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El grave problema de violaciones en la Plaza Tahrir

El asalto sexual sistemático en este emblemático lugar de El Cairo, podría ser una táctica política.

Todas las fotos por David Degner. Yasmine El Baramawy fue golpeada y violada en la calle Mohammed Mahmoud.

Eran casi las 11 de la noche en viernes, 23 de noviembre del 2012, cuando desde su ventana de su apartamento en el centro de El Cairo —no tan lejos de la Plaza Tahrir— Ghada escuchó una multitud gritando: “¡Ella tiene una bomba atada a su cuerpo!” Ghada (así desea ser llamada, sólo por su primer nombre) pensó inmediatamente en sus hijos que se encontraban afuera entre la multitud. Corrió hacia el balcón para buscarlos, pero el terror cambió cuando vio a una mujer desnuda sujetada a la cajuela de un vehículo, rodeada por un círculo de hombres. Ghada tomó ropa y pidió a su marido que fueran a rescatarla. Se abrieron paso entre la multitud y dentro del círculo sacaron a la chica.

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Esa tarde, Yasmine El Baramawy y su amiga Soha (un seudónimo elegido para proteger su identidad) fueron hacia la Plaza Tahrir después de enterarse de los enfrentamientos entre los activistas anti Morsi y las fuerzas de seguridad del gobierno. Dos días antes habían iniciado las manifestaciones contra de la constitución establecida después de Primavera Árabe en la Plaza Tahrir. Yasmine y Soha, no tenían planeado unirse, sino que sólo querían ver a unos metros de distancia a los manifestantes abuchear al presidente Morsi.

En otoño de 2012, cinco meses después de convertirse en el primer presidente elegido democráticamente en Egipto, Mohamed Morsi firmó un decreto “constitucional” que le otorgaba autoridad ilimitada. Él estaba en los términos más claros, loco de poder; muchos pensaron que se postuló en una plataforma de manera como el antítesis de Hosni Mubarak. Con el apoyo de la Hermandad Musulmana, Morsi suponía mejorar el bienestar económico de Egipto y restablecer control político a las personas. Los egipcios estaban enojados. Yasmine y Soha estaban enojadas.

Aproximadamente a las seis de la tarde, las dos mujeres llegaron a las afueras de la plaza, en el cruce de la calle Al Kasr Al Aini, justo de la puesta de sol. Aún tenían que llegar a los grupos de gente que estaban a distancia, pero donde ellas se encontraban, la plaza estaba calmada. El instinto de Yasmine la invadió con un impulso de huir. Ella fue testigo de la multitud de manifestantes antes, pero ahora algo estaba mal. No habían pasado ni cinco minutos cuando las chicas decidieron irse, cuando vieron a un grupo de hombres correr. Las chicas se congelaron.

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Yasmine, 30, en la Plaza Tahrir, justo antes del golpe militar contra el ex presidente Morsi.

Las jóvenes se percataron de lo que ocurría demasiado tarde: la multitud de hombres jóvenes egipcios corrían hacia ellas. Se detuvieron a pocos pasos de las mujeres, tan cerca que Yasmine y Soha podían oler el kebab en su respiración. Los hombres empezaron arrancarle la ropa a Soha y Yasmine, hasta desnudarlas.

Justo en ese momento, explotó un gas lacrimógeno en la plaza y los atacantes huyeron. Yasmine cayó al suelo. Soha corría buscando ayuda, regresó con Sherif, un amigo que había visto entre los manifestantes. Antes de poder rescatar a Yasmine, el gas evaporó y la multitud regresó. Sherif fue estrangulado y arrojado a un lado. Entonces, los rufianes se separaron, la mitad de ellos circularon a Yasmine, la otra mitad circuló a Soha. Esa fue la última vez que se vieron esa noche.

El círculo de Yasmine empezó a alejarse de la plaza hacia la calle Mohammed Mahmoud, una calle oscura llena de grafiti revolucionario. Yasmine sintió dedos y cuchillos penetrar su vagina, con machetes le cortaron la piel, pero también escuchó gritos de “¡Vamos a ayudarla!” Ella no podía diferenciar entre las voces de aquellas que tratan de rescatarla y de sus agresores. Aun si su propio hermano le dijera que tomara su mano, ella no habría sido capaz de identificarlo.

