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Cultură

Especial FIL de La pura puntita: La ruidosa marcha de los mudos

Esta semana te traemos los mejores títulos que podrás encontrar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2015.

Te traemos adelantos, reseñas y entrevistas de los libros que te ensartarán en la mesa de novedades.

Este libro del escritor colombiano Juan Álvarez fue publicado recientemente por Seix Barral y fue presentado en la FIL por Antonio Ortuño y Cristina Rivera Garza. Además podrás ver a Juan Álvarez en la mesa "Latinoamérica viva", este jueves a las 17hrs. y en la mesa "Lenguaje y riesgo de la literatura colombiana contemporánea", el viernes a las 19hrs, con varios narradores colombianos.

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Puedes consultar otras actividades de la [#AgendaFIL aquí](#Agenda FIL 2015 http://www.fil.com.mx/prog/progresul01.asp?r=0&f=0&ida=831&an=Juan&aa=Álvarez&e=2015&lan=1&utmcontent=buffer9cca4&utmmedium=social&utmsource=facebook.com&utm_campaign=buffer).

Lo mudo lo sacó de mucha de la fiesta del mundo. Lo mudo mismo condujo al niño Caballero a contemplar de pie y despierto cosas que apenas podía acomodar en la testa.

Interrumpido pasó el primer año tras despertar del accidente. Podía correr y traer y llevar y atender cada palabra de su madre, pero a veces quedaba lelo prendido del horizonte abierto. No era namás que se pasmara. No era poquedad repentina. Era la entendedera misma que se le colmaba como con ruido de otras. Ante la angustia de que en una de esas el muchacho no le fuera a regresar, doña Efigenia resolvió tres cosas: era urgente abecedearlo y encariñarlo a un cuaderno, pa que pudiera explicarles adónde le iba la cabeza cuando quedaba tieso mirando quién sabe qué; de dos, era forzoso también aplicarse la casa entera en mejorar su propia alfabetización, pa poder comprenderlo; y de tres, había que sacarlo del patio y saldarlo como ayudante en la friega de la chicha, porque a lo mejor eran esos gases de la fermentación que no podían hacerle bien a nadie.

Fue así que a don Mariano todo ese paladeo le pareció ya inadmisible. Quiso volver a marchar con el muchacho. La madre, que había previsto el enojo de su marido y la necesidad sobre todo que este tenía de auxilio en sus tareas berracas, transó que llevara a Saúl, el otro varón entonces de siete. Justo por eso lo había crecido guerrerito: hábil de manos pa el cultivo; sacrificado en la vigilia por motivos de seguridad; fuerte en la carga de costales. A José María era buscarle oficio en otra cosa.

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Pero ¿en qué, Señor bendito?, se preocupó el padre, y apenas fue a desbocarse repitiendo lo que la gente decía de su niño mudo, antes que terminara de frasearlo, doña Efigenia le estampó la cara con el rojo de una bofetada en el frío andino de las seis de la mañana.

Vuelva a decirle imbécil a mi hijo porque no chista y va a tener que aprender a cocinarse hasta el corte de las uñas.

A la sastrería del señor Camacho el niño Caballero llegó con diez calendarios cumplidos. Encajó de maravilla. Cómo no, si era la encarnación misma de la necesidad que el sastre le había confesado al padre una vez este le hizo entrega de un paquete de telas subido desde la villa de Mompox: Ayudante obediente que no sea chismoso.

No habla, don Camacho, y si no habla, ¿cómo va a ser chismoso? Es mi'jo mayor, el que se me accidentó y me quedó mudo.

¿Ni mu?

Ni mu, pero es listo y figura todo, véalo y verá.

Los clientes de la sastrería eran gente importante de la ciudad y provincias vecinas, pasaban ratos largos allí midiéndose y sorbiendo café, les gustaba conversar con el sastre y siempre, siempre, sentía él, guardaban un respingo de recelo en lo que se atrevían a contarle. Más de una vez, corría el rumor, en su sala de telas se habían cocinado chismes de otros.

No le tomó tiempo al niño Caballero cogerle gusto al lugar. La textura de las telas lo desvariaba. Los ratos que lo dejaban solo pasaba pegándoles el cachete a cada una. Cerraba los ojos y daba tumbos por la sala tocándolas, arrugándolas, aprendiéndoles los nombres, imaginándoles el otro olor futuro distinto a su olor primero.

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De su tiempo enhebrando aguja y rayando con tiza el punto indicado por su jefe aprendió un par verdades que iban a acompañarlo siempre: de uno, que la tela extranjera, al hacer distancia, valía más; y de dos, que la gente primorosa empinaba y giraba frente al espejo no pa verse completa, sino pa procurarse el consuelo de un porte imaginado en medio de miserias secretas.

Fue un día en el telaje, ya de trece, recién esas verdades hechas suyas, aseriado, hábil con las tijeras, preciso en sus respuestas garabateadas en cuaderno, que a la señora esposa del oidor don Joaquín Inclán le entró el afán por sus servicios y lo arrebató de los oficios del sastre.

Los modos prudentes que el mutismo había impuesto sobre el niño Caballero la colmaron divinamente. Su saber estar de pie, a un lado, atento y ausente; el vasallaje como natural de sus manos delicadas; su siempre deslizar moderado. Lo venía viendo de años atrás y sin pensarlo dos veces, recién le apareció la plaza libre en el servicio de la casa, movió carruaje y fue donde el sastre y le zarandeó los cachetes al muchacho. Luego le abrió la boca, le revisó dientes y encías, lo puso derecho y lo hizo subir junto a ella al asiento cubierto.

En el frente empedrado de la chichería de los Caballero Llanos, hasta donde se hizo conducir, declinó la señora de Inclán la oferta de doña Efigenia de pasar y sentarse a probar tinto. Le sonrió en cambio, y ahí mismo en la calle soltó lo suyo con detalle escueto de palabra monárquica: Servidor de mesa, ocho reales semanales.

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A la madre del joven Caballero no le gustó que vinieran así con soberbia a notificarle el destino de su hijo dañado del habla. Sabía sin embargo a quién tenía al frente. Había escuchado la suma de dinero. La agitaba por dentro.

Mi niño batalla con eso de que no habla, su excelencia, dijo al fin, y dijo más cosas y la esposa del oidor Inclán contestó también y fueron cruzándose tranquilidades, como resignándose juntas a encontrar trato.

El trabajo pide que el joven sirva los siete días de la semana.

Doña Efigenia no titubeó: Siete es la vida allá. Me lo convierte en sirviente. Con cuatro, regresándomelo el domingo, tiene lo que'sta familia puede hacer por usted, que es prestarle servicio.

Pactaron un peso más al mes, pago al día 30 y una yegua mansa pa que el muchacho hiciera las horas de viaje a la quinta en las afueras, por el camino a Chía, los jueves temprano con regreso domingo noche.

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