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spleen! journal

El retorno del Museo Salinas

El cometido del Musal, fundado y dirigido por el artista Vicente Razo, es reunir la colección más amplia de objetos dedicados a caricaturizar, insultar y rebajar a Carlos Salinas de Gortari, expresidente de México.

El Honorable Equipo de Investigaciones Filológicas de la revista Spleen! Journal (HEIF-SJ), se complace en rescatar de las catacumbas históricas del arte contemporáneo y las letras, una de sus más loables piezas: el Museo Salinas[1] del artista mexicano Vicente Razo[2]. Gracias a la noble y abnegada labor una de sus participantes más distinguidas y respetadas, la doctorante e insigne Srita. Gabriela Macedo Osorio, pudimos hallarnos con esta joya de la desafección saturnina y el escarnio público.

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Vicente Razo (1971) es artista mexicano que trabaja entre Nueva York y el D.F. Estudió arte en la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó una maestría de Bellas Artes en la New York University y cursó el programa independiente del Whitney. Se ubica en las intersecciones entre la cultura popular, la política y la producción artística, por lo que su trabajo tiene diferentes registros que van de la producción de museos a la impresión de redymades o la creación de librerías de audio.

Aunque esta pieza fue un maravilloso dislate que cautivó hasta el mismísimo Carlos Monsiváis, hoy en día, ha dejado de ser un referente de eso que llaman “arte político”. Por esa y muchas razones creemos que, para la sobriedad y la discursividad “memeográfica” que hoy se nos presenta en el escenario sociopolítico, esta obra debe de ser rescatada para nuestros lectores. Mismos que se sentirán satisfechos de aquel aire embriagado de sepultura mal cerrada que atisba galerías, política y calles.

¡Gloria a los héroes de la patria!

El curioso impertinente*

Museografía para potenciar el daño a las instituciones

El cometido del museo Salinas fundado y dirigido por el artista Vicente Razo, es reunir la colección más amplia del mundo de objetos dedicados a caricaturizar, insultar y rebajar a Carlos Salinas de Gortari, expresidente de los Estados Unidos Mexicanos.

En un baño de la casa de Razo, sitiado en la Colonia Condesa, se exhiben los muñequitos, las camisetas, las piñatas, los carteles y los fetiches de una manía popular. El principal criterio para incorporar una obra a esta invaluable colección es que su origen sea oculto y misterioso, salvo la colección de tatuajes lavables de Comercializadora Bondojito, y que hayan sido adquiridos en las calles de la ciudad de México. Muchas máscaras fueron compradas a niños que las usaban para pedir dinero en las calles, decoradas según la estación: diablo en Navidad, monstruo en Halloween, charro en septiembre. En este museo-instalación como en otras obras suyas, Razo utiliza hallazgos callejeros para realizar pequeños actos de brujería y manifiestos político-mágicos de rebeldía adolescente. Sus recientes pirámides de plexiglás, por ejemplo, sumergen los símbolos del poder, de todo signo e ideología, en el universo transparente de las baratijas mágicas y convierte cocteles-molotov en legitimas botellas de Zedillo-Cola las cuales tienen ahora una función más incendiaría.

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En la misma vena irreverente, el Museo Salinas no sólo busca recoger un acervo de objetos o preservar un estado de ánimo, sino celebrar el placer que tantos sentimos al ver la caída del autócrata, y así fomentar la venerable tradición mexicana de burlarse de los privilegiados. Entre sus objetivos institucionales se encuentra “Promover entre la niñez y la juventud la insolencia hacia el poderoso”.

El Museo Salinas busca, en suma, convocar las oscuras pulsiones que nos hicieron convertir al Moisés de nuestro prometido primer mundo en una rata repulsiva, en un monstruo de pene erecto, en un Judas. La premisa de esta institución es que la destrucción y la humillación de la figura de nuestro caduco tecnócrata tiene sus motivos venerables y sus efectos salutíferos.

El ataque simbólico contra Salinas ha sido, en efecto, un linchamiento; Salinas es, no cabe duda, un chivo expiatorio. Pero nadie puede pretender que se trata de una víctima inocente. Además, hace ya milenios que los pueblos, sean nahua, griegos o egipcios, saben que los hombres que más alto llegan de más alto habrán de caer. Esta certidumbre es la que da su razón de ser a la tragedia clásica: el saber que mientras mayor sea la hybris, la ceguera, la ambición y la vanidad de un hombre, mayor será su némesis, su humillación, su adversidad, su castigo.