Arrastrándola a través de la tierra, basura y afiladas banquetas de la calle de Mohammed Mahmoud, ellos se detenían para tocar cada parte de su cuerpo: sus piernas, su pelo, sus pechos. Yasmine se defendía, cerca al suelo se arrastró entre las aguas sucias de la alcantarilla, mientras el círculo de hombres la alejaba de la plaza.

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Apenas podía respirar, le quitaron sus pantalones, ella los pateó. Uno de sus agresores la lamía, ella lo mordió tan fuerte como pudo hasta que sintió brotar sangre. Cuando la sujetaron contra la pared de un edificio de apartamentos, imploró que el portero la dejara entrar, en cambio, él se quedó viendo con mirada vacía, ni siquiera giró la cabeza. Ella se dio cuenta de un grupo de gente viendo desde las repisas del edificio, señalando. ¿Podían oír su grito? ¿Podían darse cuenta de lo que estaba pasando? ¿Por qué nadie sale a rescatarla?, ella preguntó mientras la arrastraban a través de su mezquita y finalmente a un callejón.

La primera vez que el círculo se separó fue cuando un vehículo se acercaba, pasando justo sobre el cabello de Yasmine. Intentaron meter a Yasmine al vehículo, ella se resistió. Prácticamente paralizada, en la cajuela de un Skoda 1970 blanco, aún podía oír a sus violadores gritando falsas acusaciones en su contra: “¡Tiene una bomba atada a ella! ¡Nos va matar!”

El 30 de noviembre, manifestantes y activistas se reúnen en una torre de vigilancia para combatir los asaltos sexuales

“Los hombres quieren una buena chica egipcia y virgen”, me explicó mi madre cuando era apenas yo una adolescente. Por supuesto, ella esperaba que mi padre estuviera fuera de la casa, para que él no escuchara. Mi madre, fue esa “buena chica egipcia”, una novia virgen casada con un hombre que le juró proveer, proteger a su familia y preservar la tradición. Ella quería lo mismo para mí, y cuando nos mudamos a EU, ella temía que perdiera mis valores egipcios.

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“Si un hombre no ve la sangre de tu himen la noche de bodas, es aar (vergüenza) para ti y una fadiha (vergüenza pública) para la familia”. La lógica de mi madre no es una cosa religiosa para los musulmanes de Egipto, mi familia es cristiana cultural. Es condicionamiento cultural, disponible en películas y temsiliat (series de televisión) que tratan sobre historias de la chica buena egipcia: es una excelente cocinera, si la visitas, te dará la bienvenida con un caldo de carne y verduras. Ella es obediente, y si su hermano tiene sed, ella le trae agua. Ella es inocente, desea el matrimonio, pero no el sexo.

Cuando sea el momento de casarse, la familia de ella la acompañará a conocer a sus pretendientes. Durante ese tiempo, su única función será parecer deseable, pero sobre todo, recatada, y sirviendo té al pretendiente. Su sonrisa será grande, su risa silenciosa. Cuando un pretendiente decide preguntarle a su papá por su mano, ella responderá con timidez, “IIit shoofoo ya, Baba,” o “Lo que usted quiera, papá”. Ella sólo se irá de casa de sus padres en leilat al-dokhla, o la noche de la consumación, su noche de bodas.

La sangre en la noche de bodas de una novia egipcia representa algo más que la pérdida de su virginidad, sino que representa que ella misma se ha conservado y —aún más importante— su familia la ha conservado y por tanto el honor de la familia está de acuerdo con los valores tradicionales de Egipto. Una buena chica egipcia nunca estará en contra de eso.

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Shereen El Feki, quien estudia y escribe sobre sexo en el mundo Árabe, dijo recientemente a la revista Reason sobre una mujer joven y entusiasta que investigó sobre sexo porque ella moría de ganas por complacer a su marido en la noche de bodas. “Cuando ella inició una actividad sexual en la cama, su esposo la tiró de la cama y le hizo jurar sobre un Corán que nunca tuvo relaciones antes del matrimonio”.

