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Cultură

Es probable que las cosas no salgan bien

Terence Winter nos cuenta sobre su largo camino hasta la cima, y por qué le gusta tanto jugar con muñecos

Terrence en su oficina en los Steiner Studios, donde se produce su serie, Boardwalk Empire.

Mientras filmaba la primera temporada de Boardwalk Empire, Terence Winter pasó muchas noches en las entrañas de los Estudios Steiner en Brooklyn. Llegaba cuando todos los demás ya se habían ido, y para relajarse un poco y meditar sobre las cosas que pasaban, le gustaba hacer travesuras con las figuritas sin rostro que habitaban una maqueta en miniatura del malecón de Atlantic City: ponía a una tirándose a su acompañante de perrito, a otra mamándosela a su pareja en una banca… Todo esto, por supuesto, tiene mucho sentido. Terence es quien dirige todo, y también el creador de la serie; es quien tiene que pensar y controlar cada parte del programa, desde los elementos cruciales de la historia, hasta los más mínimos detalles. Le encanta poner a sus personajes en situaciones incómodas. Es lo que hace; así es él.

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Para Terence, de 51 años, jugar con muñecos no es nada nuevo. Lleva haciéndolo desde los sesenta, cuando era apenas un niño en Brooklyn, obsesionado con los G.I. Joe a pesar de que sus padres no tenían dinero para comprárselos. Pero siempre ha encontrado la manera de obtener lo que quiere, y cuando tenía 15 años, escuchó que uno de sus vecinos, que era más rico, había tirado a la basura una colección de G.I. Joe. Terence se tiró un clavado en la basura, tomó los juguetes, y se puso a jugar toda la noche con sus nuevos amigos, sólo para volarlos con un petardo al día siguiente. Al parecer, desde temprana edad comprendía que la vida no siempre tiene un final feliz, razón por la cual sus historias para televisión, principalmente su trabajo en Boardwalk Empire y sus guiones para Los Sopranos (donde fue el segundo al mando después de su creador David Chase), son tan efectivas y directas como un puñetazo en la cara.

Hoy, Terence tiene una cápsula espacial de G.I. Joe de los sesenta en óptimas condiciones sobre su escritorio, un símbolo de su largo y laberíntico camino hacia sus sueños. Su trayectoria ha sido complicada y poco usual: pasó de trabajar como carnicero en la tienda de unos mafiosos en Brooklyn, a ser abogado en un elegante despacho en Manhattan. Después, a sus 29 años, cuando le estaba llendo relativamente bien, lo dejó todo por la absura fantasía de mudarse a Los Ángeles y convertirse en escritor.

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Después de verlo en los Estudios Steiner, en ese emocionante mundo ficticio de su imaginación, es difícil imaginarse a Terence como un novato sin rumbo en Los Ángeles, intentando que alguien, quien fuera, leyera sus guiones. Teminó escribiendo para algunas series como Sister, Sister, Xena: La Princesa Guerrera, y la versión de Flipper de mediados de los noventa.

Sin embargo, Terence no se avergonzaba de su pasado, y no tuvo problemas en hablarme de sus recuerdos y de sus días de desesperación, mientras me explicaba por qué la gente de Los Ángeles son unos maricas y cómo fue que se armó de coraje para escribir películas para 50 Cent, producir Los Sopranos, y hacer realidad un proyecto tan innovador y costoso como Boardwalk Empire.

La maqueta en miniatura del malecón de Atlantic City en 1920 con la que a Terrence le encanta jugar.

VICE: ¿Cómo fue tu experiencia en las trincheras angelinas?

Terence Winter: Para ser honesto, fue puro trabajo, trabajo y trabajo. No tenía vida social. Me despertaba en la noche a escribir, aterrado. Me aterrorizaba la idea de que terminaría viviendo en un sótano en West Hollywood con otros dos tipos para siempre.

¿Extrañabas Nueva York? ¿Te perseguía esa idea de que: “LA es a donde van todos los que se dan por vencidos”?

Crecí en las calles de Nueva York. Soy neoyorquino y sí creía completamente el cliché de que “si la haces aquí, la puedes hacer en cualquier lugar”. Viví solo desde los 17 años y ya para entonces había hecho todos los trabajos que te puedas imaginar. Me abrí paso a empujones. Cuando llegué a LA, estaba listo para hacer lo que fuera.

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¿Qué te pareció la ciudad, la escena, la vibra?

