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spleen! journal

Un ladrón elegante

El mejor golpe se lo di a López Portillo.

Spleen Journal es una revista bimestral que publica crónicas latinoamericanas. Aunque en VICE normalmente no publicamos textos generados para otros proyectos, decidimos hacer una excepción, porque nos gusta lo que hacen en Spleen J., un medio impreso no lucrativo e independiente al que admiramos y respetamos. Así que durante los próximos meses, compartiremos algunos de los mejores artículos publicados originalmente en spleenjournal.com.

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Cohabitan y conviven. Se desplazan como peces. Un grito, una mirada. Un silbido. La coreografía de la vida.

En el Reclusorio Norte todos visten color caqui. Los internos mercan sus ropas en "el kilómetro", que es un tianguis. Allí la verdura, la ropa, las artesanías, a veces un libro, un mueble, una lámpara, los cigarros y los chuchulucos.

Nomás atravesar la malla como cerca y un murmullo se extiende. Las imágenes aprehenden. De pronto un reo se trepa en un ring de box imaginario. El boxeador en ciernes tira un jab, un volado, un gancho al hígado, y de pronto el knockout a su contrincante también imaginario.

Mientras esto ocurre y el anunciador da los generales del enfrentamiento, otro reo se viste de gimnasta y trepa a los tubos que antes sirvieron de columpios, divertimento para niños en las horas de visita familiar. Minutos para el reencuentro.

Aquí se habla un lenguaje con sus códigos, decir cana, por ejemplo, significa condena y algunos ya acumulan varias. Uno de esos de varias canas es el Carrizos, septuagenario de mirada lánguida, hombros hacia el suelo, pelo cano y corto, su semblante es el de un águila a punto de jubilación.

El Carrizos llega al área escolar, allí donde los presos aprenden títulos de nuevos autores literarios, donde conversan sobre el más reciente poema de un autor desconocido. Allí donde los mismos presos son los personajes de sus propias historias, escritas y dichas en un taller de escritura, de autobiografía.

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No hay tiempo para el protocolo, adiós a los formalismos, allí sentadito, El Carrizos pide sólo un cigarro y las palabras le vienen a borbotones. Mientras el divertimento de los presos es el ejercicio escolar y deportivo. Mientras la nubes tejen su lienzo, los pájaros huyen. El Carrizos, para viajar a lo que según él son actos de justicia, repite lo que ha dicho de una hazaña: “yo le robé a Echeverría cuando era presidente de México, y él fue quien mató a los estudiantes”.

Cuenta quien por nombre lleva Efraín Alcaraz Montes de Oca, que cuando lo llevaron a la UNAM, luego de que el documental donde es protagonista, Los ladrones viejos: las leyendas del artegio, de Everardo González, se difundiera, los estudiantes no lo dejaban irse. “Se pusieron rete contentos con la historia de Echeverría, yo sólo les dije que le robé a quien tenía, nunca anduve haciendo daño a los pobres, pero ellos saben la clase de persona que fue Echeverría y el daño que le hizo a los estudiantes”.

Del júbilo que despierta la memoria, a los dolores de la realidad. El Carrizos tiende sus manos al viento, tal vez porque en ellas está ¿o estuvo?, su arte, la sutileza, la inteligencia, y habla con ellas, porque desde allí nace su oficio, que es de ladrón y no de ratero como lo argumentara en el documental.

Las manos en movimiento acompañan las palabras, las historias de cuando el muchacho se trepó por vez primera a un condominio donde desactivó la alarma, las cámaras, y entonces entró como "Juan por su casa" para apoderarse del botín, salir de allí con la mira puesta en un rincón de la ciudad y después celebrar.

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La celebración al compás de ese cigarro que juega a ser una cigarra en sus labios. El Carrizos cuenta una y otra anécdota, la elegancia en el vestir, los zapatos bien boleados, el bigote bien puesto y en su lugar, “porque para robar hay que tener porte, calidad”.

Y también vinieron los días duros, cuando un comandante de la policía lo traicionó, cuando lo detuvieron una y otra vez, y de eso ya más de cuarenta años se acumulan en su vida como condena. Porque salir de la prisión se convirtió nomás en un ir y venir. Ahora que rebasa los setenta, la permanencia en la cárcel es más densa, porque ya la mirada no tiene su mismo alcance como en juventud, cuando veía volar las monedas y ganar volados, porque “los chamacos de ahora no están a la altura, qué voy a platicar yo con ellos”.

Cuenta El Carrizos que sus últimos años en la cárcel han sido los más pesados, no obstante el horizonte tiene un proyecto, y ya lo construye, porque conoció a un escritor quien le ayudará a contar su vida. “Quedará elegante mi historia, vamos a vender los puros libros, vas a ver”.

Y de allí para recordar que con Los ladrones viejos: las leyendas del artegio obtuvo dos Arieles.

“Pida otros dos cigarros, joven”, dice El Carrizos, para seguir contando con la mirada, y volver al pasado. Para meterse en un auto de lujo, dirigirse a una de las colonias ricas que habitan el Distrito Federal, y de pronto, ya en el umbral de la mansión y a punto de entrar “que me sueltan una ráfaga, no’mbre, me subí de vuelta al carro, ya con las piernas flojas, ratatatata, nomás oí los rafagazos, esa fue la vez que más me asusté, joven”.

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--¿Y el mejor golpe?

“No, pues a López Portillo, le abrí dos cajas fuertes, agarré los puros centenarios”.

Para este momento de la conversación y dos cigarros después, los cuadriláteros de boxeo se multiplican, las peleas son una y otra, por allá un grito de que falta alguien en la lista y es un guardia que empuja a un reo, le reprocha, el preso mira con sumisión. El Carrizos afana en la llama de los cerillos. En la moneda que avienta al vendedor de cigarros y chuchulucos. Las palabras se suplen por miradas, las nubes continúan en su afán de texturizar el cielo que es el techo de la prisión. Los pájaros huyen. Otra vez.

Anteriormente:

El rapero más perro de La Bestia

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