Mientras que las mujeres egipcias están condicionadas a obedecer, los hombres están condicionados a dominar y tomar lo que quieran. Demasiados ejemplos de cómo funciona esto se pueden encontrar en las películas populares “románticas”. “No significa ”, muy común en escenas de películas desde principios de la era del cine en Egipto, como Al Sharisa, así como lanzamientos recientes como Captain Hima y Omar we Selma. Por lo general sucede de la siguiente manera: el hombre intenta besar a la mujer, ella gira la cabeza. Él se acerca. Ella intenta escapar. Finalmente, la toma a la fuerza hasta que ella cede, él parece disfrutar el jaloneo. Mientras en Estados Unidos y otras culturas occidentales se podría clasificar como acoso sexual, la cultura egipcia lo llama “amor”.

La aceptación y el fomento del acoso sexual como normal, e incluso como un castigo merecido y aceptable, hace de Egipto uno de los lugares potencialmente más peligrosos para las mujeres en el mundo. Según un reciente informe de la ONU, casi el cien por ciento de las mujeres en Egipto han sufrido un acoso sexual, verbal o físico. Estas acciones se ha extendido como un virus a través de las manifestaciones políticas en la Plaza Tahrir, un monumento histórico que se ha convertido en —coloquialmente conocido por todo Egipto— “el lugar al que las mujeres van, porque quieren ser violadas”.

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Yasmine no regresó a casa después de que Ghada y su marido la salvaron. En su lugar, comenzó a quedarse con un amigo que ya había escuchado de lo que había sucedido a través de otros amigos. Pero Yasmine se quedó pasmada en silencio. Ni siquiera podía llorar hasta al día siguiente que escuchó la voz de Soha. Durante la semana que permaneció en silencio sobre su ataque, empezó a preguntarse: ¿Es esto lo que significa ser una mujer moderna de Egipto? Pensó en cómo los perros callejeros, muertos de hambre y maltratados en las calles de Egipto son mejor tratados que las mujeres egipcias que se levantaron en contra de su gobierno y exigieron cambios. En ese momento, Yasmine me dijo, que quería cortar toda relación con su país. Quería dejar la lucha, salir de ahí, tal vez comenzar una nueva historia en otro lugar, tirar el peso de la vergüenza. Ella quería renunciar a su ciudadanía.

La historia de Soha traza la misma línea, el patrón y eventos como los de Yasmine: hombres se acercaron y la circularon, le arrancaron la ropa, la golpearon, la arrastraron por las calles, mientras la penetraban con sus dedos y cuchillos. Ella se escapó después de que ella le rogó uno de sus agresores por misericordia, suplicando a él que ella era una madre que no quería nada más en este mundo que volver a ver a sus hijos. Hasta la fecha, ella permanece en el anonimato y no ha presentado ningún cargo. Ella lo ve de esta manera: la policía no pudo salvarla, la ley no la protege, y la sociedad la culpa de su propio ataque, ella debe permanecer en silencio.

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"Denunciar el acoso a la policía es un problema, y aunque, tenemos leyes contra el acoso sexual, pero no se aplican", dijo Dina Samir, un ex portavoz de HarassMap, una organización no gubernamental fundada en diciembre de 2010, que ha comenzado a tener mucho trabajo desde la Primavera Árabe. "De acuerdo con una de las leyes, tienes que tener a alguien que fue testigo de la situación. A veces eso es imposible, si alguien te toma o toca [a ti] y sólo se echa a correr, ¿cómo puedes encontrarlo? Puedes estar en una calle vacía en la que nadie vio [el acoso]".

Una de las principales tácticas de HarassMap para impedir este tipo de problemas es un reporte de sistema de información en línea para las víctimas, que incluye un mapa generado por el usuario de lugares donde ocurren estos incidentes. Todo esto es para ayudar acabar con el estereotipo de que los ataques son deseados, o incluso merecidos, y para erradicar el tabú de hablar de acerca de todas las maneras de acoso sexual.

El punto de vista de Soha se entiende por completo: ¿Por qué  querrá revivir esos recuerdos cuando las probabilidades son que va a perder la lucha?