Sentí que estaba en Long Island pero con palmeras, y siempre me ha parecido que Long Island es prácticamente rural. Lo que me parecía raro era que estabas en un lugar que parecía un suburbio y de pronto te encontrabas con un indigente. Fue cuando me di cuenta que eso es a lo que llamaban ciudad. Y vaya que si LA era un lugar limpio. En Nueva York, los barrios malos se ven como barrios malos. Si ibas a Brownsville en NY en 1978 te quedaba muy claro dónde estabas. Vas a Compton en LA y se ve bastante muy bonito. Hay jardines y casas. No te da miedo hasta que los helicópteros empiezan a sobrevolar el lugar y escuchas los disparos.

¿Tienes algún consejo para esos jóvenes ambiciosos que quieren dar el salto de Nueva York a Los Ángeles ¿Quizá algún consejo sobre cómo adaptarse?

Realmente lo único que tuve que hacer, fue bajarle de güevos a mi actitud y a mi energía. Recuerdo una vez que estaba manejando por el Bulevar de Santa Mónica y un güey se atravesó frente a mi auto y tuve que pisar el freno hasta el fondo. Me volteó a ver, y yo me asomé por la ventana y le dije: “¿Estás pendejo?” Y él me miró como si yo fuera el pendejo. Fue cuando me di cuenta de que si la gente atraviesa la calle, te tienes que frenar. En Nueva York, si alguien se te atraviesa, lo atropellas.

Nueva York pareciera ser la única ciudad en la que andar en la calle o en coche está bien. En muchas otras ciudades, si vas a pie, te ven como si fueras un vago.

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Una vez alguien me dijo que en LA te pueden infraccionar por cruzar por la mitad de la calle. No le creí. Pero era cierto, a un amigo lo multaron. ¿Los policías no tienen nada mejor que hacer que andar repartiendo infracciones?

¿Hubo algo sobre el humor de los angelinos que te agarrara por sorpresa?

Recuerdo que me levanté a las 4:30 de la mañana, después del terremoto de Northridge en 1994. Me paré de la cama, agarré el teléfono y le llamé a una de mis hermanas. Le dije: “Hubo un terremoto”. Me dijo: “¿Estuvo fuerte?” Le dije: “Si no lo fue, me voy a mudar de este lugar”. ¿Alguna vez has sentido un terremoto?

No. Hubo un pequeño temblor en Nueva York el año pasado, pero al parecer es algo que sólo pasa dos veces cada cien años.

No puedo ni describirlo. No entiendes qué está pasando… Pero el punto de la historia es que el terremoto fue el 20 de enero, y ese día en la tarde estuvimos a 28 grados centígrados. ¡Treinta segundos de terror y después estamos a 28 grados en enero! En LA, hasta las cosas malas tienen su lado bueno.

Has participado en la industria del cine, en particular cuando escribiste el guión para Get Rich or Die Tryin’. ¿Cómo se compara eso con trabajar en televisión? Estoy hablando de HBO, que realmente no es considerado como “televisión” en el sentido clásico.

Fue una pesadilla. Escribí un guión del cual estaba muy orgulloso y que fue aprobado inmediatamente. Pero el director, Jim Sheridan, básicamente tiró mi guión a la basura, y se inventó su propia película. La verdad es que todo fue un desastre desde que llegó Sheridan. Al final la película no se parecía nada a lo que yo había escrito. La película es realmente vergonzosa. Fue la peor experiencia de mi carrera.

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Ahora estás nuevamente involucrado con proyectos de cine. ¿Te preocupa que algo así te vuelva a pasar?

Lo más triste cuando eres guionista de largometrajes para cine, es que tienes muy poco control. En la televisión, los escritores llevan la batuta, así que es más fácil hacer que lo que escribes termine en la pantalla. En cine, entregas un guión, y puede ser que la película final no tenga nada que ver con lo que escribiste. Así que en el futuro, espero trabajar con directores talentosos, que tengan el respeto y la sabiduría para decir: “OK, hablemos e intentemos llegar a un acuerdo para lograr un objetivo común: hacer una gran película”.

Esta es la clase de máscara que Richard Harrow usa en Boardwalk Empire para esconder su desfiguración. Como el experto tirador que es, lleno de angustia y con tendencias suicidas, bien podría ser la personificación del francotirador de juguete que Terence guardaba ensu bolsillo.

Para ser justo, creo que eres una excepción en el mundo de la televisión en términos del control y las libertades que tienes. Si hubiera más gente con esas libertades, ¿crees que habría menos programas malos?

Me considero afortunado. Creo que muchas de las personas que trabajan en televisión desearían no sólo poder usar desnudos, groserías y violencia, sino también poder contar historias de una forma más inteligente. No tener que recibir mensajes del canal diciendo que a los espectadores no les gustará algo, o que la gente se va a molestar si hacen A, B o C.

