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Atracción por los perdedores

Me revientan los seres perfectos, los que nunca se equivocan y les sale todo bien a la primera.

Desde que tengo uso de razón me siento atraída por los antihéroes, los losers, perdedores, outsiders, apestados, marginados. Me revientan los seres perfectos, los que nunca se equivocan y les sale todo bien a la primera. Pareciera que no son de este mundo: guapos, fuertes, con carro del año, ropa de marca, el Iphone más reciente, simpatizan con medio mundo incluyendo el sistema. Me siento mucho más cautivada por los que no tienen mucho que perder, por los desprovistos de todo tipo de cualidades, por los que llevan una nube gris sobre su cabeza y todo les sale mal, no se clavan con traer cierto auto, muchos de ellos andan a pie, en metro, en bici y todavía usan celular del Oxxo. Les vale un carajo la moda y lo establecido por la sociedad. Por lo mismo, no son bien vistos y pasan a la categoría de "raros", "extravagantes", "excéntricos" "lunáticos", "dementes".

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En el cine y en la literatura siempre han estado presentes: El Lazarillo de Tormes, y Don Quijote de La Mancha como los antihéroes por excelencia de la literatura o a los protagonistas de filmes como Pierrot Le Fou (Godard, 1965) o El Apartamento (Billy Wilder, 1960), así como los inolvidables Alex DeLarge en A O Clockwork Orange (Stanley Kubrick, 1971) y Travis Brickle en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976). Y aunque siempre han existido, en la últimas décadas cada vez son más solicitados por directores y escritores.

Lo anterior quizás se deba a que en la actualidad lectores y espectadores estamos hastiados del hombre calculador y correcto, del que se sacrifica por las grandes causas a cambio del éxito y el reconocimiento de una sociedad que lo hace sentir que pertenece o es parte de algo.

La demanda por el antihéroe ha ido creciendo y cada vez encontramos más variedad: no todos son feos, amargados, estresados, cobardes, solitarios y tontos como Jerry Lundegaard (William H. Macy) de Fargo (Joel y Ethan Coen, 1996) personaje que manda secuestrar a su esposa y luego se arrepiente. O como el protagonista sin nombre de Drive (Nicolas Winding Refn, 2011), joven solitario que se enamora de la mujer equivocada y pone en peligro su vida. También los hay con amigos, relajados y con sentido del humor: Henry Chinaski "Hank" (álter ego de Charles Bukowski), Frank Gallagher (Shameless, serie), El Santos (creación de Trino el monero) y por supuesto mi favorito: The Dude de The Big Lebowski (Joel y Ethan Coen, 1998).

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The Dude el más cool…

¿Por qué dedicarle un libro al Dude y no a otro antihéroe? Me preguntaba hace poco un periodista al referiste a The Dude el más cool de los antihéroes, libro editado por la Universidad de Guadalajara enfocado al análisis de la construcción del personaje en el guión cinematográfico de la película The Big Lebowski de los hermanos Coen. La respuesta es muy simple: porque es el más cool, porque a diferencia de otros antihéroes se sale del estereotipo del perdedor deprimido, agobiado, enojado con el mundo. Lleva una vida pacífica: por las mañanas desayuna un Ruso Blanco y por las noches fuma mariguana en la tina de baño. Tiene amigos, es buen vecino, juega al boliche, lleva ropa cómoda, no le preocupa su aspecto informal, tiene panza, el cabello largo, y la barba descuidada, parecería recién salido del festival Woodstock, luego de tres días de fiesta, le gustan las mujeres, la música, es desempleado, tiene pocos bienes entre estos su carro de modelo atrasado y un pedazo de alfombra "que armoniza toda la habitación".

Es un perdedor pero no lo sabe o al menos no le importa, ni le preocupa. Es un loser feliz, con la filosofía del "take it easy", sin aspiraciones más allá que la de ganar un torneo de boliche.

A diferencia de sus otras películas los hermanos Coen hacen una construcción distinta a la de sus otros antihéroes, logrando así un personaje único y de culto.