En Egipto, los casos de acoso sexual se les da poca o ninguna atención. En 2009, sólo se registraron 88 casos de violación a la policía de Egipto, aunque los casos sean procesados, los tribunales son ineficientes. El soborno y la corrupción son la fuerza principal de los tribunales egipcios. Sobornar con dinero a los funcionarios no sólo es común, es la única manera de llevar a cabo cualquier tipo de negocio. Los agentes de policía no va a escuchar ni hablar —con víctimas o abogados— sin unas pocas libras egipcias en sus manos. Un abogado que defiende a un agresor que no relacionado con las violaciones de la Plaza Tahrir, habló conmigo bajo anonimato, dijo: "La [víctima] pidió 30 mil libras egipcias para retirar los cargos. Me reí en su cara y luego fui y le pagué a los dos testigos mil libras egipcias cada uno para cambiar su testimonio. Voy a ganar el caso y mi cliente saldrá inocente. Eso es Egipto".

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Después de que me reuní con Yasmine, le conté su historia a algunos de mis familiares en Egipto, y uno respondió: "Su historia no es creíble. ¿Por qué no presentar una denuncia a la policía para por lo menos comprobarle a su novio con el que se casará que fue atacada cuando descubra que no es virgen?" Incluso el chico de Ghada, que fue testigo del ataque brutal a Yasmine y la rescató de las manos de sus violadores, cuestionó la autenticidad de la historia de Yasmine. Cuando Ghada ayudaba a Yasmine entrar en una galabeya (una capa larga tradicional) se puso de pie con disgusto, gritando: "¿Qué le hiciste a estos hombres? ¿De dónde les conoces?"

El plan original de Yasmine era permanecer en silencio, pero una semana después de su ataque, escuchó acerca de unos seis asaltos idénticos al suyo que tomaron lugar en la Plaza Tahrir en la noche en que fue acosada: todos sucedieron de seis de la tarde a 11 de la noche, un círculo de hombres entre los 20 y 30 años de edad, rodearon víctimas, las desnudaron, las golpearon, y penetraron sus vaginas con cuchillos. De acuerdo con Yasmine, durante el mismo tiempo, el destacado predicador salafista y personalidad de televisión Abdullah Badr —un islamista famoso detenido en mayo de 2013, después de difamar a una actriz acusándola de "adulterio"— dijo en su programa de televisión que hasta la fecha por lo menos de 30 mujeres fueron abusadas sexualmente en Tahrir. Él dijo que ellas eran unas “putas” que a propósito fueron a Tahrir para ser violadas por varios.

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Yasmine, por otro lado, me dijo que cree que la Hermandad Musulmana ha orquestado estos ataques, pagando por agresores para atacar manifestantes anti Morsi y desmotivar el cambio en Egipto. Por supuesto, verificar tal afirmación puede ser difícil. Egipto se maneja con sobornos, tanto como lo hace con las teorías de conspiración, y no es raro escuchar frases como: "No, en realidad es que son los activistas", "Los chicos parecen del Bloque Negro" o "Mubarak pagó a los agresores para hacer esto, para que pudiera obtener su venganza contra la revolución” si es que la conversación gira en torno a las violaciones de protesta. "Los testigos" pueden cambiar en cualquier momento, respondiendo al que está haciendo preguntas cualquier cosa que él o ella quiere saber si el precio es correcto. A principios de este año, cuando un equipo de producción de VICE estaba filmando un documental en Egipto, se entrevistó a un grupo de hombres que afirmaron que la Hermandad Musulmana les pagó para llevar a cabo las violaciones en grupo. Después exigieron 500 libras (alrededor de 70 dólares americanos) por información. El equipo les pagó, pero descartó la entrevista. Si Yasmine está en lo correcto, parece que el plan es transformar a las mujeres activistas en víctimas, para obligarlas a reprimir su esperanza mientras son avergonzadas. Si este es el caso, también se aseguraría de que los contrapartes activistas masculinos y miembros de la familia estén heridos por la culpa, ya que, al igual que la amigo de Soha, Sherif, fueron incapaces de proteger a sus compañeros activistas —una falla política al igual que golpe contra el ideal del macho dominante egipcio—. Padres, hermanos y familias enteras cargan con la vergüenza de un fadiha, y el miedo a la vergüenza pública mantendrá a las víctimas en silencio, su causa silenciada. Aunque a las víctimas se les permitiera contar sus historias, el giro de "quería ser violada, por eso fue a la Plaza Tahrir", apuntará en su contra.

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Casi suena demasiado elaborado y fantasioso. Pero, de acuerdo con Yasmine, esto es exactamente lo que le ha sucedido. La primera vez que quería contar su historia, colegas, amigos activistas, figuras políticas, e incluso los periodistas se negaron a escuchar. "No podemos comprobar nada de esto", le dijeron. "Vamos a arruinar la reputación de la Plaza Tahrir y la reputación de la revolución".

