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Música

Fumando marihuana con Patti Smith

En 1977, Patti Smith se cayó de un escenario en Tampa y se rompió la clavícula. La mayoría de las noches necesitaba que alguien le hiciera compañía hasta que su novio volvía a casa, así que me quedaba con ella a cambio de unas cervezas.

Dibujos por Brian Walsby

Las feroces travesuras del punk no llegaron a su punto álgido hasta 1977, cuando Patti Smith se cayó de un escenario en Tampa. Hasta entonces, todo era simple violencia ficticia, como un episodio de Tom y Jerry. Cuando Iggy Pop se caía del escenario, siempre se levantaba, mostraba orgulloso sus heridas sangrantes, como si fuera un personaje vikingo de dibujos animados, y seguía con la actuación.

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Atrás quedaron esos días. Ahora la vida cercena todas esas promesas acumuladas de posibilidades infinitas.

Conocí a Patti por primera vez cuando me enviaron a entrevistarla en Record Plant, donde estaba grabando su nuevo álbum, Radio Ethiopia, y cometí el error de preguntarle, “Eh, ¿en tu disco toca alguien de Aerosmith?".

Alguien de la oficina de la revista Punk me pidió que le hiciera esa pregunta y, como yo estaba tan borracho y poco preparado cuando me presenté a la entrevista, Patti me echó bronca por hacerle una pregunta tan tonta.

Sin embargo, me perdonó aquella terrible entrevista y al día siguiente me envió una nota en la que me pedía que la volviera a llamar. La vez que se cayó del escenario se rompió la clavícula y se estaba recuperando en el apartamento de 1 Fifth Avenue que compartía con su novio, Allen Lanier, el guitarrista rítmico de Blue Öyster Cult. La asistente de Patti, Andi Ostrowe, se pasaba el día cuidando de ella, ya que por lo visto su estado era más grave de lo que la prensa admitió. Andi se marchaba a eso de las cinco de la tarde. Casi todas las tardes Patti necesitaba a alguien que le hiciera compañía hasta que Allen llegara a casa, y esta vez me había tocado a mí, a cambio de una caja de seis cervezas.

Me consta que ha habido gente que ha tenido problemas con Patti Smith y que la consideraban una zorra trepa que utilizó a su novio para llegar adonde estaba, aunque yo me preguntaba si no sería algún rumor descaradamente sexista.

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Mick Jagger dijo en una ocasión, “Es horrible. No dice más que gilipolleces. Es una impostora de la peor calaña, pura mierda intelectual que intenta ser una chica de la calle y no lo es. No vale nada ni como cantante ni como guitarrista y ni siquiera es atractiva. Le pone empeño pero ¡es una FALSA! No ha madurado musicalmente. En fin…”

Gracias, don Mick Jagger, el que se codea con la realeza. O sea, que si un tío se comporta como Patti, es un semental. Espaldarazos para los hombres, comentarios despreciativos para las mujeres: no parece justo. Lo que pasaba es que Patti era una usurpadora, una intrusa en un mundo del rock ’n’ roll dominado por los hombres, y aunque yo estaba loco por los chochitos, tenía suficientes entendederas para captar el mensaje. Antes de Patti, las mujeres del rock no eran más que baratijas desechables para su uso y abuso a las que nunca se tomaba en serio. Es cierto que había unas cuantas féminas respetadas (Janis Joplin, Grace Slick, Tina Turner y Marianne Faithfull), pero nunca llegaron a cambiar las cosas. Eran simplemente música para los oídos, por mucha actitud rebelde que adoptaran.

Patti encarnó la primera estrella del rock femenina que un tío podría llegar a imaginarse. No lograba entender lo difícil que debía de ser para una mujer ocupar el trono de nuevo dios del rock que tradicionalmente había sido exclusivo del hombre. Todavía hoy sigo sin saberlo. Por entonces tenía la idea de que las mujeres podrían llegar a ser lo que soñaran, y eso constituía el universo en que vivía.

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Era un ingenuo.

