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Cultură

Una Champions League de follar

Desde hace 18 años mando un mensaje a mi grupo de amigos cada vez que follo. Es un torneo sagrado y tenemos nuestra clasificación registrada en un Excel.

Imagen modificada vía I-D.

Yo tenía un balón Etrusco, jugaba todas los días con él… Soñaba con ser un gran futbolista profesional. Ésa era mi única ilusión desde que nací. Como la mitad de los niños de este país fantaseaba con que algún cazatalentos me descubriría y me llevaría al Real Madrid. Luego las circunstancias, la fiesta y la vida me dijeron cual iba a ser mi sitio. El mismo que el del 99% de la gente de este planeta: el sofá de tu casa todos los martes y miércoles a las 20:45 cuando empieza a sonar el portentoso himno de la Champions League.

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Aparte de pegarle patadas a un balón, lo único que comenzaba a despertar casi el mismo interés en mí eran las chicas. Ya lo decía Rosseau: "Nada temo tanto en el mundo como a una mujer hermosa". Y yo les tenía pánico… A los nueve años conseguí robarle un beso a mi amor platónico. Comencé pronto, pensaréis. Apuntaba alto en el arte del amor, como las jóvenes promesas futbolísticas que adornaban la pared de mi habitación. Ese maldito beso me costó lo suyo, no os creáis que fue sencillo.

Noches y noches de caluroso verano en un pueblo de la España profunda sentado en el portal de mi amada junto a su tía, su abuela y la vecina. Si con nueve añitos ya había conseguido robar un beso a la chica que me gustaba, mi carrera como latin lover pintaba mejor que la de Lionel Messi cuando debutó en el Barcelona. Era un as de corazones. Pero en la vida dos más dos no son cuatro. Y ese fue solo el principio de la búsqueda del Santo Grial. O lo que es lo mismo: la perdida de la virginidad.

Siete largos años donde mi única compañía cada noche era mi mano y el manto de fracaso con el que me cubría después. Hasta que llegó el viaje de estudios y una noche se alinearon todas las estrellas: Una chica, alcohol, mi habitación y más alcohol. Si no follo en estas circunstancias, me voy a hacer balconing con los ingleses. Me río de sus gracias, soy amable, un masajito aquí, un toquecito de piernas por allá y "yes". Para ella no era su primera vez; le dije que para mí tampoco. Por supuesto, fue lamentable. Fin de la condena: el preso número 3567 queda absuelto, abrán la puerta 1 y 2.

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Se había quedado dormida. Acababa de sacar la espada de la piedra como el maldito Rey Arturo. Observé a esa doncella desnuda sobre el lecho de mi cama. No cabía en mi de alegría. No podía dormir por la emoción. Cogí el móvil y escribí: "Yex! He ganado mi primera copa de Europa". Los destinatarios eran a todos mis compañeros de batalla que habían sangrado tantas y tantas veces junto a mí los fines de semana. "Su mensaje ha sido enviado". Menudo revuelo se armó. Bajaron corriendo de sus habitaciones para abrazarme a gritos; incluso gente que no conocía más que de saludarles por el pasillo del instituto vitoreaba mi nombre. Mi teléfono echaba humo. Era el hombre del día. Senté a todos los machos allí presentes junto al fuego y como un monitor de los Boy Scouts les conté la historia con absolutamente todo tipo de detalles. La adorné un poco -como el gobierno hace cada trimestre con las cuentas del paro- y fue un éxito arrollador. La chica me había pedido solo una sola cosa: discreción. "Por favor, no le digas a nadie lo que ha pasado esta noche, lo estoy dejando con mi novio".

Evidentemente, la primera pregunta del sanedrín fue que les dijese quién era ella. Sin dudar ni medio segundo, les dije su nombre, el segundo apellido no, pero porque no me acordaba. Era campeón de Europa. Eran los 90. Y como respondió mi adorado Noel Gallagher a una entrevistadora: "Nena, soy una estrella del rock y digo lo que me da la puta gana". Cuando volvimos a las clases, la chica y todas sus amigas me dejaron de hablar para siempre. Me importó lo mismo que enterarme de la noticia de que ha caído una bomba encima del Senado. En el instituto era el rey. Todo el mundo quería ser Campeón de Europa. Los elegidos, elaboramos las normas para poder jugar:

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Uno: Nunca a lo largo de toda tu vida y bajo cualquier circunstancia puedes revelar las Copas de Europa (o sea, las tías con las que has follado) de uno de los competidores a alguien que no esté dentro. Si el grupo se entera, se penalizará con la expulsión inmediata.

Dos: Debes comunicar tu última victoria al instante. No nos puede llegar antes por otras fuentes. Folla, di que te estás cagando si quieres, métete en el baño y escribe el mensaje. Queremos la exclusividad total.

Tres: En el mensaje de texto. (En esa época no existía WhatsApp). Debes poner: La palabra "Yex", con x al final. Lo primero. El número de Copa de Europa conseguido. Y alguna perlilla que nos quieras regalar. Tampoco te excedas. Debes dejarnos con las ganas de querer saber más cuando nos veamos.

Cuatro: La competición termina el día que pongamos una corona de rosas encima de tu féretro.

