".


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En adelante Diomedes dijo de todo: que limó asperezas con Rafaél Orozco en el plano espiritual. Que se había reencontrado con sus padres, que había estado con Patricia Teherán de Las Diosas del Vallenato, con Kaleth Morales, quien pidió que le dijera a su padre que no se echara la culpa, que así se dieron las cosas. Que también había compartido con "La Cacica" Consuelo Araújo Noguera, con quien tenía una amistad muy fuerte. Había hablado también de que le molestaba en vida haber perdido su libertad y que lo persiguieran los fotógrafos todo el tiempo. En fin, habló hasta de que le faltó innovar en el vallenato, que siempre soñó mezclar vallenato con reggaetón, "o por qué no, hacer una colaboración con Pipe Bueno…habernos hecho un buen parrandón". Sentí entonces curiosidad por saber si visitaba los altares que le tenían sus fans, que qué pensaba de que lo consideraran un santo y que si había concedido milagros. "Si fuera milagrero pues me hubiera ido de rezandero… ¡lo mío era el vallenato!" Diomedes, vestido con esa falda blanca, admite que nunca fue tan santo y que lo único que lo salvó fue su bondad: "Si yo no hubiera sido tan generoso y no hubiera sido de trabajar con mis hijos, estaría allá en el otro lado".

Sea lo que sea, verdad o charlatanería, Diomedes Díaz​ sí se despidió como todo un rey vallenato: mandándole saludos a sus coterráneos:  "Compadre, lo que necesite… desde aquí estamos pa' lo que necesite. Dale abrazos a la gente en la tierra y diles que también nosotros los extrañamos". ***