En lugar de permanecer escondida, Yasmine se sintió con la obligación de advertir a mujeres que tenía planes de manifestar en Tahrir. “Si yo lo hubiera sabido, hubiera sido más cuidadosa, me habría llevado varias capas de ropa para no ser expuesta tan rápidamente, me habría ido con más amigos hombres”. Una semana después, el 30 de diciembre, ella posteó un recuento detallado sobre su ataque en Facebook. Su mensaje fue inspiró la creación de la Operación Anti Asalto Sexual, u OpAntiSH, un grupo de voluntarios basado en la ONG HarassMap y Tahrir Bodyguard.

Como esas organizaciones, OpAntiSH está compuesta por ciudadanos comunes que se han ofrecido a tomar el asunto en sus propias manos porque creen que el tipo de agresiones de pandillas a Yasmine y Soha fueron ignoradas por el gobierno y la policía local. Dado el riesgo, es una sorpresa que las mujeres constituyen la mitad del grupo.

Mohamed cree que los ataques son premeditados porque los agresores lo detuvieron cada vez que trató de intervenir.

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OpAntiSH respondió a la crisis de los grupos de violación organizada de la Plaza Tahrir, con un plan que se inició el 25 de enero de 2013, el segundo aniversario de la Primavera Árabe, donde se esperaban que miles de personas manifestaran en contra de la cada vez más profunda toma de poder del presidente Morsi.

Durante la manifestación, un grupo de control OpAntiSH se quedó en el apartamento de un activista situada en lo alto de un edificio en la punta de la plaza que funcionaba como casa de seguridad. Yasmine estaba entre ellos. Los voluntarios se dividieron en dos grupos: "el grupo de ataque", voluntarios que físicamente intervienen si es necesario y tratan de dividir y distraer a los círculos de los agresores, y la otra mitad sirvió como el "grupo de seguridad", que se escabullen entre la multitud para salvar a la víctima. Los 19 casos de violación sexual que sucedieron esa noche, superó sus expectativas y la planificación.

Los voluntarios llegaron a Tahrir alrededor de las seis de la tarde e intervinieron directamente en tres casos de agresiones que estaban ocurriendo. Abrumados y angustiados, los voluntarios se dividieron. Uno de ellos, Mohamed El-Jatib, una voz suave y tono claro de 24 años de edad, se colgó encima de un ventilador para obtener una mejor visión de la situación de abajo y vio a una mujer extranjera rodeada por un gran grupo de hombres. Sintió que tenía que hacer algo para evitar que se acercara más hacia la multitud. En contra de todo el entrenamiento que recibió —el cual dice que nunca hayq que intervenir solo— saltó y cayó en el centro de la pandilla de agresores. Él sabía que la mujer, siendo atacada no sería capaz de diferenciar de los que la perseguían a ella, pero estaba decidido a ayudar de todos modos, empujando los hombres a un lado y haciendo espacio para liberarla de la pandilla de agresores.

Mohamed saltó hacia atrás en su improvisada torre para localizar a sus colegas. Rápidamente se dio cuenta de que estaba solo, por lo que llamó al grupo de control, que le aconsejó que corriera a uno de los edificios cerca de la calle Talat Haarb. No necesitaba una dirección. Tan pronto como llegó a la calle, vio rápidamente la multitud. Los voluntarios OpAntiSH estaban tratando de rescatar a una víctima en el interior del edificio. Mohamed se metió por la apretada multitud y se abrió camino, estaba gritando cosas como "Estoy intentando ayudarla", o "Ella es mi hermana". Una vez más, solo podía ver la cabeza de la víctima y temía por lo que podría estar sucediendo al cuerpo de ella. La pandilla de agresores se dio cuenta inmediatamente que Mohamed no era uno de ellos y comenzó atacar, agarrando sus muslos, golpeándolo con la culata de un cuchillo, e incluso mordiendo su pecho: todo lo cual solo ha convencido a Mohamed que los ataques fueron premeditados.

