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Cultură

Cosas que aprendí como conejita de Playboy

Algunas cosas que no esperas cuando empiezas a trabajar como conejita es que amarás los calzones grandes y evitarás ir al baño a toda costa.

La autora cuando trabajaba en el Club de Playboy en Londres.

El Club de Playboy me fascina desde hace mucho tiempo. Una vez, cuando trabajaba como crupier en los casinos en Mayfair, conocí a algunas de las conejitas originales del Club de Playboy que Hugh Hefner abrió en Park Lane, Londres, en la década de los sesenta. Las anécdotas que me contaron estas mujeres fueron las que despertaron mi interés. Ese día me dije a mí misma que, si alguna vez Playboy reabría sus puertas en Londres, tenía que hacer audiciones.

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En 2011, Playboy volvió a abrir sus puertas en Londres y esta vez se le añadió el Salón de las Colitas para los "libertinos y los misteriosos". Tuve que participar en un casting de baile y canto, tras el cual me ofrecieron el puesto de conejita. Para poder entrar a trabajar tenía que aceptar una reducción de salario de 16 mil libras, pero me aseguraron que las propinas servirían para compensar esa cantidad, lo cual era cierto.

Como feminista, imaginaba que estaba siguiendo los pasos de la periodista Gloria Steinhem, una mujer que entró de encubierto a trabajar en el Club de Playboy de Nueva York en 1963 y escribió un texto sobre su experiencia para la revista Show Magazine. No obstante, a diferencia de Steinhem y de los defensores de los derechos de las mujeres que protestaron durante la reinauguración de Playboy en Londres, en realidad nunca quise que cerraran el club. De hecho, las veces que he tenido trabajos de oficina he sufrido más acoso y más ofensas que en todo el tiempo que trabajé usando orejitas y cola de conejo.

Estas son algunas de las cosas que aprendí trabajando como conejita de Playboy.

Los defensores de los pezones libres pueden estar tranquilos
No es que mis pezones fueran libres, sino que los obligaban a salir. El disfraz no estaba diseñado para mantenerlos ocultos. Además de los clásicos juegos de casino, los clientes también podían apostar por cual de mis pezones sería el próximo en salir.

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A pesar de que había un probador en un rincón del salón separado con una pantalla de bambú donde nos arreglaban el disfraz, en el mejor de los casos, el disfraz dejaba al descubierto la mitad de mis pezones. La costurera me dijo que me quitara el brasier y levantara los brazos para ver si mis pezones se salían del disfraz.

Sí se salían. Siempre.

Pero yo no era la única conejita que sufría de bubis sensibles. Una de mis compañeras utilizaba corrector para camuflar sus pezones después de aplicarlo sobre sus ojeras. Yo utilizaba extensiones de cabello para esconder los míos. Además, las extensiones me servían para cubrirme del frío (estoy segura de que todos los que dicen que se pierde más calor corporal por la cabeza no han tenido que soportar un invierno con las tetas de fuera).

La autora en su primera semana de trabajo antes de descubrir la magia de las extensiones de cabello.

Los calzones grandes son un regalo de los dioses
Cuando tienes una dolorosa infección en las vías urinarias, lo último que quieres es utilizar un tampón. Es casi tan atractivo como morir hervido. Lo que quieres es ponerte los calzones más grandes que tengas y toallas del tamaño de un colchón, levantar un espectacular que diga "prohibido el paso" y dejar esa zona en paz.

Por desgracia, no puedes darte ese lujo cuando la entrepierna de tu disfraz es tan delgada como una lima para uñas. Como me quejé de que mis pezones se salían constantemente, la costurera alargó mi disfraz de la entrepierna y la dejó tan delgada que tenía que subirme la tanga para que no se asomara por los lados.

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Como cada vez había menos tela para cubrir mi trasero, terminé usando medias de compresión debajo de mis medias negras para mantener todo en su lugar. Sentía que me sofocaba, como si trajera una faja súper apretada.

No solo las adolescentes se meten papel de baño en el brasier
Nos metíamos cualquier cosa en el disfraz para tratar de emular las bubis estilo Playboy. Las copas parecían cavernas que se tragaban entero mi cajón de calcetines.