Porque la caída del poderoso no sólo es un espectáculo aleccionador sino un sacrificio, una oportunidad para purgar a la comunidad. Por ello, el Museo Salinas pretende justamente promover e institucionalizar la crueldad primitiva de la horda, que hizo surgir de la noche a la mañana toda una industria. Celebra el sentido de oportunidad y la capacidad creativa de una plétora de artesanos del plástico, de dibujantes, de serigrafistas que supieron encontrar maneras cada vez más descabelladas de insultar a su antiguo mandatario. El pedigree artístico de este espectáculo convencerá incluso a nuestros funcionarios culturales: Sófocles ya conmemoró la caída de Edipo. Ahora el Museo Salinas la sublime belleza de la humillación del tirano.

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Nuestros teóricos democráticos han lamentado la irracionalidad manifiesta en esta inmolación de un líder antaño idolatrado (al menos su incesante autopromoción solidaria), y han querido ver en ella el eterno rencor del mexicano, incapaz de enfrentarse abiertamente al poderoso pero dispuesto a escupirle en la cara en cuanto deja de serlo. Pero el objetivo del Museo Salinas no es sublimar nuestra cultura pública ni defender nuestro autodenominado estado de derecho, sino potenciar el daño a las instituciones y acumular el poder corrosivo de esta explosión de odio. En suma, su fin es: “Elevar el nivel de escarnio y procacidad en la conversación política”.

En realidad, la colección de imágenes cuidadosamente acomodadas por Razo alrededor de su escusado recoge y sintetiza todas las paradojas de este sacrificio ritual. Evidentemente, demonizar a un ser humano es una manera perversa de ensalzarlo. Seguramente Salinas era más ordinario que el monstruo de guiñol que adorna ahora las fiestas de cumpleaños. El rumor que lo convierte ahora en dueño de las fábricas donde se producen las figuras que se mofan de su persona, es la demostración más patente de esta ambigüedad. Sin embargo, este género de vilipendio no carece tampoco de realismo, como lo muestra el retrato de Salinas convertido en Mickey Mouse de Fantasía, con todo y su ademán de aprendiz de brujo.

[…] En nuestra historia patria existen precedentes de figuras públicas que se han levantado de sus cenizas. Pero la analogía adecuada no es de ninguna manera la de Ricardo Flores Magón, como pretende el propio Salinas, sino de Antonio López de Santa Anna, otro obsequioso servidor de los intereses de los poderosos extranjeros, que vio su pierna ser sacada de su tumba y arrastrada por las calles de México, y luego llego a autoproclamarse “Alteza Serenísima”.

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En última instancia, sin embargo, el Museo Salinas y su colección tratan de algo más que de la figura de un hombre enloquecido por el poder. Al “Coadyuvar en el embrujo constante a los primeros mandatarios” esta empresa cultural busca disolver la capa de pomposa ceguera con la que se rodean nuestros gobernantes, y abrir un resquicio, aunque sea diminuto, que los exponga al odio y al desprecio de quienes los padecemos.

P.D. Será consigna o quizás simplemente otra manifestación del legado más duradero que nos dejó Salinas, pero desde que fundó el museo que lleva su nombre, Vicente Razo ha sido asaltado tres veces y despojado de su automóvil y su computadora.

*Referencia original: Federico Navarrete, La Jornada semanal, Nueva época, No. 103, 23 de febrero de 1997, p.12

[1] En marzo de 1996 inaugura en el baño de su casa el Museo Salinas, un espacio autónomo del cual se autonombró director. El cual vio desfilar: “desde artistas –pasando por amas de casa y burócratas– hasta periodistas de todas nacionalidades transitaron por mi museo-baño”, como él mismo lo afirma en el texto “The Official Museo Salinas Guide”. En este Museo, el artista decidió ofrecer singulares testimonios de la historia contemporánea de México a través de múltiples objetos que representaran al expresidente Carlos Salinas de Gortari de manera caricaturizada, burlona y humillante. Con la intención principal, como afirma el artista, de “[…] registrar y atesorar un punto clave en la práctica artística nacional: preservar estas radicales obras –de belleza extrema y de existencia efímera y callejera– que, de no haber sido recolectadas, habrían sido olvidadas, destinadas al menosprecio del poder”.

[2] Agradecemos al artista el permitirnos compartir su archivo.

Anteriormente:

Caro Quintero, Costa Rica y todo lo que sigue sin saberse

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