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Es muy difícil ser un pacheco en Beijing

Con todo y las redadas antidrogas en China, el país sigue sin ser una zona libre de drogas. Según los conservadores chinos, los occidentales somos los culpables.
Foto por el autor.

Hace unos años, mi vecino Lucas* organizó una fogata con sus amigos en una montaña en las afueras de Beijing. Dijo que llegaron tres camiones llenos de parranderos de la capital con mucho alcohol, cannabis, algunos hongos y ácidos.

Pero la diversión no duró mucho. "Había un espía", me dijo. De regreso, la policía detuvo los camiones en una caseta. "Hicieron que todos los chinos sacaran sus maletas y se salieran del camión. Luego revisaron las mochilas de todos y algunos chinos fueron enviados a la cárcel".

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Sin embargo, los expatriados escaparon del castigo. "Uno de los policías vino al camión a gritarnos: "¡Cuando estén en China, obedecen las leyes chinas!", recuerda Lucas. Pero eso fue todo. "Todos los extranjeros nos fuimos impunes".

Pero Lucas tuvo más suerte que los fiesteros del 2 Kolegas, un bar de música en vivo con cerveza barata y vibra hipster. Una noche de agosto del año pasado, la policía selló las salidas y sometió a todos a una prueba de drogas sorpresa. El reportero australiano Stephen McDonell, quien se encontraba en el lugar, describió la redada en The Drum:

Mientras estábamos en los baños y con la puerta abierta, la policía veía cómo cada uno daba sus muestras. Las mujeres también tenían que dejar la puerta del baño abierta. Una mujer policía estaba parada en la salida y cubría parcialmente la vista de aquellos que caminaban en el patio.

Tan pronto como entregabas la muestra, los policías la ponían frente al foco. En algunos casos había una reacción. Desde donde yo estaba no podía ver cuál era, pero aquellos que "no pasaban" la prueba eran llevados fuera del bar y se les hacía sentarse en el piso con las manos atadas en la espalda. A algunos les taparon la boca con cinta. Los policías estaban parados frente a ellos y les ordenaron no hablar.

Entre los detenidos en la última operación antidrogas estaba el hijo de Jackie Chan, Jaycee, a quien le dieron una sentencia de seis meses tras haberle encontrado tres onzas de mariguana. Durante los últimos cinco meses, las autoridades han arrestado a 133,000 sospechosos y han incautado 43.3 toneladas de narcóticos, según la agencia noticiaria Xinhua.

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La cocaína y las tachas están entre las drogas preferidas, mientras que la escena de la mariguana mantiene un perfil bajo. Los expatriados compran y venden casi sólo entre ellos. Fuera de algunos chinos que viven fuera del país o con parejas extranjeras, no conocí ningún chino continental que fumara de forma regular.

"La comunidad pacheca [local] tiene que mantenerse escondida", me dijo un amigo estadunidense. "No es como en [algunos estados de] EU, donde puedes llevar hasta 25 gramos y te multan como con 250 dólares. Si en China tienes 25 gramos contigo, te llevan a un centro de detención clandestino donde hacen experimentos médicos y cosas raras contigo".

Aún así, no pude evitar la curiosidad. Christopher Hitchens alguna vez escribió sobre cómo le ofrecían alcohol casi a diario durante su estadía en el Irán de los ayatolá. ¿Acaso había una clandestinidad similar en China? Los chinos usan Facebook y ven porno a pesar de las prohibiciones gubernamentales. Me pregunté cuántos chinos tendrían cultivos escondidos.

La respuesta es que muy pocos. Detrás de un restringido velo de secretos hay un pequeño pero próspero círculo de chinos que cultivan, venden, fuman y comen mota. Le pregunté a mis amiguitos pachecos qué consejo le darían a los recién llegados y todos me dieron la misma recomendación: "Ve a Sanlitun y habla con algún negro".

Sanlitun es el distrito fiestero de Beijing, un purgatorio de licor falso a precios exorbitantes y crudas caras. Es el centro yuppie de la capital: tiene una Apple Store y un Starbucks abierto las 24 horas. La primera vez que vine a Beijing hace dos años, el negocio iba bien y las autoridades no se metían. No podías caminar por Sanlitun sin que te invadieran con la pregunta: "¿Qué onda, hermano, ocupas algo?" en diferentes acentos del oeste de África.

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El distrito Sanlitun en Beijing. Foto vía Flickr del usuario Lux Moundi.

Un amigo le compra a uno de estos africanos. Se trata de un estadunidense que vive en un laberinto de callejones y corredores entre la Torre del Tambor y un templo tibetano famoso y aceptó hablar conmigo con la condición de que lo llamara "Richard Sledge", que aparentemente es una referencia a la serie televisiva Archer. Pero mejor lo llamaré Dick.

El dealer de Dick "trabaja" en una embajada, pero su principal fuente de ingresos viene de las ventas (no me quiso decir en qué embajada). Él cree que al menos una de las razones por la que los africanos son los dealers más visibles es que, debido a las estrictas leyes chinas antinarcotráfico, las misiones diplomáticas que vienen de países corruptos en África probablemente son la única forma confiable de importar cantidades comerciales al país.