Mi pecho izquierdo yacía sobre plumas de ganso y mi pecho derecho sobre un rollo de papel higiénico. Incluso llegué a robar material de la casa de mis padres. Ningún material suave estaba a salvo. Era como si mi disfraz tuviera el síndrome de Prader-Willi: nunca era suficiente para llenarlo.

Ir al baño es difícil cuando estás vestida como conejita
Cuando bajábamos el cierre de nuestros disfraces, el contenido de nuestras copas se salía de inmediato; nuestras bubis armables terminaban regadas por el piso. Después de quitarnos las medias que apretaban como boas constrictor y hacer pipí, teníamos que recoger del piso todas las piezas para reconstruir nuestros senos y contorsionarnos para volver a subir el cierre de nuestros disfraces.

No todas estaban dispuestas a vivir este infierno sólo para hacer pipí. Una de mis compañeras se aguantaba durante todo el turno. "Dejo que mi estómago se infle poco a poco y cuando acaba mi turno voy al baño y me quedo ahí por horas", me confesó en una ocasión. Como pasábamos 40 horas a la semana con nuestras vaginas atrapadas dentro de un calabozo de tela sintética, era lógico que muchas sufriéramos de infecciones vaginales o en las vías urinarias.

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El bronceador no sirve para esconder las señales de escorbuto
Cuando trabajaba en la noche, ingería una gran cantidad de pollo y de pan. Ninguno de esos dos productos le hace bien a tu cuerpo, en especial si se come en grandes cantidades por un largo periodo de tiempo, y menos si consideramos la calidad del "pollo".

Tu piel resiente las consecuencias de ingerir alimentos que equivalen a beber del drenaje. Un día que iba de regreso a casa, uno de mis vecinos me dijo que tenía el mismo tono de piel que Bob Esponja. Entonces decidí usar un poco de bronceador, y con "un poco" me refiero a que mi rostro terminó pareciéndose al de David Dickinson. El problema es que Londres no es tan soleado como Los Ángeles y yo no me veía como Crystal o Kendra, más bien parecía que había bebido demasiado jugo de naranja y me había quedado atrapada en una cama de bronceado.

Cuando llevas 36 horas despierta, apestas a perro muerto
En realidad no importa cuándo Paco Rabanne te eches en el cuello si no has dormido en tres días. No importa que te lo apliques con un extintor, igual vas a seguir oliendo a mierda. Si no te has bañado en casi una semana, podrías hacer el Ice Bucket Challenge con todas las fragancias de Harrods y de todas formas no podrías ocultar tu olor.

Había una cliente frecuente en Playboy cuya mugre podía detectarse a distancia. Su suéter tejido y su cabello corto desprendían ese olor. Cuando te acercabas a 1.5 m de distancia, su olor era como el que yo imagino que desprende un colon en descomposición. Torcía mi cabeza cada que respiraba. Incluso superé a la evolución al desarrollar un cuello expandible como el del Inspector Gadget. Esta cliente era una jugadora compulsiva. Para sacarla del edificio se necesitaba una falla en las tuberías, una alarma de incendio y un grupo de negociadores altamente capacitados.

No es coincidencia que cada que se encendía la alarma de incendio, casualmente ella llevaba 40 horas apostando. Cuando evacuaban en edificio, mis compañera y yo nos íbamos platicando y fumando a la iglesia que estaba en la esquina. Nuestras batas con puntitos y tacones altos nos hacían ver como las Marías Magdalenas contemporáneas. Después firmábamos las hojas de registro en casos de incendio mientras que los encargados de la limpieza bañaban el piso con aromatizante.

Los vestidores de las conejitas son lugares muy extraños
La autonombrada Conejita Líder camina de un lado a otro usando nada más que sus medias color piel. Sus tetas picudas flanquean un matorral negro de vellos púbicos que se asoman a través de sus medias. En mi opinión, esa imagen es perturbadora y desagradable, aunque puede ser que el aneurisma visual de una persona sea la fantasía sexual de otra.

@Samantha_J_Rea