Ese día, seis amigos creamos nuestra propia Copa de Europa. La competición más importante a nivel de clubes del mundo. Como todo buen sistema con normas, se debe ir actualizando. Una noche, dos socios fundadores del club se encontraban ligando solos, estaban apoyados en la barra de un bar viendo el percal. Al percatarse de que dos muchachas les miraban de arriba abajo, decidieron acercarse a hablar con ellas. Ambos son altos y bien parecidos. La diferencia entre uno y otro es que, por esa época, la palabra escrúpulos era desconocida por uno de ellos (que no por casualidad lideraba el palmarés continental). Mientras su acompañante es todo lo contrario, un autentico sibarita.

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Imagen vía

Según se acercaban a sus presas, el que tenía un poco más de sentido común le dijo a nuestro líder: "Para un momento. Antes de ir quiero que quede bien clara una cosa. Para mí la rubia, si no, no voy". Hay que aclarar que la rubia en cuestión era una pijita alta muy fina. En cambio su amiga era lo que nosotros comúnmente denominamos: "Bache". Es decir, la acompañante de la agraciada que os va a hacer tropezar y caer, si ambos depredadores se centran sin disimulo en su amiga, que al contrario que ella, está muy buena. Nuestro protagonista, con sus cero escrúpulos y siendo cabeza de serie de la competición, se giró 180º hacia su compañero de batalla muy ofendido. "Carlos, por favor, que me conoces desde los 12 años. Que yo me como: ¡¡¡¡Cualquier cosa!!!!". Admirable. Solo un verdadero campeón podía responder de esa manera. Con la táctica totalmente resuelta, ambos avanzaron hacia la pesca.

Este tipo de experiencias provocó con el tiempo la primera cumbre importante sobre el sistema de competición. Nuestro amigo antes mencionado de gustos exquisitos expuso en una asamblea convocada de urgencia que no le parecía justo que valiese lo mismo un pivonaco que un cardo. "No me jodas. ¿Cómo puedo llevar catorce copas de Europa menos que tú? Ah, sí. ¡Porque te ventilas absolutamente todo lo que respira y se mueve y a veces ni siquiera se mueve!. Una tía buena debe valer doble". Silencio. La propuesta tenía bastante lógica.

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Y como en un juicio cristiano, le tocó el turno de hablar al imputado por la acusación: "¿Alguno de vosotros se ha parado a pensar alguna vez si me gusta comerme esas chicas? Muchas noches sus caras se me aparecen en forma de espectros y me despierto envuelto en sudores fríos. ¿Te crees que no prefiero tirarme a chicas guapas como tú? Pero antes de ser persona, soy un competidor. Juego cada fin de semana la Copa de Europa, como tú, como todos los aquí presentes. Y ya que mi estómago se ha acostumbrado a zumbarse monstruos mitológicos y a hacer luego la digestión, estos deberían tener el mismo valor en la clasificación que un jodido pivón. Por lógica, por Dios, por San Jorge y por mis santos cojones".

Silencio.

Los allí presentes analizamos lo propuesto por ambas partes, nos reunimos y hubo fumata blanca. Esa última teoría era válida. Qué menos que sumar una Copa de Europa en tu casillero por tener que hacer tamaño sacrificio estomacal y espiritual cada noche. Lo que es justo es justo y eso lo era. Fin del problema. Nuestra democracia era joven pero sana. Dieciocho años después me siento orgulloso de tener un Excel en mi ordenador donde archivo todas y cada una de mis Copas de Europa. Por supuesto, sigo mandando el jodido mensaje cada vez que termino de yacer con una mujer. Solo un verdadero competidor, un guerrero, un jugador que porta orgulloso el logotipo de la Champions en su brazo cada vez que sale de su casa. Fracasará pero se volverá a levantar. Aprenderá de sus errores. Mentirá cada día mejor. Olerá antes la sangre. Porque un verdadero jugador de esta champions no desfallece.

Si estás a las seis de la mañana hablando con la última incauta que ha quedado suelta en el bar y no encuentras ningún sentido a lo que estás haciendo y te estas dando asco a ti mismo, es entonces cuando debes darlo todo. Si estás dudando si pillar el Metro e irte a casa. Mira antes tu teléfono móvil. Es posible que veas un sms que ponga: "Yex. 27 copas de Europa. Morena, bajita, me la ha chupado en un baño". Y entonces te dirás a ti mismo: "¿Pero qué cojones estaba dudando hace unos segundos?". Tiré las fichas sobre la mesa, seguí mi instinto de ratón y me la llevé a casa. Hicimos el amor: "Yex. 15 Copas de Europa". Tengo un contador de copas colgado encima de mi cama. Todas las chicas me preguntan qué es. Yo les digo la verdad. Algunas se cliquean ellas mismas cuando se lo explico. Otras se piensan que es mentira y muchas se enfadan cuando ven que número les pertenece en mi vitrina de copas.

Han pasado los años, nuestras vidas han cambiado mucho. Vivimos en ciudades diferentes, algunos seguimos solteros, otros ya se han casado tienen hijos. Pero cada noche que salgo y termina bien, sigo mandando ese mensaje con la misma fuerza e ilusión que cuando paseaba esa noche de verano buscando mi primer beso. Yo tenía un balón Etrusco, jugaba todas los días con él. Soñaba con ser un gran futbolista profesional. Ésa era mi única ilusión desde que nací…