Los dealers africanos, explicó Dick, "no tienen la mejor, o la segunda mejor, o la quinceava mejor mota, pero es algo". No obstante, Dick no se mostraba optimista sobre la calidad: "Cuando tengo suerte puedo conseguir dos gramos de mierda decente con 50 dólares".

Los dealers fueron uno de los primeros objetivos de las redadas. "Mi chico tuvo dificultades y no estará vendiendo en un buen rato", me dijo Dick, como lamentándose. Muchas otras fuentes confirmaron que el mercado se ha vuelto clandestino en los últimos meses.

La siguiente opción fácil, según los compradores chinos, son los uigures.

Lucy* es una china que conocí el año pasado en el Strawberry Festival, un maratón de tres días lleno de alcohol, bandas y drogas. Ella estudia contaduría, le gusta el cosplay y lee a Murakami. "Sólo he fumado mota tres veces", me dijo. "Mi novio tenía curiosidad, así que la probamos juntos". Muchos de sus amigos también la han probado. Cuando le pregunté dónde la consiguieron, ella dijo que pensaba que muchos estudiantes "se la compraban a los terroristas".

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Los "terroristas", en este caso, son los uigure, una minoría musulmana que se dice que ha usado hachís como medicina durante siglos. Esta categorización es popular entre los han de China, quienes en su mayoría desconfían de esta minoría.

Otros chinos mostraron el mismo sentimiento, aunque con menos rodeos. En una fiesta cerca de 2 Kolegas conocí a un fumador ocasional que me pidió que lo llamara Wang Er. "Trabajé en Shanghái durante casi un año. Shanghái no es una ciudad políticamente estricta, por lo que puedo comprar mota allá. En Shanghái, mucha gente de Sinkiang [o sea, uigures] vende mariguana".

Les pregunté si les preocupaba que los cacharan. "En la capital es algo serio. Puedes pasar quince días, medio año o incluso más tiempo en la cárcel si te cachan vendiendo drogas… Pero en Shanghái no es así. Algunos sinkiangueses venden mota afuera de los antros y la policía pasa al lado sin importarle".

Sin embargo, la mota musulmana es cara. Un churro en un antro de Shanghái le costó a Wang 100 yuanes (casi 25 pesos); lo puso muy poco pacheco y solo por diez minutos. Lucy pagó 300 yuanes por un par de gramos.

Por el otro lado, Marco* no parece el tipo de persona que se droga. Él es jefe de operaciones en una empresa de tecnología y no habla mucho inglés, aunque sí conoce expresiones esenciales como "mota", "hash", "coca" y "heroína".

Marco dice que tenía 22 años la primera vez que se fumó su primer porro y estima que fuma entre 10 y 20 veces al año. "Generalmente la conseguimos en antros o en conciertos", me dijo mientras nos tomábamos una cerveza. Casi toda su necesidad de mota la satisface sus amigos. "Me invitas cuando tengas drogas y yo te invito cuando tenga; es como cuando invitas a tus amigos a cenar. Muy al estilo chino". Parece que Marco tiene amigos muy generosos: dijo que sólo una vez ha tenido que comprarla él mismo a un "negro cerca del parque Chaoyang".

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"Tuve muchos compañeros de Sinkiang. Ellos solían poner drogas en una cajetilla de cigarros y se la llevaban en el avión. Eso fue antes del caos de Sinkiang [en julio de 2009]; ahora ya no puedes hacerlo".

Todos los que entrevisté tenían algo en común: las culturas occidentales eran las que habían despertado su interés por la mota.

La última vez que Marco fumó fue hace dos meses en un retiro de su empresa en las afueras de Beijing. "Después de la cena, muchos de mis colegas bebieron mucha cerveza. Como a las 4 de la tarde fumamos mota con un colega de Estados Unidos. Me fumé como dos porros", dijo. "Podemos fumar eso en mi empresa".

Marco no es el único que combina los negocios con el placer. "Todos mis amigos fuman", dijo Daniela, una china que conocí gracias a Lucas. Su círculo consiste en su mayoría en músicos y actores experimentales. "No hablamos mucho de ello, sólo lo hacemos", me explicó por mail. "Mis amigos, los amigos de mis amigos, hay muchos que vivimos del placer, pero aún así seguimos cargando el tabú".

Daniela se ganó su reputación de temeraria después de que convirtió un café local en un criadero de mota. El jardín secreto, bajo las narices de los clientes, floreció todo un verano y la volvió una heroína frente a sus amigos.

Todos las personas que entrevisté tenían algo en común: las culturas occidentales eran las que habían despertado su interés en la mota.

A Marco le empezó la curiosidad por la mota en la prepa y la música fue su entrada a las drogas: "Veíamos películas y documentales sobre bandas estadunidenses y quisimos probar las drogas", dijo. "Eso es lo que hace que algunos chinos conservadores culpen a la cultura estadunidense de enseñarnos cosas malas". Lucy se interesó después de leer a Jack Kerouac.

En este contexto, las políticas antidrogas de China pueden ser vistas como una muestra de la renuencia gubernamental a abrir las puertas culturales e intelectuales del país. Pero obviamente esto no ha convertido a Beijing en una zona libre de drogas y se supone que las redadas terminaron este mes, dejando que los pachecos de la ciudad exhalen a sus anchas.

*Los nombres fueron cambiados.