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Definitivamente no tienes miedo de hacer cosas que molesten a tu público.

Algunas personas sólo quieren ver en la televisión sus fantasías hechas realidad. Cuando hacemos algo como matar a Jimmy, actúan como si los hubiera traicionado. Pero nunca tuvimos un acuerdo. Nunca firmamos un papel y diciéndoles que al final de la historia todo iba a salir bien, que habría un final feliz. Es muy probable que las cosas no salgan bien.

Hablando del otro lado del espectro, ¿crees que es por eso, que series como Downtown Abbey tiene tanto éxito? ¿Porque tienen miedo de mostrar lo que pasa cuando las cosas no salen bien?

Vi toda la serie hasta el final, y decidí que se podían reivindicar si todo terminaba con el mayordomo colgado y muerto. Pero por supuesto que no lo hicieron. No hay nada en juego, no hay consecuencias para lo que se hace en esa serie. No tengo nada contra ellos, la mayoría de los programas son así. Pero en la vida real, las cosas no salen bien. Para mí, eso es mucho más interesante como escritor y como espectador.

¿Cuáles fueron algunos de tus programas favoritos de pequeño?

En los sesenta y setenta en Nueva York, WPIX, en el canal 11, era la estación local que retransmitía casi todos los programas viejos. Mucho era Abbott and Costello, The Honeymooners, The Bowery Boys, y películas de los cuarenta y cincuenta como Laurel and Hardy y Little Rascals. En las tardes pasaban F Troop, The Munsters y toda clase de caricaturas. También pasaban las viajes películas de mafiosos de Warner Bros. Había toda esta gama de viejas comedias. Era una especie de maestría sobre los inicios de la comedia y de la televisión.

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Definitivamente hay un poco de comedia fársica en la violencia de tu trabajo.

Esas primeras comedias realmente moldearon mi sentido del humor, también estoy convencido de que en Nueva York hay una sensibilidad distinta a la comedia. Tiene un tono más violento, agresivo y de auto burla. Definitivamente nos llevamos bastate pesado. Tuve novias en California, incluso mi esposa, que no pueden creer cómo nos hablamos entre amigos. Y decimos: “Es porque nos queremos”.

Creo que todo mundo tiene que admitir que disfruta ver cómo lastiman a otros, especialemente si se trata de personajes ficticios. Pero como dijiste, después quieren que todo termine en un final feliz.

Me acuerdo del corto de Como agua para chocolate, que salió hace 10 o 15 años. Lo pasaban antes de las películas por meses en los cines de arte. Era un corto super dramático en el que la gente se gritaba y contestaba, y en algún punto alguien recibe una cachetada. Cada que lo veía, me reía como loco. Era el único imbécil en la sala que se reía. Como si supiera que ahí venía… ya viene… “Jaja”.

Hace falta tener muchas agallas para arriesgarse y comprometerse a producir algo tan ambicioso y costoso como Boardwalk Empire, cuando casi la mayoría prefiere apostarle a programas tontos y comerciales. ¿De dónde sacaste el valor?

Tenía siete años cuando murió mi padre. Había tenido una muy buena relación con él, pero es muy difícil tener una relación con un muerto. De repente, estaba solo, así que desarrollé una forma extraña de lidiar con mis problemas. Me encantaba jugar con soldados de juguete, y cuando tenía un problema en la escuela, cuando estaba nervioso por algo (los psicólogos se fascinarían con esto) sacaba toda mi ansiedad con mi pequeño francotirador verde.

¿Por qué un francotirador?

El francotirador era genial porque A) era un francotirador, y B) cabía en mi bolsillo.

¿Hablabas con él?

Pretendía que el francotirador estaba triste por algo: alguien lo molestaba, tenía un examen o cualquier cosa. Entonces yo le decía: “Escucha, no te preocupes, quédate en mi bolsillo, escóndete y yo me encargo de todo”. Y de repente ya no tenía miedo, era el francotirador quien tenía miedo. El francotirador se escondía en mi bolsa y yo me encargaba de los bullies, les decía: “Váyanse a la mierda”, o algo, después, en el camión de regreso a casa, sacaba al francotirador y le decía: “Te dije que me encargaría, ¿qué te preocupaba?”

¿Todavía lo tienes contigo?

No sé en qué momento dejé de cargarlo físicamente conmigo. Pero desarrollé esta especie de doble personalidad con una falsa seguridad. Eventualmente, si haces algo el tiempo suficiente (y esto suena a uno de esos rollos de superación personal) se vuelve parte de tu naturaleza.