Especial del narrativa: El agente federal aéreo

FYI.

This story is over 5 years old.

Especial de narrativa 2015

Especial del narrativa: El agente federal aéreo

Un cuento sobre lo que pasa cuento te emborrachas por accidente en un avión.

Foto por Joseph Hoflehner.

Cuando Paul encontró el recibo del teléfono me corrió. Entonces empecé a vivir en el Hotel Raphael y me iba de vacaciones con Eduard. Salía de compras. Había decidido que era estúpido dejar de beber, así que bebía cuando salía de compras. Empecé a vestirme diferente, con ropa cara. Les caía bien a los vendedores. Escribí un cuento sobre un hombre que mata a una prostituta mexicana. Luego escribí otro sobre un viejito afeminado que se enamora de un chico de veinte años. Se los mandé a mi agente y ella los publicó en seguida. Me escribió: "Sea lo que sea que estés haciendo, no te detengas".

Publicidad

Le había prometido a Paul que ya no vería a Eduard. Él y Paul trabajaban juntos. Sé que lo mejor que podía hacer era seguir en contacto con Paul, pero no me decidía a llamarlo. No quería mentirle. Y era más fácil pretender que mi vida real no existía si no hablaba con Paul.

Pero Eduard siempre me obligaba a que lo llamara. Se la pasaba chingando.

Estábamos en Tinajas, nuestro restaurante favorito en Panamá. Era nuestra última noche antes de que regresarme a la Ciudad de México.

—Si no sabe de ti, pensará que estamos juntos. ¿Qué tan difícil es mentir, Brett? ¿Cuántas mentiras le has dicho a Paul en tu vida? ¿Cuántas te ha dicho él?

—No lo entiendes —le dije—. En serio, él no miente.

—¿Crees que te dice la verdad de todo?

—No me refiero a eso.

No podía decirle: Me da miedo mi esposo. Me da miedo lo que le he hecho. Me da miedo haber hecho todo esto por ti y que tú no me ames.

Contesté: —Preferiría decirle la verdad. Preferiría que todos supieran la verdad. ¿Por qué te importa lo que hago o a quién le digo? Tú no se lo dices a nadie. Me escondes como si fuera un secreto. Te doy pena.

—¿Cuál es la diferencia si le dices a Paul una verdad o una mentira? Una sola: De una forma u otra lo estás lastimando. Lo estás lastimando él y nos estás lastimando a nosotros.

Me molesté porque se estaba poniendo muy pendejo. Él creía que era listo, pero ni siquiera entendía lo que él mismo decía. Agarré el teléfono para hablarle a Paul.

Publicidad

Contestó Bella, la que limpia la casa. Ahora Bella me odiaba. "Le llama esa Brett", dijo. Le pasó el teléfono a Paul y sentí una extraña aversión hacia mí que no comprendí. Yo era la que lo estaba engañando, y esto me hizo alejarme aún más de él. Le mentí durante veinte minutos. Le dije que no me había ido aún, que había estado con mi madre (ella estaba enferma). Podía oírlo escuchando mis mentiras. Él entendió: Yo estaba enamorada de un banquero mexicano.

***

La siguiente tarde tenía que volar de vuelta a casa, de vuelta a mi cuarto en el Hotel Raphael. Cambié mi boleto por uno primera clase. Mientras esperaba el avión, me senté en el bar del aeropuerto, y cuando el barman dijo "¿Margarita doble?" asentí. Me tomé tres margaritas dobles. Me parecían muy leves, pero cuando me senté en el asiento del avión me empecé a sentir un poco rara. Una mujer de mediana edad que iba en el asiento del lado del pasillo frunció el ceño cuando pedí una bebida antes de que el avión despegara. Probablemente era de mi edad, pero vestía ropa de señoras aburridas. La azafata me trajo una botella de vino tinto, misma que mantuve en mi regazo.

Cuando apagaron el letrero de ponerse los cinturones de seguridad, intenté ser amigable con la mujer del lado del pasillo, aunque podía escucharme a mí misma arrastrando las palabras. Seguramente yo andaba de enfadosa. Pensé que estábamos teniendo una conversación agradable, pero supongo que yo era la que hablaba más. No recuerdo qué decía, sólo que me interrumpió: —¿Podría cuidar su lenguaje, por favor? —y cuando me disculpé, ella sacó su costura de su bolsa y empezó a tejer.

Publicidad

—Me gusta la costura —dije.

Me ignoró.

—¿Llevas mucho tiempo tejiendo? Es un buen pasatiempo. —Me serví una copa de vino y me la bebí de un trago. La botella estaba casi llena, por lo que seguramente la azafata me había traído otra—. ¿Es para tu mamá? ¿O para una amiga?

Ella siguió tejiendo.

—Mi chacha también teje mucho. Cosas hermosas, es muy creativa. Mi abuela sí que sabía tejer, la cabrona. Digo, no es un insulto. Ella bordaba. Aprendió a bordar a mano hace mucho, mucho tiempo, hace como, verga… cuando yo tenía diez años. Entonces no hace pinche tanto. Seguramente tú también estabas en esa onda, creo que era algo que las señoras en onda hacían, ya sabes. Yo nada más me quedaba ahí como pendeja y la veía, hip… Me encantaba. Me encantaba su arte. Me encantaba ver los hilos y estambres de mi abuela (los colores), para mí era como entrar a una cueva… mágica. A veces creo que amaba esa chingadera más que… no sé: coger, por ejemplo. No lo sé, como que está de vuelta, ¿no? Como que es algo súper cool, te admiro por eso, no sólo lo digo porque, ya sabes, como… ¿Quieres un poco? —Le ofrecí un trago de mi vino. Ella me ignoró. Estaba siendo muy grosera. Le dije—: No es del que regalan. Yo lo traje. Es mío. Tengo una cava.

