Villanos: Lance Armstrong, el mayor estafador de la historia del deporte
Un jovencísimo Lance Armstrong celebra su primer triunfo en el Tour de Francia en la octava etapa de la edición de 1993. Foto de Robert Pratta, Reuters

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mejor que un guion de hollywood

Villanos: Lance Armstrong, el mayor estafador de la historia del deporte

El mundo admiró al ciclista estadounidense Lance Armstrong por sus increíbles triunfos en el Tour de Francia y por su historia de superación... hasta que se supo que todo era una sucia mentira.

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Aprovechando que estamos de lleno en la fiesta del Tour de Francia, nuestra serie Villanos viaja hoy por primera vez al universo del ciclismo y lo hace de la mano de uno de los estafadores más grandes de la historia del deporte: Lance Armstrong, el estadounidense que timó al mundo entero.

Livestrong y el milagro

La historia de Lance Armstrong es un relato de superación y mentiras, de maillots amarillos y jeringuillas: de contrastes irreconciliables, en suma. El mito surgió de la desdicha. Con 25 años era otro corredor más, un texano arisco que ganaba en América y que a veces sacaba la cabeza en Europa.

Nadador y triatleta durante su adolescencia, al estadounidense se le cayó el mundo encima cuando en verano de 1996 empezó a toser sangre. Al acudir a los médicos, el cáncer testicular estaba ya muy avanzado y se había propagado al cerebro, al abdomen y a los pulmones.

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En esa época la medicina solo salvaba a uno de cada tres pacientes con ese diagnóstico. Su doctor, no obstante, no le dijo que las posibilidades de sobrevivir eran escasas para no hundirle y mantener una rendija de esperanza… aunque tampoco había que ser un entendido para comprender que la cosa pintaba mal.

Armstrong fue intervenido: le extirparon un testículo e inició un tratamiento muy agresivo que contra todo pronóstico superó. Siempre fue un luchador nato, aunque esa batalla la ganó más bien desde el anonimato. Tras meses de quimioterapia, en 1997 los médicos le comunicaron que en su cuerpo ya no quedaba ni una partícula de cáncer.

Todo parecían alegrías, pero poco después el texano recibió otro mensaje: el equipo Cofidis, que le había contratado justo antes de ser diagnosticado con la enfermedad, rescindía su contrato de dos años con él. ¿Era ese su fin?

Armstrong volvió a los entrenamientos en 1997 después de superar el cáncer: "Fue más fácil padecer el cáncer que el proceso de recuperación", dijo el estadounidense. Foto de Pascal Rossignol, Reuters

No: tozudo e iracundo, Armstrong empezó a preparar su retorno. Fue entonces cuando su relato empezó a tomar forma y a llamar la atención de los medios. Contrariamente a lo que podría parecer, a Armstrong le costó un buen par de años recuperar su mejor versión; de hecho, estuvo a punto de tirar la toalla más de una vez.

Su retorno se produjo en 1998 de la mano del equipo US Postal. La Vuelta a España fue la primera gran competición europea de Armstrong con su nueva escuadra: los resultados fueron sorprendentemente buenos, ya que Lance terminó cuarto. El estadounidense estaba listo para protagonizar un guion de película que ni Hollywood hubiera soñado; de hecho, en su día Dustin Hoffman estuvo a punto de interpretar la historia de un ciclista que ganaba el Tour tras la descalificación de sus rivales, pero los productores pensaron que una trama así sería demasiado inverosímil.

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La realidad estaba a punto de superar la ficción… y de largo, además.

Los siete Tours que ya no están allí

En 1999, Lance Armstrong se destapó como la historia de superación del verano. El estadounidense despertó la admiración global —y también las primeras reticencias de un colectivo ciclista ya muy salpicado por el dopaje— tras llevarse su primer Tour de Francia con más de siete minutos de ventaja sobre el segundo clasificado, el suizo Alex Zülle.

Armstrong observa a Jan Ullrich, el alemán que acabó desquiciado (y dopado) a la estela de Lance. Imagen vía Reuters

El triunfo de Armstrong fue muy discutido: la ausencia de Jan Ullrich y Marco Pantani en la ronda gala, el primero por lesión y el segundo por alegaciones de dopaje —que a la postre terminarían con su carrera y su vida— restó méritos al estadounidense a ojos del público. El rendimiento del americano, además, había crecido demasiado deprisa; al fin y al cabo, antes del cáncer había abandonado en tres de sus cuatro participaciones en la grande boucle.

"Dirán que es imposible, 'tiene que estar haciendo algo'… solo hay una cosa detrás de nuestro equipo, el esfuerzo", explicó Armstrong cuando ya veía cerca la meta de los Campos Elíseos de París. Una interpretación de Oscar: su increíble y milagrosa recuperación superó de largo los recelos.