A pesar de su impostura andrógina —escupitajos, tacos y burlas—, Patti tenía un aire femenino y travieso que resultaba contagioso, estaba imbuida de una cualidad que parecía decir "vamos a disfrazarnos y fingir que somos estrellas" y que encontraba maravillosamente atractiva. Era divertida e intuitiva, y tanto podía pasarse el rato soltando rollos de arte y artistas como charlando sobre reposiciones de televisión, cómics y canciones de rock antiguas con el mismo entusiasmo que sentía por William Blake y Jean Genet. Y lo que más me gustaba de ella es que podía ser una tía muy sarcástica cuando quería…

“Mira, Legs, no se fuma en porros”, me explicaba Patti con su acento. “Le das a cada uno su pipa, porque así mola más. Es como lo hacen en Marruecos…”

“Pero es que odio la maría”, le dije.

“No, no, no”, protestó Patti. “Es mucho mejor que toda esa cerveza que bebes…”

“Es que siempre me pongo paranoico cuando fumo maría”, repliqué, tratando de encontrar una excusa para no hacer otro viaje a Ciudad Paranoia.

“Venga, no me seas tan capullo…”

“No llevará polvo del ángel ni nada, ¿no?”, le pregunté nervioso.

“Pero bueno, ¿qué clase de punk eres tú?" contestó. “Jooooder, pareces una madre…"

Acabó de llenar la pipa de cerámica con la maría que tenía en un cuenco enorme encima del colchón y me la pasó con una mirada elocuente que decía “¡Fuma y calla de una vez!”

Se me había terminado la cerveza y hacía tiempo que Patti no se pasaba por el banco. Desgraciadamente, ese día se había gastado el dinero que le quedaba en comprar los ingredientes para hacer cuscús (un engrudo de aspecto horrible) para la comida. Estamos hablando de un tiempo en que no había cajeros automáticos, así que empecé a sospechar que no recibiría la caja de seis cervezas que me había prometido por hacerle de canguro.

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Aunque esa primavera de 1977 Patti ya era toda una leyenda del rock ‘n’ roll, todavía no había llegado a apreciar del todo las maravillas de la cerveza y siempre estaba intentándome convertirme a la elevada experiencia espiritual de la marihuana, esa hierba verde que huele peor que mis zapatillas. Pero Patti no hacía porros con la maría. Siempre tenía el bol de hierba a mano y les ofrecía pipas de cerámica a sus clientes, llenándolos con cogollos de ese cuenco sin fondo. A Patti no le gustaba compartir.

Normalmente lograba encontrar un pretexto para no fumar su mierda, pero ese día me había quedado sin argumentos (y sin cerveza).

“Ya verás, te hará bien…"

Diez minutos después de acabar de fumar, me salía el cerebro por las orejas. La hierba era tan fuerte que no me hacía falta nada más. Estábamos viendo Mothra, esa estúpida película japonesa de monstruos que trata sobre una polilla gigante controlada por dos geishas en miniatura que vivían en una concha y que siempre hablaban canturreando las frases al unísono. Cada vez que salía la polilla gigante, Patti me contaba que una vez se fue a comprar jerséis de cachemira en Bloomingdale’s y que una dependienta mocosa le dio la tabarra y que le dijo a la zorra esa que se los llevaba todos y me hablo de lo bueno que era sentirse alguien.

Yo ya no podía más.

“Patti, ¿qué es esta mierda?” Menuda pregunta más estúpida. Casi podía ver las palabras salir de mi boca.

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“¿Qué te crees?, graznó Patti a la par que movía el collarín. No podía sacudir la cabeza. “¿Que voy a fumar cualquier basura cultivada en casa?”.

A Patti le asqueaba mi actitud tan poco receptiva y desaprobaba claramente el espectáculo que estaba dando, con los ojos saliéndome de las órbitas y botando por el suelo y fragmentos de mi cerebro saliendo disparados de diversos puntos del cráneo. Luego vinieron fuegos artificiales, acompañados por más trozos de cerebro en forma de espaguetis que se proyectaron hacia el techo, donde se quedaron pegados, como bolas de papel líquidas que desarrollaron ojos que me miraban. El “yo” que permanecía sentado en el cojín del suelo se estaba fundiendo. Los dedos se me deshacían. Mis zapatillas me sonreían. Y lo peor de todo es que ahí estaba Patti, tumbada, riéndose de mi histeria inducida por las drogas.

“¡Se me está encogiendo la cabeza!”