Mi primer encuentro con El Dude

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La primera vez que vi The Big Lebowski fue en un ciclo que organizó el Cineforo mucho antes de que se estrenara en las salas comerciales. En ese tiempo escribía en La Gaceta de la Universidad de Guadalajara. Tenía un horario infame. El suplicio empezaba a las 2 de la tarde y terminaba a las 9 de la noche. En ocasiones eran las 5 de la tarde y ya no tenía nada qué hacer. Las horas pasaban lentas, no había Facebook, ni Twitter, ni siquiera Messenger, comenzaban los primeros chats pero el internet era muy lento.

Un día me pidieron que entrevistara al director del Cineforo. Cuando terminamos la entrevista, éste me dijo:

"¿Por qué no te pasas a ver la película para que te quede mejor tu artículo?"

Desde ese día me comencé a desaparecer de la oficina todas las tardes de 6 a 8. Veía lo que había. No me importaba. Afortunadamente en ese tiempo casi nadie teníamos celulares, así que era ilocalizable. A veces veía la película, en ocasiones me quedaba dormida. Entraba como Juana por su casa, sin pagar boleto y con un café del Seven.

La costumbre se volvió hábito y después vicio. Me volví cinéfila. Así que cuando llegó El Dude al Cineforo, ya conocía parte de la filmografía de los hermanos Coen. Sin embargo, esa primera vez que se presentó la película también me quedé dormida, pero no porque me hubiera aburrido, sino porque estaba destruida. En ese tiempo mi esposo y yo éramos muy jóvenes y vivíamos despreocupados, siempre enfiestados. En mi carro de modelo atrasado siempre llevaba un sleeping, había latas de cerveza y colillas de cigarro por todas partes, traía dreadlocks de varios colores y más de una vez me presenté a trabajar en chanclas.

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Al terminar la función mi amiga la de los boletos me preguntó cómo me había parecido la película. Le dije la verdad, que no la había visto.

"Güey haz un esfuerzo y regresa mañana. El de la movie es como tú, pero en bato", me dijo con sinceridad. Le hice caso.

Si ya me gustaban los Coen, con esta cinta me volví fan de su filmografía. Sin embargo fue hasta el 2006 en la Maestría de Estudios Cinematográficos que me volví a reencontrar con El Dude. Y aunque ya no me vestía, ni llevaba una vida como la de 1998, nunca me dejaron de interesar los antihéroes: la mala suerte, los problemas en los que se meten, la falta de solvencia económica, la burla, el engaño, el ir perdiéndolo todo en el camino, son características que convierten a este tipo de personajes en atractivos e irresistibles, al menos para mí.

No soy la única Friki

Un tiempo viví en Alemania y un día vagando por Berlín en el barrio de Friedrichshain me encontré un bar llamado "Lebowski", era domingo cerca de las 9 de la noche, ya estaban cerrando y al día siguiente muy temprano tenía que viajar a Colonia, así que me presenté en la barra y le pedí al encargado que me dejara ver el lugar. Se portó muy amable y en lo que el lavaba los últimos tarros de cerveza me puse a revisar el espacio. Una pared estaba tapizada de Polaroids que mostraban una buena parte del detrás de cámaras de la filmación de la película. Había lámparas en forma de bolos, en la pizarra destacaba la bebida Ruso Blanco y por si fuera poco en los baños en lugar de música de fondo se escuchaban los diálogos de la cinta.

Después me enteré que no estaba sola, que no era la única friki y que la película tenía fans por todo el mundo: una larga lista de pubs, boliches y cafés con el nombre del protagonista en ciudades como Reykjavik, Islandia; Praga, Los Ángeles, Nueva York y Buenos Aires por mencionar algunas.

Tan sólo en el verano pasado (agosto 2015) en el barrio del Soho en Nueva York me encontré con una tienda llamada "The Little Lebowsky" donde vendían principalmente libros y playeras de la cinta. El dependiente que en realidad era el dueño del establecimiento lucía el look de El Dude y todo el día tenía puesta la película en loop.

En este libro analizo al antihéroe de El Dude y a partir de éste, realizo la construcción de otro personaje (antihéroe femenino) en La otra Rebeca guión de mi autoría que aparece en los anexos.

La atracción hacia estos personajes despreocupados, imperturbables, desentendidos, fracasados, outsiders, relajados, con mala suerte y algunos de ellos inexplicablemente felices, quizás se deba a que siempre he estado rodeada de perdedores. En mi familia y en mi círculo de amigos los hay por montones. Sin embargo, puedo casi asegurar que son de las personas que más quiero y respeto.