Al año siguiente, el Boss volvió a tirar de furia y pedales para derrotar a sus rivales… y a sus detractores, porque Armstrong corría con cara de pocos amigos y muchas ganas de aleccionar a sus numerosos enemigos. El carácter de Lance le convirtió en el más amado y el más odiado del pelotón, sin grises de por medio.

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El estadounidense, en cualquier caso, siguió a su bola, subiendo cumbres legendarias como si en vez de una bici llevara una moto de competición. Uno de los ejemplos más claros de la barbaridad de sus ascensos fue el duelo con Ullrich y Pantani en el Mont Ventoux en la 13ª etapa del Tour del año 2000:

"¿A qué te dedicas tú?", retaba el texano en un irreverente anuncio antidopaje que atacaba a los escépticos. Además de un tremendo ciclista, era un magnífico actor. "¿Cómo podría hacerle esto a mi hijo? Que le dijeran en el colegio 'eh, a tu padre le han pillado'".

Armstrong siguió rompiendo a los rivales dentro y fuera del asfalto mientras acumulaba Tours de Francia, el único objetivo en su calendario anual —algo inédito hasta ese momento en el pelotón, donde los mejores tenían más de un objetivo cada temporada. Si ganaba algo que no fuera el Tour, Lance lo hacía casi de rebote.

Los triunfos siguieron sucediéndose. Un Tour, dos, tres… cuatro, ¡cinco! Armstrong había alcanzado la leyenda de Eddie Merckx, Jaques Anquetil, Bernard Hinault y Miguel Indurain. ¡Y todo esto después de esquivar la muerte! Los triunfos del estadounidense se sucedían, pero no todo el mundo comulgaba con el guion 'aspiracional' que estaba tomando su vida.

"Si el mundo supuestamente civilizado gira en torno a individuos como Lance Armstrong, mejor emigrar a los confines de la Tierra", escribió el periodista José Carlos Carabias desde Francia el 24 de junio de 2004.

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Ese día el Boss mostró su cara más amarga, persiguiendo a un ciclista del montón para evitar su fuga del pelotón. El corredor en cuestión era Filippo Simeoni, un italiano que años atrás había testificado en contra de Michelle Ferrari, el médico de confianza de los equipos de Lance.

Armstrong se dedicó a cargarse a cualquier enemigo y sumó siete coronas consecutivas en París —siete títulos que ahora son un tachón literal en el registro oficial de la historia del Tour.

"Siento que no podáis soñar"

"La única cosa que le diría a la gente que no cree en el ciclismo, a los escépticos y a los cínicos, es que lo siento por ellos, siento que no podáis soñar ni creer en los milagros". Estas son las últimas palabras de Lance Armstrong subido al podio de París, durante su último triunfo en falso, el séptimo consecutivo. Poco después anunció su retirada.

La sombra del dopaje, sin embargo, no dejó de perseguirle nunca. En 2006, el heredero natural del Boss, su compatriota Floyd Landis, fue cazado in fraganti poco después de haber recogido el guante y haber ganado a la Armstrong la primera edición del Tour huérfana de su excompañero.

Con todo perdido, Landis escribió un libro explosivo —Positively false: the real story of how I won the Tour de France— que desató un nuevo aluvión de acusaciones sobre el texano.

Lance Armstrong dibuja una sonrisa en la última etapa del Tour de 2005, una de las pocas ocasiones en las que se permitió mostrar algo de buen rollo. Foto de Eric Gaillard, Reuters

La imparable rueda de polémicas, demandas y juicios acabó rompiendo al hombre de la voluntad inquebrantable, a la cabeza de granito que se propuso ser el mejor ciclista de todos los tiempos a cualquier precio. En medio, todavía le quedaron fuerzas para intentar otro retorno glorioso con el Astana en 2009: no le fue nada mal, y quedó tercero a cinco minutos de su compañero y ganador de la carrera Alberto Contador.

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La pena es que ni en su retorno corrió limpio, según demuestran los informes de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA), que reveló "el programa de dopaje más sofisticado, profesionalizado y exitoso que el deporte haya conocido en su historia", en palabras de su director Travis Tygart. Cabe decir, eso sí, que el bueno de Tygart aún no conocía el caso de dopaje de estado en Rusia.

Armstrong admitió ante Oprah Winfrey —lo que en Estados Unidosvendría a ser confesarse ante Dios— que había utilizado sustancias ilegales para aumentar su rendimiento. Lo hizo en todas las ediciones del Tour que ganó… y aunque todavía no lo quiere confesar, también en su retorno al profesionalismo entre 2009 y 2011, según demuestran varios informes.

Desde entonces, el informe de la USADA y otras informaciones de medios como L'Equipe han revelado los detalles de la compleja trama de dopaje, tan rebuscada que es difícil resumirla en pocas palabras. Vamos a intentarlo: EPO, Michelle Ferrari, transfusiones de sangre, cortisona, testosterona… cosas chungas.