“Eso es que lo necesitas”, afirmó Patti. “Ya sabes lo que decía William Burroughs sobre sus viajes con ayahuasca, esa droga psicodélica de Sudamérica…”

La sangre me fluía a enorme velocidad por la cabeza. Miré a Patti y le dije, desesperado, “Lo que necesito es una cerveza…”

“Oh, no empieces…”

Me di cuenta de que Patti no se compadecía de mi patética situación y de que estaba solo en esto. Miré a mi alrededor y reparé en un tocadiscos estéreo portátil que había en el suelo, junto al colchón de Patti.

Lo que necesito es un poco de música, pensé, mientras Patti seguía hablando sobre un sueño que había tenido en el que corría desnuda por el desierto con Haile Selassie, emperador de Etiopía… Había una copia de su primer álbum, Horses, en el suelo, junto a un plato giratorio y unos auriculares. Lo puse y bajé la aguja del reproductor…

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JEZZZZUS DIIIED FOR SUUMEBODY'S SINS, BUT NOT MIIINE…”

De repente, mi cuerpo dejó de fundirse y se centró. El cerebro seguía disperso por todas partes, pero ahora se centraba en la fuerza, ocupado dando órdenes para iniciar el movimiento…

I GO TO THIS HERE PAAARTY, AND I JUST GET BOOOORED…. UNTIL I LOOK OUT THE WINDOW, SEE A SWEEET YOUNG THIIANG… HUMPING ON THE PARKING METER, LEANING ON THE PARKING METER…”

Sí, volvía a estar receptivo. Que le den a esta mierda de maría, tengo ganas de liarla. Tío, joder, tío, todo estaba ahí, en ese disco…

OHHH SHE LOOKED SO GOOOOO, OHHH SHE LOOKED, SO FIIIINE AND I GOT THIS CRAZY FEELING THAT I'M GONNA, UH, UH, MAKE HER MINE…”

Volvía a perderme. Tenía los puños apretados, los brazos estirados hacia delante, tirando de algo; la boca contorsionada en una mueca; las piernas abiertas en actitud beligerante y el pelo pegado a la cara. ¡Sí, joder! Me estaba convirtiendo en Patti Smith en el escenario, aunque solo fuera en mi mente. Sí, la Patti que tenía esa actitud, esa chica flacucha de South Jersey que quería ser Keith Richards.

OHHHH, SHE WAS SO GOOOOD, OHHHH, SHE WAS SO FIIINE…”

Estaba tan fumado que me había olvidado de que no estaba en mi cuarto, escuchando música y actuando frente al espejo. Me quité los auriculares y me quedé mirando a Patti, que seguía tirada en el colchón, con el collarín, una camiseta gris sin mangas y un pantalón de chándal negro. La risa convulsionaba todo su cuerpo.

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“¡Legs, Legs, para ya! ¡No puedo reírme, me duele el cuello!”

Patti agitaba la cabeza con sacudidas histéricas mientras yo deletreaba cada letra con la mano y la retaba a que las cogiera.

“G-L-O-R-I-A…”

“¡Para, para!”

“¿Dónde está la birra, Patti?”

“¡Basta, me duele!”

“¿Dónde está la cerveza?” la provocaba. “Pero no cualquier cerveza. ¡Las grandes!”

“¡Para! ¡Para! ¡Para!”

DO YA KNOW HOW TA PONY? LIKE BONY MAROONY?"

No recuerdo si llegó a comprar más cerveza. Lo único que sé es que Patti Smith mola. Y mucho.

Como ya he dicho antes, Patti fue la primera mujer en el mundo del rock ‘n’ roll que los tíos aspiraban a ser. Fue la primera mujer en hacerlo tan bien que a nadie le importaba de qué puto planeta había venido. Patti le dio una buena patada en los cojones al sexismo y, durante ese proceso, abrió las puertas a otras mujeres que miraban a un escenario y se negaban a verse a ellas mismas subidas en él, siendo diosas del rock.

En 1975, Legs McNeil fue cofundador de la revista Punk, que es en parte la razón por la que conoces el significado de esa palabra. También escribió Please Kill Me, lo que le convirtió en el Studs Terkel del punk rock. Además de su trabajo como columnista de VICE, Legs sigue escribiendo en su blog personal, PleaseKillMe.com. También puedes seguirle en Twitter.