Todas las fotos por el autor.Para unos una barrera de seguridad, para otros un elemento marginador, el muro que divide Israel y Palestina se ha convertido en el símbolo del conflicto de Oriente Próximo. Su construcción se inició durante la Segunda Intifada, en 2003 y, según datos de la ONU, cuando se haya completado tendrá una longitud de 700 kilómetros. Aproximadamente un 10 por ciento del muro está compuesto por bloques de hormigón que se alzan hasta nueve metros, y el resto está formado por vallas, zanjas y alambre de espinos. Según las autoridades israelíes, desde que se levantara el muro, ningún asesino suicida palestino ha sido capaz de cruzar a su territorio. Para los palestinos, en cambio, los controles diarios suponen un calvario y una humillación.
Publicidad
Las siguientes historias no tratan sobre el denominado conflicto de Oriente Próximo, sino sobre las personas que deben sufrirlo a diario. Hablé con cada una de ellas en encuentros, a veces planificados y otros casuales, en varios puntos de la Ribera Occidental y de Israel sobre cómo es vivir con la ominosa presencia de un muro. Casi ninguno de ellos habló de política, sino más bien de lo que sentían. Muchos de ellos temían expresarse abiertamente debido al tenso clima de odio que reina en la zona. Se han cambiado los nombres de los entrevistados, pero su edad, origen, lugar de residencia y ocupación son verídicos.
Noor, 39 años
Publicidad
No hablé sobre las torturas. Nadie quiere oír hablar de eso si no lo ha vivido en su propia piel, ¿verdad? A veces pienso que este muro ha conseguido callarnos y que ya va siendo hora de alzar la voz y expresar nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas. Pero, ¿cómo? Una vez, estando en Hebrón, un anciano se dirigió a mí hablando en hebreo. Parecía amable y no dejaba de sonreír, y sin embargo empecé a temblar. Mi mujer, Dana, se dio cuenta y me preguntó: 'Habibi, ¿qué te pasa?'. Por toda respuesta, eché a correr. Yo, Noor Abdallah, un hombre adulto, eché a correr como un niño.El otro día, en el punto de control, le dije a mi hermana: 'Por muchos muros que levanten, no conseguirán quebrantar nuestra voluntad'. 'Hermano, tus ojos reflejan tanta desdicha que me asusta', repuso ella. Y yo le dije: 'La muerte debe de ser horrible cuando eres feliz'. Los dos nos echamos a reír".
Micha, 34 años
Publicidad
A menudo, cuando echo la vista atrás, me sorprende recordar todo lo que he hecho y vivido. Veo el miedo en los ojos de ese muchacho palestino en el punto de control de Qalandia. Oigo los gritos desgarrados de mi amigo Schmuel cuando perdió las piernas. Hay muchas cosas que no llego a comprender. El pasado es el pasado, y en cambio mis recuerdos persisten. Yo sigo aquí. Una lástima. Y lo peor es que sigo siendo la misma persona. Alguien que huyó. No quiero hablar de ello, pero ya te puedes hacer una idea de cómo me afecta todo esto".
Fatima, 58 años
Publicidad
Ehud, 32 años
Publicidad
Sead, 34 años
Rahel, 31 años
Publicidad
Cuando terminé el servicio militar, mis compañeros se trasladaron a EUA o a la India para desconectar. Yo me mudé a un asentamiento cerca de Ramala, en la Ribera Occidental, donde la vivienda está a mitad de precio que en Tel Aviv y es de nueva construcción. Desde la ventana de la cocina veía el pueblo palestino. Veía a los niños jugando, a las madres trabajando en los campos y a los hombres ancianos hablar y fumar junto a la carretera. Solía pasar muchos momentos mirando por la ventana de la cocina. Una vez me puse a llorar, sin más. No, nunca hablé con ellos; ¿cómo podría hacerlo? Había una valla entre nosotros. Nosotros teníamos nuestras propias calles, nuestra línea de autobús, nuestros taxis, supermercados, escuelas y el ejército. Aquello empezó a pasarme factura y no podía dormir por la noche. Fue entonces cuando decidí hablar con Dori, mi marido: 'Vayámonos de aquí; es nuestra tierra, ¿no?'. Por aquel entonces estaba embarazada, y Dori me respondió: 'Mujer, estás sensiblona'.Hoy, gracias a Dios, vivimos en Tel Aviv. Cuando hace buen día, después del trabajo, me llevo a mis hijos a la playa o a pasear por la playa. Esta zona es muy bonita, limpia y tranquila. No pienso mucho en el muro, pero sé que está ahí, y por idiota que suene, sigo temiendo la ira de los palestinos. No puedo evitarlo".
Bassam, 24
Publicidad