El US Postal —después conocido como Discovery Channel Pro Cycling Team— consiguió hechos insólitos en el pelotón. Por ejemplo, el equipo era avisado con 20 minutos de antelación sobre cualquier control antidoping, tiempo suficiente para adulterar las muestras de orina y diluir las sustancias prohibidas en la sangre.

Otra 'innovación' del conjunto dirigido por Johan Bruyneel fue el uso de 'Motoman', un tipo que seguía a una distancia prudente la caravana del Tour; cuando recibía el aviso, pillaba su moto para transportar a toda prisa jeringuillas de EPO, que posteriormente colocaba en los zapatos de los ciclistas del equipo.

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Sí, casi todos los corredores lo hacían, ya que era una condición necesaria para acompañar al jefe de filas y seguir en el equipo.

Armstrong, bajo la mirada de los médicos del Tour en la edición del 2002. Imagen vía Reuters

"Según mi punto de vista, solo lo puedes decir que es trampa cuando está claro que has ganado una ventaja injusta", explicó su eterno segundón, Jan Ullrich, otro que admitió haberse dopado durante su carrera poco después de las revelaciones de Armstrong. "No es mi caso. Todo lo que quería era que todos tuviéramos las mismas posibilidades de ganar", decía el alemán. Vamos, que todos iban hasta las trancas.

El Boss construyó su milagro a base de sustancias prohibidas… pero el resto no se quedaron cortos. Él simplemente lo hizo a la americana: a lo grande. Normal que tenga varios libros y más de diez largometrajes —entre películas y documentales— que hablan de su figura.

El Tour del perdón

"Yo sé que soy culpable. Sé que he hecho daño a la gente. Me he disculpado públicamente y quiero hacerlo personalmente con algunos de ellos", explicó Armstrong en una entrevista con La Gazzetta dello Sport. "Pero mi castigo es mil veces más grande que el crimen que cometí", aseguró el estadounidense.

Qué dramón.

Hoy, quien fuese un titán de la bici vive desposeído de sus ganancias más preciadas. Aun así, en el sótano de su casa de Austin, Texas, los siete maillots amarillos siguen decorando las paredes mientras él se relaja pensando en vete tú a saber en qué.

"Puedo entender que me hayan elegido como el símbolo de esos años, aunque los mejores corredores de entonces, además de los directores y los médicos, estábamos todos en el mismo barco", explicó Armstrong.

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Imagen vía Twitter

En la actualidad, Armstrong vive entre la desaprobación general y la comprensión de unos pocos. Al final, ¿hasta qué punto dejaron de tener mérito sus triunfos? El resto de favoritos hacía lo mismo, pero él ha sido el principal cabeza de turco, el ídolo caído sobre el que el ciclismo intenta reconstruirse como deporte limpio.

Si Pantani, Ullrich, Basso y los demás iban puestos, las aceleraciones de Armstrong en las cumbres y sus tiempazos en las contrarrelojes deberían considerarse igual de espectaculares. A pesar del dopaje, Armstrong entrenaba como un animal para el Tour y se torturaba sobre la bicicleta.

"Por Armstrong ahorasiento empatía, no simpatía", apuntó el exciclista David Millar, otro que se dopó y que después se convirtió en portavoz del problema dentro del pelotón. "Entiendo lo que le pasa, soy una persona compasiva. Le conozco bien y sé que lo estará pasando mal. Su vida no va a ser igual. Sus hijos, por ejemplo, iban al colegio antes siendo los hijos de un héroe; ahora son los hijos de un paria".

El diablo persigue a Armstrong: qué bonita metáfora. Imagen vía Reuters

El texano lo ha perdido casi todo, y lo curioso es que en medio de un mar de demandas lo único que le salvó de la bancarrota fue su fundación contra el cáncer Livestrong —sí, la de la pulserita que todos llevamos en su día. Tras los últimos pleitos, la organización multimillonaria que creó Armstrong con las ganancias de su increíble milagro ha tenido que borrar cualquier rastro suyo: ya no es el presidente y su nombre no aparece más que de pasada en la historia de la fundación.

El último pleito al que se enfrenta Lance es contra el gobierno de los Estados Unidos, que le acusó de fraude civil y le reclama más de 100 millones de dólares. Podría ser la ruina del ciclista, pero de momento él sigue dando vueltas al mundo pidiendo perdón.

El crimen deportivo del estadounidense es deleznable… pero humano. Lo más complicado es comprender su filosofía de "ganarlo todo" a toda costa después de superar la batalla contra el cáncer: ¿acabo no era más que admirable esa victoria?

El estafador más grande de la historia del ciclismo —y me atrevo a decir que del deporte— fue, a pesar de todo, un milagro para la lucha contra el cáncer.

Sigue al autor en Twitter: @GuilleAlvarez41