En ese momento, alguien en la plaza incendió una bengala. Todo el mundo se tiró al suelo, mientras que Mohamed y el resto de los voluntarios agarraron a la víctima, cerraron la puerta de hierro del edificio, y se refugiaron en el interior. La pandilla de agresores, sin embargo, fue implacable. Ellos golpeaban la puerta de hierro, tratando de romperla, gritando: "¡Queremos a esas mujeres del interior! ¡Queremos que esas mujeres!" Tomó 30 minutos de un agotadora lucha antes de que la pandilla se rindiera y se alejara.

Mohamed luchó para salvar a una víctima más esa noche, una mujer que finalmente fue trasladada en ambulancia al hospital Kasr Al Aini alrededor de la medianoche. Mientras ella se estaba desangrando de muerte, su vagina fue penetrada en varias ocasiones con un cuchillo: el hospital gubernamental lo negó. La ley egipcia requiere que el hospital presente un informe forense después de un crimen, y a los voluntarios se les dijo que un médico forense no estaría disponible hasta las seis de la tarde del día siguiente. El Hospital de Heliópolis, privado, la admitió sólo después de que los voluntarios OpAntiSH le rogaron al personal que atendiera a la moribunda.

Mohamed vio la operación del 25 de enero —a partes iguales— como éxito y fracaso. Voluntarios OpAntiSH pudieron salvar algunas mujeres de los ataques, e intervenir en 15 de un total de 19 casos que fueron reportados esa noche, aunque lo más probable es que decenas de incidentes similares no fueron denunciados. Estas operaciones impulsaron a Yasmine a hacer pública su historia. Los grupos de voluntarios no pudieron seguir esta lucha solos. A los pocos días, el 1 de febrero de 2013, ella y otra víctima, la periodista Hania Moheeb, contaron sus historias casi idénticas en Al Nahar, un canal de televisión egipcio. Después de la aparición televisiva de Yasmine, infinidad de abogados se ofrecieron a representarla, pero la policía decía no tener ninguna prueba del caso, a pesar de que Yasmine adquirió los números de matrícula del vehículo Skoda 1970 que pasó por el cabello, la evidencia expuesta en la ropa que llevaba puesta esa noche, y los videos de YouTube de ataques similares tomados por testigos. (De acuerdo con un investigador privado que ella contrató después del incidente, el vehículo pertenecía a un miembro del partido político mayoritario de Morsi).

Sin embargo, Yasmine continúa su lucha. El 30 de junio, el primer aniversario de la elección de Morsi, cuando los activistas y ciudadanos marcharon para exigir la renuncia y destitución del ahora ex presidente, se enfrentó a la posibilidad de otro asalto sexual, ella estuvo parada entre los 33 millones de manifestantes que hacían el calor de 33 grados se sintiera de 60; caminó durante horas, y cantó "Erhal"  —"¡Vete!" a Morsi, quien fue derrocado por los militares el 3 de julio—. Yasmine se negó a llevar un arma, pero se rodeó de seis amigos masculinos por su seguridad. Al final, ella salió ilesa, pero HarassMap y OpAntiSH reportaron 46 casos diferentes de asalto sexual en la Plaza Tahrir, tan solo el 30 de junio. A pesar de que Morsi y la Hermandad Musulmana cayeron del poder, el número de agresiones sexuales por pandillas se elevó a 169 casos el 5 de julio, con nada menos que 80 casos a lo largo de la noche del 4 de julio.Si la Hermanad Musulmana está coordinando estos ataques, la lucha no puede terminar. Como uno de los grupos más organizados en Egipto, especialmente si la Hermandad une fuerzas con los islamistas salafistas, puede ser capaz de volver a retomar el control del gobierno en unas elecciones justas y libres.

Mientras los egipcios caminan por la precaria senda de la estabilidad, es evidente que las mujeres de Egipto deben dar un paso adelante y unirse a la lucha. "La solución no es que haya menos mujeres en la Plaza Tahrir", me dijo Mohamed. "Esto está premeditado, porque [los organizadores] tienen un número determinado de hombres que vienen con la intención de violar a mujeres. Si diez hombres llegan y sólo encuentran a una mujer, entonces será fácil para ellos atacarla. Si 20 mujeres se presentan, los violadores serán superados en número, y podríamos detener fácilmente cualquier ataque".

Incluso después de esta segunda revolución, el rol de las mujeres de Egipto no está cambiando lo suficientemente rápido como para hacerles justicia.