Volteó a verme y empezó a decir algo, pero luego se concentró en su tejido.

—Claro que cuando eras joven seguramente se consideraba de muy buen gusto, pero luego empezó a verse como anticuado o como una mierda porque no puedes lavarlo, en realidad no puedes hacer nada con eso. Tejer un brocado, enmarcarlo, o hacer un cojín que esté aventado por ahí y que nada más se empuerque. O bordar las inicales de tu nombre en el uniforme si eres policía.

Publicidad

La mujer siguió ignorándome. Decidí que intentaría ser amigable de nuevo.

—Solía ser un símbolo de riqueza. Rrrhip… queza.

Aún lo es, supongo, aquí estás tú, en primera clase; aquí estamos, dos mujeres con el tiempo libre para tejer y beber vino.

La mujer bajó su tejido y volteó a verme. Dijo bastante claro: —¿Puedes dejar de hablar? —eso fue todo.

A lo que contesté: —Ya me harté de ti, perra.

Alcé un brazo y toqué el botón para llamar a la azafata. Cuando ésta llegó, le dije: —Esta mujer acaba de amenazarme con apuñalarme con su aguja.

—¿Disculpe?

—Esa mujer intentó apuñalarme. Dijo que iba a tirar el avión.

La mujer con agujas protestó.

—Señora, ¿hay algún problema?

—Ella me apuntó con su aguja. Dijo que me la iba a clavar. Deben tirar la aguja. O mandarla a ella a la parte de atrás. O una cosa o la otra. Usted elija. Está loca.

—No tengo idea de qué está hablando. —La mujer se veía nerviosa.

—Tú sabes, tú sabes. No puedes engañar a esta gente. Son expertos.

—Señora, creo que necesita calmarse.

—No estoy a salvo en este asiento. Creo que debería dejar esa aguja o ser sacada del avión. Digo, si necesitan aterrizar esta cosa, lo entiendo. —Le lancé una mirada a la mujer con la aguja como de ¿Ves lo que hiciste? No más primera clase para usted, señorita.

La azafata estaba viendo mi botella. Se fue. Luego apareció un hombre con camisa azul y pantalones caqui.

Publicidad

—Señora, soy el agente federal aéreo.

—Al fin.

—Señora, debe venir conmigo.

No sabía dónde poner mi botella de vino. La charola de servicio no servía.

—Sostendré eso por usted, señora —dijo el agente y tomó mi botella.

Lo seguí hasta la cocina.

—Señora, quiero que entienda que esto es serio.

—Do ennntiendo.

—Las acusaciones que hizo son bastante serias.

Seguro entiende eso.

—Sí, señor.

—Dígame de nuevo. ¿Qué fue lo que pasó?

—Sí, oficial.

—Dígame.

—Sí, señor.

—Señora, no está contestando mi pregunta. Le estoy pidiendo que me diga qué pasó entre usted y la otra pasajera.

—La aguja. Ella tiene una aguja.

—Ok.

—Dijo que iba a tirar el avión.

—¿Está segura? ¿No cree que tal vez la malinterpretó… o algo así?

—No, señor.

—La pasajera a su lado en el asiento 3C le dijo que iba a tirar el avión con su aguja para tejer. ¿Eso fue lo que pasó?

—Si mi memoria no me falla…

—Ok, señora. Esto es lo que sucederá. Ya que está totalmente segura. Vamos a tener que aterrizar el avión. Tendré que llamar a la policía mexicana. Ambas serán sometidas a interrogatorios.

—¿Cree que ella estaba bromeando?

—Bueno, yo no estaba allí. Le estoy preguntando a usted.

—Parece inofensiva. Se parece a mi abuela.

—Bueno, señora, los cargos que presentó son serios, pero puedo ver que ha estado bebiendo, así que simplemente voy a pasarla a la parte trasera del avión. Pero quiero que sepa que esto no es juego. Está en un vuelo internacional.

Publicidad

—Lamento haber causado alguna confusión. Ya sabe, tan sólo está tejiendo. Mi abuela también lo hace. Sólo está tejiendo. Una persona debería poder tejer. En un avión.

—Llevémosla de vuelta a su asiento.

—No puedes tejer sin una aguja. Ella está sólo. Ya sabe. Tejiendo.

—Claro, señora.

Me llevaron de primera clase a la parte trasera del avión. Yo no protesté. Intenté pedir un whiskey, pero la azafata en clase turista me dijo que ya no tenían. —¿Vodka? ¿Cerveza? —Me ignoró.

***

Cuando aterrizamos estaba casi sobria. Camino al Raphael llamé a Eduard del taxi. —Casi hago que me detengan.

Le conté la historia y me sorprendí de que se riera todo el tiempo.

—Te la aplicó. Ella ganó. Tenía magia de viejitas. Además, suena a que estabas pedísima.

Él estaba en el departamento que compartía con Lurisia. Cada vez estaba más cerca de preguntarle cuándo planeaba salirse de allí. Uno de ustedes debe ser el primero en irse, me recordé a mí misma. Yo también fui la primera en irse cuando dejé a mi esposo.

—¿Qué es la magia de viejitas? —pregunté.

—Pueden meterse a las filas y así.

—¡Ni siquiera era viejita! Era de mi edad. Y yo no estaba taaan borracha. Ni siquiera estaba lo suficientemente ebria como para que alguien lo notara.

—No, para nada —dijo Eduard. Pero él se estaba riendo conmigo y fue lindo… reírme con alguien sobre uno de mis borrachazos. Esas cosas no pasaban cuando estaba sobria.

Fragmento de la novela Bad Sex, que será publicada por Tyrant Books en septiembre de 2015.