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Intransigencia en la frontera

México a los migrantes: "Por aquí (no) pueden pasar"

Texto y fotos por Luis Aguilar.

Cada año cientos de miles de centro y sudamericanos viajan hacia el norte para averiguar si las cosas estarán menos jodidas para ellos en Estados Unidos. El problema es que para llegar ahí tienen que cruzar por México. Y México está repleto de territorios inhóspitos controlados por autoridades locales y migrantes posesivos de su ruta norteamericana. Ambos grupos tratan a los transeúntes del sur igual que las autoridades gringas tratan a los mojados mexicanos: como deshecho humano.

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Quería presenciar y documentar lo mal que están las cosas por los sudamericanos, así que me reuní con un grupo de chapines guatemaltecos y catrachos hondureños en Chiapas, cerca de la frontera sur con México, mientras se abrían camino hacia Estados Unidos. Es el lugar ideal para observar la situación. A plena luz del día se alcanzan a ver legiones enteras de personas que cruzan esa línea cada vez más marcada que divide a ambos países.

Pronto entendí que los migrantes tienes dos opciones para continuar su camino hacia el norte: viajar en camión o subirse a un tren. Sin embargo, en ambas rutas los esperan mexicanos con ametralladoras y una mala actitud.

Cuando eres un inmigrante ilegal en un camión, conocido como un tijuanero, junto a la frontera, necesitas estar preparado para abrirte paso por todos los retenes de la policía con el solo poder de tu lengua. Los viajes cuestan alrededor de mil pesos y llevan a los pasajeros del sur de México a los principales cruces en la frontera norte. La idea es intentar pasar por un mexicano más para garantizar un viaje seguro.

Los oficiales de inmigración en México suelen detener a los centro y sudamericanos para una dosis especial de acoso y abuso, y aquellos que viajan sin la documentación adecuada deben recurrir a su mexicanidad interior para evitar ser deportados. Para demostrar su ciudadanía, deben completar ciertas tareas como cantar el himno nacional y responder alguna preguntas históricas y regionales. En esta foto, una oficial cuestiona a un inmigrante guatemalteco.

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Un error conceptual muy común sobre los migrantes de cualquier tipo es que la pobreza es lo que los empuja a salir de sus países de origen. Pero en México, incluso cuando los migrantes tienen el valor para afrontar el traicionero camino sin ayuda de los coyotes, necesitan mucho dinero para comer, sobornar a la policía, y lidiar con las extorsiones de zetas y narcos.

A plena luz del día y lejos del punto de inspección en la frontera, decenas de personas cruzan el río Suchiate, que divide a México y Guatemala. Sí, eso es un bebé en las piernas de ese joven. Buenos tiempos.

Una mañana conocí a un grupo de migrantes en busca de trenes que abordar. Después de buscar durante horas un lugar para escondernos de la patrulla fronteriza, encontramos un lugar bajo la sombra y nos relajamos un poco. Los viajeros hablan de su vida en Hondura y el temerario acto de subirse y bajar de los trenes mexicanos. De repente, escuchamos un silbatazo. Todos guardan silencio y se preparan para correr hacia las vías.

Los viajeros toman sus mochilas y se amarran contenedores de cinco litros a los pantalones. Hay tensión en el aire. Todos permanecen escondidos hasta que pasa la locomotora, y después de algunos minutos, empiezan a correr y suben al tren; mujeres y niños primero.

Algunos no llegaron al tren, pero aquellos que sí sonríen aliviados mientras se despiden. Sin embargo, su viaje apenas comienza. Estos son trenes de carga, así que los pasajeros deben subir a los techos o amarrarse a las escaleras para no caerse mientras duermen. También tienen que tener cuidado con el metal, el cuál se calienta tanto que se puede freír un huevo, o tan frío que provoca hipotermia.

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Hay una casa para migrantes en Saltillo conocida como Casa Belén, donde pasé algún tiempo con varios inmigrantes de Centro y Sudamérica. Me contaron historia perturbadoras sobre las penas sufridas en sus viajes, las cuales involucraban zetas, violaciones y abusos físicos a manos de autoridades mexicanas y delincuentes armados. Hay muchos lugares como éste en todo el país, donde los viajeros pueden descansar, dormir, comer, incluso bañarse después de pasar días en esos trenes de carga. Pocos, si es que alguno, gozan de la aceptación de los mexicanos locales.

La mayoría de los inmigrantes indocumentados viajan en grupos que pierden y ganan miembros constantemente. La solidaridad y seguridad que ofrece un grupo grande es fundamental para alcanzar su objetivo y llegar sanos y salvos a Estados Unidos, sin ser asaltados, deportados o asesinados en el camino.

Más adelante conozco a Ester, una inmigrante hondureña que perdió las piernas intentando subirse a un tren. Le pregunté que ocurrió: “Ahora se esfumaron todos mis sueños. A veces ya no puedo más y quiero estar muerta por todo lo que me ha pasado. Todo se fue colina abajo cuando perdí 300 dólares (3,900 pesos); todo el dinero que tenía. Pase de un tren a otro durante 15 días, y cuando llegué a

Tierra Blanca llamé a mi madre y le dije que le llamaría de nuevo cuando estuviera más adelante. Dos días después, le llamé de nuevo: ‘Mamá, perdí las piernas. Me caí del tren. Sé que sigo con vida y que te puedo escuchar a ti y a mi hijo, pero es difícil estar aquí’”.