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Cultură

La nueva Nobel de literatura desnuda el delirio soviético

Aunque Svetlana Alexijevich nunca ha recibido ningún premio en su país natal, este Premio Nobel es de especial importancia ahora que Rusia vive el déjà vu de la Guerra Fría y piensa recrear a la Unión Soviética.

La autora de este artículo posa cuando niña como una cosmonauta soviética.

Yo soy bielorrusa, pero de una generación muy especial, ¿ok?

Para resumirles la historia, tuve una infancia idílica y segura en la República Socialista Soviética de Bielorrusia, en la Unión Soviética. Nos enseñaban a ayudar a los débiles y a cuidar a los ancianos. Les hacíamos el mercado a los vecinos jubilados. Escribíamos a mano periódicos escolares, trabajábamos en un museo local sobre la resistencia en la Segunda Guerra Mundial. Leíamos literatura de todo el mundo maravillosamente traducida a nuestro idioma.

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La familia, conformada por las 15 repúblicas soviéticas, se alzaba detrás de la Cortina de Hierro. La gente podía vivir y trabajar en todas partes: todo el mundo hablaba ruso. Viajar fuera de la Cortina era muy difícil y, para ser franca, el interior era divertido para los niños: a mí me encantaban las historias sobre Lenin. Los adultos, sin embargo, tenían que disfrutarlas. Había profesiones que se construían al interior del Partido Comunista; visiones de la historia blancas y negras; propaganda y adoctrinamiento por parte de los tres canales de televisión existentes y una docena de periódicos; discursos oficiales estériles y lecciones de lealtad basadas en multas y condenas penitenciarias. Durante 70 años el homo sovieticus fue elaborado con aparente éxito, un modelo soviético de robot humano con una falla tan fatal que desde el principio estuvo sentenciado a fallar: el miedo. ¿Había muchos libros sobre el tema? No, sólo había montones sobre héroes victoriosos y sus enemigos derrotados.

Así que tuve mucha suerte de tener apenas 10 años cuando la Unión Soviética dejó de existir: un gran país que nunca llegó a ser mi país. Durante mi adolescencia empecé a descubrirme a mí misma y el mundo que me rodeaba: Bielorrusia se independizó, había nuevos líderes carismáticos, artistas, escritores, partidos y proyectos. Se retomó la lengua bielorrusa y los símbolos soviéticos fueron reemplazados por los símbolos históricos. Nosotros, los adolescentes, experimentamos la historia habiendo nacido en el caos que había frente a nuestros ojos. Yo tenía mi pequeña y humilde patria que, para mí, era más grande que la vida.

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Pero para mis padres esta época tampoco tuvo nada de romántico; tenían una familia que mantener y necesitaban pan, no filosofía. Entonces, no sorprendió a nadie que fuera un hombre pragmático, del campo y muy soviético quien ganara las primeras elecciones presidenciales en 1994 con la consigna "Regresemos a la Unión Soviética y la promesa de estabilidad, no de libertad. La pena de muerte fue reinstalada, al igual que los símbolos del Estado soviético; la oposición fue sometida a la clandestinidad y los disidentes tuvieron que huir del país. La lengua rusa se convirtió en la segunda lengua estatal y desplazó fácilmente a la bielorrusa. Y el homo soveticus conservó su hábitat… El presidente sigue siendo el mismo hasta ahora.

Y ese no fue sólo el caso de Bielorrusia. Por todo el territorio postsoviético se estancaron las reformas y los países enfrentaron muchas dificultades para resurgir de los escombros del imperio. Con muy pocas excepciones, la gente prefería quedarse en las ruinas y mantener el fantasma de la Unión Soviética.

Fue entonces cuando descubrí las obras de Svetlana Alexijevich. ¿Fue mi mamá la que me dio ese libro sobre Chernóbil? Era una obra de arte impactante, asfixiante y terrible, imposible de leer pero necesaria. El libro era una recopilación de historias brillantemente compiladas y vueltas a contar de aquellos que sobrevivieron a la tragedia de una explosión nuclear en una sociedad en que la información es un privilegio de las élites. El lado humano de la historia nuclear que iba a terminar enterrada bajo los escombros.

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Pero mi generación era en sí misma una nueva narrativa. Éramos una sociedad paralela en un mundo que dejó de desarrollarse. Para nosotros Svetlana Alexijevich siempre ha sido una gran ayuda, una guía a través de la historia soviética hasta hoy. Como periodista, Alexijevich desarrolló y elaboró su propio estilo documental para darle una voz a los que rara vez son visibilizados en el mundo postsoviético, como a las víctimas o los soldados, a sus familias, a sus madres: personas que nunca aparecen en las primeras páginas de los periódicos.

Alexijevich habló con personas afectadas por la catástrofe de Chernóbil, cuyas vidas han sufrido una metamorfosis causada por algo invisible. Habló con los que pudieron volver de Afganistán y con cientos de familias de aquellos que no regresaron. Buscó a las mujeres que, durante la época de la Unión Soviética, pelearon en la Segunda Guerra Mundial, pero que nunca pudieron hablar al respecto porque la historia de la guerra siempre ha sido de dominio masculino.

Su último libro, Tiempo de segunda mano, es una exploración a la gran herencia de la URSS. ¿Qué fue lo que le hicieron estas cuatro letras y estos 70 años a tantas naciones? ¿Por qué la globalización volvió a traer la nostalgia por el homo sovieticus?

Alexijevich da una mirada a temas que son imposibles de comprender en su totalidad. Ella no es escritora en un sentido estricto; es una narradora, alguien que le da voz a generaciones que nunca han sido escuchadas. Ella quiere que sus historias se escuchen, porque sabe que hay que conocer y entender para evitar que la historia se repita.

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Este Premio Nobel es de especial importancia ahora que Rusia vive el déjà vu de la Guerra Fría y piensa recrear a la Unión Soviética. Rusia hizo estragos en la vecina Ucrania y lanzó ataques aéreos sobre Siria. ¿Por qué? Todas las respuestas están ahí, en las audioguías de Alexijevich.

Irónicamente, Alexijevich nunca ha recibido ningún premio en su país natal. Siempre ha permanecido invisible a los ojos de las instituciones oficiales por cuenta de sus críticas al régimen autoritario de Bielorrusia, y por su posición sobre el estilo que tiene Rusia para hacer del mundo un mejor lugar para los rusos. Ahora ella y sus obras son imposibles de ignorar.

El domingo 11 de octubre el presidente de Bielorrusia postuló su candidatura por quinta vez, y nada parece impedirle lograr la reelección. El presidente de Rusia también se mantiene muy firme en su puesto. Pero la región postsoviética de habla rusa recibe hoy todas las miradas, todas sus debilidades y victorias se volverán a imprimir y a leer en todo el mundo. ¿Y qué mejor para generar reflexiones que ese tipo de historias de personajes comunes que terminan convirtiéndose en la historia de sus países? Son esos relatos los que pueden darnos la esperanza de que los errores no se repetirán y de que el homo sovieticus dejará de existir, al igual que el imperio que le dio vida.

Por eso el Premio Nobel a Alexijevich es un premio a la esperanza y a la comprensión, por encima de todo.

Maryna Rakhlei es periodista y analista de asuntos de Europa del Este en el German Marshal Fund de Berlin.