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'La gente es como la basura: hay que separarla': cadeneros de antros en México

Esta es la primera de tres historias de la serie 'Operadores de la Discriminación'

Este artículo fue publicado originalmente en VICE News, nuestra plataforma dedicada a noticias internacionales, análisis y reportajes sobre lo absurdo del mundo contamporáneo.

Dos de las principales características de la sociedad mexicana son la desigualdad económica y la diversidad racial. Estas características se combinan, muchas veces, para producir prácticas discriminatorias que se normalizan a través de "operadores", es decir, de personas cuya labor cotidiana consiste precisamente en negar a sectores de la población el acceso a bienes o servicios en función de su apariencia o su color de piel. ¿Quiénes son estos "operadores de la discriminación"? ¿Cómo conciben su trabajo? ¿Qué conflictos y contradicciones enfrentan? Esta es la primera de tres historias de la serie 'Operadores de la Discriminación', un proyecto de VICE News y Periodismo CIDE con el apoyo de la Fundación W. K. Kellogg.

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Estrong dice que Dios sólo le dio dos habilidades, pero le han sido suficientes para abrirse paso en la vida. La primera es congénita y la descubrió cuando vivía en la populosa colonia Guerrero de la Ciudad de México: nació con puños de martillo y brazos de resorte, capaces de noquear a cualquier persona sin importar su peso o altura. La segunda es adquirida y la aprendió siendo el doorman de los mejores 'antros' de la ciudad: con un solo vistazo, puede saber la marca de una camisa y el precio aproximado, un dato indispensable para abrir o cerrar el paso a quien quiera entrar a los negocios de sus jefes.

Él es un veterano cadenero en los lugares más exclusivos de la capital. Lleva una década "en el negocio de la noche" y su trabajo a lo largo de esos años ha consistido, principalmente, en una sola tarea: discriminar. O, como él lo llama, "seleccionar a las mejores manzanas de las regulares".

"Mis jefes me tienen confianza porque tengo buen criterio", cuenta el cancerbero de los mejores spots en Polanco. "Yo te veo la camisa, el pantalón, los zapatos y ya sé como cuánto te vas a gastar. Pero eso no es todo. Tienes que ser de la 'jai'. Puedes venir de pies a cabeza con ropa Purificación García, pero si se te nota lo de Iztapalapa, no te dejo pasar".

De jueves a sábado, Estrong —quien pidió no usar su nombre real por temor a perder su empleo— tiene un rutina: se pone un traje prestado por sus jefes, tapa con pintura el desgaste de sus zapatos, bloquea con sus 183 centímetros la entrada del antro y se prepara para pasar las siguientes seis horas escudriñando a los aspirantes que se arremolinan en la puerta. Algunos clientes pueden pasar hasta tres horas suplicando que los mire, hablándole como si fueran amigos de infancia, pasándole billetes doblados al estrechar su mano, conquistándolo con guiños de las mismas chicas que, más tarde le dirán "gato", "naco" e "indio" por negarles la entrada debido a que no son lo suficientemente delgadas o blancas.

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